PRÓLOGO: “La gracia del andrógino y el espejo”, “Antonella: enamorada de la muerte” “Notas sobre un retrato”, del libro “Mi Pandora” de Pablo Véliz Bacigalupo, por Roberto Altanero, Inti Liberi Escritor y Rodrigo Capociello, respectivamente, Obra inédita.
“La gracia del andrógino y el espejo”
Es de esperar para la comprensión de esta obra poética saber que Antonella Véliz es el alter ego del poeta Pablo Véliz, su otredad encarnada. Hay acá, por cierto, y en el entendido espléndido de la palabra, un hálito a dualidad en cuanto a la equivalencia de ambas máscaras, siendo, finalmente, una misma persona arrojada al ansia de unidad. ¿Cómo es posible que una persona sea hombre y mujer al mismo tiempo? Esto recuerda, inmediatamente, el mito del andrógino en Platón, presente en El Banquete, donde el filósofo relata la existencia de cuerpos hermafroditas con ambos sexos que quisieron invadir el Monte Olimpo, morada de los dioses, por lo que Zeus les envió un rayo que los partió en dos. Desde ahí que las almas de hombres y mujeres se han de buscar por la vida para restituir el cuerpo del andrógino. Por esta razón peculiar, la de representar la idea de la androginia en la dualidad de las voces, es que estas se intercalan, ora está la masculina, ora está la femenina. Este libro es, por tanto, un reflejo mítico, subyacente, de una gracia antaño perdida.
Claramente, por otra parte, de acuerdo al título esta obra dialoga con el mito de La Caja de Pandora. La curiosidad de esta mujer primera, en el mundo griego, hace que abra el obsequio de Epimeteo, su esposo, hermano de Prometeo, quien se había rebelado de los dioses al robar el fuego y habérselo entregado a los humanos. Zeus, a fin de vengarse, insta a Epimeteo a regalarle a Pandora una caja que contenía todos los males del mundo. Ella la abre y descubre que el único bien que allí había es la esperanza. En “Mi Pandora”, eso sí, lo anterior es tratado, indirectamente. Ante el deseo de morir, se insta a creer que ni siquiera la esperanza en la vida es meritoria de ser vivida. Es la muerte la única esperanza, la que es incuestionable en este mar de la incertidumbre. Todos los males del mundo la cobijan, la rodean, le otorgan el sentido inmerso en el sinsentido. Los males no son tratados como pecados, es más, aparecen como aliados del poeta, usándolos para destronar al mundo y su fingida figuración.
En este libro, el poeta le canta a la muerte, ya deshecho de tanto aullar y vaticinar sobre el acontecer histórico mundial, que lo ha asediado hasta el hartazgo. La pulsión de muerte, reitero, se devana en una voz dual, que vence y se impone ante la monotonía clásica. Por lo demás, al desear acabar con la existencia se fundamenta toda una reflexión en torno a la poesía; asunto que lo hace dialogar con la poesía de Fernando Pessoa, y la importancia de abandonar la belleza como fundamento del arte. Se respira un aliento antimodernista, que en ocasiones aparece rayano en el genio romántico.
Antonella y/o Pablo asume su despedida, la de un poeta joven que pretende abandonar el mundo, rebelarse ante la vida y matar a la autoridad, gesto rimbaudianno que el poeta comparte altamente. Este es un rebelde, una mujer-hombre que no cesa de atacar la autocomplacencia del amor, como así a la construcción del bienestar secular de lo moderno. Hay, además, una tendencia a elucubrar y ensayar en torno al erotismo, sobre todo en Antonella, quien dispone su verso sobre Pablo, y en su mayoría sobre el escritor chileno Gabriel Castillo, a quien está dedicado el libro. La muerte parece ser la muerte de Pablo, quien renace como Antonella, dejando de lado su virilidad. También todo esto puede ser el acabar de una vida, la del poeta que ama la muerte, como está evidenciado claramente en variados rincones de este soliviantamiento.
Aquí no hay incomprensión ni desgana, hay una fuerza centrífuga, dislocante y asesina. Se trata ante todo de un desarticulador epocal, un aullido promotor de un canto iconoclasta. El bardo cree, en este sentido, ser el único que habrá de cambiar el mundo, soberbia inescrupulosa que lo ampara en la razón de ser un poeta que ha dado todo por la poesía. Con esto, es claro el suponer que esta poética representa la de un bate comprometido que es capaz de dar su vida por el verso salvador. La poesía no es un ejercicio banal, una articulación lingüística, ni menos la mera expresión del alma del hablante. Por el contrario, se trata de un oficio, que incluso es de lleno el único que existe, o al menos más real que la realidad. En este sentido, suponen estos poemas, posicionarse en el desdoblamiento vocal. Como lo expresa en variados poemas, “yo” soy “tú”, es decir, el yo que predica es el lector. Antonella y/o Pablo es cada uno de los lectores, es un espejo. Ajena queda la comprensión de que el “yo” represente meramente la interioridad de quien habla. El sino es abrirse al mundo y, con esto, apalear la masacre circundante.
Con todo, es expresable que hay acá una exacerbación libertaria de superación. Es decir, el poeta pretende triunfar sobre la vida por medio de la muerte, quedar impreso en el resuello de la palabra. Esto es sumamente interesante. Toda obra es proyección, en algún sentido, pero en “Mi pandora” este anhelo es evidente. Ajeno a todo olvido, la voz inocente, pero a la vez altanera, de esta obra promulga la pervivencia, contrario de suyo a la mirada de Roberto Bolaño, quien propugnó el irrenunciable carácter inadvertido de toda literatura.
El mundo es vacío, la muerte es irrestricta, pero es, al parecer, un enemigo al que se puede vencer. No se trata de un acabar, aunque lo es, pero la poesía no muere, por lo menos para este poeta. La muerte desnuca a los humanos, pero el verso queda blandiendo en el recuerdo, aun el de quien apenas pasa por este mundo dejando la mansedumbre de su esmero. Si la poesía es lo único que existe, entonces podemos vivir poéticamente, siempre y cuando dispongamos el oído. Todo lo demás no existe, porque la mayoría solo vive sin atender a lo crucial. Inquietante parece esta mirada, se desarticula la ruindad de todo aquello que existe. Esta caja negra es más luminosa de lo que se cree. La muerte, para el autor, es la única compañera, y no hay nada más que decir. Sin embargo, el desencanto es inminente.
Roberto Altanero
Valparaíso, 20 de febrero de 2021
“Antonella: enamorada de la muerte”
“Yo no soy el que tú crees,
yo soy la mano que rueda en el arroyo,
el oscuro, último beso de ayer
la hoja que cae para ser leyenda,
el encanto de la muerte”.
Letra a letra la poeta enamorada de la muerte nos sorprende con sus versos cruelmente honestos, tibias confesiones que dejan a los alientos colgando de la incertidumbre. “Mi Pandora”, es más que una declaración pública de amor propio, es un torbellino, una danza, un ritual de subsistencia en este mundo y su hostilidad, que cierra y encierra a las almas libres.
“Conozco todas las respuestas,
y todas las claves,
no podrás conmigo.”
Esta obra es un libro repleto de poesía demasiado pura, de esa que hace explotar las conciencias y nos deja chorreando los cuestionamientos. Antonella Véliz debuta entre los versos, como la oscura musa, como la muerte, y se peina sonriente y cruza la pierna, mientras los lectores nos descocamos para dilucidar aquella identidad poética que va y viene y pasa por todos los géneros sin dejar rastro de su verdad. En esta “caja de sorpresas”, veremos la inagotable simplicidad en versos cortos y concisos y nos toparemos con encrucijadas imposibles de resolver. Así, la poesía de esta poeta, nos sorprende y nos inunda de metáforas electrizantes.
“Hoy la muerte es más sorda y sedienta
y ninguna virtud puede con ella.”
La turbulencia de ese mar que tantos y tantas poetas han navegado, se vuelve suspiro en las dudas del bardo que nada y todo sabe y se cuestiona sumergido hasta el cuello en el barro poético y se empapa y se restriega en aquella poesía para preservarse como una joya invaluable. No se lee un dueño absoluto de las voces que saltan de un lado a otro, como un clamor por ser escuchadas. “Mi Pandora”, se abre para defender al poeta del mundo real, en que el debe ser, el que debe ser y no otra. En estas páginas se puede vivir la liberación paulatina y la lenta muerte. Y leer entre líneas.
“Yo usé esta boca
para declarar todo lo que existe,
y decir,
yo no soy hombre.”
Trescientos poemas, no más, no menos. Trescientos, como número cabalístico, como si cada verso fuera parte de un rito mágico que pasea a la autora por los peligrosos jardines de la muerte y busca lo que no sabe y nos golpea con un dulce autoflajelo, que no es más que la necesidad de hacerse flor y ventilar sus pétalos y entregar sus pistilos a algún amor furtivo.
“Yo soy un sacerdote besando la nada
y me pregunto adónde ir.”
La poesía de Antonella Véliz es profunda, arrojada, reveladora, bellamente desgarradora. Planea como un ave sobre las páginas y se queda ahí para que los lectores experimenten las más indecibles sensaciones, por lo cual, “Mi Pandora”, es un libro que no hay que leer, hay que sentir.
“La noche vive de lo atroz,
y un milagro me susurra ¡Suicídate!”
Poesía en constante despedida, como si el autora fuera a desaparecer en cualquier verso, manteniendo nuestros ojos pegados a las letras, capturados por una atención cinematográfica, balanceándonos en el suspenso. Este libro cuenta con innúmeras virtudes y ausente a todos los vicios heredados de viejos poetas que quizás nunca existieron. Antonella vive una lucha constante con la existencia, haciendo de este libro, un testimonio de su padecer poético. “Mi Pandora” viene a desestructurar la nueva poética Chilena, saliendo de todos los parámetros de lo correcto y dejando en claro que los versos deben ser libres como las aves y el viento.
“Finalmente, yací en soledad
por lo que me enterraron lejos de todo, de todo lo posible
y volé, así, al seno de un poema.”
A quién tenga el arrojo de tomar este libro y abrir la puerta a este mundo paralelo, debo, por amor a la poesía, confidenciar que en los versos de Antonella Véliz podrán vivir el más cruel de los infiernos y quemarse en sus llamas incandescentes. Pero también podrán retozar en los pardos del paraíso mismo. No es una poesía simple, pero estoy seguro que es la indicada, la perfecta, la salida desde el alma, la más honestamente dolorosa.
“Mi Pandora” es un nido en el cual pían las emociones como pichones a su madre clamando por el sagrado alimento, que la autora entrega letra por letra, dando calma y saciedad a quien se pose sobre sus versos. La poética de esta poeta golpea fuerte, agita las dudas y agudiza el sentir. Cada poema es el último y el primero. No importa el orden en que se lean, siempre parece una despedida o un comienzo. Esta obra nos habla de amor y susurra entre dientes la pasión, dejando expuesta su intimidad, confesando públicamente su amor desmedido por la muerte y sus misterios.
“¡Yo soy la rosa
a la que le han cantado
todos los poetas.”
Poesía valiente, reveladora, como si la autora no tuviera nada que perder, pues no necesita nada para hacerse verso y vivir y morir por la poesía. Antonella Véliz, sin duda ha dejado una marca en la historia de nuestra literatura, con sus versos de culto, complejas estructuras poéticas en las que utiliza todas las excepciones.
“El agujero
que hay entre mis nalgas
es mi teología.”
“Mi Pandora” es más que una declaración pública de amor propio, es una explosión de sensibilidad, un vuelo en caída libre hacia la total libertad.
“Te diré, me llamo Antonella
y tú dirás,
me llamo Pablo.”
En sus manos tienen un testimonio difícilmente comparable.
Inti Liberi Escritor
Santiago, 18 de febrero de 2021
Notas sobre un retrato
Yo conocí a Pablo Véliz en el Instituto Nacional, era un adolescente algo tímido, pero, a su vez, con los rasgos de un genio enloquecido. Ya era amigo de Roberto Lucco, ambos luciferínicos amantes de Crowley. A Pablo le decían el judío, por su aspecto desgarbado, famélico y la cabeza casi rapada. Recuerdo que, una vez, me mostró los manuscritos de su primer libro “Alquimia”. Inmediatamente, comprendí que había ahí talante y talento, una curiosa impronta por mencionar algo, que ni siquiera él podía traducir. Roberto y Pablo eran transgresores: cruces invertidas, alcohol, drogas, sexo dispar, pero sobre todo leer literatura simbolista, eso era lo más recurrente en ambos. Con los años dejé de verlo, y él también a su amigo. Después supe que había sido internado en un hospital psiquiátrico. Sabía de él, pero estábamos distanciados, porque yo me había venido a vivir a España. Siempre comprendí que él era un poeta neto, un hombre abierto a todo, que quería vivirlo todo, que no se anteponía a nada.
Ahora sé que durante su vida ha escrito muchos libros. Tuve la oportunidad de leer “Ménade” y no puedo decir otra cosa que allí hay vida. Tuvo que haber vivido mucho para escribir semejante tratado. Hay hondura, visión, dolor. Hoy, cuando he leído “Mi pandora” creo que habita en esta obra el deseo siempre presente en Pablo de morir. Como lo dice Ginsberg: “Y cómo la Muerte es aquel remedio que todos los cantantes sueñan, cantan, recuerdan…” Pero Pablo ama la vida también, y ama tanto la vida que la muerte le parece lo más vital. Y no le teme. Esa valentía, arrojo, coraje lo hace ser un poeta grandioso.
La obra completa de Pablo es, sin dudas, la más importante de los últimos cuarenta años en Chile. Parece pasar plenamente inadvertido, pese a la nobleza de su quehacer. Yo afirmo esto con los ojos sin vendas, como un conocedor de los poetillos vivos, jóvenes de Chile, a quienes, y, sin mencionar nombres, muchas veces he leído. No sé si la palabra es resentimiento, inconexión, formalismo, devaneo, arribismo. En Pablo veo trabajo y videncia. Ahí están sus libros, arrumados a su cama, tal vez, debajo de las sábanas, esperando, inocentemente, que algún día recorran el mundo.
Rodrigo Capociello
Barcelona, 27 de febrero de 2021
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Prólogos para el libro de poemas "Mi Pandora" de Pablo Véliz Bacigalupe.
Por Roberto Altanero, Inti Liberi Esctitor y Rodrigo Capociello.