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El trauma de ser chileno
Presentación para la novela “La Pava”, de Mandy Gutmann-González, Ediciones Inubicalistas, 2016
Por Patricio Serey
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“No cierra nunca la herida del día que mañana se abre”
Elvira Hernández
“Nunca salí del horroroso Chile”: este verso de Lihn pareciera siempre acomodarnos como concepto para sintetizar la idea de país maldito, de esa idiosincrasia pegajosa que nos sigue; cambiemos de ciudad, país o de piel. Ser chileno. ¿Pero qué es ser chileno? Mandy Gutmann ronda esta pregunta en los 35 capítulos de su primera novela “La Pava”; 35 capítulos como si fueran pedazos de escombros de un país en ruinas, de una memoria disgregada que necesitan volver a reunirse para volver a ser, o para convertirse, mejor dicho, en algo mínimamente inteligible, en algo cercano, ese algo con qué identificarse para mitigar el sentimiento de orfandad tan inherente al ser humano, tan propio, sobre todo, al que migra, o lo exilian, de su lugar de confort y redes de apoyo.
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No conozco a Mandy Gutmann-González, solo sé que es una joven, hoy de casi 30 años, que nació en Chile, que creció en el Maule, que es hija de una chilena y un norteamericano, y que desde muy joven habita en alguna ciudad de Estados Unidos, donde estudió algo relacionado con literatura creativa, que también es poeta y profesora del área, etc. Digo esto para poner énfasis en la complejidad que debe haber sido relatar el temperamento de la provincia chilena, en temas tan complejos como el despertar sexual en la adolescencia, la carga emocional de los pueblos tras los desastres naturales, las relaciones familiares quebradas por la violencia y los vicios, la herencia maldita de la dictadura, la recuperación de la memoria; de los cuerpos etc. Tópicos que si bien universales, requieren de un reconocimiento psico-territorial para poder ahondar y retratar una historia que funcione como algo parecido a la memoria colectiva. Pero la memoria es poderosa, y este ejercicio de rastrear memoria y lengua materna, hecho por alguien que en lo cotidiano habla y piensa, al momento de rastrear dichos recuerdos, en otro idioma, parece funcionar bien aquí.
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Si bien el proceso de edición de los originales de “La Pava” debieran ser parte del secreto de sumario entre la autora y la editorial, es digno de destacar, y me perdonará la autora que lo haga, una cosa en este proceso. Recuerdo que en el transcurso de la edición, discutimos sobre la efectividad de algunas palabras, o términos, que si bien escritas en buen español, según algunos de nosotros no correspondían al habla chilensis. Entonces la misión fue chilenizar dichos términos. ¿Por qué, me pregunto ahora? Alberto Fuguet, también Gringo-Chileno (en ese orden), relata, en alguno de sus “apuntes autistas”, su proceso de cambio idiomático, el cómo pasó de pensar en inglés a hacerlo en español-castellano-chileno, que es como piensa y escribe. Habla de lo intenso y alucinante de ese proceso; y que es justamente lo dúctil y heterogéneo, “lo esquizofrénicamente bastardo, vivo, mutable, nuevo e impuro, de este español latinoamericano”, dónde precisamente radicaría su riqueza, ergo su buena literatura, pero por sobre todo la capacidad de digresión y penetración del pensamiento y la imaginación que éste permite, cosa que no habría logrado captar en su idioma nativo. Pero por otro lado, a diferencia de nuestros vecinos, a los chilenos aun nos cuesta sentirnos totalmente sudamericanos, nos cuesta conjugar latinoamericanamente esa lengua materna que nos infringen en los patios de las escuelas como en un regimiento, parafraseando nuevamente el poema Lihn. Crecemos autoconvenciéndonos que somos isla, que hablamos una especie de lenguaje único, más por miopía chovinista-neocapitalista que por falta de latinoamericanidad, aunque quizá sea justamente esta característica lo que haga la diferencia, no lo sé.
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La Pava, puede leerse como una novela profundamente chilena. La pava puede leerse como una novela profundamente latinoamericana.
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“La Pava”, es una novela que podríamos calificar también como iniciática, con un registro polifónico, o coral, narrada por cinco personajes, tres de ellos preadolescentes (Nino, Guille y Catalina), en plena “edad del Pavo”, sufriendo, como es obvio, los complejos cambios del proceso de madurez.
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“La edad del pavo”, es una forma de metaforizar un especial ciclo etario en los seres humanos: la preadolescencia. Una forma sin embargo de minimizar, mediante la imagen de un ave estigmatizada como torpe y poco inteligente, una de las etapas más complejas y revulsivas del ciclo vital humano. En la novela, Catalina es La Pava, sobrenombre dado por sus compañeros de curso, Nino y Guille, que ven en Catalina una niña retraída y poco atractiva, que además vive sola con su abuela, autoproclamada como “la bruja del pueblo”. Pero la adusta fachada exterior de Catalina, cubre las disquisiciones de un ser angustiado, sensible, con un tema vital no resuelto: la verdad tras la historia de su madre asesinada por la dictadura pinochetista. Dicha verdad es continuamente metamorfoseada por la fértil imaginación de la abuela-bruja, quien busca proteger a Catalina de la abyecta radiación de la tiranía cívico-militar, a pesar de ésta haber “entregado” el país, en un circo pseudo-democratico, hace ya casi una década. El miedo, que aquí es otro miedo, uno pegajoso y frío, implantado a fuego en la memoria colectiva, convierte a esta abuela en un personaje arquetípico de la madre protectora, que intenta porfiadamente cambiar el sino maldito de la herencia (genética, cultural) y encausar por otros rumbos la idea fija de su nieta: conocer la verdad sobre su origen, a cualquier precio. Aunque el precio a pagar sea alto.
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Paralela a esta búsqueda está la de Nino y Guille, quizá los verdaderos “pavos” de la historia. Dos chicos criados a la usanza chilena. El primero, un niño bien, llegado desde una ciudad mayor, al alero de un padre trabajólico y ausente, un médico forense encargado de reconocer los restos de cuerpos, mezclados entre los escombros del cementerio del pueblo, luego del último terremoto. Un chico en apariencia con todo el futuro por delante, con todo resuelto, como se suele identificar a las personas de los estratos acomodados económicamente. Pero Nino, a pesar de su estatus burgués, tiene que lidiar, como todos, con sus propios demonios: como la soledad, su mal entendida rebeldía, la antipatía que despierta en otros niños y hombres del pueblo, de su incipiente deseo sexual y su inentendible obsesión por su amigo. Por otro lado está Guille, un chico de pueblo, más tímido y disminuido que el primero, hijo mayor de una familia campesina tradicional pero disfuncional, con una madre sumisa e ignorante y un padre borracho, violento y resentido. Ambos, convertidos en amigos inseparables, rellenan las lentas horas que pasan en el pueblo llamado Kutral; ya sea asediando desde lejos a la Pava, o cometiendo las típicas maldades correspondientes al “género” y a la edad. Pero entre ambos crece un deseo y un sentimiento por el otro que les cuesta aceptar y entender. Acá Gutmann, problematiza la idea de identidad sexual en la adolescencia, en medio de una cultura terriblemente binaria sexualmente, que es el campo chileno. Que es Chile. Que es la Latinoamérica católica y tradicional. Un tema contingente que abre el espectro de una novela que podría encasillarse también como política, pero esta vez, no solo por preocuparse por dar otra vuelta de tuerca al gran tema de la dictadura y sus consecuencias, una de las cuales es justamente el estatus quo en temas relacionados con la diversidad sexual. La poca discusión en el ámbito público, la importancia secundaria que se le da al tema en la educación pública, generan resentimiento y discriminación, con las atroces consecuencias que ya todos conocemos. Temas que han motivado la visibilidad de agrupaciones de “Minorías Sexuales”, o movimientos como los LGBT (Movimientos Sociales Lésbicos, Gays, Transexuales, Transgénero), preocupados de instaurar el tema como un problema político y sociocultural urgente de entender en toda su magnitud. Afortunadamente, gran parte del Chile sub treinta lo está entendiendo bien. El resto, estamos al debe.
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Como ya se ha dicho, la búsqueda de la gran novela sobre la dictadura puede que esté agotada. El post boom, o las novelas que rondan lo llamado “real-espantoso”, por el académico Salvatori Coppola*, refiriéndose a las muchas novelas sobre el exilio y los crímenes de la dictadura, escritas entre mediados de los 70’ y los 90’, la mayoría por autores que sufrieron en carne propia, de una u otra forma, los estragos de la tiranía, tuvieron la ocasión de romper la maldición, de esclarecer los puntos más oscuros, de cicatrizar la herida, como suele discursear la derecha y la izquierda políticamente correcta. Si era solo esa su misión (que no creo) no lo lograron; porque desafortunadamente este tipo de heridas no cierran definitivamente, sino que vuelven a supurar y abrirse una y otra vez; y porque también estas heridas se heredan; y está bien que supuren, se abran y se hereden, aun que sea éste un legado maldito. Si bien para tratar estos temas “se requiere de una forma seria, una literatura comprometida con la humanidad” y su memoria, el hecho de que los jóvenes menores de 35 años no hayan recibido directamente el culetazo de la dictadura, no quiere decir que no pueden, o no tienen derecho a hablar sobre aquella. Sino que todo lo contrario. Por lo mismo bienvenidas las nuevas miradas, las nuevas disquisiciones sobre esto de vivir el trauma de ser chileno.
*La Novela Chilena Fuera de Lugar, Salvatori Coppola. Ed. Comala, 1995.