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Todos estamos ‘en cana’, desde cierta esclavitud
Una entrevista a Lucas Costa

Por Pablo Torche
Publicada en Revista Intemperie 31 de mayo de 2013


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Lucas Costa retoma en Encomienda una tradición de la poesía de la respiración, la búsqueda de un lenguaje armónico, si se quiere “asencillado”, pero que no se rinde en el esfuerzo de buscar siempre momentos de preciosidad. En esta obra, ganadora del Premio Bolaño 2012 y publicada ahora por Cuneta, Costa pone a prueba este lirismo al enfrentarlo con el mundo de la cárcel, microcosmos de la realidad hacinada de un país que se traspapela en su búsqueda del desarrollo, metáfora de una condición más profunda donde todos, de una u otra forma, “estamos en cana”, dice el poeta.

El contexto general de Encomienda es por cierto el de la privación de libertad, la cárcel. ¿Por qué este tema de barrotes, gendarmes y visitas vigiladas, te resonó para armar tu primer libro? 
Creo que, en mucha ocasiones, la escritura se da como un ejercicio involuntario que va adquiriendo forma en el gesto mismo y, luego, aparece la conciencia. Por lo menos eso pasó con este libro. Fue un tira y afloja, caleta de fracasos y borradores. El material principal, que antecedía a  Encomienda, era un troncho que nunca vio la luz. En él quería trasgredir cierta experiencia de lo cotidiano, la cual venía masticando hace rato en varios textos en torno a la urbe y ciertos ritmos. Pero justo ahí pasa algo que desarma todo lo hecho y pone en jaque a la vida y a la escritura: mi viejo cae en cana. Así se fue gestando algo que vi como un corpus con espesor, que colindaba con esa marca que es su punto de partida, pero sin ninguna pretensión. Entonces, lo biográfico como primer borrador. Tenía que hacerme cargo de esto.

Está bien, tuvo una base biográfica. Pero qué temas fuiste descubriendo ahí, qué sentidos se hicieron más conscientes a través de la escritura?
Me parece que Encomienda apunta de alguna forma a deshacer ciertas nociones de libertad, en cuanto a que enuncia la “cuadriculación” de algunas experiencias –puntos comunes– de, por ejemplo, las metrópolis. El hacinamiento público –llámese sistema penitenciario o Transantiago– nos permite reflexionar sobre los espacios que transitamos, “la utilidad del metro”, por ejemplo. Así, el poema también puede ser un espacio de privación, no necesariamente, pero sí en un país cuyo objeto principal es mirarse insidiosamente el ombligo, cuyo gesto encierra y enjaula su producción cultural y a los intentos de ir contra ella. Escribir es, en cierta manera, también poder hacer un mea culpa. La idea era hacer de esto algo más transversal, desde la cárcel, pero sin caer en el mero hecho, tan tan situado. Al final, me sirvió enlazar esto: de una u otra manera, todos estamos en cana, desde cierta esclavitud. Y los que están dentro de la celda verídica pueden también vivir en una “libertad”.

Creo que es claro que en tu libro hay una preocupación social, diría incluso una crítica al Estado. A partir de la escritura de Encomienda ¿cómo crees que dialoga el lenguaje poético con la crítica social y política? ¿En qué niveles se puede ver?
Acotar el libro a una lectura meramente política sería, precisamente, cuadricularlo, enjaularlo y darle tintes que pueden coartar la sugerencia, el grado de inflexión de cada poema. Creo que los peores poemas políticos tienden a eso, al chorizo panfletario, del cual no me siento parte. Pero hay que mojarse el potito un poco. Digo, es imposible, por lo menos para mí, no hacerlo desde esta perspectiva, sobre todo pensando en la realidad chilena, que es el punto de fuga de este libro.

Por otra parte, al ser un libro con una impronta biográfica, que lidia con un problema judicial particular, no me pude desentender de cierta crítica, que es una forma de darle cauce, una razón a los poemas contra ese mundo ininteligible de la ley. Pienso que eso se ve, por ejemplo, desde la tensión rítmica del libro, en los acentos fuertes y distribuidos que van de la mano con el tono. Un tono imprecador en ciertos momentos, que se quiere descargo y esperanza a la vez. Crítica en ese sentido. Algo más fluctuante. Hablar desde la esperanza en un contexto netamente escéptico es un gesto político. Creo haber hecho algo con eso. Pero uno nunca sabe.

Si me permites una lectura, hay en tu poesía una orgánica social, a ratos incluso una visión existencial, pero no hay un interés (al menos explícito) por la sensualidad, el erotismo. De hecho, es un impulso que casi no aparece. ¿Te resulta significativa esta ausencia? ¿Cómo la interpretas? Mejor dicho: ¿Resulta difícil ahora el diálogo entre el lenguaje poético y la pasión, o la carne?
Esta ausencia me parece significativa en el contexto del libro. Tiene que ver quizá con cierta frialdad que las imágenes de la cárcel me evocaban y cómo ir contra ello. La pregunta sería ¿qué sensualidad existe ahí? ¿En el roce de lo apretujado de los cuerpos? Si lo buscamos, de seguro lo encontraremos pero creo que no vienen al caso con el libro. En todo caso, hay algo por ahí, en “el día del venusterio” que resume el eros canero (el más oficial si se quiere). La propuesta va más, como decía, sobre los afectos o lo numinoso, donde el erotismo se puede llegar a fundir, aunque son dos perspectivas distintas.

En varios textos se plantea al poema como una encomienda o un tráfico, como un objeto o mercancía prohibida, de contrabando, ¿en que medida es cierto eso ahora en Chile, o en general en la época contemporánea?
Me parece interesante lo que planteas. Desde cierta lectura, el poema sí es tráfico de algo: de percepciones, de experiencias, de lecturas, qué se yo. De influencias también, si quieres. Lo interesante es que en el tráfico hay algo que pasa colado. Que no se termina por decodificar del todo. Y esto indica el problema de un sistema regido desde la comprensión lógica, de cuantificación. Y el tráfico se hace a escondidas, más encima. El poema entonces desde el mercado negro, como series de ilegalidades prestas para el intercambio, lo que botó la ola: puros residuos resignificados. Bueno, la poesía es eso. No se termina de comprender, no tiene porqué; siempre queda algo. Los buenos poemas para mí, subvierten su propio cauce, van a contrasentido. El poema también creo, aboga contra toda inmediatez, esa imposición obsesiva del tiempo contemporáneo.

La palabra Dios, o Cristo aparece pero también hay una hastío con la vida, una sensación de condena muy explícita. ¿Qué representa para ti la búsqueda del lenguaje poético?
Creo que aquí tocas algo importante, si acaso entiendo la pregunta. Veo la búsqueda del lenguaje poético como algo bastante catastrófico, en este sentido. Lo entiendo como algo más proyectivo, de tonos, perspectivas y voces en cruce. Una poética es búsqueda de sentido. No creo que pueda existir, desde esta mirada, desde la instalación de “la voz”, la búsqueda de Dios, por ejemplo. El acto de conversión viene por la miseria, que se vive en la experiencia. La condena está en no abrirse a esa posibilidad de redención en la debacle. Lo mismo pasa con la poética (entendiendo que estas van de la mano, siempre). De esta manera, por temor a la muerte somos esclavos. Quedamos en el agua estancada. Y el lenguaje poético como búsqueda vive en ese vaivén, desde el motor constante de rehacerse, regenerándose, a la manera de la resurrección. Ana Swir decía de una manera paradójica, que el escritor tiene dos horizontes: el primero, crear su estilo propio; el segundo, destruir la propiedad de ese estilo. Me parece que va acorde con lo que creo. Cuando viene la noche oscura, se te paradoja la existencia y quedas interpelado: ¿existe o no Dios? Y lo interpelas de vuelta, para que se manifieste. Cuando pasas el martirio y no mueres, ya te encomiendas. Y sí, Cristo es la figura central de esto que digo. Una misma sustancia: la poética con la experiencia de la catástrofe y su salida. Lo numinoso viene entonces a sacarte de esa comodidad. Es esperanzador no tener que andar en búsqueda de una patria, acá o en la Peni. Poder traspasar la experiencia que vives, en la cárcel en este caso, pero metido en ella, experimentándola a fondo. Despojarse de ese yo, de ese encierro explícito, puede ser mirado como la búsqueda de un sentido mayor. Un lenguaje poético si se quiere.

¿Y cómo fluyen esas nociones en tu proceso de escritura? ¿Los poemas fluyen de modo espontáneo o son objeto de largo trabajo y pulimento? ¿Te viene la idea o la escena o primero un verso?
Tengo varias libretas donde voy anotando, a veces a migas, otras de chorreo. Me interesa la idea de ensamblaje y de fraseo. Encontrar las pausas, el metrónomo del texto, un ritmo subyacente es crucial para mi trabajo. Parto desde escenas, montajes, traspapeleos, traducciones-versiones de otras partes o rescrituras de neto. Todo sirve en esa juguera. Suelo hasta pasar colado fragmentos de otros, luego me doy cuenta pero ya son parte de uno. Luego intento pulir lo más posible, dar con la condensación precisa (quizá por eso Encomienda es tan fino de lomo).  Es interesante, pero la condensación replica un poco esto del encierro (el poema como una pequeña cárcel, donde cada uno arma su salida de significado). Tengo una obsesión por la corrección a mano que no viene al caso, dar con la exactitud de ciertos términos, palabras que se cuajen de manera certera, que en el puzle encajen de lleno. Pero no hay que ponerse tan drásticos tampoco. El ojo ajeno me ayuda mucho siempre. Lo veo completamente necesario. Bajar los decibeles del ego, ver cómo funcionan los textos, ponerlos en tela de juicio, constantemente. Creo que la poesía es un trabajo colectivo, hablando en serio. Una especie de cooperativa, pero en silencio.

Por último, la pregunta inevitable de las influencias. Chile tiene una gran tradición poética. ¿Cuáles son tus lecturas hoy, los nuevos lenguajes poéticos que estas escuchando o te están interesando? 
Para partir por no responderte creo que hay que salir del archipiélago, que termina siendo otro encierro. Me parece que la tradición chilena se come la cola a que rato. Aunque no dejen de aparecer propuestas consistentes y sea interesante estar al tanto de ellas. Pero me parece mucho más valioso (casi vital) comenzar a dirigir la mira hacia otras latitudes. Hacer una cartografía propia, más allá de la tradición imperante. Para empezar: Argentina, Perú, Brasil, México acá en Sudamérica tienen autores, para mí, impresionantes. Ahora, si nos vamos a otros lados, quedamos tapizados en escrituras notables. Para no divagar, en el velador y escritorio están: Arnaldo Antunes, David Almond, Yoshmiro Tatsumi, Mario Luzi, Mario Ortiz, Paul Muldoon, Charles Olson, algo de poesía contemporánea de Valdivia, Charles Simic, Jaime Huenún, Yehuda Amichai. Soy completamente troglodita en ese sentido, por lo menos hasta hoy. También me interesa mucho la literatura infantil y el comic. En especial David Mazzucchelli, Chris Ware, Art Spiegleman.

 

Foto: Javier Echecopar


 

 

 

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