
        
        Pablo Paredes,  poeta y dramaturgo:
“A la masividad no le temo; al  contrario, creo que hay que apostarle, que no podemos entregarla”
        Por  Camilo Brodsky
          (El  Desconcierto N°4)
      http://eldesconcierto.cl/
         
        
        
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        Pablo es de los escritores que se  toma en serio la política. En serio pero sin gravedades, como su llegada a la  poesía, su paso al teatro o su más reciente incursión en el cine y la  televisión. Así es que hablamos de eso, de la falta de gravedad, del teatro, de  cómo le pena a veces a la política un poco de poesía y amor al otro.
        - Tú llegas a  esto de la escritura inicialmente a través de la poesía. ¿Cómo arribas ahí? 
          - Hay varias líneas con las que me explico la  situación. La primera y más directa es que mis papás se conocen en un taller  literario, los talleres “Andamios”, durante la dictadura. Mi papá conoce a mi  mamá porque en el primer concurso literario que hace la Vicaria de la  Solidaridad el hermano de mi mamá, Luis Alberto Tamayo, gana en narrativa, mi  papa gana en poesía popular y se hacen amigos; ahí Tamayo comete el error de  presentarle a su hermana, y aquí estamos. Esa es la línea sanguínea. Por otro  lado hay estímulos que tienen que ver con el imaginario, que tienen que ver con  mi infancia en distintas poblaciones, con vivir en una casa de la pobla pero  repleta de libros, lo que generó posibilidades distintas a las de mis vecinos.  Y claro, hay otras perspectivas más adolecentes, como haber generado ciertos  refugios. Eso es lo histórico.
    
  - Tú fuiste  dirigente de la “Jota” en la Enseñanza Media, antes de la “Revolución Pingüina”  del 2006.
          - Bien antes. Fui presidente de la Feses (Federación de  Estudiantes Secundarios de Santiago) el año ‘99. Luego vino un proceso, no sé  si desencanto es la palabra, pero sí de querer buscar otras formulas. Y en esto  de buscar otra fórmulas de agitación pensé, “bueno, esto hay que escribirlo”, y  toda esa carga política partidaria se traspasó al espacio poético, donde se  juntó con mi intimidad, con mis pulsiones más profundas, con ciertas nociones  estético-políticas.
   
  - Llegas a la  poesía por la política, entonces, en la medida en que es una herramienta  política. 
          - Es bio-político, en el sentido de lo biográfico, pero  claro. Nunca tuve con la literatura una relación de “diario de vida”; quería  que fuera leído por otro y generar dialogo, generar discusiones.  
        - Pero después  te empiezas a abrir a otros espacios, a otros ángulos, más allá de la política.  ¿Cómo fue ese proceso de apertura?
          - Quizás como en mí lo político se funda desde lo  materno, lo paterno y lo poético, en términos concretos política y ternura no eran  cosas que estaban separadas. Cuando me doy cuenta de que fuera de mi  microcosmos sí eran espacios separados me vino la urgencia de hacer esa  costura, y probablemente el escribir tiene que ver con hacer esa costura para que  en la política estén la rabia y la ternura, que sean parte de un mismo muñeco  que uno está tejiendo o costureando. Eso tiene que ver justamente en esto de  renunciar al diario de vida y optar por la vida, en donde hay una dimensión  pública permanente porque hay un “otro” permanente. 
        - En algún  momento te empezaste a vincular con la “novísima”, un lote que termina  alcanzando visibilidad en la cosa poética reciente y con el cual, además de  afinidades y complicidades, hubo divergencias, sobre todo en torno al asunto de  la politicidad del texto. ¿Cómo se va generando ese encuentro? 
          - Es difícil, porque hoy todo el gremio esta  híperpolitizado, y me parece una súper buena noticia, pero cuando yo empiezo a  vincularme llegué medio tarde, cuando los grupos estaban armados. Por suerte mi  pandilla y mi trinchera me acogieron muy bien, y me permitieron ciertas luces;  pero me acuerdo también de venir con esta carga, me acuerdo de haber sufrido el bullying porque estaba planteando lo  político en un contexto en que había sido ferozmente cancelado y ridiculizado.  Era muy mal mirado a principios del 2000 intentar hacer esta costura entre  política, ternura y poética. 
        - ¿Por qué crees  que pasó eso? Porque efectivamente hubo una reacción jodida en algunos ante lo  político.
          - Creo que estábamos viviendo una desgana generalizada,  que el desencanto con el proyecto de la Concertación estaba, pero aún no era  capaz de generar propuestas o salidas. Simplemente se vivía el estado de  desencanto. Yo decía “tenemos que reinstalar códigos, tenemos que hablar de la  pobreza desde otra óptica, tenemos que reapropiarnos de los conceptos de  patria”, era una cuestión más activa. Pero si bien sufrí bullying de algunos pares, esos mismos pares estaban  re-diagnosticando en su escritura esto. Algunos textos previos a la “Revolución  Pingüina” del 2006 me parecen súper coherentes en relación a lo que iba a  explotar, había una sensación de que venía algo.
        - ¿Hay otros  discursos donde te halles, otras escrituras con las que te encuentres en  términos poéticos aparte del espacio de la “novísima”?
          - Hay otros lugares, que se vinculan con que no me  gusta la trinchera etaria porque creo que es una trinchera ficticia, muy de  segmentación de mercado. Esto es mucho más amplio, y me gusta justamente el  concepto de pandilla multigeneracional porque es lo que permite hacer  diferencias importantes. Hay gente que tiene mi edad y en términos de propuesta  poético-política no tenemos absolutamente nada que ver; y hay gente que tiene  50 ó 60 años y yo digo “yo soy de estos”, absolutamente. Cuando te digo que hay  lugares que son propios y que se comparten influencias, creo que ha sido la  bonita influencia, que no ha habido paternalismo sino que ha habido fraternidad  y unidad, y ahí indudable que están José Ángel Cuevas, Bruno Vidal, Zurita, tú,  Jaime Pinos. Son voces que siento en cercanía y complicidad absoluta.
        - Pensando en  esta pandilla multigeneracional, ¿cómo ves la poesía chilena? ¿Hay un motor que  esté andando y generando propuestas?
          - Hay fenómenos en la creación poética, para hablar de  fenómenos y no de autores en particular, que me interesan mucho. Uno es el  taller y colectivo “Moda y Pueblo” que generó el Diego Ramírez, que me parece  que es algo a lo que hay que ponerle mucha atención. Ahí está pasando algo  increíble, que efectivamente ha dado continuidad a ciertas búsquedas. En “Moda  y Pueblo” tomaron la bandera de la rebeldía sin renunciar ni una pizca a lo  bonito o a lo tierno, y esa huevada es completamente novedosa.
          
          Lo otro es que en los últimos ocho años ha habido un  alto interés del mundo teatral hacia la creación poética reciente. De hecho,  ese interés me ha llevado a terminar haciendo dramaturgia. Son bien importantes  en las escuelas de Teatro las referencias que hay del mundo poético, es bien  impactante cómo en las lecturas de poesía cada vez hay más gente del teatro.  Creo que eso implica una nueva posibilidad de dialogo más o menos inédito. Es  el matrimonio que hay que hacer. Con los otros géneros los matrimonios son más  complicados, pero creo que la dramaturgia y la poesía chilena se tienen que  topar, y el teatro hace rato que está cerrando el ojo, entonces sería bueno que  la poesía se hiciera cargo del coqueteo. 
        - Hablando de  teatro, ¿cómo llegas tú a la dramaturgia? Porque ahora se te ve más en esa  cuerda que en la poesía.
          - Una de las primeras cosas que hice en teatro fue una  obra de Recabarren, pero después hice una chiquitita que se  llamaba “Curarse”,  en el año 2008, ya más en el circuito formal, que quedó seleccionada en la Muestra  Nacional de Dramaturgia y tuvo una presentación en el Teatro Nacional, que  estaba repleto. “Curarse” era una obra que no te tiraba un rollo muy distinto  al que tiro en mis textos, y ese teatro hará unas 500 ó  700 personas. Yo tenía un libro publicado con  200 ejemplares y otro con 300, y en un día ese mismo nivel de dialogo había  sido alcanzado por este espacio representacional. Ahí yo dije “acá hay un  espacio de amplificación que tiene otra velocidad, tiene otro ritmo, que me  interesa porque me interesa esto de lo discusión”. O sea, estoy haciendo  teatro, haciendo poesía, porque quiero discutir algo, entonces desde ahí me  parecía interesante. También hay una cuestión que tiene que ver con los  placeres más puros: me encanta lo representacional, también hay algo bello ahí,  porque si no suena como “este es mi proyecto político, cómo lo tiro pa’ que  llegue a más gente”.  Lo otro es que hay  un vínculo con el teatro que es mi generación en el Barros Borgoño, donde  recibimos una muy mala educación, sobre todo quienes éramos humanistas, un  abandono total, y sin embargo mis compañeros de curso son unos huevones a los  que yo encuentro geniales. Fui compañero de curso de Javier Riveros, y él entra  a la Escuela de Teatro de la Chile y de repente era el dramaturgo de Rodrigo  Pérez, y estaba haciendo una obra que se llama “Provincia señalada”, una obra  tremenda que fui a ver y no podía creer que eso era el teatro, yo no sabía que  el teatro era eso, y este huevón era mi partner,  mi mejor amigo, con él habíamos hecho política, era el huevón que me metió a la  “Jota”. Otro compañero de curso era Gopal Ibarra, director; el Camilo Becerra,  director de cine; y todos estos huevones eran con quienes chacoteaba y hacíamos  política en el colegio. También tiene que ver con que creo mucho en el  escribir. Últimamente he estado trabajando de columnista, escribiendo ensayos,  estoy activo políticamente, revisando los discursos, escribiendo las cartas,  entonces creo en las posibilidades múltiples de la escritura.
llamaba “Curarse”,  en el año 2008, ya más en el circuito formal, que quedó seleccionada en la Muestra  Nacional de Dramaturgia y tuvo una presentación en el Teatro Nacional, que  estaba repleto. “Curarse” era una obra que no te tiraba un rollo muy distinto  al que tiro en mis textos, y ese teatro hará unas 500 ó  700 personas. Yo tenía un libro publicado con  200 ejemplares y otro con 300, y en un día ese mismo nivel de dialogo había  sido alcanzado por este espacio representacional. Ahí yo dije “acá hay un  espacio de amplificación que tiene otra velocidad, tiene otro ritmo, que me  interesa porque me interesa esto de lo discusión”. O sea, estoy haciendo  teatro, haciendo poesía, porque quiero discutir algo, entonces desde ahí me  parecía interesante. También hay una cuestión que tiene que ver con los  placeres más puros: me encanta lo representacional, también hay algo bello ahí,  porque si no suena como “este es mi proyecto político, cómo lo tiro pa’ que  llegue a más gente”.  Lo otro es que hay  un vínculo con el teatro que es mi generación en el Barros Borgoño, donde  recibimos una muy mala educación, sobre todo quienes éramos humanistas, un  abandono total, y sin embargo mis compañeros de curso son unos huevones a los  que yo encuentro geniales. Fui compañero de curso de Javier Riveros, y él entra  a la Escuela de Teatro de la Chile y de repente era el dramaturgo de Rodrigo  Pérez, y estaba haciendo una obra que se llama “Provincia señalada”, una obra  tremenda que fui a ver y no podía creer que eso era el teatro, yo no sabía que  el teatro era eso, y este huevón era mi partner,  mi mejor amigo, con él habíamos hecho política, era el huevón que me metió a la  “Jota”. Otro compañero de curso era Gopal Ibarra, director; el Camilo Becerra,  director de cine; y todos estos huevones eran con quienes chacoteaba y hacíamos  política en el colegio. También tiene que ver con que creo mucho en el  escribir. Últimamente he estado trabajando de columnista, escribiendo ensayos,  estoy activo políticamente, revisando los discursos, escribiendo las cartas,  entonces creo en las posibilidades múltiples de la escritura.
        - ¿Cómo está la  dramaturgia chilena? ¿Está surgiendo algo ahí?
          - Hay nuevas voces interesantes, que hay que ver en qué  decantan. Hubo hace algunos años un vacío de dramaturgia nacional importante,  que probablemente fue lo que provocó que se volcará el ojo a la poesía, pero  ahora hay voces súper relevantes. Por ejemplo Guillermo Calderón, autor de  “Neva”, “Diciembre”, “Clase”, es un monstruo precioso. “Neva” es una de las  cosas más bellas que he visto y leído. Luis Barrales, que ha logrado crear un  lugar de reflexión distinto y absoluto. Elisa Zulueta, lo que hizo con  “Gladys”, que ha logrado traer a gente que se había escapado del teatro. Creo  que se vive una súper buen momento para la dramaturgia en el teatro nacional,  que no es casualidad que los últimos cuatro Altazores sean de dramaturgos más o  menos jóvenes. Eso es un indicador súper concreto.
        - Ahora estás en  otra transición, porque se está haciendo una película en base a “Las  analfabetas” y estás en tus primeros escarceos con el guión televisivo, con la  serie “El reemplazante”. ¿Cómo se ha ido dando eso, cómo ves la entrada en  estas discursividades, en esos formatos aun más masivos?
          - Es parecido. Cuando se me hizo la propuesta de hacer  tele estuve muy contento , no porque esperara que me llamaran de la tele; de  hecho, no es un lugar que me interese en particular, como tampoco soy una  persona que desprecie la tele: creo que es una huevada gigantesca que hay que  tomarse. Yo quiero estar en ese espacio, quiero discutir. La tele tiene una  cuestión que hace que las autorías se tiendan a diluir, es una labor más de  equipo. Hay que buscar cruces. Creo que se generó ahí un buen material y estoy  súper orgulloso de poder ser parte de una serie que va a hablar acerca del  movimiento estudiantil. Como habla una serie, claro, donde vai a tener el  triángulo amoroso, el beso que se dan o el beso que no se dan; porque estás  contando una ficción donde hay personajes, eso quiero dejarlo claro, no quiero  levantar expectativas. No es un documental, pero sí hay ciertas reflexiones. En  cierto sentido, el que TVN esté haciendo esta serie es un triunfo del  movimiento estudiantil. Me siento súper tranquilo de estar ahí, a la masividad  no le temo; al contrario, creo que hay que apostarle, porque creo que no  podemos entregarla, tenemos que ir a esa discusión, tenemos que estar en esa  pelea. 
        - Tú te pegaste  un repliegue de la actividad militante más formal, que ahora entiendo se ha ido  rompiendo, has ido volviendo al activismo político: estás metido en el tema de  Revolución Democrática, metido en la campaña de Josefa Errázuriz en  Providencia. Desde ahí, y juntando un poco lo que haces, lo que hemos ido  hablando, ¿cómo ves que está operando la relación entre creación literaria,  entre textos, entre poesía y política en definitiva? ¿Cuál es el rol que le  cabe al arte en el tema?
          - Ya que me llevaste a temas grandes voy a caer en el  mal gusto de las respuestas grandes, aunque para mí la cuestión es más o menos simple  cuando la llevo a lo grandote, que es cuando te preguntan: ¿Una obra de teatro  es capaz de cambiar Chile? No, no es capaz. ¿Un libro de poesía es capaz de  cambiar Chile? No, no es capaz de cambiar Chile. ¿Una serie de televisión?  Tampoco es capaz. ¿Un movimiento político, en el que estoy siendo parte ahora  con todo mi corazón, como Revolución Democrática? Tampoco. Lo que cambia Chile  es el engranaje entre esos distintos elementos. Entonces lo que he apostado y  creo es que si uno tiene intenciones verdaderas de cambiar Chile de manera radical  tiene que entender que hay que  comunicar  los engranajes; o sea, se necesita comunicar los engranajes y desde ahí es que  me encanta ser el poeta y dramaturgo-comunicólogo que está en Revolución  Democrática generando esos nexos, me gusta estar trabajando en cultura en la  campaña de la Josefa, porque creo que en esto tenemos que generar  coordinaciones, porque finalmente esto se trata de levantar un movimiento  contrahegemónico, y para eso necesitas distintos brazos. Desde ahí también creo  que estaba muy incómodo simplemente escribiendo, no porque no me pareciera  relevante, sino porque yo decía esto es política coja, de la misma manera que  cuando militaba decía esto es una cojera. Entonces ahora siento que esto es  andar con las dos patas.