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        Por  Rodolfo Alonso *
        
        
        
         
         
        
 
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        No  es la primera vez que me toca confirmar la persistente vigencia de un concepto  clásico de las ciencias sociales: el “efecto perverso”. Es decir, para  simplificar groseramente, que una acción o medida determinada, prevista para  conseguir un objetivo favorable, termine provocando el resultado opuesto. Y  también, a la inversa, que una intención malvada se convierta en benigna.
          
  Se decía, por ejemplo, que una de las  primigenias leyes obreras del legislador socialista argentino Alfredo Palacios,  conseguida después de denodada puja con el objeto de aliviar la situación de  las trabajadoras, tuvo como impensada consecuencia la reducción del empleo  femenino. Y no es difícil imaginar que, en tiempos de la Guerra Fría, cuando  los Estados Unidos y la Unión Soviética competían para ver cuál de ellos  conseguía poseer el más catastrófico y apocalíptico arsenal nuclear, la Tercera  Guerra Mundial no llegó a producirse (felizmente) porque el resultado no  hubiera sido la victoria de nadie sino la destrucción de todos.
  
  Pues bien, hoy tenemos frente a nuestros  ojos, en los titulares informativos del mundo entero, llamativas y hasta  resonantes evidencias del “efecto perverso”. Comencemos por ese inimaginable  malentendido que hace que uno de los más dignos jueces españoles, Baltasar  Garzón, capaz de defender tenazmente los derechos humanos dentro y fuera de su  país, termine ahora suspendido y encausado él mismo por haber pretendido dar  justicia a las víctimas de los crímenes del franquismo. Aunque también por  haberse animado a investigar el caso Gürtel, paradigma de la corrupción en el  derechista Partido Popular.
  
  Pero no sólo eso. ¿Cómo admitir que la  sociedad española, por ejemplo que, como la de todos los países europeos está  sufriendo en carne propia las consecuencias de las desoladoras medidas  económicas neoliberales, adoptadas incluso por sus mal llamados gobiernos  “socialistas”, y que llegó a producir de su seno el honroso movimiento de los  “indignados”, haya decidido votar por inmensa mayoría a la misma derecha que le  hará pagar duramente las consecuencias?
  
  ¿Cómo imaginar que otro gobernante de  derecha, el premier francés Nicolás Sarkozy, después de haberse opuesto  férreamente a ella desde 1997, se iba a mostrar hoy dispuesto a imponer  finalmente la resistida Tasa Tobin a las transacciones financieras? ¿Y no sólo  eso sino que cuenta, para ello, con el inimaginable apoyo de otra figura  central de la derecha europea: la canciller alemana Angela Merkel? ¿Y que en su  reciente viaje a Madrid haya conseguido el visto bueno del flamante presidente  electo del gobierno español, Mariano Rajoy, un halcón de las derechas si los  hay?
  
  Lanzada significativamente en 1971,  cuando el presidente Richard Nixon (liquidando al hacerlo los acuerdos de  Bretton Woods) puso punto final al patrón oro para el dólar norteamericano, la  idea de imponer una tasa a las transacciones financieras se debió al economista  James Tobin, de cuyo apellido tomó su nombre. El mismo que, diez años después,  recibiría el Premio Nobel de Economía. Y asimismo el que supo declarar que, con  respecto a su tasa, “había sido mal interpretado.”
  
  Su idea fue minuciosamente silenciada.  Hasta que en 1997, y en París, el entonces director de “Le Monde Diplomatique”,  Ignacio Ramonet, no sólo volvió a retomarla como una bandera destinada a  combatir el hambre, la miseria, el analfabetismo y el subdesarrollo del planeta  entero, sino que dio origen al movimiento que intentaría infructuosamente  llevarla al triunfo: Attac, sigla de la Asociación por la Tasación de las  Transacciones y la Ayuda a los Ciudadanos. Desde entonces, impulsada  inicialmente por “el Dipló” pero luego por los movimientos y foros sociales de  todo el mundo, la Tasa Tobin se convirtió en símbolo y modelo de la  redistribución universal de la riqueza en un mundo injusto y desigual. Lo que  trajo al mismo tiempo, como ineludible consecuencia, la tenaz oposición de las  mafias financieras y de los poderes económicos concentrados que dominan efectivamente  el planeta.
  
  Sarkozy, Merkel, Rajoy ahora, es decir la  crema de la derecha neoliberal europea, se muestran decididos a ponerla en  práctica. Pero el gato escaldado huye hasta del agua fría. Y no pocos de sus  tenaces defensores de antaño se preguntan, hoy, qué ha motivado este insólito  cambio, este auténtico “efecto perverso”. No se ha llegado todavía a una clara  conclusión al respecto. Hay quien piensa que este inesperado giro neoliberal a  favor de la Tasa Tobin concluirá por transformar los objetivos de Attac: el  impuesto no se destinará finalmente a los pobres del mundo. Y hay quien dice  que el impuesto terminará siendo pagado por los clientes (es decir por los  pobres), no por los bancos e instituciones financieras.
  
  Sólo nos queda entonces esperar que, también ahora, a los gurúes de la  derecha neoliberal les toque experimentar su propio “efecto perverso”. Y que  este tiro les salga por la culata. Será justicia.
        
          *Poeta, traductor y ensayista argentino.