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(Dante y Beatrice en el Puente Santa Trinidad, Florencia)

SELECCIÓN DE POEMAS DEL LIBRO “TEMBLORES”

Pablo Véliz Bacigalupo
Editorial Askasis, 2020





.. .. .. .. ..

Quien sabe de dolor, todo lo sabe.
Dante Alighieri

 

I

Amé la cara piedad, lo imposible,
arrojado, cogí del cidro el azahar,
de mares no ingenuos el donar,
rompiente de ímpetu inextinguible.

Gesté entre sus huellas el día,
y dancé brioso por un puente,
hito yo fui al llegar a su fuente
donde planté de oropel su ordalía.

En puertos ávidos conferí el sí,
y las luciérnagas iban tan divinas,
que en noria de templo la adosé a mí.

Alba de agua, gema que geminas
esta oscura desnudez, yo te ungí,
doloroso, entre todas mis espinas.


II

Tan tenue vendrás a mi cayado,
la gracia lluvia será un día,
al consagrándote a esta idolatría,
a la visión del hombre condenado.

Aupada, te veo no por la silueta,
tu corazón es todo aquello tejido,
hierba reverdecida, nunca habrás ido,
al húmedo desierto del poeta.

Es el dolor colmado el que cedo,
tan sedienta la mies encuna,
eclosión empinada ya ninguna.

A mi silbo dónate en donde puedo,
solícito, hundir de la fortuna
la canción hirviente de la duna.


III

Qué de ojos, pecios nimbados,
rosa pétrea sembró en la herida,
por cuya ansia esta senda trepida,
otoños de auroras hilvanados.

Soplé, taciturno, lo pensativo,
las plumas nacidas en campanada,
y el aura de ello azuzó templada
el brillo muerto bajo el olivo.

Su dorso, cual dureza inspirara
lo virginal, que alza y ampara,
destello brutal el suyo, pura esfera.

De aquellas aves, el canto de cera,
de su orla, el rezo negro yaciera
de tan prodigiosa que atronara.


IV

Hierba de noche embelesada,
sea que vaya en tu duna invencible,
bruñida, vuelvo a lo invisible
ante la ebriedad de tu edad dorada.

 Desnuda, desenvuelta arrulla,
el mar que a tu trazo se abriga,
donde lo tarde que pende y prediga
se funde en el río que aúlla. 

Polvo imposible, el viento delata,
socava la heredad de caliza latente,
la voz ya canta tu altiva vertiente.

De tus líneas cómo libar el nepente,
al tiempo emanando que ata,
de la frente, todo flujo lo constata.


V

Aquejado por caminos errantes
yo corrí, las madejas tiernas,
con una flor oscura entre las piernas
al yermo páramo de los amantes.

Allí, puse el corazón herido
en la senda de su leal morada,
el amor, la rueda deslavada,  
eriazo de sangre y de olvido.

Ahora, no puedo, maculado,
tocar su mirada azul, garlado,
imposibles, esos pulcros jardines,

donde vuelan, remotos, sus jazmines,
a esa memoria que brotó del prado
por el lar de sus palabras afines.


VI

 El fin es siempre y desenfrene,
ya eres tú de solo colmena,
libre de toda dócil cadena,
la fuente se derramada y viene.

Canta, alivio, canta de amapola,
es la antífona de amor sufriente,
donde danza, inmersa en vertiente,
la muerte, en esmero de la viola.

Veces la vi, llena de lo fogoso,
elevada en la palabra lima,
plena en soplos, tal valle sinuoso.

Solo, entre hiedras en la sima
la busco, y ella, con el mirar meloso,
diluida, veme de la otra rima.


VII

A la sombra, aún manzano dormí,
esperando aquello de lo tibio,
me abrió esa mano el párpado livio,
y a la mañana, tan muerto partí.

Guirnalda malva, se unió a mí,
ademán, la que avivó el quebranto,
ella, la que alentó del laúd el llanto,
y, a la sazón, el anhelo enaltecí.

Timón busqué, el que me llevara,
numeroso, hasta su huerto marino
cuando ese rosal huyera anodino.

Arrecia toda luz en lo dañino,
que su aliento, en cuanto ya se drenara,
es la no sombra que me callara.


VIII

Bajo noches, la lluvia admirable,
me inundé de mareas, de un estuario,
deseché el ruego del santuario,
y dancé, la muchacha amable.

Sufrí la magia de los temerarios,
viví las misas de la prohibición,
quemé ese dolor de la fascinación,
fui por mascarones legendarios.

Por caminos auné al labriego,
y, tendida en herbazal, ya no estaba,
loca destejía en mi golpe ciego.

Densa pupila del mar habitaba,
al recuerdo mío era sombra de fuego,
una inherencia cálida aclaraba.


IX

Por esta expiración ciega pace
el pretérito lema de su cumbre,
germina, vive, todo por su lumbre,
vehemencia, aturdimiento nace.

De la ignota memoria crece
lo pletórico argénteo, la ilusión,
afable crina imperiosa la canción,
bendita, aquella soledad mece.

Al panal siembre, puro imagino,
fiero atrás al amanecer falleces,
en tu silencio esta ancla advino.

Bajo naranjos heridos enalteces,
ábrense solo sobre mares de lino,
y, entre siseos de amargura, apareces.


X

Oriunda mirada, ven cansina,
contempla tú este crucial espanto,
suspirar oye la hierba de la encina
y esgrime tus velos de camposanto.

Deslumbrante te vi y elevada,
trenzabas en el rumor la pureza.
De aquel riego de tu dote labrada,
la esbelta razón de la belleza.

Concede ardor, posible errancia
por la que pensar tu prestancia,
seas misa de rubor y alba suma.

En tu pie el mar nácar exhuma,
y ante su exhalación lo perfuma,
todo sea por ti, azul exuberancia.


XI

Serás el anochecer del encanto,
solo siente a lo que se adentre,
y el soplo del barranco del llanto
te inundará, yo la túnica encuentre.

Por cuales rutas irás y llanura
regresando, tu frescura sin hora,
que llegarás sabrá la surtidora,
a liar del lamento la blancura.

Idioma tuyo de serafín, el fuego
en mis manos graba esta osadía,
traslúcida hállate en el sosiego.

Como una dulce noche cierta día
colma, ven ya oculto ruego,
deslumbra, clama toda rebeldía.


XII

Herbaje, pulido y sacrosanto,
escondes, malva caña, río mío,
tu celaje, lo que más ansío,
izado por ilusión de tu encanto.

Alza la espesura, única ortiga,
vacío soy que a lo infinito embiste,
el telar más hondo que existe,
busco elixir, a esta cesta instiga.

Sé claridad, solo eres azul velo,
el grano modula en tu busto,
ensueña la caracola de la historia.

Ligera de cal viva, no te celo,
y aun así reluces, atardecer augusto,
si fueras copa de tanta gloria.


XIII

Dura ansia es la muerte copiosa
como la mudez del amante ausente,
nocturna, pasa cual obediente,
brava e incrédula llama presurosa.

Desconsuela entrañas y ya posa
su herida en pájaros del llanto,
comprende el humo, aquel canto,
al graznido, a sus cántaros que roza.

Creciera tu distancia de la mía,
el tiempo, lo oscuro se reuniera,
se acrecentara el olvido y la agonía.

Mujer marea, el abismo espera,
augura, nostalgia y color, la gran vía
existe solo en tu argentina lucera.


XIV

Suma salvia, habitas, pulso vacío,
y tus bustos gobiernan la fontana,
la que embelesa ya temprana,
mirada en la que se refleja el río.

Al filo de tu solvencia eres manera,
al ajar póstuma el amor perdido.
A desnudo desvelo tan henchido
regresarás, nace una adormidera.

Convoca al nimbo que hallares,
el temblor que renace en lo genuino.
Ese sueño que es respiro hilares.

Fulgor, ese risco de los mares
en el impulso, que de refugiar advino
en díscolo raudal, en aquel camino.


XV

Iba muriendo, la que adormila,
límpido hallando la aguja sueño.
Entre sábanas su sombra hila
un gesto de gemas que no domeño.

Iba muriendo de encuentro,
ella aún existía, la sutileza la invoca,
nunca franqueaba, la de adentro,
en costas ella siempre desboca.

Solo un cedrón que te bendiga,
tan solo una joya y un anzuelo,
ánfora de visos, cruda amiga.

Acércate a este dolor y hielo,
donde vive recostado el que liga,
trenza el agüero, el adiós, el cielo.


XVI

Del segundo aquel rumor entrante,
el arrebato, ese edén en tu boca,
y, en el allí, mi isla te convoca,
verte de vetustas candelas verte.

Sosiega mar esta ansia de saberte,
al conquistar vía se abalance,
es plena, pura ceguera este trance
de llegar, de vaciarte todo arte.

Ingente primor, mantenido vivo,
ya existo por ti, dócil canción,
la frágil bestia de mi puñal albino.

Me elevo, cuán glorioso convivo
por las líneas de tu cara mansión,
y aquello, lo llamo: mi destino.


XVII

Roja desnudez rebasa, enarbola,
y se cuela la huella de la niebla tuya,
y te pienso, sin pensarte de amapola,
has desaparecido, aquella suya.

Lo temerario, la luz y la frente,
la ruta que sin tiempo nos uniera,
tan fértil, de parvada evanescente.
Si tu escalofrío atesorar pudiera.

Anchurosa, el oboe te embriaga
desde un más acá, en lo alto del estío,
y te fuiste por el agua del rocío.

Yo forjo el tiempo que vaga,
en el padecimiento de lo tardío,
como ave posada en sombría daga.


XVIII

En medio de la oquedad, un anillo,
efímera, en mis manos guareces.
Me peregrina huracán de brillanteces
mas, al mirarte, me mancillo.

Yo soy el verdugo que por ti reza,
y como tú no estás por la savia ando,
y hallo a mis entrañas dando,
quizás, girando, súbita tristeza.

Ya no vivo sino en ti, y me devino.
Aroma a pensamiento, animal lancino.
Hija del candor, dosel de alas.

Pura dulzura el dolor mezquino,
loco amante de intactas calas,
a la montaña, solo de amor, escalas.

XIX

Yo sé de la pródiga huerfanía
del tallo flameando en su ladera,
quién negara la verdad de la frontera
que en mis recónditos ojos venía.

Tal vez, tú no concibes el solo atar,
el desgarro extranjero de mirarte,
cómo quiera yo pueda encontrarte
en las conchas, escuchemos el mar.

Con ardor somos, de escanciar el vino,
para beber de amor, ya haré saber
qué tan, tan colmado y cristalino

puede realzarse lo vacuo de ser,
sin yo yendo ese, a paso cansino
entre los poemas escritos del ayer.


XX

Al arreciar tus pies el rubí errante
podrás oír cadencia del camino,
y en tu presencia remontará mi sino,
el racimo de la dádiva flagrante.

Así, la luz irascible irá a tu ojo
a sondear la intimidad de los mares,
donde sin brisa, hallarás tus hogares,
piénsate eterna, que la ronda despojo.

La duración del almendro, a tu espejo,
deja un vaho a tren enmohecido,
allá van las larvas, y yo te alejo.

En tu amor, el mío no queda vencido,
es el lapso que brinda perplejo,
del tremolar aquel páramo pido.


XXI

Desde el nicho diáfano, su reposo,
el baile invisible del polvo brota,
con asombro, pienso en eso que flota
en sus ojos, hallando lo calloso.

Trenzas de frío, a veces, sus vellos,
y alboradas que emanan derroca,
en su color, en brío crece la roca
a mirar sus enlutados cabellos.

Eres de mar, de luz, de paciencia,
cayendo al cauce del sueño, a la historia,
constelas toda coraza, toda ciencia.

He de venir, recóndita memoria,
sea la niebla azul tu presencia,
rema, solo aviva, plenísima victoria.


XXII

Tan silencioso al sigilo navego,
arribo en rumbos lo que afana,
se pierde el olvido en su sana
cintura, yo tanto, tanto me allego.

Al esperar lo oculto, pierdo de verla,
suspensa en primor de suma fuente,
y es por eso, ella aviva el presente
donde se aquieta el afán de la perla.

Anhelar viento que palpo y dreno,
libre vive su estigma narciso,
ávido bebiera yo elixir y trueno.

Vivo en su pulcro vacío que diviso,
y fundiéndome, pulpa en su seno,
qué pleamar de poema impreciso.


XXIII

En el arrebol prístino de su mirada
crezco ignoto, curvas por doquier,
y el fascinante emblema del ser
se plasma en su huída enarbolada.

Al solaz, un tilo que nace se ausenta,
coreando fugaz pace en el rocío,
y por su cauce va pensando el río
que baña el corazón de menta.

En la cumbre la montaña danza,
la matita de aire, su iris encantado,
el rumor apacible de mi esperanza.

Es la llovizna que acicala ese prado,
y la savia, las que vacían la templanza,
su santo manantial en mi anhelado.


XXIV

Al sonar de las cebadas canciones
se originan copas sin decoro,
de aquello que es siempre lo otro,
la coral iglesia de mis visiones.

Del umbral de oculto semblante
crece lo puro, secreto murmullo,
se nutre de sus días el capullo,
yo ya voy como un vigía errante.

Fuera la noche mi obscura morada
donde pensara este innoble camino,
sostener al borde la mano alzada.

En esta cuesta se forja lo salino,
un solo prado, la vaina embriagada,
póstuma sazón silente del molino.


XXV

De la colosal hoguera del sueño
la herida surge, pronuncia y asombra.
Es el hastío tierno de la sombra,
su gracia, que es avanzar trigueño.

De las raíces del viento emana
eclosión que viaja a sus mejillas,
donde prosperan vísperas sencillas,
crece, lucerna de un mañana.

Rememora el cero del estero,
el desapacible arribo de la tarde,
tiembla en la ceniza, todo lo venero.

Con su ronca parsimonia hace alarde
de su prístino médano costero,
que la bravura toda la resguarde.


XXVI

Bajo la sucinta niebla descubrías,
recónditas huellas que te buscaron,
donde maizales ebrios cantaron
la romanza del alba de los días.

Dichosos los que pasar te vieron,
ya supieron de tu melancolía.
Desciendo, cuencas donde llovía,
y pienso, los versos te surtieron.

Duró pálido el barranco dormido,
anhelo lleno, tu fatal partida,
todo se resiste al acantilado del ruido.

Lo bélico del día, cáscara huída,
agoniza balbuceando cuánto bramido,
y encuentro, ya eres campana perdida.


XXVII

Duerme, niebla, en la cisterna,
reposa, lo ignoto, la tosca tumba,
en esta otra eternidad se derrumba
la divina vía que me gobierna.

Toda imprudencia es el verso,
eso de aquello que has de vivir,
no sé si hay maneras de resistir
a la pureza, a ese racimo terso.

Duerme, el hálito infunde
el revuelo de candela extasiada,
la pasión de aquel fecunde.

Vacua vía, la sierpe pasmada,
la recóndita devoción me cunde,
vive, bandullo de la brisa larvada.



XXVIII

Tiembla, tiembla la lejanía,
vislumbra el cuchillo en mi ojo
y yo todo esto lo despojo
cuando ciego origino el día.

Ya no sé, no sé llamarte, rubeola,
bautismo deshilado al viento,
viene del ataúd todo aliento,
en tu palma te urdes tan sola.

Vuelvo, giro, no vuelvo eterno,
yo solo sostengo, forastera fina,
ante mares de luz, el invierno.

De amarte, llena de la espina,
todo esto crece y me consterno,
consagrarte toda la gavina.


XXIX

Viva lo persistente, hierba vacía,
jamás supo la vida de tal belleza,
el voto de mi desnuda pobreza,
denme razón para sentirla mía.

No habrá hora, solo con verla,
todo es tan simple, la leve brisa,
tales lienzos, la más húmeda misa,
la simpleza no ha de vencerla.

Brille noche más honda, ruptura,
la cepa del éxtasis presente,
todo se obrará sin premura.

Y te veré, valija más ausente,
lejana de mí, fugaz desventura,
plena como un amor incandescente.


XXX

Ya orilla eres, lo abismado,
que te arrimo, ardida en la cumbre.
No habrá otra manera, otra lumbre,
que no sea tu candor nacarado.

Contiene el horizonte tu nombre.
Llámame, que te canto, dulzura,
el franco dolor no tiene cura,
ajusticiado, ya no soy ni hombre.

Sopla, hija del pensamiento,
la gloria renace ya cada mañana,
vences al feroz sufrimiento.

Lumbre, qué lumbre emana,
pulula, y solo augura el casamiento,
el clamor, que todo se desgrana.

 


 



 

 

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