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Con la razón que me da el ser vivo, de Patricio Serey

Por Marco López Aballay
-escritor-



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En este libro de 59 páginas, publicado por Ediciones del Centro Almendral, San Felipe, 2002, encontramos a Patricio Serey (San Felipe, 1974). Con múltiples imágenes, encadenadas y distribuidas por la racionalidad de un lenguaje que nos entusiasma en la ruta de lectura. Y es que Serey logra empuñar su mano sobre la resbaladiza pluma de la poesía, enfrenta la página en blanco y la conecta a sus estados anímicos, recurre a su conocimiento literario y nos ubica en el espacio-tiempo que construye en el acto. Y no podría ser de otro modo, ya que la amplitud de su lenguaje le permite llevarnos por infinitas situaciones y escenografías. Paisajes internos-externos que actúan en un ir y venir incesante, pasando por el mapa infinito de lo que denominamos vida, muerte, dolor o recuerdo. En algún momento Patricio Serey nos toma de la mano y nos lleva al subterráneo de las palabras y su aparente significado. Nos embriaga en la lectura y muestra el otro lado del camino; aquel que no divisamos a simple vista. Leamos:

Se podría ver una aguja de hiel
                                    pariendo un río,
o un gran sol
                   dorando un grano de trigo
oír la finura de un roce de sedas
                       y hasta la gloriosa respiración de un cogollo,
o simplemente una estrepitosa
                                                 caída
todo dependerá en el lado que se esté
del espejo.

Versos como los anteriormente expuestos nos recuerdan el Aleph de Borges. En el sentido del caleidoscopio, cuyo símbolo literario se puede moldear al antojo que quienes lo conocen. Ahora bien, debido al ritmo vertiginoso de este poemario se nos hacen necesarias una segunda y tercera lectura, para, de esa manera descubrir las intenciones del poeta, visualizar sus objetivos y discurso definitivo.

La mirada aguda, el pensamiento consciente, la precisa reflexión, son elementos que sostienen los pilares de su discurso. De ahí percibimos, a nivel de superficie, una cierta racionalidad y efecto mecánico de escritura. Sin embargo, en las napas freáticas de estos versos encontramos situaciones fantásticas y oníricas. Donde la niñez y la simpleza de las cosas adquieren un cierto rol, aunque sin pretender un grado de nostalgia, pues no existe la intención de emocionar con la palabra. Por otra parte, la extensión de su lenguaje y la radiografía de cada verso logran manejar al lector a su antojo y los efectos de lectura se multiplican.

El lugar al que intento llegar
esperando con el brazo eternamente alargado
como alcanzando las llaves de una prisión
de la cual no se quiere purgar condena.
Seguir eternamente complaciente será la consigna
como el humo agudo del provocador
un ser anacrónico y precariamente vestido
para la ocasión que nunca llega.

Ahí vemos el doble discurso de Serey nuevamente; una conexión con un pasado nostálgico e imperecedero, una oculta reflexión kafkiana. La eterna espera y el destino que gira sin detenerse en un punto fijo: el universo en constante expansión. Y si nos detenemos en otros poemas de similar temática, nos daremos cuenta de la desesperación del poeta Serey, en el sentido de no encontrar una explicación correcta al caos circundante. El lenguaje cuestionado en su rol, mientras el universo se asoma a su puerta, lo toma en sus brazos y lo arroja al océano de la vida.

Las flores las cortaré pasado el ocaso
Y las pondré una a una en los cañones de la poesía
Como ella pone sus hojas en mi boca para agradarme.
El asunto es este, nada,
solo escribo porque lo he podido hacer
sin tener un motivo claro para arriesgarme.
Por sentir el universo muy grande para barrerlo
y porque tú, me lo susurraste al oído florerilla.

Los poemas anteriores son la despedida y al mismo tiempo el saludo de un ser humano que ha escarbado sus pensamientos, se ha despojado de sus máscaras y logra redescubrirse. Es la honestidad que asoma desde su mirada íntima, con un manojo de llaves que conducen al sótano que estuvo bajo sus pies, desde ahí al útero, luego al nicho de silencio y nuevamente al cordón umbilical (como sabemos el círculo vuelve infinitamente a un mismo punto). Lo interesante entonces es el juego que se produce en esta ruleta de escrituras y versos. Un apretar de gatillos que da en el blanco de la poesía: pupilas agudas, frente en alto, venas y sangre que hacen versos con razón: Con la razón que me da el ser vivo.



 

 

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Con la razón que me da el ser vivo, de Patricio Serey.
Por Marco López Aballay