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Una escritora inagotable

LOS PROBLEMAS de la Srta. Austen

Por Pablo Torche
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 19 de Agosto de 2007

Cada nueva edición de novelas como "Orgullo y prejuicio" o "Sensatez y sentimientos", así como el reciente estreno en Estados Unidos de una película basada en su vida ("Becoming Jane"), confirman la vigencia de la autora inglesa, a la que muchos consideran simplemente un "genio".


A 190 años de su muerte, y algunos más de la publicación de sus principales obras, Jane Austen (1775-1817) continúa siendo la escritora más popular de Inglaterra, y una de las más leídas alrededor del globo. Orgullo y prejuicio, quizá su obra más famosa, fue elegida el año pasado la novela preferida del público británico (desplazando a El Señor de los anillos y Harry Potter), y la sucesión de adaptaciones cinematográficas de sus libros parece no tener fin. Ahora, junto a los requiebros del Sr. Darcy, y las dudas y dilemas amorosos de Elizabeth, Elinor, y tantas otras de sus heroínas, los millones de seguidores y seguidoras de Austen tienen a su disposición una película basada en la biografía de la autora. "Becoming Jane" acaba de ser estrenada en Estados Unidos y en Inglaterra se conoció en marzo. Todavía no hay fecha para su llegada a las salas chilenas.

Además de su enorme popularidad entre el gran público, Austen cuenta con una reputación inigualable entre críticos, académicos y escritores, que la reconocen como un referente indiscutible de la historia de la literatura. Sus seis novelas, escritas probablemente entre tazas de té y juegos de cartas, constituyen en conjunto un momento inaugural de la narrativa moderna, caracterizadas por la claridad con que se define el conflicto central y, sobre todo, por la profundidad con que se exploran las motivaciones y circunvoluciones internas de sus personajes, delineados con sutil psicología. Su influencia sobre la historia literaria es tal, que incluso Harold Bloom, a quien se lo acusa con frecuencia de privilegiar modelos literarios masculinos, de clase alta y raza blanca (partiendo por Hamlet), incluyó a Austen en su revisión del canon occidental, situándola entre nombres tan venerables como los de Goethe o Tolstoi.

LA LITERATURA Y LOS CHISMES DE SALÓN

Jane Austen era en realidad un genio. Nació en la pequeña aldea de Steventon, al suroeste de Londres, donde se crió junto a sus seis hermanos, en una vida por cierto alejada de los avatares políticos y los cenáculos literarios de la época. Nada en su formación hacía presagiar un destino distinto del de una dueña de casa chismosa y algo alcahueta, dedicada a leer las novelas (que ocupaban entonces el lugar de las teleseries de ahora), y comentar los amoríos y escándalos del pueblo, que fue, en el fondo, lo que hizo durante toda su vida. Pero además de eso, escribió a los 25 años la novela La Abadía de Northanger, con la cual hizo lo que Cervantes con El Quijote un par de siglos antes: destituir el género literario más popular de su época, el de la literatura gótica y, mediante un uso magistral de la ironía, transformar pasadizos, mazmorras y fantasmas en proyecciones de la imaginación de la propia protagonista.

No se esforzó demasiado en publicarla, pero siguió escribiendo. A los 26 terminó el primer manuscrito de Sensatez y sentimientos y, algunos años después, el de Orgullo y prejuicio. Los editores se mostraron renuentes en un comienzo y, pese que a la larga Austen logró publicar en vida casi todas sus obras, no gozó nunca de un éxito masivo. En una época en que las novelas eran largos ires y venires de personajes casi siempre heroicos, y por lo general bastante planos, las concisas historias de Austen, situadas en escenarios cotidianos y con personajes dados a la introspección y el autoanálisis, deben haber resultado algo extrañas, por las mismas razones que ahora nos resultan a nosotros completamente normales.

Casi sesenta años antes de Madame Bovary, y setenta de Crimen y castigo, en tiempos en que el gran escritor de moda era Walter Scott, que escribía todavía largas sagas románticas que hoy parecen más cercanas a las novelas de caballería que a las de nuestros días, las obras de Austen conforman un mundo completamente novedoso y original, y sus personajes caminan con comodidad en la época moderna. La reflexividad de su conciencia nos resulta reconocible, sus sentimientos nos identifican, su humor nos divierte. Fuera de los paisajes, los vestuarios y, sin duda, la engolfada forma de hablar, somos nosotros los que podríamos estar ahí.

Todos estos notables logros literarios, que pueden resultar inverosímiles para alguien que llevó la vida de Austen, presenta sin embargo un solo escollo que incomoda a la porción más sesuda y analítica de sus admiradores: la extrema banalidad de los tópicos y temáticas que caracterizan su obra, y el total desprecio de los grandes problemas políticos y militares de la época. En efecto, a pesar de que Austen vivió en una Europa convulsionada por las guerras napoleónicas, donde los nuevos ideales de libertad, igualdad y fraternidad se debatían en los campos de batalla y los salones de la intelligentsia, la escritora no hace ninguna referencia a ellos en prácticamente toda su narrativa. Sus personajes están más preocupados de sus asuntos amorosos, las miradas galantes, las frases ingeniosas o de doble sentido, o las piezas que se aprestan a bailar, y no les prestan ninguna atención a los grandes destinos históricos de la humanidad.

A medida que la fama de Austen crece y su prestigio se asienta, sin duda el problema se agudiza para académicos, críticos y especialistas, que demandan en general de los autores que estudian un compromiso ejemplar con los grandes principios de una época. Y ante la imposibilidad de encontrar en su obra algún rastro que mantenga vivo este ideal, algunos han sido lo suficientemente ilusos como para volverse a sus cartas, pensando que encontrarían en ellas todas aquellas preocupaciones profundas y elevadas que tal vez la escritora dejaba deliberadamente fuera de su ficción, concebida sólo para entretener. Los resultados de este ejercicio, sin embargo, no son precisamente alentadores.

ESA IRRESISTIBLE FRIVOLIDAD

Parece ser que en su intimidad, la gran autora de comienzos del siglo XIX, era aún más trivial de lo que aparece a través de su literatura. El año en que Napoleón armaba una flota para invadir Inglaterra, los problemas de la señorita Austen al otro lado del canal se reducían a establecer si los vuelos en los vestidos estaban de moda o no. Cuando era derrotado en Trafalgar, si el precio de la carne y el pan continuaría subiendo. Quinientas páginas de epístolas filtradas cuidadosamente con los más sofisticados aparatos intelectuales del marxismo, feminismo o deconstruccionismo, dan por resultado dos o tres referencias magras a una guerra que se pelea en Europa, y otra a la difícil situación del campesinado inglés.

En realidad, las cartas de Austen (que son lectura casi tan grata como sus novelas y completamente recomendables), son peores que sus libros en este sentido: además de frívolas resultan algo clasistas y sutilmente xenófobas. Lo cierto es que a Austen no le interesaban ni las guerras napoleónicas, ni la dominación del patriarcado, ni la desigualdad de clases; tampoco elaboraba demasiado sobre escuelas o estilos literarios, y sus referencias de este tipo se reducen a un par de poetas ingleses y a una que otra cita encubierta de Shakespeare (a quien jamás menciona directamente).

Sin duda resulta un poco perturbador que una de las autoras que amplió la conciencia de Occidente, y que incidió de manera tan determinante en la conformación de la literatura como la conocemos hoy, haya estado preocupada casi exclusivamente de vestidos, bailes y juegos de salón, aparte de intentos esporádicos por buscarles pareja a sus primos o sobrinos. En vez de seguir intentando negar esta realidad, sin embargo, tal vez convenga más terminar de reconocerla por completo, y apreciarla en su verdadero valor. Quizás así se pueda percibir mejor la originalidad e innovación de la obra de esta solterona, algo pueblerina, precisamente como fruto de su capacidad para volverles la espalda a los grandilocuentes cánones de la historia y dedicarse en vez a lo que verdaderamente le interesaba, las vidas de hombres y mujeres sin ninguna importancia social, pero que daban curso a través de sus sentimientos y pasiones a la emergencia de una sensibilidad totalmente nueva. Entonces será el momento de hacer justicia a la gran escritora, y afirmar, en intento vano por emular su estilo, que Jane Austen tuvo la oportunidad única de vivir en una época sacudida por los más profundos cambios y transformaciones, y la genialidad de haberlos ignorado por completo.

 

 

 

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