
        La Dictadura bajo 600 metros.
(o lo que  parecía una cartita de amor)
        Por Pablo Paredes M.
        
        
         Cuando el papel escrito con el lápiz rojo de la mala educación subía  por la “paloma” a la superficie de ese paisaje desértico, diciendo estamos  vivos los 33 y el fondo cuadriculado se hacía famoso al instante, saliendo en  vivo por los medios de Chile y el mundo, acá, tremendamente lejos de allá, la  gente comenzaba a amontonarse en Plaza Italia como lo hace siempre frente al  triunfo deportivo. Distinguir entre una foto de esa celebración y la de la que  hubo semanas antes tras un triunfo de la selección Chilena en el Mundial de  Fútbol sería imposible, sin embargo, algo en el celebrar la vida de estos  “viejos” lograba emocionarme. Probablemente me tranquilizaba saber que no era  el fútbol lo que generaba esta postal, hasta hace un tiempo exclusiva de esta  industria. Esa tarde fui al cine a ver una película independiente  norteamericana. La película era horrible y yo estuve con la sensación de que  debiese estar en Plaza Italia y participar, o por lo menos observar, de la que  me parecía, en mi grosera ingenuidad, un refundación emotiva del país, un nuevo  encuentro de sentido para ejercer la alegría. Las semanas han pasado y me ido  reconciliando con mi ida al cine y con la película, con esa tragedia de la  falta de tragedia que caracteriza a los artistas independientes de Estados  Unidos de la misma manera que lo hace con los artistas chilenos del ABC1.
        En fin, La emotividad de Chile no cambió, sin embargo, otras cosas se  movieron profundamente. Llego incluso a estar de acuerdo con Piñera: Chile dejó  atrás a la Dictadura  como su principal subtítulo. De alguna manera la larguísima (incompleta quizás  diría Garretón)  transición chilena concluye en su plano simbólico  -deliberadamente dislocado del político- con la “épica” de los mineros. Esos  1000. 000.000 de telespectadores del mundo reinscribieron el muchas veces leve  registro de Chile. Así, el proyecto de reposicionamiento echado a andar en  Chile durante los 90 con la metáfora del Jaguar Latinoamericano se reactiva en la medida que se  consuma. Aunque claro, esta vez la operación discursiva es aún más compleja que  la impulsada entre 1994 y 1998 en donde los mass media, teniendo como coartada  los altos índices de crecimiento macroeconómico del país, y la complicidad de  la también neoliberal Concertación, crearon la imagen de un “Desarrollo ad  portas y transversal”. Esta vez una tragedia en una mina que pudo haberse  explicado desde la falta de fiscalización y el desinterés frente a la dignidad  laboral de los mineros chilenos, se transformó, expuesta y editada por los  mismos medios pro-jaguar, en una especie de gesta de la eficiencia y eficacia  del modelo neoliberal chileno, como abiertamente lo publicitara uno de los  hermanos del presidente citando en sus portales web al The Wall Street Journal  que rezaba: "El rescate de los mineros chilenos es una tremenda victoria  para el modelo de libre mercado". Esta discursividad además vino a  engranarse con los nuevos altos niveles de crecimiento macroeconómico, que  después de más de 10 años, volvieron a elevarse por sobre el 7% aunque esta vez  inflados por la alta inversión en reconstrucción post-terremoto, por lo que  indefectiblemente el índice bajará en los próximos meses, cosa en la que las  vocerías del Gobierno no se detienen a aclarar y sólo insisten con la  “eficiencia empresarial” que estaría permeando al Ejecutivo tras la llegada del  ex dueño de Lan, Chilevisión y Colo-Colo.
        Este alto crecimiento macroeconómico, más discursividades que permitan  y constituyan la exaltación de lo nacional, parece ser la fórmula que más  acomoda al neoliberalismo chileno, pues es en este terreno cuando queda en  mejores condiciones de neutralizar cualquier intento contrahegemónico. La  bandera rajada en su centro sale de la escena/terremoto que la vio nacer (o  morir) y tras acompañar a la selección chilena a Sudáfrica llega al Campamento  Esperanza a mirar el agujero del país. La bandera rota, simboliza así la  persistencia de lo patrio, constituyendo la dualdidad terremoto/reconstrucción  de la misma forma que sucede con accidente/rescate. La bandera rota le da el  marco fílmico a un relato funcional y dirigido –que ya no necesita ser  concertado en una reunión secreta- y que busca legitimar un particular modelo  de desarrollo, instalando una narración holliwoodense que reemplaza la  posibilidad de análisis sociohistórico.
        La llegada de la   Derecha al gobierno, esta vez ya sin necesidad de aviones  bombardeando La Moneda,  el Terremoto de Febrero y la “épica” de los mineros termina por construir un  nuevo Chile que, como lo hacen algunos países en algunas novelas y películas,  va a despegarse  de su continente y brillar como un espacio en donde la Tragedia implica una  resolución positiva, es decir, su propia negación.
        En esta operación el rol de los mass media tiene múltiples brazos,  aunque destaca una táctica que venían ensayando hace varios años: rebotar lo  que “se dice” de Chile en el mundo para crear un decir de Chile en su interior.  El tejido mediático resultante es de semejante contundencia que mientras  decenas de cámaras filman al Presidente y al Ministro de Economía, éstos actúan  como si esas cámaras no estuvieran ahí y luego una vez pasado el rescate ese  mismo gobierno es capaz de generar merchandising y llevarle a la reina de  Inglaterra un réplica del papelito de los trabajadores enterrados de Chile,  cosa que no puede dejar de recordarme la patética creatividad de los  empresarios chilenos cuando se autopremian en Casa Piedra.
        Este capitalismo patriótico (algunos amigos preferirían decir :  patriotero), distinto por cierto del Capitalismo Nacional, parece lograr al fin  inscribirse en la lógica portaliana final, usufructuando de los cambios  estructurales hechos con hambre y fuego durante la Dictadura, pero  renegando de ésta como un componente de su nuevo espacio simbólico, logrando  así constituir un “otro” dentro de una región homogénea, caricaturizada y  denostada sistemáticamente por Europa y Estados Unidos. El “hacerlo a la  chilena” pasa a significar una mezcla de alta factura e ingenio. El destello de  éxito de los 90 puede ser hoy inscrito dentro de una tendencia positiva  iniciada con las reformas de los Chicago Boys a la economía nacional durante  los 80 en plena de la   Dictadura. Pero algo sigue faltando, ahí está el otro agujero  de Chile. No hay refundación emotiva, ni grandes cambios en la legislación  laboral, menos algo así como un plan de redistribución de las riquezas. Parece  que hay que seguir desconfiando de las celebraciones en Plaza Italia y no  dejarse engañar por papelitos que parezcan cartas de amor de niños, saber que  las cartas de amor no salen por tele.
        21 de octubre de 2010