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        Por Pablo Paredes
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        Nos estamos acostumbrando a habitar sobre un terremoto que no se   detuvo, en un tiempo más será la quietud del suelo la que hará ladrar a   nuestros perros. Hace unos días, un avión se reventó contra el mar.   Veintiún personas están muertas y a la mayoría de los cuerpos el   Pacífico no los quiere devolver. Uno de esos cuerpos es del animador más   importante del Canal Público chileno. Mis amigos y yo tenemos una pena   que nos avergüenza un poco; no somos de los que ponemos el corazón cerca   de la tele, pero aquí estamos, y el humor negro con que pataleamos es   la evidencia más clara de nuestra afectación. Para explicarlo en   términos argentinos: Camiroaga no era Tinelli ni tampoco el Che Guevara.   Otro lugar es el que está en juego aquí. Después de su muerte, vimos   por primera vez los rostros de la televisión honestamente destrozados,   enfrentados a su propia performance, con el habla casi imposibilitada de   articular esos clichés con que nos inundaron después del 8.9º o durante   el rescate de los 33 mineros. Vimos además, y también por primera vez, a   Camila Vallejo, la vocera de los estudiantes, suspendiendo un paro   nacional, diciendo “Felipe apoyó este movimiento” y luego convocando a   marchar, pero con velas encendidas, por los muertos. Hace poco, la   Agrupación de Detenidos Desaparecidos declaró: “¿Cómo no empatizar con   quienes hoy han tenido que incorporar a sus vidas la palabra   desaparecido, la condición más inconclusa, sin vida y sin muerte. Es lo   que nosotros hemos vivido larga y dramáticamente y, sabemos, es el   sentimiento de las familias de los desaparecidos en las aguas de Juan   Fernández”.
        Es muy difícil conectar Conciencia Social con adiestramiento de   halcones o con fiestas en que el animador regalaba autos y motocicletas a   quienes trabajaban con él. Es prácticamente imposible –impresentable,   dirán algunos– esto de sólo intentar reivindicar la imagen de un   millonario excéntrico. Sin embargo, el caso tiene una complejidad que   explica esta pena chilena, tan transversal como el apoyo a una nueva   educación.
        A mí, el hombre me daba buena espina, algo en su humor me hacía   ubicarlo muy por sobre de los tarados y taradas que abundan a eso de la   11 AM en la señal abierta. Me gustaba verlo en esos días en que también   soy un dueño de casa solo, tratando de capear el silencio del   apartamento. Pero qué va, no puedo tapar millones de pesos con mi   simpatía hacia el difunto. Camiroaga recibía un sueldo que, puesto en el   contexto de la horrorosa distribución de la riqueza en Chile, no puede   sino resultarnos brutal. El tipo era encantador y, por lo mismo, al   igual que la inmensa mayoría de las estrellas de la TV chilena, su lugar   natural era permanecer en silencio frente a la contingencia, para así   no afectar su marca, para no desperfilarse, para no quedar al borde de   lo que el marketing llama el suicidio de imagen. Pero aquí va la rareza:   Camiroaga no guardó silencio, optó por correr el riesgo de “suicidarse”   e increpar al ministro del Interior de Piñera –y no desde la comodidad   de un programa político, sino en un matinal para dueñas de casa– y   decirle que la termoléctrica que el gobierno buscaba aprobar en el norte   de Chile era un acto de depredación, un crimen contra la naturaleza.   Fue también un activo y público defensor de la “Patagonia Sin Represas” y   no dudó en grabar un video que hoy se viraliza más que nunca: “Hola,   soy Felipe Camiroaga y quiero aprovechar esta instancia para dar todo mi   apoyo, desde mi cabeza, mi corazón y mi alma, a los estudiantes   chilenos”.
        No me parecería raro, no obstante los animales exóticos y los   contratos millonarios, que en las próximas marchas estudiantiles   aparezcan pancartas con un “Gracias, Felipe” o afiches que lo muestren   con la cinta celeste, símbolo del movimiento. No me parecería raro y,   además, lo creería legítimo. Es que si pensamos que la Televisión   Chilena no sólo ha guardado silencio, sino que además ha tendido a   criminalizar a los movimientos sociales del último tiempo, el gesto del   animador cobra una relevancia política fundamental y, probablemente,   constituye uno de los eslabones que explican por qué la derecha que   controla los medios masivos no ha podido impedir la irrupción de la que,   a mis amigos y a mí, nos gusta llamar la Primavera de Chile.
        En los últimos años el mar nos ha quitado mucho, a veces con la   complicidad terrible de los genocidas, otra veces sólo porque el cielo o   las placas se mueven y qué le vamos a hacer, ya cometimos el error de   levantar el país justo acá, en este rincón, así que, sea como fuere,   habrá que seguir marchando con alegría chilena, esa que lleva un poco de   pena, de rabia y bastante de paranoia, esa que me hubiese hecho decir:   no iré a tus fiestas, Felipe, pero encantado te acepto un café, o quizás   te invite uno yo, para agradecerte el gesto valiente de que hayas   mordido la mano que te daba de comer.