A cincuenta años de su muerte
Pedro Prado y el legado del silencio Por Michelle Prain Brice
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 2 de febrero de 2002
Tal como Alsino, Pedro Prado (1886-1952) vivía anhelando la suspensión, con el sentido de lo poético y lúdico a flor de piel, y como él emprendió vuelo hacia el firmamento, desde donde cayó como estrella fugaz de larga cola iluminando en su paso a muchos, antes de desaparecer en el silencio de la noche.
"¿Qué es lo que he hecho? Toda mi vida se me presenta como una continua y profunda contradicción. Y esto duele, duele intensa e íntimamente". Con estas palabras, Prado abría su discurso de agradecimiento al homenaje que le rindió el Instituto de Cultura Hispánica tras haber recibido el Premio Nacional de Literatura en 1949.
Hombre sensible, fue marcado por la temprana muerte de su madre, doña Laura Calvo Mackenna, y el fallecimiento de su padre y mejor amigo, el médico Absalón Prado Marín, cuando era un muchacho de 20 años. Su vida se convirtió en una eterna búsqueda. Viajó por norte y sur, llegando a trabajar como arriero. Fue también profesor voluntario y director de la Escuela Nocturna para Obreros Benjamín Franklin, arquitecto, capitán del club de fútbol, juez, pintor junto al
maestro Juan Francisco González, editor de revistas, novelista, pero, por sobre todo, un poeta. Y un poeta filósofo.
Respecto de la aparición de Alsino —novela fantástico-realista que propulsó el Modernismo en Chile—, Fernando Alegría recuerda que ese era el tiempo en que la juventud buscaba el retomo a la sencillez de los primeros cristianos, en conformidad al pensamiento tolstoiano. Prado era una liberal, y no llegó a reencontrarse con Dios hasta avanzada edad. En consonancia con el amor al mundo rural y su afán por fundar grupos de amigos con tareas comunes, nació el grupo de "Los Diez", cuyas sesiones se realizaban en las cercanías de Las Cruces o en las bodegas de la casa solariega de Prado. Allí, según Alone, se realizaban las "ceremonias de iniciación de 'los hermanos decimales' —el joven Neruda fue testigo— que parodiaban grotescamente las tenidas masónicas y donde florecía un humorismo macabro".
Pero en medio de ritos como expresión de creatividad, los frutos fueron notables. El 19 de junio de 1916, en el salón de El Mercurio, Pedro Prado, Manuel Magallanes Moure y Alberto Ried montaron una exposición con más de cien pinturas, grabados, dibujos y esculturas que vendieron entre la masiva concurrencia. Dos semanas más tarde, en la Biblioteca Nacional, se realizó otra aparición de "Los Diez"; esta vez, una velada literario-musical en que Armando Carvajal tocó algunas composiciones de Alfonso Leng —el autor de "La muerte de Alsino», poema sinfónico de 1921—, Magallanes Moure leyó algunos poemas y Prado, una especie de manifiesto poético del grupo. La lista de connotados colaboradores de la revista titulada «Los Diez» (1916-1917) también es una prueba del vitalismo que los movía. En ella participaron, entre otros, la entonces Lucila Godoy, Amado Nervo, Eduardo Barrios, Angel Cruchaga Santa
María, Juan Guzmán Cruchaga, entre otros artistas de diversas áreas.
¿Se ha hecho justicia a la memoria de Pedro Prado? Por el número de publicaciones y galardones recibidos pareciera que no. Su primera obra, «Flores de Cardo» (1908), poemario compuesto en verso libre, lo convirtió en "precursor de la generación garrida de versolibristas que vendría luego", según comenta Gabriela Mistral. Le seguían algunos poemas en prosa, un ensayo, parábolas, un poema dramático, tres novelas —La reina de Rapa Nui (1914), Alsino (1920) y Un juez rural (1924)— y algunos sonetos.
Prado fue premiado con tardanza y, como ya se ha hecho costumbre, después de haber sido galardonado en el extranjero. Recibió el Premio de Roma (1935), más tarde fue elegido miembro académico de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile (1944), y a tres años de su muerte se le concedió el Premio Nacional de Literatura, seguido por el Premio Camilo Henríquez (1950), otorgado por la Sociedad de Escritores de Chile.
En sus últimos años una serie de accidentes vasculares le fueron dificultando el habla. Entonces, por paradójico que parezca, fue nombrado miembro de la Academia de la Lengua. "Me han nombrado Académico de la Lengua ahora que no puedo hablar", escribía a Alberto Ried.
Una lección de humildad
Pedro Prado combinó una existencia de arquitecto, pintor y poeta-filósofo, en el ojo de la tormenta creadora, con la de un "hombre de bien". Fue, sin duda, un hombre sencillo. Tal vez por eso incomprendido. "Siempre ha desorientado este escritor a los entendidos en cosas literarias, y lo extraño es que desoriente con la suprema sencillez", escribió el crítico Arturo Torres Rioseco sobre Prado. Pero la falta de reconocimiento puede deberse también a haber sido un creador original. Como apuntó Hernán del Solar, citando a Roque Esteban Scarpa: "La obra de Prado ha tenido la tragedia de no corresponder al momento de su aparición con la forma y preocupaciones que estaba viviendo la literatura nacional: de allí que haya sido mal entendida, que la envuelva cierta soledad...".
Su personalidad no lo empujó a figurar, buscando la sublimidad del arte. Hombre silencioso, huyó de la publicidad, aunque ésta le llegó por sí sola gracias al genio creador que encarnó en vida. No en vano Alone lo consideró uno de "los cuatro grandes de la literatura", a la misma altura de Pablo Neruda, Gabriela Mistral y Augusto D'Halmar. Motivaciones profundas para permanecer en las sombras. "Voluntad de Pedro Prado es esta ignorancia de los extraños, con la cual disminuye acaso, en una mitad el tamaño de nuestra producción literaria; voluntad de no mandar libros a ninguna parte, porque el goce de producir le basta al austero y el de ser escuchado le sobra; voluntad de hacerse publicar en el país por editoriales de radio limitado, poniendo en eso de imprimir una obra la pura intención de... traspaso de un manuscrito borroneado a un impreso claro. Ésta es la explicación del caso de Pedro Prado, escritor grande y disfrutado sólo por unos cuantos más allá de nuestra cordillera", apuntó su amiga Gabriela Mistral.
El legado de Pedro Prado. Una lección de humildad, de quien considerara que el "don de la poesía, por pequeño que sea el que se nos otorgue, es demasiada turbación para un hombre".
IMPRESIÓN
Prado según Neruda
"Súbitamente, en una tarde de verano, sentí necesidad de la conversación de Prado. Me cautivó siempre ese ir y venir de sus razones, a las que apenas si se agregaba algún polvillo de personal interés. Era prodigioso su anaquel de observaciones directas de los seres o de la naturaleza. Tal vez es esto lo que se llama la sabiduría y Prado es lo que más se acerca a lo que en mi adolescencia pude denominar "un sabio". Tal vez en esto hay más de superstición que de verdad, puesto que después conocí más y más sabios casi siempre cargados de especialidad y de pasión teñidos por la insurgencia, recalentados en el horno de la humana lucha. Pero esa sensación de poderío supremo de la inteligencia recibida en mi joven edad no me lo ha dado nadie después"
«Para nacer he nacido», de Pablo Neruda (Seix Barral, Barcelona, 1978)
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Pedro Prado y el legado del silencio
Por Michelle Prain Brice
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 2 de febrero de 2002