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Pablo Paredes y sus poemas de la estampida
"Los animales por dentro", Ediciones El Mercurio, 2020, 94 páginas


Por María Teresa Cárdenas M.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 29 de marzo de 2020


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Poeta, dramaturgo y guionista, el autor chileno ganó la 28a versión del Premio Revista de Libros con la obra Los animales por dentro (Ediciones El Mercurio). El tradicional certamen literario es organizado, desde 1991, por "El Mercurio" y CMPC.

La entrevista es por correo electrónico, como corresponde en estos días. Más aún en el caso de Pablo Paredes Muñoz (Santiago, 1982), quien llegó hace poco más de una semana de Europa, vía Madrid, y empezó de inmediato su cuarentena. "Llevo diez días con dos gatos y un montón de plantas", dice desde su departamento en Seminario. Entre muchas otras cosas, el coronavirus obligó a suspender la ceremonia del Premio Revista de Libros; no obstante, la obra ganadora, Los animales por dentro, ya está publicada por Ediciones El Mercurio, y se le entregó a su autor el premio.

Ganador del Altazor de Dramaturgia 2011 por su obra "Las Analfabetas", y como coguionista de televisión por la exitosa serie "El Reemplazante", en 2013, Pablo Paredes tiene un camino recorrido en la creación. Con una licenciatura en Comunicación Publicitaria de la Usach y un magíster en Comunicación Política de la U. de Chile, ha publicado cinco poemarios —el primero, en 2004 y su dramaturgia ha sido estrenada dentro y fuera de Chile. Su trabajo con la palabra se extiende además a la docencia y a la política: en 2014 fue coordinador nacional de Revolución Democrática, y vocero del Movimiento Marca AC, en 2015. "He andado siempre entre la creación literaria, la comunicación social, la semiótica y el análisis del discurso", afirma.

En Los animales por dentro, Paredes habla por boca y vivencias de zorros, perros, gatos, un zunzuncito, polillas, osos. Y del huemul, que destaca en esta fauna. Oscar Hahn, Elvira Hernández y Adán Méndez, que por unanimidad premiaron esta obra, coincidieron en que no es una fábula. Y el autor también lo dice en uno de los últimos poemas del libro. "Intenté estar más cerca del bestiario que de la fábula o la alegoría", explica.

Los animales fueron parte de la realidad de Pablo desde su primen infancia, en la población José María Caro, donde sus padres vivían de allegados en la casa de su abuela Olga Parod. Él fue el primer hijo. "Cuando niño, la perra que teníamos entraba y salía de la casa cuando quería —recuerda— Parecía más un acuerdo de beneficio mutuo que una familia con una mascota. De hecho, no se llamaba 'Chola' ni 'Pelusa', sino 'Jessica', el nombre que podría haber tenido una hermana mía. Siempre me enseñaron a respetar a todos los bichos, a saberme un quiltro más. Hubo un tiempo en que en el patio teníamos pidenes, unos pájaros muy elegantes y misteriosos, era algo así como los jardines del rey en medio de la José María Caro. Después, mi papá tuvo una lora que cuando se murió supimos que era un loro, pero que siguió siendo lora en el recuerdo familiar. Gran parte de los muebles estaban cagados y a casi nadie le importaba. Cuando se murió, vi llorar, por primera y única vez, a mi papá".


¿Recuerda cuándo y en qué circunstancias empezó a escribir poesía?
—Se me viene a la cabeza la casa de al lado. Habré tenido unos 11 o 12 años. El papá de los niños es heladero y se va a suicidar, a los niños les van a pegar y después los van a separar, y la cumbia siempre fuerte. Me acuerdo con ese fondo escribiendo mis primeros poemas, quizás con rimas en cualquier parte, quizás todavía queriendo ser más una canción, pero yo ya les decía poemas. Tiempo después empecé a mostrarle lo que escribía a mi papá; raro elegir al papá, pero así fue no más.

Más tarde "nos salió casa y nos fuimos a La Granja". Y finalmente, la familia llegó al paradero 18 de Gran Avenida. Siendo adolescente, Pablo publicaba una revista en su liceo, el Barros Borgoño. "Debe haber sido como el 98. Teníamos un taller literario con Jaime Rodríguez y el Gopal Ibarra, y escribíamos poemas en medio de la clase de matemáticas".

¿Cuánto influyeron sus padres u otros cercanos en esta afición poética?
—Mi familia es una que mira pájaros, discute de política y que escribe sin parar, incluso cuando están hechos pedazos. Mis papás eran parte del mismo taller literario antes de que yo naciera. En "Talleres Andamio" escribían poesía, pero también era de las pocas formas de organización y encuentro que permitía la dictadura. En ese cruce nací y supongo que nunca me fui muy lejos de ahí.

¿A qué edad empezó a elegir sus lecturas y qué significaron para usted?
—Un día, los libros de la casa me cayeron encima. Era una casa pobre, pero repleta de libros, quizás hacía hasta menos frío por eso, y no lo digo como metáfora. La cosa es que dos libros me volaron la cabeza preadolescente: La confesión de un granuja, de Esenin, y una antología de Cardenal. De ahí no paré más. Encontré Ternura de Gabriela Mistral y, entre medio, se me iba colando mucha literatura científica. En mi casa estaban los tomos de La Expresión de las emociones en el hombre y los animales, de Darwin, que me parecían un manjar. Como jamás dejé de ver tele, los monos animados se fueron transformando en documentales sobre animales y, por supuesto, más poesía. Y claro, los casetes de Los prisioneros que me prestaba el hermano menor de mi mamá. Pienso en todo eso como mis libros, como lecturas.

El libro está dedicado a Manuel Paredes Parod, su padre. "Cuando terminé el libro, mi papá se estaba muriendo. Estábamos con la cuenta regresiva de su cáncer terminal. Quería que lo leyera, porque siempre leyó todos mis libros, porque casi mi único taller de poesía fue él, pero ya se cansaba mucho. En ese momento, todo se trataba más de apretarse las manos, hacerse cariño e intentar algún chiste entre pastilla y pastilla. El libro estaba lleno de mi papá, los huemules corrían por él y eran él. Él estaba intentando escribir un poema sobre Yuri Gagarin, quería que fuera su último poema, pero no alcanzó a escribirlo, así que no pude ni voy a poder leerlo. Un empate, un bonito empate.


Una arquitectura de animales

Pablo cuenta que desde el principio el libro fue una unidad. "Este poemario es, o me gustaría que fuera, un venado, de cien patas, pero un solo venado. O de otra forma, el animal que me interesa está hecho de muchos animales respirando por los mismos dos pulmones", afirma. Sin embargo, algunos capítulos los escribió durante el año pasado y otros son de hace unos cinco años. "Varios se transformaron; otros están tal cual —explica—. Los osos y los zunzuncitos fueron los primeros; los últimos, los huemules, pero siempre supe que el libro tenía que intentar ser una arquitectura de animales".

En el libro están presentes la enfermedad y la muerte. ¿Es la poesía una manera de procesarlas?
—No creo en la poesía como terapia de nada. Es una parte de la enfermedad, de la muerte, de la esperanza. Es todo a la vez y chocando. Este libro no es la forma en que enfrento el cáncer de mi padre, es el cáncer de mi padre. Están todas sus contradicciones, porque incluso en el cáncer más de mierda aparece una ternura y en las ternuras más grandes se asoma la rabia. Por eso es un libro de animales, de una estampida si se quiere.

¿Y en eso se diferencia de los anteriores?
—No sé. Quizás es un libro que quería hacer del relato de la enfermedad un relato del país, de la biología. Pero todo cambió o giró. El estallido social reescribió todos los libros y ahora el coronavirus va a hacer lo mismo. Son tiempos en los que al teclado le están pegando más cosas que los puros dedos de uno.

¿Por qué lo presentó al Premio Revista de libros?
—Porque es un concurso cargadísimo de historia y había un muy lindo jurado; de hecho, Elvira Hernández es un nombre fundamental para mí y para mi generación. Y, claro, estaba la posibilidad de financiar más tiempo de escritura.

Los tres jurados destacaron la originalidad de su propuesta. ¿Cuáles son los maestros que le permitieron llegar a este estilo propio?
—Me gusta más la idea de compañeros y compañeras, de pandilla. Obviamente podría hablar de los muertos que amo, de Mistral, García Lorca o los soviéticos. Pero de verdad, lo veo más parecido a las películas "Stand by me" o "Mid9Os". En la primera, yo soy Gordie, o quizás el niñito de lentes, y el resto de la casa en el árbol son Héctor Hernández, Paula Ilabaca y Diego Ramírez. Y en la segunda, soy como el cabro más chico o el penúltimo, una mezcla; el resto de los skaters, los que enseñan a patinar, serían Zurita, Pepe Cuevas, Bruno Vidal y Carmen Berenguer.

¿Qué representan todos ellos?
—Héctor Hernández y Paula Ilabaca son y fueron una fiesta que me salvó la vida. Diego Ramírez es mi vecino en todos los sentidos posibles. Carmen Berenguer es la mamapunk y la leo y la agradezco siempre. Pepe Cuevas y Bruno Vidal, como el alfa y la omega de lo patrio. Y Zurita es el general en esto de expropiar la palabra Chile al fascismo. Y, por supuesto, está Mistral, que es la jefa.

Ya que no es una fábula, ¿cómo llamaría a esta elección de animales en sus poemas?
—Creo que me acerco a los animales como me acercaba cuando era niño, maravillado y desesperado por lograr algo que me permita hablar con ellos. No escribir sobre ellos, no usarlos como símbolos de otra cosa, solamente, escucharlos. Probablemente en eso fracaso, pero ese impulso me permite escribir sintiéndome lejos de la moralina de las fábulas, aunque también lejos de la apatía de las escrituras que no sangran por nada ni nadie.

¿Le sorprende que su libro se publique cuando el país y el mundo viven momentos de encierro y, en cambio, los animales se pasean por las calles?
—Tengo la sensación de que Santiago se va a llenar de pumas, zorros y cóndores. Verdaderos y falsos, pero van a andar por todos lados. Son nuestros nuevos duendes, nuestros nuevos ovnis y también son los dioses de los que estaban antes de todo esto, bajando de la montaña. Estamos asistiendo a la extraña mezcla entre el surgimiento de un nuevo Chile y un fin del mundo. Un momento histórico curiosísimo. En esas superposiciones, que en mi caso también tienen que ver con la muerte cercana, los animales ayudan a cruzar el bosque, pero claro, no se comprometen a no comerte o a no hacerte llorar, porque son lo que son y no lo que tú quieres que sean. En estos días he pensado mucho en "Grizzly Man", de Herzog.

Elvira Hernández dijo: "Paredes entra, a través de los animales, en la pregunta por ser humanos y serlo en Chile". ¿Ha podido responderse esa pregunta?
—Chile explotó, y no explotó porque sí. Es falso que nadie se lo esperaba. Había dinamita por todas partes. Dinamita en la salud, en las pensiones, en la segregación. Al principio la rabia era hacerse chalecos explosivos con esa dinamita, pero el 18 de octubre terminó con esas anécdotas suicidas y generó un bloque. Ese bloque no es otra cosa que el pueblo y, bueno, el pueblo es también la palabra pueblo y ahora se puede decir de nuevo sin pudor, sin recibir acusaciones de trasnochado. El estallido chileno, y todo lo que lo precedió, ya cambió el lenguaje, es imposible que no cambie las instituciones y de manera profunda. Entonces el ser humano que está siendo en Chile ya no es el mismo; hasta su relación con un virus es distinta. Somos otro animal ahora.

"Es una rabia tan grande la que tengo,/ sin embargo, me cabe", dice el zunzuncito en uno de los poemas. Y aunque el libro lo escribió antes del estallido, Pablo Paredes ve una relación con esa rabia que explotó. "Totalmente. Este libro también es una barricada. Igual que la perra de unos de los poemas, igual que el ataúd de mi papá".

 

 

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"Los animales por dentro", Ediciones El Mercurio, 2020, 94 páginas
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