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RÉPLICA
(selección)
(Santiago, Eloy Ediciones, 2010)

Roberto Aedo


En campaña

El tabaco puede producir cáncer
pero la falta de él estos versos
la sombra de un pájaro que vuela
y rompe a picotazos
la sombra de un huevo incrustada en el pulmón.
El cigarro puede producir complicaciones
ahogo en las mañanas, una sangrienta tos
pero la falta de él por ejemplo estos versos
el soliloquio de una voz
de un hombre con una especie de micrófono
y un hoyo en la tráquea en lugar de la laringe.
El cigarrillo puede producir adicción
—si tengo dos vicios es porque uno es demasiado—
pero de verdad no te imaginas
ni por un segundo, sino hasta que lo vives
lo que su falta lo que su falta
puede llegar a producir.

 

Egon Schiele

La delgadez, la tan extraña pero apetecible contracción
de los cuerpos
la fisura atrapada en el fondo de unos ojos, a menudo,
implacablemente abiertos: cuando el color no puede
ya satisfacer el grito
estilizado y sereno
la histeria sexual la descomposición permanente
el desencuentro de los individuos que se transitan y suceden
sobre la entrechocada y espesa violencia de la forma:
la proyección de eso, que pareciera inundarlo todo y en
la que cada retrato
no es sino el reflejo y el espectador
de su propia muerte.

 

¿A quién debo llamar?

Para saber qué le depara el futuro, marque uno
Para nacionalizar el aire, marque dos
Para que siempre haya un Pinochet, marque tres
Para experimentar el satori, marque cuatro
Para reinventar el socialismo, marque cinco
Para mejorar este poema, marque seis
Para aprender idiomas mientras duerme, marque siete
Para disminuir el efecto invernadero, marque ocho
Para sodomizar a un niño impunemente, marque nueve
Si desea, en cambio,
que el mundo acabe de una buena vez
marque asterisco
o sólo cuelgue.

 

Una nueva primavera

Como las mariposas amarillas
que liban en el corazón de las flores
esta noche visito tu departamento
solo.

 

Pequeños

Anhelos, pequeños sueños de grandeza
y si te ríes del deseo es
porque la cosa ya es más seria: de a poco se te cierra
se tapa la nariz se te seca la boca y comienzas a pasearte
nerviosamente de un lado para el otro
como si pudieras llegar así a cualquier parte
porque siempre has seguido la línea punteada la lista de las compras
pero ves que vas
de un lado a otro y las ideas se suceden con igual velocidad
porque ahora la cosa es más seria y a nadie importa que lo hayas ya vivido
que lo hayas soñado una y mil veces las pesadillas son para los niños
y estás bastante crecido bastante grande y despierto
o al menos eso fue lo que pensabas cuando firmaste el préstamo el contrato
de trabajo tu divorcio ese pacto con el diablo que lucía amistoso pero él no tiene amigos
y para ser honestos tú tampoco aunque quieras llamar así
a los que envidian a los que crees en el fondo que te envidian
todo eso que has ganado dignamente
con el sudor no importa de qué frente nadie pide cuentas menos si se trata de tener
la vida que no tienes ni mereces pero qué diablos si ellos tampoco
y en cambio ahí están la necesidad
y el deseo que me juras que son tuyos como la curvatura de tu espalda o la conciencia que ahora tiembla
como por arte de magia un par de rodillas
un momento perverso que alguien te obsequió
mientras vas de un lado al otro en el retablo de maese Pedro y las cosas parecieran ahora
hablarte en un lenguaje que no entiendes —la ventana que se encuentra
con su falda entreabierta— como todas las que te pertenecen la vida
de tus hijos entregada tumultuosa a la virtualidad a la fantástica nada de estos tiempos
de cabeza en el ordenador como tú cuando trabajas y es que tal vez ellos tampoco
tienen amigos pero quién los necesita —como tú cuando trabajas— y entonces bueno
piensa con qué cara o ropa con qué alma
te asomas a esa altura a la que tanto temes piensas acaso que podrás encontrar
otra pantalla algo parecido a tu conciencia a tu reflejo para ahogarte
en ese otro vértigo en el que puedes descansar por fin
cuando ya no encuentras a quién más complacer o cómo terminar
el rompecabezas que te regalaron cuando chico
el puzzle que te eres insoluble con tus pies tan lejos de la tierra y nunca antes
tan lejos del cielo porque ya no quieres más
que adormecerte en el aire en la tibieza de ese vértigo como antes regresar
con los ojos cerrados si es posible, pequeño
acurrucado ensimismado ahora que tu vida
vale tanto como la de otros —tantos otros—
antes y después
de ti.

 

Ana María

Si alguna vez
si por alguna razón o por un cúmulo de ellas
yo llegara a perder la fe
sólo recuérdame
cuán distinto se veía el mundo entre tus brazos
o cómo el polvo sin cubrirnos nos hacía estornudar
y luego era tu voz
el sonido tibio de la lluvia
bajo los tejados.
Si alguna vez y como ésta
la balanza se empecinara ciegamente en romper
cada costra que en mí se quisiera cicatriz
y recordar se hiciera entonces
un asunto de vida o muerte, recuérdame
—como sólo tú sabes hacerlo—
las palabras que me enseñaste, mi rumor de frutos secos
la transparencia de lo oscuro, lo dulce de lo agraz
y cómo es que sólo los que sueñan son aquellos que
construyen sueños
—desengañados sueños, alegrías e ilusiones—
o cómo es que a fuerza de cariños uno puede llegar a soportar
vivir con esta sombra pegada al cuerpo
vivir con esta sombra cuando la propia vida es capaz
cuando la propia vida lo sea, simplemente recuerda
que con los años yo también aprendí
a recordarte.

 

Réplica

Aún guardo para ti,
todo el resentimiento de los años felices, la secreta bilis con que el amor bautiza
a algunos de sus hijos. Y la calma,
la prudente distancia que hoy separa a mi cama de una cama de hospital
su rumor espeso, el aciago recuerdo de un calendario
que con seguridad no volverá a repetirse
son los mezquinos tesoros esos premios al desconsuelo, que amontono arrumbados
como viejos juguetes en el sótano de la memoria
en la parte más lejana de mi habitación: restos incipientes de un inofensivo naufragio
el saldo triste de lo que ha quedado en esta orilla, pero dime
cómo fue que confundimos que logramos confundir
la noche y el insomnio, el insomnio con la carne religados
desunidos a ese crudo nudo tan fatal, dime
cómo fue que logramos confundirnos en el asombro, en esa incesante sed de descubrir
con la que asalta un pequeño por primera vez al mundo o llegan ávidos e incansables
insaciables turistas pero turistas al fin y al cabo, porque eso fuimos del amor —eso—
cuando tus apacibles senos desafiaban todavía la ley de gravedad, y mi lengua era una glándula violenta,
que fecundaba por entonces algo más
que el inútil sonido de estas palabras: así fue que ensamblamos que aprendimos
el sudor de una espalda cuando busca a otra espalda
el sudor de una espalda cuando encuentra a otra espalda en el perfecto contrapunto de caderas y latidos en el entrecortado diálogo
a medio camino entre el sueño y la vigilia: fue así como logré entrar en ti
como un nuevo mercader en el templo o un tierno hachazo en tu corteza
confundido como un río tempestuoso cuando mezcla sus aguas con el mar
con el sonido gozoso y la furia de sus días sin objeto, con la equívoca confianza
que pone un desahuciado en las manos de su nuevo curandero o la misma con que reza
a lo desconocido un pequeño cada noche, en el rincón más lejano de su habitación dime
qué es lo que ha quedado de esa euforia ese entusiasmo
cuando nos despeñábamos alegres, cuesta abajo, por la vida: el abrazo
el abrazo del fósforo y la gasolina en el trapecio y el amor
que nada sabe nada entiende de la cera en los oídos, de la medida o la quietud: cantar
cantar desnudos con el corazón desafinado
apartados del mundo como un insolente párpado a espaldas de la luz, compenetrados
identificados con el mundo completamente oscuros, tan oscuros
como sólo puede serlo esta herida o una luciérnaga bajo el sol
porque jugábamos a eso a devolverle el color a las cosas, a morir de vida y no de tiempo
pero el tiempo es nosotros, y la muerte nos habita desde siempre
como el silencio a las palabras.
 
Confundidos, pero ahora a la manera en que se nubla el pensamiento
o el cielo entero en el rostro de una niña, que sin convicción alguna acabara de abortar
incapaces de diferenciar las nubes del estiércol, tu soga de mi cuello y tu sentido del humor
ése que comenzaba ahí justo en donde terminaba el mío pues, qué duda cabe, estábamos listos ya para lanzar, para lanzarnos y escupir
nuestros mejores cuchillos al cielo: la inocencia
el error y la duda empozados en un mismo charco, vanidad
el sueño de piedra cuando ancla sólo en el resplandor de los órganos —entusiastas, bienintencionados turistas en la vida del otro—
una excelente traición una nueva traducción otro breve pasatiempo, en que no tuvimos ya no compartimos
ni el sentido común ni otra cosa que ese gusto a no sé qué y a no sé cuántos muros
infranqueables allí en la boca: se nos acabó la magia
se nos acabó la magia o lo que fuera en un abrir y cerrar
de ojos, se nos acabó de pronto
y comenzamos a nombrar a las cosas por sus nombres
a confundirlas de a poco con ese silencio, tan parecido
a la muerte
tan parecido a lo que somos mientras bifurcabas lo que estaba bifurcado no hay nada que explicar
así es el rumor espeso del que ha vivido suficiente:
uno aprende a nadar,
pero no a respirar bajo el agua.
Y si al menos pudiera odiarte
y si al menos pudiera odiarte como se odia
al ruido del despertador cada mañana, al orden aplastante a la gestualidad de lo real, al apretujar de esta ciudad entre cerros y mitos al inútil sonido
de las que ahora caen una a una ojalá pudiera odiarte así, en voz pasiva
como se odia al comerciante al magistrado, al general y al emperador
al huésped sombrío que habita en cada casa de hombre o como odio yo ahora
a la confianza que puse espantosa en todo aquello que te di —el corazón limpio como una piedra de
río— como se extiende un cheque en blanco a un familiar en situación comprometida
arriesgadas piruetas en el trapecio y el amor, por supuesto sin red: y si al menos pudiera hacerte
otra vez presa fácil para la jauría de mis dedos
y ser puñado de sal y ser látigo húmedo hasta darme con tu herida
y reencauzarme así hasta volver a confundirme, a ser uno con lo que respiras
hasta volver a confundirme y hacerte el amor
ahora con los puños.

Placa sobre placa
ruina sobre ruina aún después de aquel temblor, las peores pesadillas siguen siendo aquéllas
a las que da comienzo el despertar: poco fue lo que ganamos con vivir al día
con las cuentas claras y los fondos que no alcanzan
hoy sólo queda este remordimiento esta respuesta
esta rueda detenida esta copia en sol menor que vuelve sobre sí, el saldo triste de lo que ha quedado el desaliento
de los que corren hasta más no poder y no llegan, no alcanzan
y se toman de las manos y se dan las gracias y se ofrecen todo tipo de excusas que ya no viene al caso detallar, pero no llegan
no alcanzan porque vivir se les ha hecho, a pesar de ellos, la costumbre más amarga:
un plato frío que ha dejado de humear sobre la mesa
un plato frío que ha dejado explicando qué a quién, explicando nada a nadie ya no hay nada que explicar
así es la música del desconcierto: la calma,
y lo equívoco de esta sonrisa
el secreto anuncio de la tempestad de lo que todavía guardo para ti
en el oscuro presentimiento de los días que no han llegado
y que ahora caen lentamente —como tu recuerdo, tan dentro de mí—, uno a uno,
como gotas de agua, en un mismo lugar.


 

 

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