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 BREVE ENSAYO
DE “CARTA AL PADRE Y OTROS POEMAS” de Alexis Donoso González

Por Pablo Véliz Bacigalupo.



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“Nunca comprendí tu total insensibilidad frente a la pena y la vergüenza que podías
causarme con tu poder (…) Tú descargabas tus palabras sin el menor reparo, nadie te daba pena,
ni en ese momento ni después; frente a ti, uno estaba completamente indefenso”

CARTA AL PADRE, Franz Kafka

Bachofen postula en su libro “Ginecocracia” y “Mitología Arcaica y Derecho Materno” toda una radiografía sobre pueblos ancestrales en diversas culturas. Lo central acá, es la predominancia de la Mujer sobre el rol masculino. La idea de que esta se “vincula” con la naturaleza para quedar embarazada es atestiguada por este autor. Estamos en presencia del Matriarcado. No obstante, el hombre habrá de revelar el misterio de la fecundación y, a la postre, impondrá con su “poder eteokleico” (conciencia de su participación en el acto reproductivo) una nueva etapa en la historia, relegando la Ginecocracia al olvido, e instaurando la “pater familias”. La concepción de que el hombre o el “padre” domina el mundo está sustentada en esta idea. El padre es el artífice de una ideología tiránica, verticalizada por el dominio, la jerarquía, el poder, la desconfianza, la competencia, etc. Hasta hoy, el padre es el ícono del exterminio del amor.  

“Carta al padre y otros poemas”, se implanta en un criticismo propio de quien busca sanar la escisión entre el “poeta” (libertad) y el “padre” (autoridad) El bardo es quien hereda una época marcada por la secularidad, y, por ello, es objeto de ser amputado. Pues bien, el padre es el pilar objetivo de una masacre ontológica, de una ruindad epocal, de un cerco rodeado de cerdos soliviantados por la usura, de un desdibujamiento de las identidades culturales, de la promoción de una postmodernidad global, marcada por el baile de la silicona, la reificación sexual de la mujer, por el hedonismo cultural, por el desfile fotográfico de las masas en las redes sociales, lugar en el que se impone la risa socarrona, la carcajada del mercado, la felicidad autocomplaciente.

Irónicamente, esta desacralización del Padre, aparece como un notorio degollamiento de la cabeza del capitalismo, el que promueve toda posible represión, toda muerte del poema, el que invierte dólares en crear a tanto estúpido que puebla este mundo, ajeno a los valores ancestrales. Aquí, la muerte del padre es la muerte de la metáfora moderna que ha fracasado por su falta de amor y ternura.

Por lo anterior, también en este desahucio aparece Chile. Ese Chile que no lee y que se divierte viendo series. Un país desolado por el endeudamiento, que se vende a las empresas, que le zapatea la ñata de tanta coca, que se viraliza en las redes, que se apuna en el sortilegio macabro de las ilusiones, que se ve bien pese al descalabro que lo incita a olvidarse a sí mismo. Este es el Chile, el Chile que va a cambiar el mundo con una triste perfomance en la Moneda. La verdad es que nada cambia ante el cambio del dinero que sube y no baja. Lo sublime se ha expatriado.

Hay acá, en este escenario, un aliento apocatástico del amor opuesto a su valor extraviado. Amor se vende, amor se liquida. El amor, así, pasa a ser una mercancía más. Una legión olvidada, un quehacer marchitado por el miedo. Se entretienen sin amor al creer que aman, y he aquí lo más peligroso, porque aman sin amar, aman en medio de la espectacularización de la imagen, del egotismo supra-individual, de la máquina suprema, de contadores de la felicidad, de malhechores del placer libertador. “Todo ha muerto”, grita el poeta. Pero no mi amor.

Frente a todo este desierto, surge la voz de una individualidad que busca salvar(se). Un hombre que en su adolescencia tiene por hallazgo el vacío del universo y que se identifica con la embriaguez de un Baudelaire. Este arrebato se pierde en las lindes de un cielo nihilista, donde la muerte es la destrucción de la belleza. No hay nada más que brillar bajo la vacuidad. Estamos solos. No obstante, surge la poesía, la pagoda donde se refugian quienes enaltecen el lúcido frenesí, porque esta es la vía, el santo oficio que nos hace comprender que la vida es un animal desgraciado que carece de Dios. No hay retorno, lo que hay es un intento salvífico, un éxtasis del no sentido.

En este plano, una vez más, la poesía es un torbellino que destruye y recrea, es soplo recreativo que perpetua el ciclo de vida y muerte o, al menos, que da cuenta de este. El poema oculta un animal, un animal que brama por traer de vuelta el seno dorado de la poesía, la danza de Shakti que fluye por la dualidad, el ebrio paraíso, el vacío impenetrable sobre el que escribe ajeno a un telos programático, más que no sea el de cabalgar sobre la muerte.

Hay una identificación, a su vez, con el flanco no oficilista de la cultura, como contrapunto del capitalismo acéfalo, con el caput que nos vende a diario a la matrix. No te enfades conmigo, porque soy inmigrante, indio, pobre, mujer, negro. En este verso se concentra la materia que nos conmina a poner la mirada sobre aquellos que son relegados, en parte, por el perverso engranaje. Es desde ahí, desde esas voces, que el autor nos exhorta a soslayar “la diferencia” que se muestra naturalizada por un discurso estatista que queda dinamitado en el poema “Carta del otro”. 

Pareciera que aquí el paso o el quiebre total es el salto de Celan. No hay otra decisión ante la malsana viveza de la hipérbole moderna. Celan es un pájaro que se precipita al vacío dejando una deuda, un marcapaso, una diatriba. También es un reclamo poético en defensa de sus padres muertos en el Holocausto, de su locura, de su arte que plasma sutil la esfera de un hombre que decide arrojarse al Sena para que se lo lleve lejos, lejos del “padre”. El salto de Celan es el salto de todos, de un diario suicidio colectivo, y, finalmente, de una posible salida. El vuelo de ese pájaro es una bofeteada a la ordinariez de unas vidas que no asumen la vitalidad de lo imposible. Celan muere y el mundo sigue, porque el mundo no se va acabar, no se acabó ayer, no se acaba hoy, no se acabará mañana.

Acá se anota un desvelo por la sentencia de que el mundo, a fin y al cabo, no se acabará. Esta situación es, sin lugar a dudas, un eje importante. Hagas lo que hagas nada impedirá que todo fluya. Se trata de un estado de liberación, el agua del río sigue su curso, sigue sin implorar. El mundo no lo cambiará nadie, solo tenemos la marca, la cifra, la escritura. Escribir, Padre, es a veces poner una rata en la página para que se espanten los idiotas. En este correlato reside la figura del propósito de todo poema. El poema es superar el tedio y el miedo, la carcajada del dólar, el vaivén rotulador de las cifras del “padre”, quien cree que la poesía no sirve para absolutamente nada.

¿Puede haber mayor fin en la poesía que hacer que el “otro” se encuentre a sí mismo? Si no te encuentras estoy perdido. He aquí el sentido último del poemario, el de una radicalidad ante el padre y su constante desconfianza, el de hacer que “nos” encontremos ante el Ídolo Ignoto de Cáceres. Un “viaje interior” que hace un guiño a quien se sumerge en estas letras. Es de esperar, así, que ingresemos en una zona en la que es vital el conocimiento de sí tras el derrumbe de lo capital, que, definitivamente, es la muerte. “No estoy perdido, pues sé que te encontrarás”.

Finalmente, lo que hay en todo esto es una rebeldía, una batahola. Pero es la rebeldía del amor. Todo confluye en eso, pues el amor es el seno dorado de la vida del que emana la leche que alimenta al mundo, un arma inerme, el camino para destruir y crear, el padecer de la mentira, del control y la vigilancia. No hay amor en el mercado, en la viralización de la moneda de cambio. Hay amor en la poesía, un deseo por acobardar la bajeza de los dominadores. No hay otro modo de comprender lo anterior, amar no es sino abandonarse, genuinamente, para alcanzar en la otredad la unión, y, así, sacarnos para siempre el puntero que nos han metido en la boca.

Se puede decir que en estos versos late un deseo por no consolar. No se pretende otorgar placer, sino que sujetarse de la verdad para decir: “aquí estamos”. Con certeza se quiere  decir que al mundo lo domina la violencia y la ignorancia. Esto es crucial en el entendido que no hay nada aquí que se le asemeje al desentendimiento estético. No se quiere adular mediante un formalismo lúdico o antojadizo. Yo diría que Alexis remece, dicta, apunta, molesta, da en el blanco. Hay una política incorrecta y coherente, un desacato íntegro. No se trata acá de complacer al lector con argucias acomodaticias, lo que hace el poeta de un modo certero es desajustar. Creo en todo esto, fehacientemente. Creo en “Carta al padre y otros poemas”.

Ante este libro hay que saberse uno en medio del oprobio, porque estos versos promueven al conocimiento de sí y del mundo que nos puebla, porque nosotros no poblamos el mundo, es este el que nos inocula su rabia, su desfase inaceptable, su ausencia de Dios. Hemos nacido cuando Barthes ha muerto, cuando todo está dicho. En este sentido, solo queda el habitar poético, el pájaro sin jaula, la posibilidad de refregarle al Padre la ilusión que nos ha hecho vivir. No hay nada que perder cuando lo quisimos todo.


Marzo de 2022






 



 

 

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Breve ensayo de “Carta al padre y otros poemas” de Alexis Donoso González.
Por Pablo Véliz Bacigalupo