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KISSENGER O EL BESO DE KLIMT
(Texto perteneciente al poemario “La señal”, específicamente a “Kali / Cyborg Érica” del mismo autor)

Por Pablo Véliz Bacigalupo




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Kissenger o robot para dar un “beso virtual”, fue creado por el doctor Hooman Samani, en Australia, a principios del año 2012. Correspondería llamarlo: experiencia de la inexperiencia. La ya disolución de lo real en cuanto desaparición de la experiencia vital. Sucede que, en nuestra tecnoidiosincrática y ultra secularizada sociedad, este acontecer viene, en aras de convertirse en símbolo de una supra liberalidad hedonista, a representar la suspensión de los principios vitales del acontecer primario, telúricos y terrenales, del “hombre arkhé”, del “hombre chakra”, del “consciente”. Este beso a la distancia es el beso del distanciamiento total, porque reemplaza la experiencia aurática de la existencia, por un intercambio binario de información, por lo cual, no está demás decir que, más allá del atractivo en cuanto a su carácter innovador dentro de los tipos de hardware, el hecho mismo en tanto que “invento humano”, me parece, decididamente, espeluznante.

En la “Metamorfosis”, poema de Ovidio, figura el mito en el que Dafne se trasforma en un laurel, pese al amor de Apolo. Pareciera ser, entre la crítica simbolista, que en el cuadro creado por Gustav Klimt, en el año 1907, el beso correspondería a la presentación de Dafne y Apolo, antes de la consumación total de la ninfa. La sobrecogedora imagen interpretada es el beso de la partida, antes de la consagración irrefrenable del destino sorteado por Peneo. Apolo besa a Dafne con la unción más febril y delicada presente en toda la historia del arte. Ella, arrobada y extasiada, recibe el beso final antes de convertirse en el sagrado árbol. El beso de Klimt es el beso del aura, de lo desconocido, y por ello, de todos y cada uno de nosotros, es el beso del relato verdadero. ¿Habremos de llegar, algún día, a desterrar ese baluarte tan prístino en la historia de los seres humanos?

El kissenger ha de tratarse de una de las tantas extensiones de la robótica neoliberal que introduce, subyacentemente, toda una empoderada antropología cosificadora. Guerras virtuales, órganos vitales en supermercados, sexo computarizado, todo esto nos queda. Seres, ubicuamente, interconectados, desplantados del “fogo”, del fuego primordial heracliteano, de la cuántica azarosa del riesgo, de la permeabilidad de los segundos, destronados, para siempre, del paraíso terrenal, y tan próximo a él, imitando su verdad, su única verdad absolutamente negada, pisoteada y prostituida por estólidos obnubilados. Pero ante tal fisura, ante toda esta ruina de mortíferos dispositivos, arremete la vulgaridad abobada de libertinaje, haciendo suyo tal progreso libertario. Con todo, se nos exhibe, figurativamente, la muerte de la existencia del beso presencial, del beso primordial, ese sumergido de la mansa inmediatez.

Dicho lo anterior, pueda ser que aquel, entonces, inocente aparato, luzca, desde ahora, una corona de laurel, con sus hojas siempre verdes, para conforme esto, pasar a constituirse en el héroe más fiel de la cibertrónica, como antaño, Apolo prometió a Dafne, coronar a todos los héroes con dicha gloria. Sin embargo, amable lector, todo esto no es sino solo aún una incipiente práctica, mientras no sea tan popular como aquel invento, hoy en día muy usado y creado por Antonio Meucci en año 1871, el teléfono.

 

 


 



 

 

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(Texto perteneciente al poemario “La señal”, específicamente a “Kali / Cyborg Érica” del mismo autor)
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