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De cómo escribí mi novela; «El Levisterio,
Brujos y Corsarios en el Chiloé del siglo XVII», (Editorial Austrobórea, 2017)

Texto presentado en el marco de la invitación al ciclo literario de Nodo Sur y el Colectivo
Sinestesia de Puerto Montt, 31 de agosto del 2019.

Persus Nibaes



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Durante años pensé que sería interesante y entretenido escribir una novela que contenga toda la mitología de Chiloé y parte de su historia en un solo universo a la manera tolkiana como hizo el maestro con elfos, trolls y enanos. En este caso, Chiloé es como una Tierra Media llena de seres ocultos en los huecos de los árboles en los bosques húmedos. Después pensé que una historia de seres mitológicos chilotes sería como una obra de terror al estilo del escritor H. P. Lovecraft con sus propios dioses y códigos. Todo esto por allá por el año 2000 hasta el 2006 que fue el año que me puse a escribir ya después de darle varias vueltas.

Imaginé que en esta novela debía estar todo el universo chilote contenido en sus personajes históricos e imaginarios. Como el universo chilote es enorme e inabarcable hubo muchos personajes que me quedaron fuera de esta primera planificación mental.

Luego decidí que el hilo conductor de este universo de terror serían los brujos por lo que leí el libro El Proceso a los Brujos de Chiloé que descargué de Memoria Chilena. Y comencé a imaginar que la historia general debía estar atravesada por historias particulares de brujería y magia.

Entonces me di la tarea de comenzar a preguntarles a cada uno de mis amigos y compañeros chilotes sus historias de trabajos y hechicerías, para luego cruzar las historias con personajes de ficción ya conocidos.

En ese sentido me sirvió mucho la obra de teatro Chiloé Cielos Cubiertos de María Asunción Requena de la cual participé en su montaje con la Compañía de Teatro Experimental de Puerto Montt dirigida por el maestro Mauricio de la Parra y con música del maestro Ernesto Segovia, con la cual nos presentamos en los Temporales de Teatro en Puerto Montt en el año 1994.

En esa oportunidad me tocó interpretar al personaje El Viejo Catrutro así que sin más, lo tomé como un personaje secundario que iría directamente a la novela.

De esta obra también tomé al personaje de Alvarado y su familia e imaginé que Alvarado Viejo, El Mudo sería un sobreviviente de la Destrucción de Osorno ocurrida en el año 1600 y cuyo sitio por los ejércitos mapuche-huilliche de los toqui Pelantaro y Anganamón duró hasta el año 1604 y cuyos sobrevivientes escaparon para fundar algunos la ciudad de Calbuco y el fuerte de Carelmapu, mientras otros escaparon hasta Chiloé.

Imaginé que los Alvarado llevaron a Castro y se ubicaron por allá por Llau-llau, lugar que conocí cuando el año 2005 fuimos con mi curso de Pedagogía en Historia y Geografía junto a algunos profesores en salida a terreno y visitamos iglesias de madera hechas sin clavos que son patrimonio de la humanidad.

La información de la destrucción de Osorno la tomé de diferentes historiadores y cronistas mientras estudiaba mi magister en Historia también en la Universidad de Los Lagos gracias a una beca que me dio el profesor Patrick Puigmal a quien cariñosamente le llamo el Papi Patrick.

Leí y analicé a historiadores como Francisco Antonio Encina, Diego Barros Arana, Crescente Errazuriz entre otros y cronistas como Diego de Rosales y González de Nájera.

Por otro lado quise dar un contexto histórico sobre los hechos ocurridos en épocas remotas en las costas de Chiloé y me llamó la atención la visita de los corsarios holandeses al mando de Hendrick Brouwer en 1643, quienes destruyeron la ciudad de Castro y construyeron un fuerte en la ciudad de Valdivia con la intención se crear una colonia holandesa que no prosperó. Para aquello leí el libro del viaje de Brouwer que también está en el sitio web Memoria Chilena.

El nombre El Levisterio lo tomé de la mitología chilota presente en diversas fuentes en internet, en libros y en folletos turísticos que circulan por el Archipiélago y las ciudades aledañas. En Puerto Montt existe mucha folletería sobre las tradiciones, costumbres y mitología chilota, y no está demás explicar que el área geográfica adyacente a Chiloé también pertenece a su zona de influencia cultural. Estamos hablando tanto de la zona norte del Canal de Chacao, como de la zona este, es decir los sectores de Hornopirén y Chaitén también pertenecen a la zona cultural chilota. Creo que no está demás decirlo, aunque a cierto poeta chilote le parezca que la cultura de Chiloé le pertenece a él, está muy equivocado, pues la cultura de cualquier territorio o pueblo le pertenece a toda la humanidad.

Respecto de los personajes, me hizo mucho sentido la imagen de la machi Chilpilla y su legendario duelo brujeríl con el navegante y cartógrafo José de Moraleda y Montero. A medida que iba avanzando la historia en su proceso escritural iban apareciendo diversas machi o brujas como son mal llamadas las curanderas chilotas y mapuche en la cultura chilena occidental. De esta forma surgió la figura de la machi Chayo. Diminutivo de Rosario. Ella es un personaje poderoso en la historia, una machi con mucho poder, ligada en su descendencia a la Recta Provincia o agrupación de brujos de La Mayoría. Este personaje en su construcción psicológica lo tomé de mi bisabuela Rosario que murió el año 1994 cuando yo tenía 17 años a la edad a los 107 años. Es decir que cuando yo nací ella tenía 90 años y ya era una ancianita de pequeña estatura. Por lo que me crecí con la idea de que ella era una anciana que nunca iba a morir. De allí tomé la idea de su capacidad para no morirse nunca y se me ocurrió que era una buena idea literaria que ella busque la muerte. Pues el personaje al haber sido bruja y tener que pagar en vida sus culpas no podía morir y estaba muy cansada.

Otro personaje es el cura Kulcewsky, el cual tomé del ya mítico falso documental, Los Hijos del Trauco de la productora Aplaplac. Esta figura enigmática me encantó por lo bizarro de ser un cura servidor de Cristo pero que busca al demonio en los mares australes. Las figuras de los traucos la escribí como si estuviéramos hablando con mi amigo Eduardo El Guaxo Gallardo, es decir los traucos hablan como si fueran amigos y se tratan de guaxos y son picarescos.

Con la escritura de época tuve que tomar decisiones y hacer experimentos. Cuando me puse a escribir por allá por el año 2006, me enfrenté a la decisión técnica de si escribir en español antiguo o en un español que se pueda leer hoy en día incluso por niños.

Entonces y para saber más sobre la Gran Rebelión Mapuche de 1598-1604 me leí la novela El Butamalón de Eduardo Labarca. Y la verdad es que para mi fue una lata, pues los capítulos están que pertenecen a la época histórica, están escritos en español antiguo y aquí tuve que decidir si iba a aprender a hablar así para escribir algo que no iba a ser entretenido de leer para un público juvenil, o iba a escribir una novela como el Butamalón que deje contento a críticos y estudiosos del pasado como mi profesor Eduardo Barraza de la Universidad de los Lagos quien es experto en temas y discursos de la colonia, pero que iba a terminar siendo una novela que no lea nadie por lo intrincado de su escritura, ni mucho menos un público juvenil.

Aun así, con El Levisterio me pasó que la mismísima poeta Maha Vial me dijo que tenía una escritura algo árida, pero quedé contento con el producto de las formas de habla de algunos personajes, especialmente los más formales como un cura.

Para adentrarme en la forma de habla del español antiguo del siglo XVII, pero sin caer en lo ininteligible por las generaciones digitales, me dejé influenciar por la escritura paleográfica. Justamente esto coincidió que estuve dos veces en Sevilla visitando el Archivo de Indias y buscando documentos coloniales para mi tesis de doctorado sobre la Gran Rebelión de 1598-1604, que se me ocurrió la idea de incorporar algunas cartas al final del libro que de alguna manera contradigan lo que se contaba en los capítulos iniciales.

Estas cartas resultan un interesante juego de versiones respecto de las fuentes históricas y su uso. Me refiero a que el método historiográfico positivista, de historiadores que escriben desde la hispanidad y la superioridad racial y cultural de europeos sobre el mapuche, como Sergio Villalobos, escriben la historia sin cuestionar las fuentes. En cambio un historiador como yo, (si podemos decir que soy historiador por escribir artículos y libros historiográficos sobre estos temas), como mi libro La Destrucción de Osorno del año escrito el año 2013 y publicado el año 2015, se propone cuestionar las fuentes desde su lugar de enunciación, influenciado por el Giro Lingüístico.

Este análisis complejiza el trabajo historiográfico, pues las fuentes no son todas iguales ni representan lo mismo.

A saber, las fuentes historiográficas se dividen en primarias y secundarias. La primarias son cartas, diarios de vida, libro de viajes, notas de prensa y todos documentos que circulan no como libro. Las fuentes secundarias son los libros historiográficos, artículos y para algunos, por ejemplo no para los positivistas, los mismos libros literarios como novelas, cuentos y poesías. Para esto debemos referirnos al eterno debate entre los inventores de la Historia como disciplina investigativa Heródoto y Tucídides.

Para Heródoto los poetas y juglares si son fuentes históricas y sus relatos de la cultura oral si pueden ser considerados fuentes primarias, mientras para Tucídides las fuentes primarias para la historia son solo fuentes escritas y las fuentes orales fueron desechadas, pues Tucídides sostenía que las fuentes orales eran poco confiables y tenían varias versiones de los hechos ocurridos. Desde Grecia en adelante entonces tenemos dos tipos de historiadores, los que utilizan las fuentes orales y las que solo utilizan fuentes escritas.

Por otro lado, como mi trabajo en El Levisterio era de escritor y no de historiador, si me nutrí de las fuentes orales y comencé un proceso de conversar con mis distintos amigos chilotes, que me cuenten sobre leyendas de brujos, hechizos, trabajos de meica, etc. En el proceso escritural, me inspiraba en las noches con visitas de pájaros a mi ventana. Recuerdo perfectamente que el libro lo comencé una noche de invierno a escribir en un cuaderno que me compré en el supermercado Bigger Oriente, cuando vivía en Osorno en la Residencial Punta Arenas.

Recuerdo cuando imaginé los capítulos de los traucos. Iba caminando por Osorno a mi trabajo como Profesor de Historia al Colegio Matthei. Ahí pensé; Los traucos deben hablar así, como paisanos sureños y su historia debe estar ligada a historias de chicas en el bosque que quieren seducir y las ingeniosas maneras que tienen para lograrlo, pero por su relación matrimonial con las fiuras, tienen una relación indirecta con la Cueva de los Brujos de Quicaví, pues las Fiuras trabajan para ellos y son quienes informan después de unos días de juerga en Cucao, la presencia de corsarios holandeses por las costas desde el sur de Chiloé.

Tanto españoles como criollos y veliches, ya tenían antecedentes de los holandeses pues en el año 1600 la ciudad de Castro fue destruida por Simón de Cordes. Como el viaje de Brouwer fue en el año 1643, pensé que seria una buena idea escribir el otro libro mágico de Chiloé junto con El Levisterio, que aparece en todas las versiones del duelo brujeril entre la bruja Chilpilla y José de Moraleda y Montero, llamado El Revisorio, que éste sería el nombre de un libro que trabaje la parte de la historia de la Gran Rebelión mapuche huilliche de 1598-1604.

Este libro El Revisorio, lo estoy trabajando ahora 2019 que terminé mi novela El Ajedrecista de Hitler. El Revisorio narra la historia de una niña que se transforma en machi, un niño que escribe un grafemario mapuche con caracteres mapuche, no caracteres occidentales abecedarios sino un verdadero grafemario mapuche y la incursión de los corsarios holandeses nuevamente, su guerra con los españoles y los brujos de la Cueva de Quicaví.

En este libro El Revisorio además están las historias de seres y personajes mitológicos que no entraron El Levisterio, como el Basilisco que se los voy a incorporar en El Revisorio, el Camahueto, la Pincoya, etc. y vienen a funcionar como dos libros de magia y leyendas chilotas, el cual seria un sueño ver publicados juntos en una edición de casi 500 páginas, pues estamos trabajando en una nueva edición del Levisterio con otra portada, un glosario y un mapa de Chiloé. Además como el poeta Jano Opazo que organizó con otra gente de la cultura en Puerto Montt el conversatorio recién pasado el sábado 31 de agosto del 2019 mencionaba, en Quellón existe el mito que allí murió el Trauco, esta versión se va directo al Revisorio, me al robo y la sumo a un libro que escrito por mí, no es mío.

Lo interesante aquí desde el punto de vista creativo, es la influencia que me dejó el estudio de la teoría de la historia, especialmente el trabajo con las fuentes, pues leyendo diferentes cartas en el Archivo de Indias sobre la destrucción de ciudades como La Imperial, Villarrica, Purén y Osorno en 1598-1604, me quedó la impresión que no existe una versión definitiva de los hechos, pues los autores se contradicen en las fechas, los cronistas se contradicen con los expedientes de servicios, las cartas se contradicen con expedientes y crónicas. En resumen, no existe una sola versión oficial de ninguna historia y eso nunca ocurrirá, pues todas las fuentes son subjetivas.

He ahí una diferencia metodológica entre la Historia como disciplina investigativa del pasado, el pasado mismo, la memoria y las versiones narrativas e historiográficas que existan sobre ese pasado ocurrido atrás en el tiempo y la literatura, pues todo es literatura..

Entonces dije, si esto ocurre en la historia y esta novela es histórica y mitológica, y además ocurre con mayor razón en la memoria y las metodología, perfectamente puedo escribir una novela, sobre cómo las diferentes versiones de la historia se van intercalando. Con mi amigo pianista que es un gran lector, decíamos que más que un collage sin sentido como hacen algunos escritores actuales de ficción que meten personajes de diferentes tradiciones culturales en la juguera del todo vale, aquí lo que pretendí hacer es un tapiz donde cada hebra encuentra su continuidad en una nueva versión de lo ocurrido.

Esto podría funcionar como una trampa, pero en el fondo sostengo que le da más riqueza al texto narrativo, lo lleva directamente a sonar como un texto mitológico y está directamente influenciado por la teoría de la historia. La sola palabra historia significa tanto disciplina investigativa como hechos del pasado, por lo mismo, en esta novela jugué con las diferentes versiones e interpretaciones de los hechos históricos y legendarios que se cuentan y de las diferentes versiones que se construyen. Por ejemplo con los traucos, tiene varios nombres de acuerdo a cómo se les llama en diferentes partes de Chiloé. Uno se llama Pompón del Monte y el otro de llama Macuco, y podría aparecer en El Revisorio un Machucho, un Chauco, etc. Tantos personajes traucos como versiones del mito hay en todo la zona cultural de Chiloé, tanto archipiélago como territorios adyacentes. Esto ha despertado un pequeño debate de cantinas, donde un par de poetas chilotes que se creen dueños del patrimonio cultural de Chiloé discuten que esto no es posible hacer y que estoy mezclando las tradiciones. En el fondo estoy mostrando las diferentes versiones que puede tener un mito o un hecho histórico, ya que no existe una versión de ello ni menos la versión que ellos quieran presentar, ni menos la versión que dicen defender y no presentan, pues este par de poetas chilotes, ellos saben quienes son, hablan más desde la envidia que desde el conocimiento, como dijo un amigo, desde un chauvinismo pobre.



 

 

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Brujos y Corsarios en el Chiloé del siglo XVII», (Editorial Austrobórea, 2017)
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