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La imaginación sin límites de Mircea Cartarescu
Entrevista a el inclasificable autor de "Solenoide"

Por Pedro Pablo Guerrero
Publicado en Revista de Libros, 9 de diciembre de 2018


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Sencillo, introvertido, pero muy seguro en sus respuestas se muestra Mircea Cartarescu, un hombre afable y de pelo largo, todavía oscuro a sus 62 años. Habla en rumano (traducido por un intérprete), idioma que se oye como una mezcla de italiano y latín. No ha parado de dar entrevistas, aunque no manifiesta ningún gesto de cansancio. Solo pide un sándwich que pretende comer apenas termine de conversar con "El Mercurio". Sin embargo, el editor español de Impedimenta tiene otro plan para después: una conferencia de prensa. La expectativa es grande. Llega a Guadalajara con la sexta edición de su libro de relatos Nostalgia (1993) -que incluye "El ruletista", kafkiana historia de un jugador de ruleta rusa- y su última novela traducida: El ala izquierda, primer volumen de su trilogía "Cegador". Tiene 422 páginas. Trescientas setenta menos que Solenoide (2015), su libro más reciente y quizá el más posmoderno, experimental y abigarrado: en cierto pasaje repite únicamente la palabra "¡socorro!" durante nueve páginas seguidas.

"Ahora estoy escribiendo un libro pequeño y menos ambicioso", adelanta. "Nadie puede publicar una novela total tras otra, porque eso pone el peligro tu salud mental. He seguido el ejemplo de Thomas Mann, que alternaba novelas muy grandes con libros más breves. Así descanso y logro relajar mi mente. Ahora estoy escribiendo uno que solo tiene tres relatos, de 50 páginas cada uno. Su tema central es la soledad".

Nacido en Bucarest, tras la cortina de hierro, en 1956, Cartarescu ha sido candidato frecuente al Premio Nobel y ganó este año el Thomas Mann, en Alemania, y el Formentor, en España. La primera versión de este reconocimiento la compartieron, en 1961, Borges y Beckett. Digno sucesor de ambos, Cartarescu ha producido una de las obras literarias más imaginativas y singulares del momento. En sus libros, el narrador puede ser perfectamente un ácaro, travestirse a medida que avanza el relato o ir de un punto a otro de la ciudad por una red laberíntica de pasadizos subterráneos, como en los sueños, materia prima fundamental en la literatura del autor. Cartarescu los anota minuciosamente en el Diario que empezó a escribir hace 40 años.

"El concepto de realidad es uno de los más complejos que existe", admite. "Toda la humanidad, empezando con los antiguos griegos, ha tratado de entender qué significa. Para mí no es una pregunta, porque la realidad es todo lo que estamos viviendo, es todo lo que pasa, como decía Wittgenstein. Para un autor, la realidad es cada página que está escribiendo. Los sueños se convierten en realidad. Las alucinaciones. Los recuerdos. Así que un escritor solo puede ser realista en la más amplia acepción del término. Yo no creo que la literatura sea una mentira superior, sino la verdad más profunda que existe".

¿La fantasía y el onirismo fueron una reacción al realismo socialista que estaba en boga durante su juventud?
—Lo que llamamos realismo socialista era un realismo naif. Un filósofo búlgaro decía que el cerebro emite realidad tal y como el hígado produce insulina. El realismo socialista era una manera ingenua e ideológica de preguntarnos por la realidad. Mis textos no tienen nada que ver con ese tipo de literatura, pero yo no estoy escribiendo contra ella, sino porque no tengo otra forma de vivir. Para mí, escribir es tan natural como respirar. No puedo imaginar mi vida sin hacerlo. En cuanto a la forma de mi escritura tengo que decir que es algo que fluye naturalmente. Yo nunca planeo los textos que estoy escribiendo. No hago nada más que empezar a escribir usando cierto tipo de autohipnosis y cuando encuentro la naturaleza de mi libro me baso en la confianza que le tengo a mi propia mente. Ella sabe mejor qué hacer, y hacia dónde va el libro. Yo trabajo como un poeta y no como un narrador.

En "El ruletista", Cartarescu afirma que la literatura es teratología; es decir, el estudio de las anomalías o monstruosidades. "Alfred Jarry llamaba monstruo a cualquier tipo de belleza que no termina: una belleza sin fin", explica el rumano. "De tal manera que toda literatura es teratología, porque se dedica a nuestros monstruos internos, a los demonios de los que hablaba Ernesto Sabato".

¿De dónde viene su obsesión por los insectos y arácnidos?
—Si no hubiera sido escritor habría sido entomólogo. Cuando niño tenía una colección de insectos. Es un mundo que me sigue pareciendo fascinante. He convertido la mariposa en el símbolo de mi trilogía "Cegador", y en Solenoide he tratado de construir una parábola de nuestro mundo usando a los ácaros. Tal y como Jesús ha venido a la Tierra desde un mundo superior, así me he imaginado yo a un hombre que desciende al mundo de los ácaros para darles la salvación.

¿Su literatura no distingue entre lo más bajo y lo más alto?
—He tratado de no omitir ninguna capa de la realidad. Empezando con la basura y llegando al paraíso. Porque he tenido la oportunidad de nacer en este mundo, creo que mi deber es expresarlo totalmente en mis libros. Ser el testigo de mi vida, que dura solamente un momento. Una mente especulativa puede imaginar que esta existencia es solo el comienzo de otra. Incluso en el campo de la física teórica algunos consideran que este mundo es solo un simulacro, holograma o cierto tipo de espectáculo de una civilización superior. Todo es posible. Conocemos tan poco que ya no me sorprendería nada.

Si Borges decía que la teología era una rama de la literatura fantástica, Cartarescu añade que no se puede concebir la literatura fantástica sin aquella. "La esencia de lo fantástico es nuestra relación con el otro mundo", explica. "La habilidad de soñar y meterse en un mundo fantástico es la característica esencial de la vida. Yo creo que la religión no existiría si el hombre no soñara. Es el sueño lo que nos sugiere que hay otro mundo".

En un cuento de "Nostalgia" dice que el escritor pierde por cada sueño un lector. Sin embargo, es uno de sus libros más vendidos.
—A mí también me aburren mucho los sueños que están contados en los libros. Esto no impide hacer un libro usando el modelo de tus sueños. La literatura onírica es muy distinta a los sueños que tenemos en la noche. Esencialmente, recrea ese estado de hechizo que es también el estado que tenemos en nuestra primera niñez. De hecho, no existe ninguna diferencia entre los sueños y cómo percibimos el mundo hasta los cuatro años. Muchas veces en mi escritura he tratado de regresar a ese estado infantil.

También películas y cuadros, muy citados en la narrativa de Cartarescu, contienen esa lógica. "Todas las artes de la imagen extraen su fuerza de los sueños", afirma. "Por eso la pintura es tan cercana a la literatura. Las obras del Bosco o de Giorgio de Chirico son pura literatura". Admite que llegó a Truman Capote mediante "Desayuno en Tiffany's" (1961). "Viendo esa película, a los 14 años, me di cuenta de cómo debe ser un escritor", recuerda. "Se veía muy romántico con ese suéter. Por eso una mujer hermosa entraba por su ventana. Quise verme como él y hasta me compré un suéter igual".

Las mujeres que aparecen en la obra de Capote suelen ser más fuertes que los hombres, como en sus libros.
—Amo la obra de Capote. Sus mujeres siempre me han impactado. Un escritor es un andrógino. Tal vez todas las personas lo son, pero sobre todo los escritores. Cada uno trae dentro un gemelo que está oprimido; si somos hombres, una mujer. Es muy importante darle una voz a esa hermana oprimida que traigo adentro, porque al final del día no existe el ser humano; solo existen hombres y mujeres. Son las dos cumbres de la humanidad. Siempre he tenido el anhelo de ver el mundo desde el punto de vista del otro género, con sus ojos y su cerebro. Siento que me falta algo por no ser mujer y esta falta la trato de cubrir asumiendo una voz femenina en muchos de mis textos.

Integrante de una organización feminista de su país, Cartarescu está casado con la escritora rumana Ioana Nicolaie. Tienen un hijo. La soledad, sin embargo, continúa siendo su gran tema. "Es el motor central de mi escritura", afirma. "Creo que mis mejores obras son debidas a este sentimiento que me ha acompañado toda la vida. Cuando me dicen que tengo una familia hermosa, yo respondo: 'Estoy solo, siendo con ellos'. Forman parte de mí como si estuviéramos bajo la misma piel. Juntos sentimos la soledad en medio del mundo que nos rodea. Me parece muy poético que en los países de habla hispana haya mujeres que se llamen Soledad".

Usted hizo su tesis doctoral en la literatura rumana posmoderna. ¿Considera que su obra también lo es?
—No me gusta que me etiqueten. Ese es asunto de los críticos. Creo que los buenos escritores no caben en semejantes categorías. Existe un posmodernismo filosófico y uno artístico-literario. Me rehúso a aceptar el filosófico; por ejemplo, el de Gianni Vattimo. Pero algunas herramientas del posmodernismo literario son interesantes y las he usado. Sin embargo, yo creo mucho en los valores fuertes y no creo que el mundo sea solamente una ilusión. Si alguien trata de definirme debería hacerlo más como un romántico. El romanticismo alemán, onírico y fantástico, es la corriente literaria más importante que ha existido hasta hoy.

Cartarescu subraya que el surrealismo es heredero de aquel movimiento y que Cortázar y el realismo mágico también le deben mucho. Borges le parece un escritor fundamental. "No lo puedes ignorar, aunque no te guste o te aburra", afirma. "Nadie logró expresar el espíritu europeo mejor que él. Después de Kafka, es el que ha logrado hacer las mejores parábolas". Entre los escritores latinoamericanos, sus preferencias van por el lado de los argentinos, pero tampoco deja de mencionar a Carlos Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa. "Siento que tenemos la misma raíz, porque muchos dicen que Rumania es un país latinoamericano perdido en Europa. Tenemos una lengua neolatina o romance. Tenemos las mismas diferencias escandalosas entre ricos y pobres, y la misma fascinación por los dictadores", reconoce.

Lector de numerosos contemporáneos, rescata por encima de todos al estadounidense Thomas Pynchon. "Creo que es el escritor más grande que tenemos hoy. V. es la novela que más me ha impresionado en esta vida y en general me gustan los libros locos, que superan cualquier tipo de límite".

¿Bucarest es tan alucinante como aparece en sus libros?
—Las ciudades de los escritores no son las verdaderas ciudades. Si viajas a San Petersburgo no vas a reconocer la ciudad de Dostoievski. La Buenos Aires que describe Borges no se parece a la real. Las ciudades de los escritores están hechas a su imagen. Bucarest es mi alter ego o un alma gemela. Siempre he querido tener una ciudad solamente para mí. Ser el único vecino para poder entrar en cada casa y explorarla en todas sus dimensiones. Las ciudades de vidrio y acero no me interesan en lo absoluto. Bucarest es el mundo que yo amo y donde me siento más cómodo, pero es totalmente fantástica. La mayoría de los edificios que describo no existen. Ha sido muy divertido ser un arquitecto y construir ciudades, pero sobre todo ciudades en ruinas. Creo que ellas expresan de la mejor manera el destino humano.

 


 



 

 

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