Conocí a Pablo un otoño de 2007, cuando solía merodear por los alrededores de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile declamando versos de largo aliento que recordaban a Pablo de Rokha, uno de sus caros maestros, no tan sólo por la versificación, sino también por la obstinada militancia de su quehacer poético. En aquellos tiempos era yo tan sólo un estudiante primerizo de letras, y su talante frenético que causaba más de un repudio no me dejó indiferente. En esas circunstancias llegué a conocerle, y con el paso de los años, trabar honda amistad.
Largas e intensas fueron entonces las horas en que nos solazamos conversando, haciendo nuestra esa antigua costumbre de los hombres de la generación del 38, aquella que marcara nuestra vocación por las letras, y que conociera tan bien el “arte de conversar”. Nos reconocimos en los heterónimos de Fernando Pessoa, en los delirios de Rimbaud, en las visiones de William Blake y los aullidos de Ginsberg, entre cervezas y granujadas junto a otros que hicimos nuestros camaradas en la “religión de la amistad” y con quienes vimos transcurrir las estaciones.
Recuerdo que en ese tiempo Pablo me compartió ya su más preciado tesoro, aquella inspiración que había traspolado su vida y luego la mía: la epifanía de la Mujer. Desde soeces y gruesas consideraciones hasta los más inquietantes arrebatos místicos, la mujer y su belleza fue un tópico no sólo de nuestras letras. Por sobre todo, fue el imán oculto que guio y dotó de sentido todo el habitar de nuestra miseria humana, permitiéndonos comprender allí la huella de una grandeza.
Trabajaba y pulía pues lo que hoy, como entonces, se llamó “El Camino de la Higuera”, camino que ha sabido recorrer “hasta sus últimas raíces” y donde no habita sino la Voz del Silencio.
II
“El Camino de la Higuera” era algo así como el ars poética de una intuición que Pablo –junto a otros compañeros de generación– encubó durante largos años y que dotó de contenido, primero mediante las consideraciones intelectuales de lo que tiempo atrás había sido su tesis de letras sobre los mitos amazónicos de la fertilidad. Su tesis estaría centrada en el carácter matriarcal o ginecocrático de dichas cosmogonías y sus lecturas doctas se inscribían, por un lado, en la antropofagia de Oswald de Andrade, y por otra, en las investigaciones del filólogo decimonónico J.J. Bachofen, pionero de la teoría ginecocrática. Pero sus inquietudes no acababan allí; estas lecturas no eran sino el revestimiento académico de una pulsión mucho más profunda. De fondo hablaban Madame Blavatski y su Isis sin Velo, Aleister Crowley y los thelemitas, el Tantrismo hindú, los Misterios Eleusinos, el paganismo amerindio, el ocultismo, la magia, el chamanismo, la alquimia… Todo lo cual hacía de su aventura un viaje secreto al fondo de la Tradición, que en el círculo del retorno atravesaba hasta esa otra orilla donde se encontraba también el hombre de su tiempo, sí, de este tiempo, el del neochile de la post-dictadura, hijo de Jaime Guzmán y la tarjeta de crédito, el del “pulento bacán” y el “¡qué güeá!”; el de los que leyeron a Rodrigo Lira y Juan Luis Martínez como a un mito mientras observaban con desencanto juvenil cómo el país se hundía luego de una década de “pacto cívico-militar” disfrazado de “restauración”. Restauración de nada. Porque de una parte quedaron los nostálgicos de poncho y melena y de otro los crédulos de siempre, los progre, los pop, los jóvenes divertidos, todos “buena onda” y sumergidos en la misma “ola de mierda”.
En esa escena se fue gestando “El Camino de la Higuera”, como una consideración lúcida de un comunitarismo que se desentiende del naufragio comunista de la URSS y sus comisarios criollos, que retornaba al pagus, al fogos, a la tierra y el vínculo sagrado con el trabajo, situándose críticamente frente a la debacle de la técnica moderna sin renunciar a ella, refundándola a través de “la ciencia del que ama”. Una poesía que se nutre de los elementos vanguardistas, pero que no se esmera en aparentarlo, que ante todo concibe el verso como un arma al servicio de los hombres y como una pedagogía. Un verso militante. Revolucionario. Pero escéptico de las “armas tóxicas o como se le considere a la piedra” que lanza el joven buena onda que fantasea con el Frente Patriótico y llega a casa a drogarse con la “espectacularidad televisiva”, el que lanza la piedra que será barrida por el “funcionario comunal”, proletario, perpetuando la enajenación. Poesía que es una denuncia del bochorno capitalista que inunda la patria, de los mall y supermercados con su frivolidad, de la mercancía que reemplaza el valor de uso de la producción vinculada a su artífice por un lazo que no es la explotación. La denuncia de una sociedad hipermasculinizada que ha vuelto a la mujer objeto de todas sus frustraciones, sus humillaciones históricas, la más macabra mercancía, el fetiche del falo y el oro. La denuncia del régimen mundial de pensamiento único, la democracia de masas y su tecnocracia que engulle el espíritu, el multiculturalismo de mercado, la mundialización del consumo y su egoísmo endémico, la dictadura del dinero, el cosmopolitismo. La denuncia, en fin, del régimen Patriarcal en su fase más cruenta e inhumana, la del Eón Burgués, la del homo económicus: aquel “lleno de intereses, pero sin alma”. Y se trata del retorno también: a la propiedad colectiva, a la provincia, al trabajo sin explotación, al habitar sagrado, al sexo sin falo gobernante, al culto al cuerpo, al paganismo primitivo, a la fiesta, a la economía sin usura, al vientre, al mythos, al nosotros.
Entre la denuncia y el proyecto, la política y la teosofía, la crítica y la superación, “El Camino de la Higuera” se despliega como un saber que también es enseñanza, enfatizando su carácter propedéutico –a mi juicio, elemento configurativo, central, estructuralmente determinante para su comprensión–. Porque esta es una poesía de evidente carácter moralizante, formativa, una paideia, capaz de construir axiología a partir de su cosmogonía clara, pasando de la concepción del mundo al plano de la acción, lo cual le vincula al intento de aquellos como Pablo de Rokha, Yukio Mishima o Pier Paolo Pasolini, que soñaron con librar al arte del ensimismamiento, volcándole a la experiencia del mundo y descentrando una auto-referencialidad que expresa el crepúsculo del arte por el arte. De allí que “El Camino de la Higuera” se construya a partir de un mínimo de enunciados-máximas que se repetirán una y otra vez como en los tratados del Canon Pali del budismo Theravada o las enseñanzas místicas del sufismo, donde las verdades son muy pocas, pero muchas las vías para alcanzarlas y, la búsqueda interior, en tanto reconocimiento de lo más universal del hombre, una enunciación colectiva que es el santo y seña de la acción, sino militante del que busca transformar el mundo.
He aquí una poesía visionaria, escrita para el mañana, para nuevas juventudes militantes, conscientes, ávidas de ser los actores que empujan la noche a su más hondo precipicio. Como un vaticinio de la emancipación de la conciencia y del cuerpo también. Una poesía para formar al hombre nuevo. De Combate. Como un manual de guerrillas, poesía de trincheras, amorosa, que suministra nuevos bríos al que lucha, que recuerda el horizonte regenerativo del hombre, la apertura auroral del Post-Apocalipsis.
III
para hacer el amor, allí estaba tu madre
Enrique Lihn
Es esta una obra en profunda clave esotérica. Muchos son sus niveles significantes, mas, para el adepto, quisiera, por último, dar una clave de lectura, una llave para abrir la primera puerta del camino de los siete velos, adentrándole en el misterio.
Esoterismo deriva del griego έσώτερος (esóteros), “dentro, interior“, refiriéndose al aspecto interno e iniciático de una doctrina. En el mundo helénico más ancestral dicha doctrina iniciática fue transmitida en lo que se conoce como los Misterios Eleusinos, los de la Madre, la diosa Demeter (o da-mater). Misterios de fertilidad y procreación, de vida y regeneración, fueron transferidos en épocas posteriores a los Cultos Báquicos, custodiados por el cortejo de las Bacantes, mujeres en éxtasis eufórico que privaban a los hombres de estar allí, amenazándoles con el descuartizamiento. Se trataba pues de la conservación de un conocimiento esotérico matriarcal, de un estadio cultural y espiritual caracterizado por el predominio de la mujer y su poder procreativo, anterior al orden falocéntrico distinguido por el mito de Edipo y su negación del incesto, o el retorno sexual a la Madre.
Se dice que en los campos Eleusinos las Bacantes practicaban un tipo especial de magia sexual consistente en frotar y untar el cuerpo de cada una de las participantes en la pulpa carnosa de los higos bajo la sombra de sus Higueras, práctica conocida también como sicalipsis (sykon = higo; y aleipsis = untar, frotar), y que guarda similar simbolismo que el del episodio de la iluminación del Buda. Bajo una higuera llamada Bodhi es que Gautama Buddha experimentó la Iluminación; momento en que una gran llovizna, símbolo de la eyaculación, se deja caer sobre él. Entonces surge Muchilinda desde el fondo de la Tierra, rey de las serpientes Nagas o potencias sexuales infernales, quien le ampara de la lluvia, cubriendo la Higuera Sagrada. Esta asociación entre higuera y serpiente, dice que “El Camino de la Higuera” es el Camino de la Sierpe que lleva a la Iluminación, aquel que recorre el Árbol Interior del Hombre, llevándole al Fruto Prohibido del Conocimiento. Fruto que se encuentra oculto bajo la raíz del genital.
Es por eso que “El Camino de la Higuera” es una obra de Magia Tántrica, aquella que hace de la energía sexual de la serpiente la vía de retorno hacia el origen, hacia la Madre. Un camino que lleva hasta el higo con que ha de untarse el cuerpo del adepto luego de su disolución en la Mujer. Como señala el principio de la Alquimia, solvet et coagula (disuelve y coagula), el cuerpo del que ha resucitado es ungido en el conocimiento salvífico y se vuelve inmutable como el rubí. Es el Cuerpo de Gloria, el de Rubí Inmortal de los maestros Tibetanos, el Andrógino Real de los alquimistas. Es el que se ha desposado con su contraparte en el rito de la magia sexual, de regeneración del Huevo Órfico, llamado Hiranyagarbha o Huevo de Oro Primordial por los maestros Yogui, siendo esta restitución de la totalidad original lo que simboliza el descuartizamiento del varón por parte de las Bacantes antes de celebrarse el rito sicalíptico, en que su cuerpo será reconstruido mediante el conocimiento, y es que, al decir del Popol Vuh: “nada hay más agradable que resucitar luego de haber sido despedazado”. Como en el mito de Osiris, es la mujer la que ha de recomponer el cuerpo fragmentado, la totalidad del Andrógino.
El Camino Tántrico es el más secreto de los caminos secretos; su origen remonta a la noche de los tiempos, en un estadio anterior al predominio Brahmán o sacerdotal caracterizado por el celibato y la reclusión. No es éste una vía de renuncia sino de sublimación y transmutación, la del Shatriya, el guerrero que no puede prescindir de la mujer, haciéndole su guía interior en el Viaje del Retorno. Es una doctrina de acción, revelada en el Mensaje del Maestro, o Bagavad Gita. Magia sexual, vehículo de acción que desgarra los velos de la Madre Isis. Quien le ha hecho suya dentro de sí ha encontrado la fuente de la Eterna Juventud, el oro que se bebe y el Ojo del Corazón, despertando a la conciencia.
El cerrojo de la llave es el cuerpo de la Madre. Pero no seguiré ahondando en el misterio. Tan solo he querido vislumbrar el primero de los Siete Cielos.
IV
Hoy, cuando esta obra está próxima a ver la luz, vuelvo sobre el testimonio de una vida que ha atravesado las “tempestades de acero”. Porque la de Pablo es una que permite sobrevivir en un mundo desquiciado, apuntalado por el nihilismo que crece como el desierto, de masas descreídas y arrogantes, sujetos despolitizados y conformistas con la migaja desabrida que los dueños del dólar les lanzan como a palomas.
Desde las jornadas en que “El Camino de la Higuera” se fue gestando hasta ahora ha transcurrido largo trecho. La poética de Pablo se ha vuelto cada vez más pulida, sintética, sencilla también, cotidiana, límpida, y yo he establecido mis reparos a dicha cosmogonía matriarcal, aunque eso ya no importa aquí, lo fundamental es que en su obra hay una huella, efectivamente una ruta que ha llevado a su autor a un hondo conocimiento de sí mismo y del mundo, y a mí, a comprender muchas cosas sin las cuales jamás habría conocido a mis maestros ni la experiencia del Amor.
Retrospectivamente vista, “El Camino de la Higuera” es un testimonio vital de una voluntad de superación, de un llamado colectivo a la génesis: el de volver sobre el origen y, más importante aún, dar origen.
Porque al decir del filósofo, el inicio es aún.
Abdurrahman.
25 de Febrero de 2014
Santiago, Finis Terrae.
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Mirada a la poética del camino de la Higuera. Prólogo al libro de Pablo Véliz Bacigalupo. Editorial Askasis, 2014.