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ALGUNAS CLAVES
PARA LEER A PABLO NERUDA

(Su correspondencia con Héctor Eandi)

Por Hernán Lavín Cerda


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En el vestíbulo de la Pensión Lutecia, muy cerca de la jaula transparente de los papagayos, una jaula de crespón alto, urdimbre como de oro y tan exuberante que tal vez ha salido de alguna página de El otoño del patriarca, la novela de Gabriel García Márquez, el profesor y ensayista Jaime Concha nos dijo que algunas claves para descubrir, existencial o filosóficamente, el movimiento ondulante y subterráneo de Residencia en la tierra, obra fundamental de Pablo Neruda, se hallaban en aquel diálogo epistolar que durante algunos años se mantuvo entre el poeta y Héctor Eandi, un escritor argentino cuya especialidad era el cuento y sus diferentes tonos o, incluso, ramificaciones más allá de lo tradicional.

Recuerdo que yo había viajado a Quito desde Santiago de Chile para integrar el jurado de la Primera Bienal de Novela Ecuatoriana, aquel concurso que organizó en mayo de 1970 la Casa de la Cultura que entonces dirigían nuestros amigos Oswaldo Guayasamín, célebre artista plástico, y el escritor Edmundo Ribadeneyra. Debo decir que otro de los miembros del jurado con quien tuvimos que leer, analizar y discutir una buena cantidad de novelas, fue el crítico y ensayista mexicano Emmanuel Carballo. Sobre Jaime Concha diré que había llegado a Quito por asuntos de carácter académico. Era catedrático muy reconocido en la Universidad de California, allá en San Diego. Antes lo hizo en Washington, en medio del frío y la nieve. Volví a verlo hace algunos años en Tabasco, durante un encuentro de maestros y escritores latinoamericanos. Fue un reencuentro muy enriquecedor con Jaime Concha. Hablamos de este mundo y del otro. Los años del boom latinoamericano, la poesía chilena, su labor académica en USA, el exilio, la desarticulación del antiguo campo socialista en Europa, en fin. Los sueños comunes y, ¿por qué no decirlo?, también los antisueños. Sentí que ni él ni yo éramos los mismos, pero qué diablos, así es la vida. Nos reímos, a media voz, de la engañosa Historia Universal con mayúscula, mientras observábamos fraternalmente a nuestro querido poeta Omar Lara.

Regreso a la ciudad de Quito y aún estamos en mayo de 1970. De pronto, como en una ceremonia muy libre, anticeremoniosa y regida por Su Majestad el Azar, nos vemos las caras bajo aquel techo del mundo. ¿Quiénes son los que están allí todavía? El inolvidable ensayista y profesor universitario Agustín Cueva, Emmanuel Carballo, Jaime Concha, Iván Egüez, poeta y novelista de altura, y Vuestro Inseguro Servidor, Hernán Lavín Cerda, quien hace lo posible por articular estos recuerdos. En aquellas reuniones diurnas, vesperales o nocturnas, hablamos de tantas cosas: el auge del movimiento popular en Chile, la poesía más o menos coloquial, los riesgos y los aportes del llamado exteriorismo, la expansiva temperatura de los cronopios que fueron echados al vuelo por Julio Cortázar, el mago mayor, la epopeya, sí, aquel “barroco genital de Latinoamérica”, según la expresión de Pablo de Rokha, la sociología de la literatura, la nueva narrativa donde la poesía y la prosa van de la mano, el periodismo cultural, las múltiples variantes del realismo, el sueño, la relación entre los intelectuales y el poder, el desierto espiritual y los riesgos de una desintegración no sólo en el ámbito de la cultura. Pero de todo ello, y acaso por sobre todo, se nos quedó flotando en el aire que aún respiro el fantasma de un nombre que iba y venía más allá de la Cordillera de los Andes: Héctor Eandi, así es, Eandi.

En junio de 1972, la Editorial Universitaria de Chile publicó el volumen ensayístico de Jaime Concha, Neruda (1904-1936). En algunas de las páginas destinadas a Residencia en la tierra, se reproducen fragmentos de aquel intercambio epistolar a partir de la primera carta de Neruda a Eandi, fechada en Rangoon, Birmania, el 25 de octubre de 1927. Concha extrae esos fragmentos de la biografía del poeta que elaboró la escritora Margarita Aguirre, pieza clave en esta historia, y quien fue secretaria particular de Pablo Neruda durante algunos años.

A estas alturas de la historia, debo decir que han transcurrido más de cuarenta años de mi conversación con Jaime Concha. Ay, José Emilio Pacheco, no nos preguntes cómo pasa el tiempo, para decirlo con esas palabras tuyas que dan título a una de tus obras fundamentales. Debo decir que la Editorial Sudamericana publicó en Buenos Aires aquella obra tan esperada por quienes intentamos unir los cabos sueltos entre la vida, los desplazamientos diurnos y nocturnos, y la creación poética del autor del Canto General, entre tantas obras fundamentales. El título del volumen es Pablo Neruda. Héctor Eandi. Correspondencia durante “Residencia en la tierra”. El trabajo de compilación, el texto preliminar y las notas corresponden a Margarita Aguirre, cuyas primeras palabras son las siguientes:

            “El el otoño de 1962 y en Punta del Este me dediqué por un largo fin de semana a perseguir a Pablo Neruda para que me diera datos sobre su vida. Era en casa de los Mántaras, y yo estaba entonces escribiendo por primera vez la biografía del poeta.

            “—Comadrita --me contestaba invariablemente--, usted lo sabe todo, no me pregunte a mí.

            “Y si volvía a la carga:

            “Invente, comadre, invente--. Y se echaba a reír.
           
            “Pero una tarde en que estábamos solos, al insistir con más vehemencia, cambió el tono y me confesó que había estado pensando en lo que yo le decía acerca de los pocos datos sobre su vida en Oriente y la época de Residencia en la tierra.

            “Me contó:

            “—Por aquellos años tuve una amistad epistolar con un escritor argentino y alguna vez él me dijo que conservaba mis cartas.

            “Como el sediento al borde del agua, averigüé el nombre.

            “—No debes conocerlo  --aventuró--. Se llama Héctor Eandi.

            “Pero yo sí lo conocía…”

Más adelante, Margarita Aguirre cuenta cómo se inició la búsqueda de Eandi, los contactos, las reuniones previas: “Lo estoy viendo a Eandi sentado en los incómodos sillones ingleses (esos que tienen un respaldo muy adentro) del escritorio de mi casa. Me explicó, con su hablar mesurado, que a pesar de las diferencias políticas él sentía un gran respeto y admiración por la obra de Pablo Neruda y que estaba orgulloso de haber sido su amigo en los años de juventud. Me entregó las cartas diciéndome que las hiciera copiar si quería y que él confiaba en mí al dármelas; por lo demás no deseaba que se publicaran sin que Neruda volviera a leerlas y a autorizarlo. No recuerdo toda la conversación, lo que sí me reprocho ahora es no haber averiguado más sobre esta relación ni haber escrito inmediatamente lo que Eandi me dijera…”

Del mismo prólogo deseo reproducir este breve pasaje donde Neruda se refiere a su Residencia en la tierra: “Mi libro recogía como episodios naturales los resultados de mi vida suspendida en el vacío: ‘Más cerca de la sangre que de la tinta’. Pero mi estilo se hizo más acendrado y me di alas en la repetición de una melancolía frenética. Insistí por verdad y por retórica (porque esas harinas hacen el pan de la poesía) en un estilo amargo que porfió sistemáticamente en mi propia destrucción. El estilo no es sólo el hombre. Es también lo que lo rodea, y si la atmósfera no entra dentro del poema, el poema está muerto: muerto porque nunca ha podido respirar”.

No quisiera alejarme de aquella atmósfera. Más aún: no debo hacer comentarios. Sólo me interesa que los lectores se impregnen de aquella atmósfera. Por eso decidí elaborar un montaje con algunos fragmentos de aquel epistolario. Es lo que ahora ofrezco a ustedes para que al fin tengan una idea sobre aquel periodo de la escritura nerudiana.

De Neruda a Eandi. Rangoon, 8 de septiembre de 1928. (Rangoon es un puerto en el sur de Birmania, al sudeste de Asia, bajo la India y China. Hoy se conoce con el nombre de Yangon):

            “Así como con viejos amigos se hace, cada día he postergado mi obligación de escribirle pensando en esto como en un trabajo, en que por deber hay que mostrar lo más profundo, el lado más legítimo, el más difícil de sacar afuera. Pero, verdaderamente, no se halla usted rodeado de destrucciones, de muertes, de cosas aniquiladas? En su trabajo, no se siente obstruido por dificultades e imposibilidades? Verdad que sí? Bueno, yo he decidido formar mi fuerza en este peligro, sacar provecho de esta lucha, utilizar estas debilidades. Sí, ese momento depresivo, funesto para muchos, es una noble materia para mí… He completado casi un libro de versos: Residencia en la tierra, y ya verá usted cómo consigo aislar mi expresión, haciéndola vacilar constantemente entre peligros, y con qué sustancia sólida y uniforme hago aparecer insistentemente una misma fuerza… Ahora con qué pagarle el Segundo Sombra que me mandó? Lo leí con sed y como si hubiese podido tenderme otra vez sobre los campos de mi país escuchando a mi abuelo y a mis tíos. Verdad que es algo grandioso y natural, algo conmovedor? Olor a extensión, a caballos, a vidas humanas, repetidos de una manera tan directa, comunicados tan completamente. Yo quiero pagarle este libro y le mando aquí está fotografía del extraño Budha hambriento, después de aquellos inútiles seis años de privación. Yo vivo rodeado de miles o millones de retratos de Gautama en marfil, alabastro, maderas; se acumulan en cada pagoda, pero ninguno me conmueve como la de este delgado y arrepentido. La otra la compré en Cambodge, y son tres de aquellas bailarinas maravillosas. Ya nos veremos alguna vez, Eandi; no sé, pero quisiera ir a vivir a España. Mi existencia aquí es inhumana, imposible. Algún diario de Buenos Aires me pagaría correspondencias? Necesito de esto malamente. El diario de Chile que me contrató no fue capaz de cumplir, son una tropa de perros. (Se refiere al diario La Nación, de Santiago de Chile, donde publicó doce notas sobre sus viajes). Compañero, mi amigo: escríbame largamente, no tengo cartas de nadie. No deseo libros, sólo leo viejos libracos, pero quisiera revistas, periódicos. También Martín Fierro, si vive. (Se refiere a la revista literaria cuyo primer número es de 1924). No me olvido de abrazarlo al final de esta carta y a lo largo de la vida”.

De Eandi a Neruda, Buenos Aires, 18 de noviembre de 1928:

            “Vivir es un oficio cruel y difícil --miserable a veces--. Es a menudo un ir de desengaño en endurecimiento, comprobando cómo nuestros deseos soslayaron la verdadera realidad y nos prometieron algo que no estaba en las personas ni en las cosas. Entonces, la literatura, la vida imaginada es un refugio, es cierto, pero de vez en cuando, en los momentos de vivir hacia afuera, quisiéramos hallar a nuestro lado alguien, o, en último término, algo que podamos sentir de veras allegado a nosotros. Y allí es lo triste. Por eso ahora, pienso en usted, tan junto a mí, a través de la distancia, y me alegro íntimamente. No es cosa de agradecimiento: entre nosotros no debe haberlo; es cosa de alegrarnos, mi amigo, y de ayudarnos a vivir en este aspecto de la vida en que la fatiga –y la angustia a veces—nadie alcanza a ver. Yo tengo a usted y también, aquí, a una compañera a quien quiero mucho. (Se refiere a Juanita Birstock, su esposa). Y yo sé dedicarme a los cariños que me conquistan. Se imaginará cómo habré leído sus trabajos! Y no sólo yo. Los he hecho leer a Borges (nacido en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899), a Luis L. Franco (escritor argentino nacido en la provincia de Catamarca el 15 de noviembre de 1898)  --ambos excelentes poetas--  y a varios amigos. En todos la impresión es la misma: la de hallarse ante la expresión poderosa de un espíritu torturado por el ansia de decirse. Borges tuvo una expresión muy feliz: dijo que en sus versos hay algo de mágico. Exactamente! Usted dice que sus libros son un hacinamiento de ansiedades sin salida. Sí. No hay para las ansiedades posibilidad de transmisión por medio de conceptos. Pero si sus ansiedades no tienen salida por esa puerta imposible, tienen en cambio expresión en un  lenguaje accesible para todo espíritu que pueda ponerse en correspondencia con el suyo. Y en su ansiedad --en sus múltiples ansiedades— hay algo gigante, algo cósmico que sacude quizás el germen del dios fracasado que llevamos dentro. Por eso en usted es legítimo el empleo de símbolos telúricos y la aproximación violenta de cosas y de fuerzas que parece hubieran de exceder siempre los límites de nuestro vivir y de nuestro sentir”.

De Neruda a Eandi, Colombo (puerto de Ceylán, hoy Sri Lanka), 24 de abril de 1929:

            “Le iré escribiendo hoy día, y bebiendo, a medida; de qué otra manera llenar este inmedible vacío de distancia en intimidad? Mañana corregiré esta carta cuya puntuación y ortografía irán desapareciendo más y más, siento que se llenará de alcohol y de pensamientos confusos como en una verdadera compañía… Me gustan las cartas suyas, hechas con gran vocabulario, con una ciencia de dignidad lingüística que me asombra, y una seguridad emotiva, un dominio de los sentimientos como ya es imposible poseer… Me he criado inválido de expresión comunicable, me he rodeado de una cierta atmósfera secreta, y sufro una verdadera angustia por decir algo, aun solo conmigo mismo, como si ninguna palabra me representara, y sufriendo enormemente por ello. Hallo banales todas mis frases, desprovistas de mi propio ser.

            “Bueno, desearía abrazarlo más bien, en esta gran desierta hora, y que tomáramos juntos este terrible whisky tropical. Estoy solo; cada diez minutos viene mi sirviente, Ratnaigh, viene cada diez minutos a llenar mi vaso. Me siento intranquilo, desterrado, moribundo… Le he hablado de Wellawatta, el barrio en que vivo? Mar y palmeras, aguas, hojas. El mar me rodea violentamente, sin dejar nada a mi alrededor. Mi más próximo vecino cingalés hace danzar en este instante. (Mr. Fernando) la Devil Dance, y los largos, angustiosos gritos, esta música infernal de cada noche, espero que han de influenciar esta carta con un sentido sobrenatural. El canto es prolongado en cada frase (conoce, Eandi, el cante jondo o flamenco, así es), de una monotonía tiránica, y un ritmo en anillos, sin fin. La señora está enferma, parece, y cada atardecer me rodea esta cadencia mortal. Es igual a la muerte.

            “Eandi, nadie hay más solo que yo. Recojo perros de la calle para acompañarme, pero luego se van, los malignos”.

Ratnaigh, el vecino cingalés, fue de verdadera importancia en la estadía de Neruda. Alojó a Jossie Bliss en su casa cuando Neruda no pudo hacerlo. En 1967, al regresar Neruda a Ceylán nuevamente, seguía viviendo al lado de la casa que había sido de Pablo. Entonces le dijo: “Has llegado a tiempo. La tuya la demuelen la próxima semana”.

            Y Pablo Neruda continúa escribiendo su carta: “Buenos Aires. No es este el nombre del Paraíso? Borges, que usted me menciona, me parece más preocupado de problemas de la cultura y de la sociedad, que no me seducen, que no son humanos. A mí me gustan los grandes vinos, el amor, los sufrimientos, y los libros como consuelo a la inevitable soledad. Tengo hasta cierto desprecio por la cultura, como interpretación de las cosas, me parece mejor un conocimiento sin antecedentes, una absorción física del mundo, a pesar y en contra de nosotros. La historia, los problemas del ‘conocimiento’ como los llaman, me parecen despojados de dimensión. Cuántos de ellos llenarían el vacío? Cada vez veo menos ideas en torno mío, y más cuerpos, sol y sudor. Estoy fatigado. Hace dos días interrumpí esta carta, me caía, lleno de alcoholes… Mi compañero de tantas leguas me ha dejado; Álvaro Hinojosa está en Bombay. Estoy, pues, solo. Le habré ya hablado de mi casa al borde del agua, de mi vida entre las palmeras?... Yo simplemente caigo; no tengo ni deseos ni proyecto nada; existo cada día un poco menos… Pensaba ayer mismo que ya es tiempo de publicar mi largo tiempo detenido libro de versos. Quiere que se lo envíe? Se llama Residencia en la tierra y ya usted conoce parte de él. Son unas pocas hojas. Es un montón de versos de gran monotonía, casi rituales, con misterio y dolores como los hacían los viejos poetas. Es algo muy uniforme, como una sola cosa comenzada y recomenzada, como eternamente ensayada sin éxito”.

De Eandi a Neruda, Buenos Aires, 26 de agosto de 1929:

            “Ya más cada vez, como a través de una bruma lo veo, mi gran amigo, y se me va usted extrañamente por entre las cosas y las sensaciones tan peculiares de ese mundo completamente suyo. Si alguien tiene derecho a la vida, a su vida, ése es usted, creador de su mundo, intransigente con el que todos aceptamos, con la cobardía elemental de vivir. Me siento tentado de preguntarle muchas cosas, de su vida anterior y de los motivos que le impulsaron a desterrarse; pero creo inútil hacerlo. Tal vez lo que usted hace lleva en sí mismo su propia razón, si alguna tiene, y si no tiene ninguna, es lo mismo. Antes le hablé de que ninguna época ha sido tan heroica como la nuestra en el sentido de que es preciso un valor que llega a lo heroico, para realizar en lo posible la propia vida, sin chocar abiertamente contra todo. Ahora agrego otro heroísmo, más raro y difícil: el suyo, que consiste en no tener reparos en chocar contra todo, en arrojar la propia vida a la cara del mundo, como un gesto de rebeldía. En el fondo somos muchos los que quisiéramos tener ese gesto, pero pocos los que alcanzan ese grado de heroísmo. Por eso es lógico en usted despreciar los problemas de la cultura. Usted no pertenece al clan, ni le importa su ley.  Siente suyo el mundo en su capacidad de inteligirlo, y le son indiferentes las soluciones que los demás proponen al mismo problema…

            “Vi a Xul Solar para llevarle su carta que leyó con gran cariño. Con ese motivo conocí de cerca a ese muchacho a quien tantas veces había visto. Vive, de veras, en un mundo metafísico. Es algo astrólogo y algo mago (en el buen sentido). Me hizo mi horóscopo y me habló de muchas cosas metafísicas. El parece feliz en el sentido de que realiza su vida con la amplia conformidad de su espíritu. Tiene algo de santo que no pisa completamente sobre la tierra. Lo insté mucho para que le escribiera a usted, y me prometió que lo haría con mucho gusto. Yo siento repugnancia a penetrar en esas salas oscuras que se llaman espiritismo, ocultismo, astrología, etc., por eso creo que difícilmente podré seguirlo. El se maravilla de que usted no se encuentra a gusto en la India, pues dice que ese es el mejor lugar del mundo para la vida del espíritu, el lugar donde más fácil es convertirse en santo. ¡Santo! ¡Qué extraña palabra en estos mil novecientos veintinueve años del mundo llamado cristiano!

            “Le he enviado varias publicaciones, en algunas de las cuales hay trabajos míos. La Gaceta Literaria y Martín Fierro han dejado de existir  --la segunda hace tiempo--. Ahora tenemos únicamente La Vida Literaria, que le voy mandando a medida que aparece. Nuestro ambiente es pobre, lleno de pequeñeces, y no permite la larga vida de publicaciones de esa naturaleza, sin finalidades comerciales. No sé si nuestras naciones jóvenes aprenderán alguna lección de desinterés. No es fácil porque los maestros no existen más. El mundo mostró, con la guerra, su entraña podrida de comerciantes, y hoy parece ser su único lema el ‘make money’ de los sajones del norte… Magnífico su ‘Tango del viudo’. Lo he hecho leer a varios amigos que opinan otro tanto. Yo entro a sus poemas como podría entrar a un universo totalmente nuevo, donde creyera haber vivido ya otra existencia. Cada palabra, cada expresión me despierta como recuerdos de ante vida, me ofrece vislumbres de una luz que alguna vez me alumbró. Nada más ajeno a sus poemas que el significado habitual de las palabras con que están hechos. Ese es el portento. De cada palabra extrae usted el secreto mágico que todas llevan, y con esa sustancia sus poemas taladran, ascienden, penetran, vuelan, y el mundo --un mundo espectral que está en las cosas y no es las cosas-- le pertenece por entero”.

De Neruda a Eandi, Wellawatta, Ceylán (hoy Sri Lanka), 27 de febrero de 1930:

            “Tendido en la arena, solo, en las mañanas grito de alegría EANDIIIIII, y todo lo que se me ocurre. Los pescadores me miran asombrados, y les ayudo a tirar las redes. Qué joyas sacan del mar, parece increíble. Pescados dorados con rayas de violeta, y el rojo, el verde, el ultramarino pintados tan violentamente, y los extraños hocicos convulsionando y muriendo, es un placer extremo ver las redes recién sacadas. Los pescadores (aunque budistas) son muy brutales, y cortan los bellos animales aún vivos, cosa terrible.

            “Contento, indudablemente. En las tardes también sentado con mis pocos libros y mi whisky and soda, me siento feliz. Sin embargo, mi querido amigo, no me faltan amargas preocupaciones. Por suerte el primero de abril termino de pagar una deuda con el banco (2000 rupees) y me ha costado sangre vivir pagándola, con dinero apenas para mi arroz. En fin. La cuestión sexual es otro asunto trágico que le explicaré en otra carta. (Este tal vez es el más importante motivo de miseria). Y una mujer a quien mucho he querido (para ella escribí casi todos mis Veinte Poemas) me escribió hace tres meses y arreglamos su venida, nos íbamos a casar, y por un tiempo viví lleno de su llegada, arreglando mi bungalow, pensando en la cocina, bueno, en todas las cosas. Y ella no pudo venir, o por lo menos no por el momento, por circunstancias razonables tal vez, pero yo estuve una semana enfermo, con fiebre y sin comer, fue como si me hubieran quemado algo adentro, un terrible dolor.

            “Esto ha pasado, sin siquiera poder decírselo a alguien, y así aliviarse, se ha enterrado con los otros días, al diablo con la historia”.

(Se refiere a Albertina Azócar, hermana del escritor chileno y compañero juvenil de Neruda, Rubén Azócar, uno de mis maestros en la Universidad de Chile, y a quien tuve la fortuna de conocer allá por la década de 1960 en la  antigua Sociedad de Escritores de Chile. Una oficina instalada en un vetusto edificio de la calle Agustinas, muy cerca de la calle Estado, y en frente de la Casa Lavín, aquella tienda de popelinas y casimires importados que fue propiedad de Don Julio, mi padre. Albertina fue el motivo de inspiración de muchos de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, que escribió Neruda en aquel tiempo. Al morir el poeta, se dio a conocer el epistolario escrito en la época de sus amores. Sin embargo, Albertina sostuvo siempre que las cartas del poeta habían sido sustraídas por el autor del libro Poemas Oscuros, Fernando de la Lastra. Véase Cartas de amor de Pablo Neruda, Madrid, Ediciones Rodas, 1975. En el volumen Voy a vivirme (Variaciones y complementos nerudianos), Dolmen Ediciones, Santiago de Chile, 1998, Volodia Teitelboim señala con agudeza: “Si Delia del Carril mantuvo bajo un sello hermético las cartas enviadas por Neruda, las que recibió Albertina Azócar trascendieron al público en mil novecientos setenta y cinco, desatando cierto escándalo medio siglo después de haber sido escritas. La historia que detalla cómo ese secreto fue violado es digna de novela policial o de película de suspenso. De la trama no se excluyen el abuso de confianza, el intento de seducción o soborno, la avaricia, los clásicos candelabros, el juicio criminal ante los tribunales y la sentencia judicial condenando al autor del fraude y compilador, Sergio Fernández Larraín, a devolver las cartas…, después que las había impreso”. ¿Cómo se dio el insólito vínculo entre Fernández Larraín y Fernando de la Lastra? La pregunta aún flota en el aire.)

Pablo Neruda sigue escribiendo aquella carta que envió a Héctor Eandi desde Ceylán, y que está fechada el 27 de febrero de 1930:

            “Me paso el día leyendo sin cesar, y encuentro cada vez más que el único placer que me va quedando es leer. Leo casi solamente en inglés, toda clase de cosas, especialmente los nuevos ingleses (hace tres días ha muerto el más grande entre ellos, D.H. Lawrence), que tienen esto de curioso, que no se preocupan de ser ingleses ‘nuevos’ (a excepción de Joyce) sino de relatar directamente, con cierta debilidad y descuido exteriores que es bastante agradable e inesperado para hombres como yo cuya sola noción literaria ha sido modificar la forma, problema cutáneo que me parece sin sentido. Demasiado tarde, para mí, tengo en los huesos esta clase de destino superficial de la condición poética, y naturalmente, como mal camino conduce a la esterilidad y a la gran fatiga. Actualmente no siento nada que pueda escribir, todas las cosas me parecen no faltas de sentido sino muy abundantes de él, sí, siento que todas las cosas han hallado su expresión por sí solas, y que yo no formo parte de ellas ni tengo poder para penetrarlas. En cambio qué bueno es leer, oír música y bañarse en el mar.

            “Mis vecinos más próximos son tamiles o cingaleses o burgher (criollos holandeses), y se han puesto muy mezquinos y desagradables este último tiempo, atribuyéndome grandes perversidades y haciéndome enemistad, todo porque vienen algunas muchachas a verme, ellas mismas muy asustadas, porque esta gente ha aprendido todos los cristianos escrúpulos de mierda, y hacen tabú de todo acto sexual… Yo nada sé de mi libro que envié a Madrid hace ya tres meses, le diré en cuanto sepa. Escribo casi nunca… Lo veo a usted bastante vivo y viviendo y pienso en su nuevo trabajo de la casa sueca; por mi parte yo apenas si soy capaz de levantarme cada día, escribir esta carta es un acto a la vez heroico y sumamente agradable (esto porque significa una respuesta suya) y a menudo en la mañana no me levanto, por dos días o tres vivo a medio dormir, comiendo un plato de arroz al día y un poco de whisky, pero hay que contar también que es aburrido estar solo. Tengo una cantidad de animales, perros, gatos, y uno muy curioso y simpático: un ‘mongoose’, (lo he visto traducido por ‘mangosta’). Es un roedor que sólo existe en la India, y que es el único ser que ataca a las serpientes venenosas. El mío es muy pequeño, y las serpientes casi lo matan, pero es un valiente demonio, y con el boy no nos cansamos de celebrarlo. Ni de noche ni de día se aparta de mi lado, y si no está junto a mí rechaza toda comida. Por lo demás es muy gracioso, con una gran cola”. 

En este punto suspendo la muestra de aquella amistad epistolar entre Pablo Neruda y Héctor Eandi. Creo que nos ha permitido que toquemos la atmósfera que como una espiral fue creciendo alrededor de Neruda en los años de la incertidumbre y el desamparo: aquellos días de Residencia en la tierra. El desvarío emocional, el vértigo en ciertas construcciones sintácticas, los circunloquios, algún desequilibrio al interior de una correspondencia más o menos lógica (sirva de ejemplo “Galope muerto”), el sueño en vigilia y aquel ritmo seductor y envolvente, abrieron el camino a formas nuevas, audaces, insólitas. La poesía en nuestra lengua tuvo, entonces, una puerta de escape hace su propia renovación. Delirio as veces, temperatura y metamorfosis. Un nuevo sistema de vasos comunicantes que aún nos comunican a través de una sustancia inaugural, como bajo el poder de la hipnosis, una hipnosis a medio filo, al fin muy despierta y poderosamente expresiva.

 

                                                                                      Ciudad de México, 1980, 2004, 2014.        



 

 

 

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