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Pablo Veliz Bacigalupo | Autores |




 





(La caja de Pandora, Charles Edward Perugini, 1839-1918)

POESIA:
Selección de poemas del libro: “Mi Pandora” de Pablo Véliz Bacigalupo, obra inédita





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SELECCIÓN DE POEMAS DEL LIBRO “MI PANDORA”

 

Y era peor la vida
era peor el azote del silencio

La mentira es una flor, Leopoldo María Panero


Solo el río es el que va,
y nosotros donde va el río,
y al final
la muerte es la única compañera,
más que el silencio,
más que la mano infinita que te acaricia.

Y ahí está esa sed,
tan única. 

Solo el río es el que va.

 

 

II

No hay dilema
más grande que la vida,
unos dicen hay que aprender,
yo solo sé beber,
encontrar conchas
perdidas en la ciudad,
hilar un poco de aire en los labios.

Tampoco se trata de ignorar,
ayer me hartó el señorío de la desesperación.


III

Voy por los caminos,
sereno y llano.
No busco, por eso encuentro,
y veo el crecimiento del día,
y a la hierba moverse al paso del viento.

No hay otra dicha para mí
que no sea esta,
ir por los caminos,
sereno y llano,
no buscar, y por eso encontrar,
y ver el crecimiento del día,
y a la hierba moverse al paso del viento.

No quiero más,
porque buscar es no ser dichoso.

 

 

IV

Cuando está todo dicho,
la poesía
parece una rosa arrinconada,
donde los poetas claman despreciándola.

Pero una cosa es clara,
ellos no saben lo que oculta el poema,
ni menos de las barcas doradas
que nacen de su vacío.

Nada ni nadie la hará vivir como yo.

 

 

V

Volveré con dientes filosos
para desgarrar el horizonte,
y asesinaré a todo circo baldío
y con mi asalto feroz,
la estrella, la cítara y la miseria
jamás podrán encontrarme. 

Seré brutal como las bestias,
aquellas que aman solo lo sombrío,
y mis uñas incrustaré,
sin sutileza,
sobre aquella frágil emboscada del hombre.

Caminaré venturoso
por haber concluido mi tarea,
la de acabar, furioso,
con mi impúdica época,
y la horrenda oración del bienestar.

 

 

VI

Yo no soy el que tú crees,
yo soy la mano que rueda en el arroyo,
el oscuro, último beso de ayer,
la hoja que cae para ser leyenda.

 

 

VII

Llega la noche, es verdad,
y los hombres que desconocen a Dios
nunca escucharon a Chopin
o no leyeron a Rilke,
pero había una razón en todo ello,
pensaron que la noche
no estaba viva,
y que la vida era esto,
no un sueño,
sino un perro maldiciendo la muerte.


VIII

Él es el crepúsculo que no piensa,
la nube que va sin enterarse de nada,
el día que no es día,
y la mujer sin senos ni silencios.

 

 

IX

Tú crees que voy,
pero yo ya no estoy.

Mírame, no tengo ojos,
soy solo palabra,
la palabra que te llama
al verme más allá del páramo,
como si yo fuera una góndola de papel
para ir a besar a lo que atardece.

Y me olvidas
como si nada hubiese ocurrido,
cuando das pie atrás,
y vuelves al sondeo de los dados,
al inescrupuloso péndulo,
y ya todo,
todo retorna
al lugar que nunca es sí mismo,
y me olvidas.

 

 

X

Déjame, por última vez, acariciar la crisálida,
el aire que al besarlo ha sido mi esposa,
déjame galopar, déjame,
por el escarnio perturbador del silencio,
y la sábana,
y los centinelas del rumor,
déjame ajeno a todo, déjame, por mi vida
que no ha sido la jaula en la que se esconden los amantes,
ni por donde desfilan los tesoros de la ruina,
déjame si me temes y me amas más que yo
en esta leva santa y de piedras que me arañan,
déjame beber toda el aguardiente del mundo,
para reinar jubiloso sobre las horas,
y reunir las perlas que no mueren bajo el océano,
déjame no ser el muro ni la cizaña del lobo
que le aúlla a la nada que me sigue
y me otea desde la orilla de la comunión,
déjame y déjame, me he robado todos los cristales del poema,
y cada perversa esquina del laberinto,
déjame que yo te dejaré,
y la jornada de la plena desnudez,
será más legítima que la vida y ya todo podrá,
todo, apagarse, como alguna vez, se apagó.

 

 

XI

Entre mis piernas ayer
nació una lucerna de gemidos
por la que entraste
como un dulce arriero
pidiendo velas
para iluminar la noche de la poesía.

 

 

XII

Me di la última oportunidad
de amar a ese hombre,
y lo hice
y en su pecho me tendí
como si este fuera la primavera.

Él me devolvió a la sed,
ya cerca de la cesación,
rozó mi cintura con la mirada,
y con su vara entró en mi frondosidad,
mi cuello se rebanó en sus manos,
y él cayó como una lágrima en mis senos.

Crecieron olivos en algún lugar del mundo
y la dulce noche danzó.

Ahora, no hay amor que me iguale
soy la única,
la dicha perpetua

esperando la herida inalterable.

 

 

XIII

Conozco todas las respuestas,
y todas las claves,
no podrás conmigo.


XIV

Adónde tú vas voy yo,
como quiera que sea somos uno,
hombro a hombro vamos
por la ruta del misterio
sin saber de qué trata su naturaleza.

Todos los lugares del mundo
nos esperan a ti y a mí,
no hay cáliz del que no podamos beber,
los secretos nos serán revelados
cuando no existan las diferencias.

Si quieres un barco tendrás uno,
cuando el aire pase
será porque tú lo has querido,
y yo seré feliz junto a ti.  

Nada ocurre porque todo ocurre,
y desnudos derribaremos las banderas.

 

 

XV

Me llaman Dios
cuando me miran,
y yo que soy una bestia
pasando la lengua entera por el cemento del tedio,
la que no para de bailar en su desgracia,
porque la poesía es solo
la gloria durando un segundo
para luego caer.

Me llaman Dios
y yo acá
colgando de la cumbre.

 

 

XVI

Tenemos una necesidad
similar a la salida del sol,
libre de memoria,
de rolar por lo infinito
con un pincel en la mano.

 

 

XVII

Ah, que tus ojos se despierten, alma,
y hallen el mundo como cosa nueva…
Ah, que tus ojos se despierten, alma,
alma que duermes con olor a muerta… 
ALMA MUERTA, Alfonsina Storni

Se va, se va la devoción,
llévala, viento, viento apacible,
derrámala al sur
donde un día nací
para rebelarme del canto.

Ya todo está dicho.

Los barcos parten,
el glorioso sepelio te sigue,
y huye leal la parvada.

Se va, se va la devoción,
y yo entro tan libre
en el amanecer de los tiempos.

 

 

XVIII

No hay suicida más libre
que el que brota en el pensamiento
de los poetas venideros
abriendo la ventana
por donde se siente
el porvenir del viento
donde cantan sus recuerdos.


XIX

Te torturarán a la orilla del mundo,
ciega de tanto ver,
y despreciada
por ser la mujer tan fértil.


XX

Todo este desierto es mío,
yo lo cultivé con rosales,
y le di mi vigor al barco
que varó en su arena infinita.

Ahora, ya no hay desierto,
y el barco se lleva los rosales,
y yo, infinitamente,
estoy varado al fondo del mar.

 

 

XXI 

Por doquier has cultivado tu ingenio,
consagrado gozosas alucinaciones,
y el resuello de la bienaventuranza
te ha parecido
el albergue para los pobres de espíritu. 

Con todo, has devorado
el coro de la querencia más fecunda,
y encima de legumbres prematuras
has vomitado el ridículo afán,
nada pudo ser más leal a ti
que el capricho y el arrebato profano
y la suprema revelación de los peregrinos. 

 

 

XXII

La muerte es un instante,
el más alto deleite.

La vida fue solo alcanzarla,
la vida, la vida, esa niña
que juega con un poco de barro
perdida en el desierto.

Yo te digo
he aquí la ilusión más sublime.

 

 

XXIII

Me condenas por ser,
por buscar
en los confines
del poema una botella.
Me condenas
por mi libertad,
la de guardar un sol
bajo mi lecho,
y olvidar a cada instante
donde nací
y a la patria usurera,
y a toda iglesia.
Me condenas por ser,
por mear sobre las tumbas,
por odiar los espejos,
y ajusticiar a las jaulas
cuando corro
hacia la muerte,
y pierdo la antorcha
y me encuentro
con la esperanza de haber sido.
Me condenas
por ser una estrella
arrojada en la ciudad,
y por elevar un volantín
para que se pierda
entre de las nubes.   


XXIV

Con mi corazón, golpeándote, oh sombra ilimitada
DEFENSA DEL ÍDOLO, Omar Cáceres

En el camino hacia el silencio
yo bebí la copa,
y volqué la mirada hacia el quebrada
donde creí que la muerte me acompañaría,
pero me topé con el agua de un estanque,
en la que, aquella vez, vi mi rostro
y la puerta abierta
donde un eco se escuchaba.

Era el anuncio de la entrada. 

 


XXV

El vino en el que la bebí
se hizo mío,
y su cuerpo
es ahora
parte de mí.

Solo sé que siento como ella,
y esto nadie
me lo podrá arrebatar.

Ahora, soy el vino
con el que todos los poetas
se embriagan,
soy ese mar mujer
y su cuerpo
es ahora
yo.

Solo la muerte es Antonella.


XXVI

La palabra es el anzuelo
del que todos,
todos se cuelgan para no caer.


XXVII

Yo develé todos los misterios,
hablé en todas las lenguas posibles,
estuve en todos los lugares del mundo,
y desentrañé todas las incógnitas
de la ciencia, la filosofía y la religión.

Amé a todas las mujeres y hombres,
y le canté a la vida y a la muerte.

Yo fui el soberano y el pordiosero,
el más rico y el más pobre,
supe de lo efímero y lo eterno.

Ahora soy puro devenir.
Todo lo que digas de mí no puede ser falso.

 

 

XXVIII

Quiere lo milagroso y la perversa
precocidad de la página,
aquel barquero lacerando
solo el peso de su pensamiento.

Quiere anudarse al lazo,
al idioma indefinible de la estridencia,
eso quiere, morir nonato
sobre arcas geniales de bronce.

Quiere lo que no tiene fin,
ser la sed de los desvelados ataúdes,
la línea alba de los cisnes simétricos,
y la declaración de todos los campanarios.

 

 

XXIX

Sobre aquellos cascos sedientos,
vomita la sangre de sus mártires,
y el almuerzo de los toros de marfil
humedece sus revelaciones.

Nada que se le parezca a la piedad,
y todo a la sazón de éxtasis.

No hay modo de salir del laberinto,
todo es invisible, todo vacío,
y se queda sobando serios ataúdes,
en el escarnio del rito envejecido. 

 

 

XXX

No hay más que hambre,
una luz mínima que emana del pan,
una piedra indiferente,
la hoguera del segundo,
y tu confesión y el espejo y el ruido,
en el fondo
hay un lamento depredador.

 


XXXI

(…)ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
IDILIO MUERTO, César Vallejos

Recorrió caminos, amó, escribió,
nada más se puede pedir,
la tarea está hecha,
logró lo que él quería,
pararse sobre el horizonte,
y era cierto
el silencio lo abrazó.

 

 

XXXII

Bajo la lluvia que cae sobre los trenes
guiados por el relato de un hada de invierno.

 

 

XXXIII

Permítenos abrazarte,
ilusión de todos los racimos,
para que desaparezcas
con tus duras espinas,
porque ella, la vida, 
no es más que un abrir y cerrar los ojos.

Todos los otros jardines
donde saquea el hastío a la esperanza,
es una marisma perpleja,
una languidez usurpada por la mentira.

Abrir y cerrar los ojos,
en medio de las vanas procesiones
sustentadas por la razón de la tregua,
no es otra cosa que la vida,
una encía enroscada
bajo el frenesí del firmamento.

 

 

XXXIV

A Andrea Ramos

Acá ya todo es soledad infinita
y mi uña es un río que araña la vida
atravesando
este vacío que llevo en mi boca.

Tú comprendes,
porque estás muerta.

 

 

XXXV

Era necesario ir al templo del martirio
y escupir sobre el silencio del autorretrato,
escapar de la rugosidad de la palabra,
yacer junto a las criaturas menesterosas
y, sobre todo, en el bosque azul de símbolos insólitos,
donde los hombres me buscaron
como a una madre que va a la guerra.


XXXVI

Bailaré más allá de los campanarios,
sobre discos de azul espuma,
tambaleándome vacío de ídolos,
y nutrido por la ternura de la frescura,
creo que empavesaré, 
maravillado, los dominios de la felicidad.

 

 

XXXVII

Está ebrio, tan ebrio de cantar,
más que aquella trovadora
que le ofrece un ramo de flores a la muerte,
porque para él la noche
es un gallo que va pateando turquesas,
y que sueña con trenes diminutos,
un grito en el tejado,
y aún el cadáver vivo del poema.

 

 

XXXVIII

Me arrastré, desleído,
por la orilla indecorosa,
con la mirada turnia
y las alas cercenadas.

¡Yo, que lo quise todo!

 

 

XXXIX
 
Tú crees olvidar el olvido,
borrar la frivolidad de la entereza,
pero la dicha es ese momento
en el que, despiertos, por un segundo,
bebemos de la fuente fabulosa.
 
No obstante, duele volver,
al saqueo del crédulo corazón,
porque siempre se vuelve
a la ridiculez de los dientes discretos,
al balbuceo de las herramientas. 

 

 

XL

Tú eres el barco vibrando,
y los pliegues del agua ese poema
que nunca me perteneció,
salvo en aquellos momentos
en los que supe
que allí era donde debía estar.

Nada fue igual entonces.


XLI

Mi apacible compañero,
estaré, con mis ojos oscuros,
delineando tu cuerpo
que vive
en las pupilas del mundo
bajo el árbol de la vida.


XLII

Con este revólver,
le disparé a mi sombra
ajusticiando
a los ángeles mezquinos del amor.

 

 

XLIII

Para ti, pueda ser que todo esto
no sea sino arrobamiento y negrura,
cercanía de la muerte
que no deja de celar.

Pero toda tempestad
es, a la vez, un jardín cándido
donde un sol de lana
se desteje entre cestos infantiles. 

Hay oscuridad en la luciérnaga
y luz donde se apaga toda esperanza.

 

 

XLIV

La agonía de la vida
siempre persiste,
aún cuando la muerte
sea lo único que vale la pena vivir.

 

 

XLV

Yo tengo higueras en mi albergue,
en mi voz, mares impetuosos,
gusanos en cestos extáticos,
y la vergüenza dichosa
de saberme un teólogo de la limosna.

 

 

XLVI

No es importante decir nada nuevo,
ya no me preocupo de ello.

Lo dije todo, todo.

Ahora quiero dormir,
ser el sol.

 

 

XLVII

A Gonzalo Geraldo

A decir verdad,
más cisne quise ser
al llegar a la orilla,
y me vi allí
solo como una gota,
algo que nadie sabe,
algo que solo tú puedes revelar.

Pensé que todo era un espejo
y que los árboles eran montañas
y que la lluvia era una hoja
donde un niño
escribía su novela de amor.

Entonces,
supe que todo se acababa,
y, a decir verdad,
en menos cisne me convertí
y me alejé de la orilla.

Y comprendí así
que ya no era poeta.

 

 

XLVIII

Él quiere correr,
perderse en la hierba,
asir la madeja de los días,
y tejerse
una manta
para enfrentar el frío
que solo Dios conoce
para los que cruzan el río.

Vamos a ver
si esto es no saber nada.

 

 

XLIX

Me hundo, ternura mía,
me he arrebatado la eternidad.


L

Sin el reparo del tiempo,
crece la palabra,
amante de lo remoto,
un adiós sosegado,
la máscara que no se mira a sí misma,
esa amorosa desnudez,
la de una mujer
ahogada en un mar de reliquias,
que contempla
un racimo de soles
posarse sobre sus senos.


 

LI

¿Qué buscan los poetas
al escribir algo bello?

Solo y nada más
que evadir la realidad.

La realidad no es bella,
es solo realidad.

Somos nosotros
los que vemos como bello esto o aquello.

Si no entras en la realidad,
todo es vano,
y tu poesía un modo de evasión. 


LII

Yo ya no escribo,
soy un grito,
el pan de la poesía chilena.

Porque yo soy el sol
y todo lo nuevo
se parece a mí.

Soy más zurdo que el amor, 
y mi vulva a nadie le pertenece.


LIII

Cuando mi padre murió,
me dijo,
usa tu inteligencia
y yo usé mi sensibilidad,
yo usé esta boca
para declarar
todo lo que existe,
y decir,
yo no soy hombre.

Y no era demasiado tarde.

 

 

LIV

Al ofrecer su infortunio a lo que vive,
se rebana encima de los féretros
como si todo lo que existe fuera
polen negro chillando ante la herida.

Va orando con labios ideales,
poblando islas sombrías,
excitando a artistas que pregonan
altares acribillados,
y campanas donde danza la mentira.

Va marchito a la medianoche del amargo decoro.

Su miseria se parece  
al corazón de los criminales condenados.

 

 

LV

Solamente me ausculta
la noche el coraje,
todo exceso ha terminado,
cesa la lágrima carmesí.  

Ya no hay pausa,
y ningún relato posible.

 

 

LVI

Verdad es que siempre he sido un hombre sin razón de ser.
FRASE CÉLEBRE, Panait Istrati

Me embriago con la muerte,
cada vez así:
cantándole y amándola
más que al devenir.

 

 

LVII

Nunca morirá esta palabra
tan ajena a mí,
ni el suplicio de las costras
que tengo entre las piernas,
porque la vida es un péndulo vacío
y yo
que solo imité
su movimiento,
pero eso ya no importa aquí.

Lo que importa
es la costra.   

Nunca morirá esta palabra.

 

 

LVIII

No hay razón para llorar
cuando se quiere feliz la víspera,
la vela que se apaga,
la gloria del segundo único,
esa que en el cielo estalla
como un cometa
y todo es real allí.

Los colores caen,
eso sí,
y el mar zumba
y es parda
toda pesadumbre y toda ventura
cuando volvemos.

Pero no hay razón para llorar,
no lo olvides,
cuando se quiere triunfar sobre la vida.

 

 

LIX

En un velero duerme una niña
que sueña
con un buitre devorando un cisne,
la muerte no existe para ella,
porque ella es el poema.  


LX

En ese instante inmediato,
relucirá una higuera de noche
en los ojos de una niña,
en algún lugar del mundo.

Tengo todo el tiempo, diré
y tanto caso que le hice al dolor.

 

 

LXI

No hay que pensar
para ver crecer la hierba.


LXII

Yo tampoco conocí el cielo,
Leopoldo María Panero,
pero si el polvo,
y también la sazón.

Dichosa la gloria, hombre,
que sentimos,
y la ceniza que froté en mi rostro
cerca del mar,
porque esa ceniza era la tuya
cuando las estrellas se derrumbaban
en mis manos
y le canté a los muertos,
y bailé llena de laureles sobre las tumbas.

Yo tampoco conocí el cielo,
qué importa, amante del vacío,
la verdad es que me miro y te veo,
allí, solo,
arrullado por el mar.

 

 

LXIII

Al conde Wolf von Kalckreuth

No iré a conversar
ni con Platón ni Dante ni Goethe,
iré a sentir cómo crece
el desierto en la flor,
nada más que eso.

¡A encontrar!

Hay algo mayor que resistir.

 

 

LXIV

Ya no hay perdón sino arcada,
el remanso podrido de la alcurnia,
la misa de la nada abierta a la ruina,
y la soga y el silencio,
porque tú lo quisiste, amante de la muerte,
quisiste la página de agua mortecina,
la obscenidad del renacimiento,
donde muere el milagro de no ser,
porque tú quisiste el rito desesperado,
el lagar malicioso,
en el que el ademán se ahoga
cuando la pausa se hace huella
como todo lo que vive,
y yace el idioma de las dalias aquí,
la promesa de la quebrada inasible,
y la inarmonía de lo discreto
en el pétalo sucio de los amantes.

 

 

LXV

Se escucha tan de cerca
la muerte de la ruina,
los faroles de viento,
el remo de la tarde,
la censura cicatera del ser,
el polvo de los esqueletos,
los juncos de oro,
la lágrima atarantada,
el canto de la codicia,
el quehacer del oído,
y el hambre de los gusanos.

 

 

LXVI

Solo es real la niebla
ANTOLOGÍA LEYENDO POESÍA, Ricardo González

Yo pronuncié,
por última vez, la palabra amor,
encontré en la renuncia
todo lo posible,
la soga de papel esta
donde escribí el atardecer de las épocas,
de la zafiedad y de lo que se va,
y yo
que creía que todo lo póstumo era retorno,
porque fui la madre de la poesía,
y pronuncié,
por última vez, la palabra amor
y renuncié a todo,
sobre todo a mi verdad.

¡Dios mío!

No me importaron ni los trenes
al país jamás visto,
ni las flores tiernas
que crecían de mi mano.

Yo solo quise adentrarme en la niebla.

 

 

LXVII

Llévalo lejos,
donde solo sea un ademán
derramado en la floresta,
ávido de tanto no ser,
con el lamento dorado,
y sus yeguas naranjas.

Llévalo lejos,
como lluvia sonámbula.


LXVIII

No quiero que esto acabe,
pero acabará,
de esto hay que estar seguro,
en alguna medida,
soy feliz en este lugar,
porque acá vivo yo,
esa fue mi decisión,
pero no te asombres,
cuando dejes de leer este poema
volverás al mundo
a buscar tu felicidad,
no hay nada de nuevo en eso.

 

 

LXIX

El poema
es un seno descuartizado.

 

 

LXX

Tú que tienes el existir entero,
no te das cuenta
lo importante que es morir,
prepararse
como yo para el éxodo.

A mí me quedan ciertos días,
solo días,
como decir semillas en la mano,
pero me bastan,
la verdad es que me basta uno de aquellos
por el que mirar su crecimiento.

Es una ventana
que abro al amanecer
y luego cierro
cuando llega la noche,
eso es todo lo que tenías que saber,
no era tan difícil.


LXXI

Después todo pasará,
se irá la vida,
la muerte también se irá
y me quedaré solo
acá
nuevamente.


LXXII

Todo esto
es solo para los que saben escuchar,
los demás no existen,
así de simple.

La verdad es esa.

 

 

LXXIII

Tanto escribía el bardo
con su mente retorcida
que ángeles prematuros
llegaron a su habitación,
dándoles estos un lecho.

Sin saciedad decoró
las paredes de su lagar
inspirándose tanto
con cuadros de cascadas,
y candiles que colgó

Así, fue él, entonces,
por un segundo pleno,
un santo mendicante,
y a los ángeles besó
en sus capullos infinitos.

Su mente se volvió
serena como la seda,
y en el lecho se derramó
a soñar que era un ángel
desleído por el mundo. 


LXXIV

Nunca estuve más lúcido,
ni siquiera cuando nací  
y tuve que fingir
fingir el dolor de Pessoa.

¡Va! No hay tal,
solo hay una línea, y el valor. 


LXXV

Yo visité iglesias compasivas,
y chillando rogué bajo el altar
que me devolvieran el brío
y mis fauces no arruinadas.

Yo era tan santo como ruin
ese mendigo matando a la autoridad,
una mañana ahogada en un vaso,
tan solo una negra colmena.

Bajo el crucifijo llegué a sentir
que yo era hijo de todo lo que es alto,
y me volví más inmaculado y torpe.

Pero mi destino era el desacato,
esa soberana rebeldía del coraje.

¡Maldito lo creado que me dejara
bajo el escalofría morada del espanto!  

¡Ni una sola palabra para mentir!

 

 

LXXVI

A Antonella Véliz

Mañana reirás libre, tan llena,
y te veré allá,
recogiendo nueces
en las que verás a la vida y sus caminos,
y guardarás una entre tus piernas,
y recordarás
mi aliento en tu boca,
los pliegues de la sábana
por donde danzaban los barcos
hacia el despeñadero.

La vida es tan simple, dirás
mientras el viento te dibuja,
repetidas veces,
en ese lugar que nadie conoce.

 

 

LXXVII

Sigue tu camino,
mi ejemplo no sirve para nadie,
es solo para mí.

 

 

LXXVIII

Cuando se acaricia los pezones,
y corre y dona
su ternura a lo eterno
anuncia
la muerte tan santa,
como santas
son las ratas
rezando
ante sus pies desnudos.

 

 

LXXIX

Sucede que no hay nada,
no te das cuenta,
todo corre y nada es nuestro,
tu mano no es tu mano,
es la del mundo.

Este es un secreto,
me tomó toda la vida descubrirlo.


LXXX

Tu cuerpo me pertenecerá, 
y tu alma,
estúpido poeta, 
arrojaré
hacia el precipicio,
para que traiciones,
tu maldita manera de ser.

 

 

LXXXI

A la manera de una noche bruñida,
donde el viejo caos se esconde desnudo,
se aviva el inmenso cuento del querer,
y las ruedas de la gracia, de hito en hito,
claman entre aquellos huertos apacibles
la gran maravilla de los religados.   

Un aroma a vainilla corre entre las alpacas,
abrazando los jarros de vino embelesado,
va dorando brilloso con su temblor el río
los leños entregados a la parca renuncia,
como si lo único que realmente existiera
fuera el sordo testimonio de la muerte.

Con los pómulos rayados el viento pasa,
y desde el seno de los difuntos se oye
al polvo ascender hacia los cielos azules,
nadie repara sino es sobre esas heridas
por donde argentino un cardumen de peces
va sanando del tiempo el eco alborotado.


LXXXII

Bajo un olmo
sueña un hombre
que sueña estar bajo un olmo,
y en ese sueño
un hombre sueña
que sueña estar bajo un olmo.

Esa es la vida,
un sueño dentro de otro. 

 

 

LXXXIII

Alterado por la furia, colmado,
surjo de las flores negras,
para derramar mi amor indecoroso,
y donar
mi cráneo desnudo e irrompible,
sobre toda noche, sobre todo cáncer.

Ciego, vivo despierto,
me envilezco.

Soy una pocilga de sal,
el asalto del mal contra el vientre,
caigo muy abajo,
y me odian las mujeres.


LXXXIV

Y otra vez
caerá la lluvia
sobre
el cántaro vacío.

 

 

LXXXV

De esta boca vuela el pájaro,
y una huella,
solo eso,
ha dejado en mis labios.

De todos modos,
el pájaro se ha ido,
y la huella,
poco a poco,
ha comenzado a desaparecer.


LXXXVI

¡Oh poeta!
Quieres describir la podredumbre de una cripta
y en ello se te rompe
la necesaria inspiración
CASI TODOS LOS POEMAS, Paul Klee

Yo le canté al amor,
a la madre, a la mujer.

Yo le canté al delirio,
al exceso.

Y vi, de ese estoy seguro,
pero me dolió.

Nada fue en vano.

Hoy le canto a la muerte.


LXXXVII

Tú eres el último de los altares 
rodeado por relieves infantiles,
ribeteado por cintas de magnolias
y la pompa invisible de las raíces.

Acrecentadas, de los huesos calcinados,
las sabidurías inauditas,
y allí donde muere toda literatura,
creo bramar corales orquestales.

Se musita por próspero
a todo vaivén de silbidos precoces,
y sobre penachos de colores
se instalan escalinatas y cacerolas doradas.

 

 

LXXXVIII

Volveré, caminaré y cantaré,
y, otra vez, en esta rueda
sabré temblar
como mi mano.

Quizá, alcanzar
la verdadera serenidad
sea lo más sereno 
que exista.

Volveré,
y de nuevo habré de bailar
bajo la lluvia,
tan desnuda,
profunda y sencillamente desnuda
que nadie me verá.

Y a lo más bello que existe
en mis brazos
podré asesinar, dulcemente.

 

 

LXXXIX

Los niños
son los únicos
que viven,
cuando
olvidan a Dios
mientras
van creando
el mar.


XC

Vamos empollando, inusitadamente,
el dialecto tenue de los rosales,
sin timón y con el corazón entre las piernas,
abrazando espinosos sobrevivientes
donde ya no hay humanos,
y donamos la cadera,
los senos y la boca primitiva.

Queremos ir pateando jaulas,
allá, donde vive nuestro libertinaje,
el pozo indiscriminado
en el que se hunden los gemidos,
y queremos morder el vientre del abandono,
yacer entre negras bailarinas,
legítimos ante los mástiles desvergonzados.

 

 

XCI

Ella es una sacerdotisa besando a la nada,
y se pregunta adónde se es. 

 

 

XCII

Yo te dono mi muerte,
te la otorgo para que la cobijes
en íntimas, benévolas arcas,
de manera que pueda yo oír
el relato de la alabanza. 

Allí, aupado en la danza
sabré de las añosas caracolas,
y me encontrará en la fuente
la sinfonía de la vitalidad
bebiendo el reflejo del cielo.

Conoceré el pasar de los silbos,
y me despojaré para siempre
de la soberbia de los segundos,
teniendo el alba en mi busto
hilado por el insólito desgarro. 

Así, sobre mi espalda lozana
resbalarán semillas y perlas,
la noble osadía de ser,
y sin miedo el asombro ciego
de las trémulas estaciones.

 

 

XCIII

Tú fuiste un genio,
y no lograste nada,
solo
ser en la palabra.

¿Hay dicha
semejante a esta?

 

 

XCIV

Llámame desde la otra virginidad,
pues me desvanezco desde tus labios a la nada,
y te llamo mi única patria,
solo unidos por el diluvio
y con el cuerpo tierno.

Si tan solo pudiéramos
jugar a ser esos remolinos
en el lecho sembrado de copas,
yo creería que diamantes leales vibran en tu mirada.

Sigue tu camino y recuerda mi santa embriaguez,
que es un eco retumbando por los siglos,
y que te buscará allá cuando dejes de vivir,
pues dejaré una rosa en tu pecho
que será la huella de tu porvenir entre los hombres.

Así, sabrán que un día
fuimos lo que fuimos,
tan solo eso, más libres que la fuente del perdón.

 

 

XCV

En la flor
vive ígneo el mundo,
y la flor existe en el mundo,
y lo ígneo somos nosotros.

Así, nuestra vida
le pertenece
a la duración del fuego.

Y el fuego le pertenece al mundo
que nos otorga y arrebata la vida.

 

 

XCVI

Somos solo una huella,
esa, que deja un bebedor
que busca el cielo
con sus manos extendidas,
y nos tomamos todas las botellas
y pusimos poemas 
cuando estuvieron vacías
creyendo que esto salvaría al mundo,
y una mujer me acarició
en el pómulo
y yo dibujé en su caricia
el mapa de la nueva naturaleza,
y nos fuimos pateando
la esperanza,
dejando la noche
en un cofre
y la vida nos pareció un juego
e hicimos cosas
que nunca habíamos hecho
en el momento en que el amanecer comenzaba
a parir entre nosotros
esa calle apacible
por donde fuimos desapareciendo.

 

 

XCVII

Si me dices quién eres
yo sabré
fusionarme a ti
para que seamos el laúd desnudo,
dispuestos a rodar por el balneario del amor,
y la sal de la oquedad
esculpirá en nuestro semblante
lo que nunca se vio entre los hombres.

 

 

XCVIII

Por lo pronto,
me asigno todos los talentos de la caridad,
y condeno a todo amante de lo agradable. 

No quiero tu beso,
si este ha de ser falta de abnegación.

La libertad puede ser un infortunio,
y la verdad,
el más grande de los dolores.

¡Rechazo a mi época con ímpetu y ferocidad!

 

 

XCIX

Milagrosa la gema que muere,
el árbol que se alza,
milagroso el latido de los mártires,
los escombros y la humedad,
milagroso todo lo que existe,
y el cisne negro
engullendo
las vísceras de una bailarina.

 

 

C

Ese temblor
de mis pobres cirios,
me cobija
de la masacre. 


CI

Vengan a mí, todas las cruces posibles,
porque yo les mostraré mi seno,
para que sepan
donde reposa el vaticinio.

La antorcha se alza,
y nada, nada la derroca
cuando mi sien ofrezco al mundo,
y en mi cadera giran todos los cuervos.

Vengan a mí, poetas,
yo soy lo que ustedes quieren que sea,
incluso la huella del futuro,
y el atentado al sacrificio de la vida.

 

 

CII

Van cayendo muertos los días,
prendemos la chimenea,
y leemos un poema de Oscar Castro,
el tren busca tus dunas
dibujadas por el sueño de un molino.
Bajo la lluvia y el viento,
creemos en el fin del mundo,
y bebemos de la embriaguez de los rosales.
Vamos urdiendo
un cuento de hadas que no existe
por la ruta azul de los algodones,
y nos quedamos sin anzuelos,
sin caderas y sin párpados.
Ahora somos un espejo solamente
donde se refleja la noche que no cesa,
hay manzanas arrojadas,
ojales de asombro donde sembramos
la nuez de la nueva ocasión.
Cimbramos la nada ante lo infinito,
un suceso de lamentos perdidos,
la holgada aparición de la inadvertencia.
Llegamos a ser, aun entre los maizales,
fascinantemente oscuros,
sin otro emblema que no fuera el honor,
y toda la augusta geometría del beso.

 

 

CIII

La muerte está a cada instante,
no al final,
pero se oculta
como una niña de su abuelo
que pretende arrebatarle su único dulce.

Ese dulce es la vida.

 

 

CIV

Consumada ya la partida
no habrá canto
que la haga renacer,
ni mirlo que sueñe.

Solo quedará
el resabio de una senda,
inspiración
que un día supo de la victoria.

Esto es un anzuelo
de aquel que vale más que el pan,
una existencia
que se supo consciente.

Ya nada será como antes,
pues mi vacío
será una fábula que todos
podrán comprender
sin tener que pensar.


CV

Confiéreme un lugar para retozar
en la eternidad de tu mano.


CVI

Alzaré tu corazón
a los lobos,
lo arrojaré al erial
del espléndido diamante.

 

 

CVII

Tú vas izando uno de mis nombres
que se vanagloria de tanto mar,
pero sabes que ya no hay patria, 
que solo
hay un sol meciendo la vida,
y que todo, todo, todo se desgrana.

Y ya nada
se parece más a mi salud.


CVIII

No hay llanto que se iguale a su canción,
ni a la soberbia de su palabra
cuando ya hundido en la ciénaga atroz
cree erguirse ante la mentira
con la que dibujó su tierna soga
en la víspera sanguinaria del tormento.

Dejó a un lado, era necesario,
toda piedad
y ni los bondades del mundo
pudieron con él,
ni la fuente azul de la poesía,
ni el hombre que ha descuartizado al tiempo.


CIX

A reunirme con el temblor del exterminio,
coreando el póstumo impulso,
con tal de soliviantar la consternación,
y la nostalgia de una quemante sinceridad.

A ello,
y más fascinante que una perla, iré.

 

 

CX

Mi persistencia es más perenne que la noche,
tan codiciada por los festines,
por la masacre, por la negra ceremonia,
nunca hubo quien pudo descollarme,
mi vida es la maldita religión de la sed.

Soy la perla de los poetas,
el eriazo de todas las infamias,  
brutal cancerbero de las almas,
aquel milagro en la jaula del existir,
el espantoso rechinar de la fatalidad.

Cuando quiero aparezco,
sucumbe ante mí toda esperanza humana,
los hombres segando la hierba, 
esos que profanan los templos sagrados,
y los guardianes del amor.

Me aman los genios y los artistas, 
no hay afluente ni montaña
que se me iguale, la vida es mi única presa,
con la que voy deambulando,
dichosa y encorvada, por toda la eternidad.

 

 

CXI

Yo soy la apología augusta y el cuchillo,
el templo avieso de la fortuna,
mentira y campanario,
el desaire de las marismas.

Las legiones marchan,
y hay una errata en el reposo,
todo es un festín de cenizas
que ahuyenta el renacimiento.

Así, no hay gema posible,
solo la gula invariable del segundo.

Voy rasgando
la mordaza indefinible de la muerte. 

 


CXII

A Florencia Véliz Castillo

Cuando pienso en ti, pienso en la esperanza
que nunca llega, pero que existe,
en algún rincón de tu palma,
hija nonata,
alada en el rumbo
de los jardines diamantinos.

En el pensamiento de la madre,
tú fuiste la trémula noche del arpa,  
y como una oquedad que se coló de lo eterno,
ahora, te encuentro en mi balsa brumosa,
cuando todo se parece a tu nombre,
y a la onda de las playas sonrosadas
que se reúne en ti
dejando ese tenue murmullo.   

Espérame, Florencia, hija de los nenúfares.

 

 

CXIII

Lo invisible
te atañe por toda la eternidad.

 

 

CXIV

Como amante de los gusanos,
volví a ser un manto de polvo,
pero este ya no me pertenecía, 
y volé, así, al rostro de Dios.

Entonces, me rebelé de la muerte,
por lo que quise vivir, una vez más,
ajeno a la agonía y al caos
y volé, así, a las palmas de la madre.

Con todo, crecí, nuevamente,
y amé todo cuanto vivía,
pero creí arrojarme al vacío
y volé, así, a los ojos de un niño. 

Finalmente, yací en soledad
por lo que me enterraron
lejos de todo, de todo lo posible
y volé, así, al seno de un poema. 


CXV

Solazado por la obscenidad
vas burlándote del martirio,
meando sobre los narcisos, opulento,
y con el alma encumbrada e indócil
sobre todo lo absoluto.

Crees ser la hiena del siglo, 
y cada una de las anomalías del futuro,
un graznido vil,
solo un eco
que roba los secretos
del útero de la felicidad.


CXVI

Prodigiosa en el naufragio, desmedida,
ahuyentando el peso del mundo y sus latidos,
soy la hembra sin nombre ni lugar,
desposeída, disparándole a la piadosa canción.

Porque nada es la muerte sin mí,
sin la página donde mis parábolas se encienden
y araño mi celda y no soy el cisne,
el ansia del poema es puro aullido.

Ven a mi fiereza, ven sin el reloj maldito,
te daré un concierto de tempestades,
la ternura incorruptible de mis versos,
el álgebra inusitada de mi cintura.

Llámame la saqueadora, la insurrecta,
solo para mí iré arrancándote los pensamientos,
y el légamo de tus ojos será mi festín
en el baile de los cadáveres mancillados.

 

 

CXVII

Al compás de unas piadosas jovencitas, 
golosamente, me armo
de tordos y tugurios,
apremio sus cretinas cabelleras,
y asalto, variopinto,
ese cúmulo de perlas simpáticas.


CXVIII

Creo que no moriré,
me convertiré, sin más afán en una velada inaudita,
en un rebelde de mi deseo,
viviré,
tendré por maestro a la humildad,
y a la ancestral aparición del sol.

Cada una de estas palabras quemaré,
y veré en la hoguera mi desprecio por la muerte,
seré un sabio oculto en el bosque,
y mis ojos amarillos
podrán cambiar el color de la lluvia,
lo mismo todo a un ciempiés
que avanza por las riberas de la paciencia.

Creo que no moriré,
santa la epifanía que me ha envuelto.

 

 

CXIX

Cuando supe que nada
era evitable,
fue que le canté al gozo,
y este me abrazó
queriendo hacerme suyo,
pero yo elevé la mirada
y empecé a aullar.

 

 

CXX

En el oficio más débil de los oficios,
con el talento corrompido por la felicidad,
de tanta noche aficionado al genio del caos,
asiduo a la química del asombro,
llano a ser más infiel que el lujo,
con el apero de la evasión y el vino fustigado,
al camino prostituyendo de la mano del azar,
tornasolado de tantos próvidos encantamientos,
entre pecios y lucernas al mar alzado,
inarmónico en el hallazgo de la posesividad,
por el ingente anuncio de las evocaciones,
en la ternura acribillada por los miserables,
sumido en la sensible melodía del cuerpo,
a cabezas ligeras con una pistola apuntando,
recio al ejercicio de una nube en el corazón,
de dagas lunáticas ante mujeres melodramáticas,
donado al abismo por la lágrima viciada,
transmutando a la ignorancia en embriaguez,
sin otra ruta que la de la pureza desgranada.

 

 

CXXI

Sea lo que sea, todo, todo lo que ocurre,
ese estremecimiento de la página,
la caricia del almendro y la vasija,
cada uno de los disparos del día,
cierto canto rugoso de la cigarra,
aquel erario opulento de la dignidad,
todo,
hace crecer aquello que existe.

Todo crece y todo lo que ocurre es para crecer,
y así, todo humano es un mártir,
como todo lo que existe.

 

 

CXXII

Yo te envilezco, verso maldito,
porque quiero esa nada
y la sed que merodea
entre las calles de exánimes mendicantes,
únicos sobrevivientes del desacato a Dios.

¡Quiero al mártir
y ser el no ser de la rosa!

Así, la poesía sabrá ser,
irrenunciablemente,
un santo
que se atreve a enaltecer el pezón.

 

 

CXXIII

El gato entre las nubes
que de niño
me hizo conocer el júbilo,
aún maúlla en mis sueños.

 

 

CXXIV

No habrá predilección más plena
que encontrarte debajo de un naranjo,
donde podrás ser
guiado por los barcos de tu pensamiento,
y alcanzando la cumbre, imaginario,
como un vástago alzándose,
invocarás,
más leve que el agua,
el incógnito repliegue de las estaciones.

 

 

CXXV

Nada puede ser evitable,
el camino es uno y único,
la posibilidad es la gran ilusión,
un campo de acción invisible. 

Si fuese posible
que existieran alternativas reales,
nada sería lo que es.

Todo cuanto es, a su vez,
es lo que tuvo y tendrá que pasar,
y lo que pasa tiene que pasar
para que todo lo que existe sea.  


CXXVI

La poesía fue un objeto de lujo,
pero para nosotros es un artículo de primera necesidad:
no podemos vivir sin poesía.
MANIFIESTO, Nicanor Parra

¡No nos vengan con esa realidad,
el mundo lo reinventarán los poetas!


CXXVII

Se van los barcos por alta mar
donde buscan las palomas un nuevo mundo,
y te regalo un cuadro de Dalí,
donde vemos tigres naciendo de granadas,
y el gato nos mira al pasear por el comedor,
y nosotros vemos la lluvia desde la ventana.

Tenemos el pan para la merienda,
el cántaro colmado de historias,
todo para vivir en la quietud de lo sincero,
ajenos a la amenidad de la ciudad.

Lejos de todo aullido,
somos solo piedras guiadas por el río.

 

 

CXXVIII

Ellos se arrodillaron en torno a la ceniza,
la que saqueó el busto del orgullo,
y, una vez más,
se nutrió del crimen
y no hubo mayor clamor en la creación.

 

 

CXXIX

Ya no me importa sorprender,
escribir como nadie ha escrito,
pues la poesía
es solo una manera de mirar el mundo,
eso y solo eso,
mas, hay de algunos que se esfuerzan
por asombrar y querer relucir.

Yo les digo a ellos,
señores, dejen de lado tal pretensión,
hablen en el lenguaje
de la savia ascendiendo por la rosa. 


CXXX

Te pierdes, lucero que baja en la noche,
cesta de primeras luces.
CEGATA, Fernando Martínez

Como un pájaro pidiendo limosna,
el amor sufre ante la verdad,
y es inconfesable el morir
como toda ruleta y la pasión de la carne.

Asciendo por todos los recuerdos,
y en cada puente
voy ultimando a la ternura, 
no quiero más adagios inauditos.

Insensible, luego de asesinar el afán,
se yergue la noche entre rumores
cuando crece el camposanto,
y un pétreo corazón conquista el infinito.

 

 

CXXXI

Quieres ver tu lágrima
goteando de las manos de un altar,
cultivar guijarros en una copa,
y saltar al vacío.


CXXXII

Ellas saben de la azucena
que quiere ser el pan para los pobres,
para los niños que juegan en el barro,
y a los que solo les basta un anillo
para recrear el mundo.

Ellas saben del campo que respira,
de la azul tela que cubre
la mirada de los poetas,
de la sangre de los soldados
que entibia la ternura de las madres.

Ellas lo saben,
y con eso basta. 

 

 

CXXXIII

Estoy en el apogeo milagroso,
en la brutal cúspide del mundo,
allí, entregado a mis feroces venganzas,
y, lealmente desnudo, aúllo,  
bajo un concierto de tempestades.

¡Malditos los rosales!
¡Pantanos, ultratumbas, inarmonía!

Yo, lejos de las tiernas maravillas,
incrédulo e inadvertido,
desalmado por toda la eternidad,
voy, amante del escarnio,
entre un férreo tañer de campanarios.

 

 

CXXXIV

Venera todo lo que existe,
las piedras, las tumbas, la sinceridad,
enaltece tu temblor,
porque todo es santo.

Somos salvajes, poeta,
el mediodía arde y canta.

Nada es más prodigioso que tú.

 

 

CXXXV

La devoción es tu única aliada,
la razón de tus rondas.


CXXXVI

Le podrás recordar
más dadivosa
que la palabra
la que nunca vaciló
como un disparo en la sien.


CXXXVII

El frío desciende de los castaños,
unas madres abnegadas
mecen niñas ciegas bajo la noche,   
hay conchas de infinito zafiro.

Un alma vuela desde las campanas,
y una brisa violácea
me tienta a ser el más exuberante,
más allá canta un ídolo muerto.

 

 

CXXXVIII

La luz hizo el mundo,
el verbo, la carne
y todo aquello que tú amas
fue obra de la mujer primera.

El hombre fue la costilla,
y el amor, el amor,
un mártir devorado por la muerte.

 

 

CXXXIX

A la inconfesable batahola del ruido
no te adhieres generoso,
porque eres la tregua furiosa,
la flecha donde se escriben los poemas,
la semilla del seno,
y nada del crepúsculo nocivo,
ni de la mera usurpación de la dicha.

Eres el aliento sin mesura,
aliado al desdén de la prosodia,
colmado en el pasar de la vigilia primitiva,
con todo el peso del milagro,
y el idioma descreído de la aflicción.

Eres el acontecer primario del barquero.  


CXL

Tú quieres el rumor de la ceniza,
en medio de la victoria del mediodía,
componer
el aullido de la muerte
cuando efímera es la reminiscencia.

El olvido todo lo devora,
y los bosques yacen en el éxtasis.


CXLI

Si nada desaparece,
cómo podría aparecer algo.

Pienso que existe
y no existe lo que existe.

Nada ha aparecido nunca
y nunca nada desaparecerá.

Ese es el secreto
de la nada y el todo.

 

 

CXLII

Hay una galimatías invisible,
una criatura acurrucada en una lágrima,
la disonancia
que nace del escombro,
y la tortura y la inquietud del crimen,
el sarcasmo fascinante del tormento,
todo este trance
por el que nos va libando
el hocico insaciable del buitre.


CXLIII

No me ajusticies,
pues el llanto del segundo
es mío,
cuando me levanto la falda
y le muestro mi sexo al mundo.

 

 

CXLIV

Regreso a la misa de la paz duradera,
y se descuaja,
noblemente, desvalida la gentileza,
y no queda sino literatura,
una burla muda que no quieres entender,
aquella arcada ulterior,
la dación de la malicia encubierta,
y cada uno de los ruines esmeros
por continuar en el concierto de los amuletos. 

 

 

CXLV

La perla que llevo en mi mano
será mi baluarte
que me hará rastro y campanada,
y con la que trazaré lo infinito.

 

 

CXLVI

Yo tampoco tendría tiempo
para escribir estos versos, Danyela,
si los pétalos fueran escaleras,
y mis dedos, los que tocaran
una vez más,
tus pies.

Eres este recuerdo,
mis nubes en tu cuerpo
deleitando a toda iglesia,
allá donde nos casamos
al ver al sol dibujando tu poesía.

Yo tampoco tendría tiempo.


CXLVII

Siempre habré de estar solo,
porque estar solo es amar
el silencio de la naturaleza,
y cuando estoy solo
amo la naturaleza
y ella me entrega su silencio.

¿Por qué los hombres
no comparten su soledad,
para que así amen
todo lo que hay en la naturaleza?

La verdad es que el silencio
es el idioma del amor
y el amar es no saber nada
sobre lo que el amor significa.

Mi naturaleza es estar solo
y por eso la naturaleza me ama.

 

 

CXLVIII

No hay erotismo más fascinante
que mirar una cintura,
yacer en la palma de la acaricia,
poner tu boca
en el hombro del amante.

Así, danzar hacia el brillo,
de los cuerpos liados,
tan próximos,
arrojados por el vaticinio
a la hora brutal de los corazones.

 

 

CXLIX

Yo fui el lecho
donde cantó el cielo
el himno de las estaciones.

 

 

CL

A Pfeiffer

Se elevan de tus párpados
las hojas de otoño.

Tenlo por seguro,
la poesía
es lo único que existe.

 

 

 

 

 



 

 

 

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