Ponencia para el festival Vértigo de los Aires Octubre 2009
Encuentro Iberoamericano de Poetas en Ciudad de México.
Museo Nacional de Arte
Mesa: INTEGRACIÓN CULTURAL
América Latina ¿Cultura para la integración?
Una sala chica, veintitrés pupitres dobles, un pizarrón
y un cuadro en donde San Martín y O`higgins se abrazan
Por Pablo Paredes M.
Primero:
En Chile no hay negros, se murieron todos, no por una enfermedad, no por el frío insoportable de la insoportable australidad de Chile. No de a poco. Se murieron todos el mismo día, todos en la misma batalla.
Segundo:
En mi curso de primaria todos los niños tuvimos sólo dos énfasis posibles, la cara de indio o la cara de europeo y lo que pudiese coexistir entre esos dos polos. Cada posibilidad étnica con un nitidísimo correlato socioeconómico, por lo mismo, en mi escuela éramos más bien de caritas redondas y amapuchadas, pero conocíamos la angulosa españolidad, incluso la rubiez caucásica que se alojaba torcida en tres de cuarenta y seis niños públicos. Pero negros o negras no habíamos visto nunca, sólo por la tele con un corte de pelo punk, cadenas de oro y un metralleta. Entonces cuando vi un negro por primera vez, ya no desde la televisión ochentera, no pude dejar de mirar su piel casi azul, lo invadí, pues su extranjería era inapelable, esa persona no era de aquí, ese color no era de aquí, pensé, yo era un niño de Chile y él debiese ser el rudo de otros “Magníficos” que existían en algún lugar de Estados Unidos. La tele mediaba sin si siquiera estar frente a mí. Su piel transformada en mí en un lejano estereotipo. Su piel vaciada de biografía para mí, pensaba que no teníamos las mismas batallas en los cuerpos.
Tercero:
El trato fue el siguiente, todo negro que peleara contra España, a cambio, recibiría su Libertad. Así, rápidamente, se llenó la primera línea del ejercito chileno-argentino, la carne negra de cañón. Esa batalla, la de Maipú, quedó inmortalizada, dentro de la historia oficial, por consolidar el proceso chileno de emancipación ante La Corona; y pictóricamente por el cuadro, miles de veces reproducido, en donde San Martín y O`higgins se abrazan desde sus caballos celebrando el triunfo. En el cuadro los negros no se ven, ni siquiera sus cuerpos caídos, sin embargo, no se trata de un error, pues el abrazo sucede varias horas después de que todos los negros fueron enviados abrir un flanco en el ejercito realista, flanco que abrieron pero a costa de terminar con pechos y rostros perforados por el plomo. El problema entonces si no es pictórico, pues es histórico. En Chile no sólo no hay negros en la calle sino que tampoco hay negros en su historia, no hay menciones en los textos escolares, no hay algún busto africano interrumpiendo a La Alameda.
Cuarto:
La memoria de las batallas, las con ceremonias bélicas y las que se evidencian en la soledad más absoluta del cuerpo, es la única forma de vernos sin aniquilarnos a nosotros mismos. Una batalla no es una batalla, son cientos de ellas. La batalla de Maipú que dieron los negros muertos de Chile, no fue por esa abstracción institucionalizada que llamaríamos Chile y que doscientos años después celebraríamos como si un país no fuera más ni menos que un equipo de fútbol. Para los negros muertos de Chile se trató de una batalla de cuerpo, porque en esos cuerpos la metáfora del yugo se despedazó como en las manos de un director artaudiano.
Volvamos, otra vez, a esa imagen, esa que no constituye cuadro de aula, pensemos en el campo repleto de cuerpos negros desangrados y vestidos con el uniforme de gala del ejército libertador, pues el de combate lo perdieron en la batalla anterior de la que lograron escapar, mantengamos esos cuerpo muertos en la cabeza.
Quinto:
Si la batalla es una suma de batallas, un ejército tiene dos posibilidades, la primera, que podríamos llamar el modelo sanmartin-ohigginiano, pero que evidentemente no es exclusivo de los próceres estos, ubica más adelante a quienes tienen una mayor urgencia del cuerpo. Primera línea los negros esclavos, segunda los pobres mestizos desangrados por la colonia y tercero los republicanos que por tener acceso a libros franceses de la época están llamados a permanecer en la historia al interior de cuadros de aula. La otra posibilidad es la de la solidaridad, la del frente amplio, la de la abolición de la carne de cañón.
Sexto:
Me enfilo hasta acá para abordar el tema de la mesa, la integración cultural de América Latina y pensando también en las posibilidades de integración política y económica. Me parece así que debemos distinguir para este proceso quiénes son la nueva carne de cañón y quiénes creen que estas batallas no son multidimensionales. Convoco a oponernos a esto, a levantar otro modelo de construcción de patrias y creo que una salida pudiese estar en ejercer la paradoja semántica, pues es justamente el levantamiento de la diferencia lo que verdaderamente nos integra.
Creo entonces que todo sujeto que ejerce principalmente sus fuerzas en el espacio de intercambio y tensión simbólica de una sociedad y que cree en la integración cultural de nuestros pueblos, debe visualizar a sus negros muertos y así obligar al espacio pictórico a mostrar todas sus manchas. Pienso que la construcción de una América culturalmente integrada necesariamente debe mirar hacia atrás y hacia abajo, antes que proponerse los hacia delante y los hacia arriba. Hay que llevar a los muertos a la fiesta de año nuevo.
Séptimo:
Quién son nuestros negros? Los míos creo son los pobres nacidos en Dictadura y mutilados en Democracia, los detenidos desaparecidos también son mis negros, las empleadas domésticas peruanas esclavizadas por la nueva clase alta chilena también son mis negras muertas. Y es así porque no son figuras heroicas necesariamente, quizás sí trágicas, figuras que nos hacen preguntarnos qué monstruosidad de idea de país se puede construir con la idea de carne de cañón. Qué felicidad más repugnante es la de esa familia chilena que para ser feliz debe arrebatarle la vida a una jovencita de Lima.
Octavo:
En Chile no hay negros, se murieron todos, no por una enfermedad, no por el frío insoportable de la insoportable australidad de Chile. No de a poco. Se murieron todos el mismo día, todos en la misma batalla. El rojo de la bandera chilena es por la sangre arucana, el azul es el azul del cielo y el pacífico y el blanco, la nieve de los andes y yo ahora tengo tantas ganas de pintar de negro a la estrellita solitaria.
Octubre 2009, Ciudad de México