
        
        A Celan,  por Cioran
        Por Rodolfo Alonso 
            http://www.lagaceta.com.ar/
              Domingo 15 de Mayo de 2011
            
        
        Sin  el menor ánimo de polemizar, y apenas a simple título  informativo, me permití aludir a una remembranza de Abel Posse sobre “El nada  centenario Cioran”, publicada en el suplemento cultural del diario argentino “La Gaceta” (de Tucumán) el  pasado domingo 24 de abril.
         Al referirse allí a “tantos otros exilados europeos:  Ionesco, Mircea Eliade, Paul Celan”, que compartieron su asilo en París con el  singular y nada complaciente escritor rumano Emil Cioran, el autor los define  como “Hombres de extraordinario refinamiento cultural que vivieron al  margen del incendio.” (El subrayado es mío.) Acaso por un lapsus  comprensible, incluye entre ellos al citado Celan, a quien sin duda le cabe la  primera parte de esa frase, pero muy difícilmente la segunda.
          
          Paul Celan  es sin duda uno de los grandes poetas de la época, pero además inviste --en  vida y obra-- sus inmensas tragedias. Nacido como Paul Antschel en Cernowitz,  en la Bukovina,  el 23 de noviembre de 1920, no sólo le tocó asistir a la anexión de esa zona  por los soviéticos, sino también a la posterior invasión nazi junto con sus  aliados rumanos.
          
          Como judío, Paul Celan fue enviado al ghetto, del cual  logró fugarse para ser internado en el campo de trabajo de Tabariste. Sus  padres y parientes cercanos fueron devorados por el infernal abismo de  Auschwitz. Muchos pensamos que resultó la comprensible imposibilidad de admitir  finalmente todo eso, la que terminó provocando su suicidio, arrojándose  a las aguas del Sena, en mayo de 1970.
          
          Pero, al mismo tiempo, ya le había tocado contradecir  aquella célebre aseveración de Theodor Adorno, en el sentido de que “es cosa  bárbara intentar escribir poesía después de Auschwitz”. Su entrañable y  desgarrador poema “Fuga en muerte” (Todesfuge), quedará para siempre  como una evidencia candente de aquellos años de fuego, de sangre y de hierro.
          
  (Ese texto, indeleble, estuvo entre los más conmovedores  de que me tocó ocuparme para un libro también conmovedor: “Poesía alemana de  hoy (1945-1966)”, que tradujimos juntos con Klaus Dieter Vervuert y que  publicó la editorial Sudamericana, de Buenos Aires, en 1967. Klaus se había  aparecido de improviso en mi casa para proponérmelo y, ante mi sincera  respuesta de que no sé alemán, me retrucó: “Y yo no soy un poeta argentino.” 
  
          Como es de  imaginar, trabajamos más que juntos durante un largo tiempo, y llegué a  abrumarlo con mis dudas, pero valió la pena: allí aparecen no sólo Paul Celan,  sino también dos futuros Premios Nobel: Nelly Sachs, otra judía alemana, a  quien Selma Lagerloff logró sacar a Suecia en 1940, y el célebre Günter Grass,  escritor y hombre público, así como el polémico e incisivo Hans Magnus  Enzensberger, pero también nombres del calibre de Ingeborg Bachmann, Günter  Eich, Helmut Heissenbüttel y Karl Krolow. Es decir, el renacer de la gran  lírica alemana después de la hecatombe. Una prueba más de que, como tan bien  afirmó el griego Odiseo Elytis, otro Premio Nobel: “La poesía comienza allí  donde la última palabra no la tiene la muerte.”)