El Director de “La Nana” cree que su nana es muy  feliz
        
          Por Pablo Paredes M.
         
        En Chile “nana” significa dos cosas: empleada doméstica y herida.  Casual o no, el nexo metafórico entre ambas acepciones, se descubre antes que  inventarse. Por eso no me llama la atención el interés que suscitó, tanto aquí  como afuera, la película “La Nana”. 
          
          En Chile daba la impresión que pudiese estar apareciendo, por primera  vez, una propuesta reflexiva, seria y  contundente, con respecto a esta pequeña  y común institución de nuestra sociedad. Y, en el extranjero, la rareza de la  palabra daba pie para conocer una institución muy rara de un país perdido en el  mapa. Movilizado por la primera opción, y hace ya varias semanas, partí al cine  dispuesto a ver la denuncia de lo violentísimo de esta institución que necesita  de mujeres pobres de Chile (o Perú) para “atender”, a tiempo completo, a  familias ricas de Chile, pero lo que encontré fue otra cosa: un guión y una  dirección que presentaba a una mujer que con su “amargura” volvía amarga su  vida como empleada, porque eso es lo que pasa en la película de Silva, de eso  se trata, y que nadie me diga que es sólo un retrato, pues, sinceramente  espero, que no sea materia de discusión que un retrato jamás deja de ser ni si  quiera (y sobre todo) en su perfección fotográfica, un propuesta ideológica.  Así el personaje de Catalina Saavedra, se entiende en su construcción  ideológica/dramática como una mujer que bloquea su felicidad a partir de su  “mala actitud” y esto se impone en la película a la posibilidad de que sea la institución  de “las nanas puertas adentro” la que, en realidad, esté bloqueando la  posibilidad de esta mujer de ser feliz. Da la impresión que Silva no se gasta  en pensar que esta nana puede estar amargada porque este esclavismo encubierto  le ha arrebatado su vida, o por lo menos, su dignidad como hacedora de su  futuro, es más, por momentos, la película parece proponer que esto que le pasa  a esta nana, sólo a esta nana le pasa y que todo el resto es capaz de encontrar  plenitud, no obstante, “algunos vicios” de la estructura. Y no es que le  demande al cine chileno en convertirse en un panfleto, lo mío es más simple:  hacerse cargo del discurso que se levanta, considerando los lugares con que  choca y los que concede, porque digámoslo, en Chile, y ya fuera del universo de  la película, una nana puertas adentro no tiene más futuro, que el futuro de la  familia para que trabaja y que mira satelitalmente, fracturándose, esta mujer,  en la administración de sus afectos y viéndose mutilada sexualmente porque no  tiene hogar ni calle. Siendo esto de esta forma, me lleno de pena y rabia, al  ver cómo prácticamente nadie, de tanto comentarista cinematográfico que ha  tenido el caso, grita que este “retrato” es una foto perversísima, cuiquísima y  que, finalmente, colabora a naturalizar un lugar en donde la Violencia de la diferencia  de clases llega a sus niveles más altos. Es una pena ver que ante una, sin  duda, buena ejecución de la actriz protagonista, todo el mundo se obnubile y  obvie lo que se está diciendo, el lugar que ocupa esta película en la discusión  abierta con respecto a si arreglamos o tapamos este gran cagazo que tenemos en  Chile con respecto a la distribución de la riqueza. Yo no sé a qué apuntaba la  campaña obsesiva por haber llevado a competir por un Oscar a una película que  en su gran subtexto grita: oiga, mujer  chilena pobre y triste, lo de pobre no es tan culpa suya, pero por favor  sonría, cómo no va a querer disfrutar su vida miserable al servicio de las  vidas fantásticas de sus patrones! No me mire así, si no quiere ser feliz ese  es un problema exclusivamente suyo.
contundente, con respecto a esta pequeña  y común institución de nuestra sociedad. Y, en el extranjero, la rareza de la  palabra daba pie para conocer una institución muy rara de un país perdido en el  mapa. Movilizado por la primera opción, y hace ya varias semanas, partí al cine  dispuesto a ver la denuncia de lo violentísimo de esta institución que necesita  de mujeres pobres de Chile (o Perú) para “atender”, a tiempo completo, a  familias ricas de Chile, pero lo que encontré fue otra cosa: un guión y una  dirección que presentaba a una mujer que con su “amargura” volvía amarga su  vida como empleada, porque eso es lo que pasa en la película de Silva, de eso  se trata, y que nadie me diga que es sólo un retrato, pues, sinceramente  espero, que no sea materia de discusión que un retrato jamás deja de ser ni si  quiera (y sobre todo) en su perfección fotográfica, un propuesta ideológica.  Así el personaje de Catalina Saavedra, se entiende en su construcción  ideológica/dramática como una mujer que bloquea su felicidad a partir de su  “mala actitud” y esto se impone en la película a la posibilidad de que sea la institución  de “las nanas puertas adentro” la que, en realidad, esté bloqueando la  posibilidad de esta mujer de ser feliz. Da la impresión que Silva no se gasta  en pensar que esta nana puede estar amargada porque este esclavismo encubierto  le ha arrebatado su vida, o por lo menos, su dignidad como hacedora de su  futuro, es más, por momentos, la película parece proponer que esto que le pasa  a esta nana, sólo a esta nana le pasa y que todo el resto es capaz de encontrar  plenitud, no obstante, “algunos vicios” de la estructura. Y no es que le  demande al cine chileno en convertirse en un panfleto, lo mío es más simple:  hacerse cargo del discurso que se levanta, considerando los lugares con que  choca y los que concede, porque digámoslo, en Chile, y ya fuera del universo de  la película, una nana puertas adentro no tiene más futuro, que el futuro de la  familia para que trabaja y que mira satelitalmente, fracturándose, esta mujer,  en la administración de sus afectos y viéndose mutilada sexualmente porque no  tiene hogar ni calle. Siendo esto de esta forma, me lleno de pena y rabia, al  ver cómo prácticamente nadie, de tanto comentarista cinematográfico que ha  tenido el caso, grita que este “retrato” es una foto perversísima, cuiquísima y  que, finalmente, colabora a naturalizar un lugar en donde la Violencia de la diferencia  de clases llega a sus niveles más altos. Es una pena ver que ante una, sin  duda, buena ejecución de la actriz protagonista, todo el mundo se obnubile y  obvie lo que se está diciendo, el lugar que ocupa esta película en la discusión  abierta con respecto a si arreglamos o tapamos este gran cagazo que tenemos en  Chile con respecto a la distribución de la riqueza. Yo no sé a qué apuntaba la  campaña obsesiva por haber llevado a competir por un Oscar a una película que  en su gran subtexto grita: oiga, mujer  chilena pobre y triste, lo de pobre no es tan culpa suya, pero por favor  sonría, cómo no va a querer disfrutar su vida miserable al servicio de las  vidas fantásticas de sus patrones! No me mire así, si no quiere ser feliz ese  es un problema exclusivamente suyo.
        Pero claro el Oscar, definitivamente, no es un concurso por el sentido  crítico y quizás estoy hablando de más.
        Por último, me acuerdo que vi en las noticias que a la avant premiere  de la citada película fueron todas las actrices, actores, equipo y director con  sus respectivas nanas. Definitivamente estoy hablando de más.
        
        
          5 de  diciembre de 2009