Disidencia, o una de las formas del lenguaje.
Sobre Teoría [1], de Leopoldo María Panero
Por Rodrigo Arroyo C.
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I
El autor deja un espacio que ha de utilizar quien escriba, nos señala Agamben[2], y tal vez así, es decir, desde esas palabras, podría señalar que una de las posibilidades de la poesía radica en el testimonio de la ausencia, que no sería otra cosa sino escribir dando cuenta de una presencia que en el texto, invertidamente, no sería sino pura ausencia a la vez que sería pura revelación a partir de las mutaciones del lenguaje.
Creo entonces que es desde el libro Teoría que Leopoldo María Panero ejerce el testimonio de su ausencia, su férrea resistencia a la noción de autor, otorgada en parte por el canon al que él mismo alude en una especie de nota introductoria o prólogo respecto a la antología en la cual José María Castellet lo incluye llevándole a ser parte de la generación denominada novísima, entre otras participaciones que el denomina como propias de un autor. Transformando así la resistencia en un lugar en el que, mientras se escuda o recubre tras su disidencia, logra silenciosamente darle cierta unidad clarificadora al lenguaje, llevándole a consolidar una gramática que nos señala sin resguardo ni contención alguna que el problema de fijarse en el autor diluye o fija el centro de atención de los procesos históricos en su persona, por ello, Panero rehúye de sí mismo, y su escritura no es más que una mordaza a la figuración. Es en ése sentido que la distinción de Panero coincide con la que nos señala el mismo Agamben: La función-autor caracteriza el modo de existencia, de circulación y de funcionamiento de determinados discursos dentro de una sociedad, lo que nos lleva a comprender que la función-autor está siendo ejercida extramuros del funcionamiento social de lo literario. No es que pretenda eliminarse a sí misma; sino más bien señalaría la posibilidad de tomar una distancia crítica de su relación social. Lo que precariamente nombramos como entrada a tal o cuál círculo o sistema sociocultural. De hecho es el mismo Foucault que señala la imposibilidad de eliminar al autor, borrarlo, digamos, efectivamente.
De este modo podríamos pensar en que Panero logra como autor hacerse parte en su escritura, o mejor dicho en la escritura que conocemos a partir de su función-autor, pero que en este caso o lenguaje en particular, podemos apreciar que la subjetividad del autor no implica la apropiación o uso (abuso) de la figura del autor, evadiendo –insisto- la figuración. Y esto podemos apreciarlo con claridad en el poema Condesa Morfina, en el cual Panero nos hace transitar el mismo espacio que Thomas de Quincey y La Monelle de Marcel Schwob; a través de un relato que es personificado por una figura femenina, la prostituta, que salva al primero y sirve de personaje al segundo. ¿Y por qué la importancia de este texto?, porque en vez de la anécdota Panero nos indica que su lugar en la escritura, incluso en la propia, es la del lector. Rechazando nuevamente a la noción de autor, coincidiendo con la idea de Barthes, de la locura literaria, que no es sino una experiencia de despersonalización, cuya máxima es yo soy otro.
Resumiendo, lo que Panero nos murmura a contrapelo que la sola idea de llevarlo a él a convertirse en autor, de no poder evitar aquello, es la que le lleva por el desvarío, y la que le lleva a incluir a la locura como una experiencia más en espera de hendir su propia lengua, y evitar así tratarla como algo patológico, como un cliché, o un artificio propio de un autor.
II
La escritura que Panero nos presenta exhibe una observación de los, entre otras cosas, cruces idiomáticos que podemos asumir como las distancias que el lenguaje requiere para no caer en la representación, y que de paso revelan la violencia, el aislamiento y la fractura social propias de tiempos sombríos. De los símbolos que reemplazan o suplen el lenguaje tradicional, acercándose de este modo a la escritura de Nicanor Parra en este uso, llegando incluso a utilizar citas literales de trovadores provenzales, exhibiendo de este modo un alejamiento de una idea de poesía cortesana, que se basa en la representación, en un acto de dominación que incluye un ordenamiento social o de los hechos históricos, a través del lenguaje y no en él. De este modo lo que Panero realiza no es sólo hacer circular un texto, sino más bien elabora un texto que al circular incide sobre la noción misma del texto, digamos, en el entendido de la escritura como un todo. Es en este sentido entonces que sería plausible coincidir con Jorge Semprún cuando señala en La Escritura O La Vida[3], que volvió a ser él en cuanto se vio bajo la mirada de otro sujeto. Ahora, tomando esta reflexión como analogía, Panero se nos aparece a nosotros como autor, sin serlo para él al momento de escribir, pero resultándolo posteriormente al momento de nuestra lectura.
El libro Teoría, es sin lugar a dudas una gramática que tiene sus orígenes en Así se fundó Carnaby Street, y que apunta no tanto a establecer nuevos paradigmas para la apreciación y exhibición de la experiencia (del tipo que sea) sino más bien en cómo la realidad, en el poema, aparece una vez que aparece la escritura; o para ser más claro: los referentes de Panero sólo nos señalan una cosa, y esta es: que están ahí para ser leídos y no son representación alguna, menos una simple denominación, o una imaginería que nos ayude a evadir la realidad. De este modo nos indica que la posibilidad de establecer una disidencia no puede ser pensada sino a partir de las palabras. Y en su caso, de la palabra poética, pues ella al ser un desciframiento se nos presenta como un umbral, un misterio. Y no una pregunta, pues suponerla ya implica suponer una respuesta, lo que nos alejaría de la incertidumbre.
Vemos, también, que el sentido de margen que Panero asigna a su escritura está otorgado por una recapitulación personal de su posición como lector, buscando a través de ese gesto insertarse en las rendijas que dejen los autores. Sería absurdo leer la noción de margen en su actualidad de uso, pues no sería otra cosa sino una impostura. Pero en su caso, dicha posición ligada siempre a una exterioridad, a una distancia, le permite recapitular u ordenar la historia de sus intereses, que apuntan siempre hacia aquellas historias pequeñas y más bien de segundo orden. Aquellas cosas arrojadas por ahí, como los desechos que Antonio Berni recogiera para dar vida a Juanito Laguna.
III
Es en el poema Vanitas Vanitatum, en el cual podemos apreciar que la concepción laberíntica de la ciudad coincide con la idea de Benjamin de que la mejor forma de conocer la ciudad es perdiéndose en ella. Pero más allá de eso, la idea de perderse trasciende a la ciudad en cuanto un recorrido, poniendo el énfasis en los límites. Así es natural que uno se pregunte ¿Qué es una ciudad? ¿Por qué no exhibir la visión dantesca de ella a través de la visión que se tenga de la literatura, y por extensión, de la realidad? Formando así un tejido que combine lo real y lo imaginario, lo externo y lo interno, logrando como resultado un lugar, que pese a la aparente dispersión, se nos ofrece como un espacio de acogida, de compañía en soledad, es decir, de la ciudad. En el fondo esto apuesta a plantear a la escritura como interesada en el mundo de otro; esto es: viva, corporal, y no convocante de la experiencia ni sus referentes con un fin de violencia, de juicio, o de señalar conocimientos. Lo que busca Panero quizá no sea sino exhibir relatos, y al hacerlo, convoque a la ausencia de relatos, transformando al libro en una exhibición de excesos acopiados que nos indican que el libro en su complitud nos enseña su condición de fisura, por cuanto intenta desestabilizar a un discurso hegemónico, o instancia legitimadora que intenten establecer una idea respecto, en este caso, a qué sería o no poesía. Qué podría llegar a serlo, y qué caminos debería transitar. Pero también la ausencia de relatos nos diría de la soledad, de la melancolía, de las cicatrices.
IV
¿Qué representa la lectura de Teoría como una lectura límite?
No lo sé, tal vez Panero intuye y advierte la agresividad y el sinsentido de la vanguardia en cuanto establece rompimientos de sentido o continuidad, alejándose de su espíritu original, centrándose en el autor, en los lugares de uso; en la exhibición; en los museos.
V
El autor, la escritura, la ciudad y los límites. Una lectura como un recorrido es inevitable quizá cuando la escritura en la que nos adentramos nos propone una movilidad e inestabilidad que no es posible de pensar sin una imagen. Sin una analogía que de cuenta de los alcances de la escritura. Es cosa de recordar extensivamente cuando Yves Bonnefoy[4] nos señalaba la utilidad, la función útil del arte, la poesía en este caso y por ello aludo a lo extensivo. Es que a través de la mímesis podemos recordar los hechos históricos. Pero sin caer en la representación, sino más bien en el señalar, en el adentrarse, en el perderse, para ver, tal vez: La última danza de la cabra marina / antes que sea aplastada por la piedra.[5] y decirlo, desde ese allá solitario que es la escritura. El vestigio que nos va quedando, y que por ahora, por acá, se hace eco de estos tiempos sombríos. Que apenas a modo de susurro entrecortado señalan la inversión, es decir, la persistencia de aquello que le da a la sombra su condición.
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Notas al pie
1.- PANERO Leopoldo María, Poesía Completa, Ed. Visor, Madrid 2004, P.76
2.- AGAMBEN Giorgio, Profanaciones, Adriana Hidalgo Ed., Buenos Aires 2005, P.92
3.- SEMPRÚN Jorge, "La escritura o la vida", Ed. Tusquets, Buenos Aires 2004.
4.- BONNEFOY Yves, Lugares y destinos de la imagen. Un curso de poética en el collage de France, Ed. El cuenco de la plata, Buenos Aires 2007.
5.- PANERO Leopoldo María, poema Vanitas Vanitatum. P. 135