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MUSICA
EN POLVO SOBRE LOS PERROS DE LA CIUDAD
Sobre
El final de la Fiesta, de Pablo Paredes Muñoz (Santiago: Calabaza del
Diablo, 2006)
Por
Galo Ghigliotto
Hay fiestas en todas las
casas de Santiago. Estas fiestas son grandes y pequeñas, y no tiene nada
que ver con el tamaño de las casas. En una de esas fiestas un chico se
peina frente al espejo con la idea fija de que las estrellas brillarán
sobre su cabello y por lo tanto decide bautizar esa noche con su nombre, pero
cae en la cuenta de que los nombres que puede tener la noche pertenecen a otros
que no son él. Así que este chico traslada su propia fiesta a la
calle e invita a los borrachos, a los perros callejeros, a los niños del
Mapocho, a las mujeres solas, en definitiva, a los que pisan
la porción real de este mundo, y para ser más específicos,
de este país. Chile se llama Pablo Paredes en el espacio acotado por las
páginas de este libro, escrito desde atrás de la piel y reproduciendo
fielmente el relieve de un cuerpo que no es perfecto para un canon determinado,
pero más verdadero que nada y abierto para todo personaje del pasado o
del presente que quiera venir a ver cómo funcionan las cosas en una nación
larga y flaquita.
El final de la fiesta abre las ventanas de la ciudad
para dejar entrar una belleza que se construye con fotografías de micros
destartaladas que pasan por fuera de una casa sencilla mientras alguien instala
la animita de una niña violada en la orilla de un camino y una pandilla
de chicos punk escapa de la persecución de nazis mestizos en la Alameda
de las Delicias. Paredes dice cosas que son terribles pero el estoicismo afirma
el lápiz y delinea historias que brillan en donde no deberían, como
fuegos artificiales reflejándose en los ojos de un perro muerto sobre el
asfalto y es inevitable percibir la sensación de ciudad corriendo como
viento en algún lugar de nuestro interior cuando nos dejamos inundar de
la extraña mezcla de emociones que en forma impecable el autor logra contagiar
como si hubiese moldeando un cuerpo que nos traspasará al salir de cualquier
puerta una vez concluida la lectura del libro.
Un catalizador de la sangre
puede ser la ternura. Ojos grandes puestos sobre la tierra pueden alcanzar lo
más bajo y lo más alto, y es tal vez ahí donde reside el
éxito de Paredes en aunar nódulos tan distintos y armar con lanas
coloridas que suben y bajan un telar que sirve para cubrirse en cualquier invierno.
El vértice desde donde se ubica Paredes para referirse a lo social es bastante
infrecuente en la poesía actual de Chile aunque parezca extraño,
ya que la marginalidad se ha abanderado menos con las diferencias sociales que
con el tema de género; en El final de la fiesta el enfoque es el
hilo de un bordado que lo atraviesa todo, dando por sentado que la debilidad o
el poder no es algo que tiene que ver con las minorías, sino con la actitud
esquema de un pueblo maltratado más adentro del sexo y la piel, en un punto
donde el cuerpo no sabe si es hombre o mujer pero de todos modos conoce la pena
y el dolor.
Sé que no puedo pedir que le reces a esta heterosexualidad
devastada / hay viudas que se vistieron de rosa / yo compro juguetes usados que
las madres les hurtan a los hijos muertos / sé que mis estigmas han sido
hechos con lápiz pasta rojo / pero dígame usted amada Reina de las
Lesbianas: acaso no es cierto que un clavo o un lápiz causan el mismo dolor
cuando un soldadito chileno-romano los entierra en los tobillos piñiñentos
de un huérfano en diálogo esquizofrénico con el cielo torcido?
/ claro que es lo mismo /
(de La Reina de las Lesbianas
y Yo, pag. 87)
La poesía de Pablo Paredes abre puertas porque
es verdadera, algo notable porque siendo la poesía el mundo de la mentira,
hacer arte con las piedras es casi tan milagroso como convertirlas en pan.