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Ezra Pound: el viejo y el mal


Por Rodolfo Alonso


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Pocas grandes figuras hay en la literatura anglosajona del siglo pasado que, como la de Ezra Loomis Pound (nacido en un villorrio del Middle West norteamericano en 1885), hayan alcanzado tanta significación. Afincado en Europa desde 1908, no sólo tuvo un papel descollante en movimientos tan fecundos como el imaginismo y en publicaciones tan legendarias como la revista Poetry, de Harriet Monroe, sino que, a él se debe, prácticamente, la aparición, en 1922, fecha clave si las hay, de los dos libros que marcaron un cambio radical en la concepción de la novela y de la poesía: el  Ulises  de James Joyce y  La tierra baldía  de T. S. Eliot. El último de los cuales le fue, como se sabe, dedicado con la precisa calificación de “il miglior fabbro”.

Sus versiones de los grandes poetas provenzales, chinos, egipcios, griegos y romanos revolucionaron, a la vez, la poesía anglosajona y el concepto mismo de la traducción, ya que, no se atenían en absoluto a los anteriores criterios académicos, sino, a su muy personal idea de hacerlos resurgir como poesía viva en la propia contemporaneidad. Lo cual se iba a convertir, asimismo, en la vertiente, acaso dominante, de su obra, reunida, sobre todo, en sus multifacéticos y ambiciosos Cantos.

Y, por si esto fuera poco, probablemente a partir de su humanísima visión del injusto poderío que iban adquiriendo, ya entonces, los mismos poderes financieros que, hoy, nos atacan, magistralmente retratado en ese Canto XLV, con cuyo bellísimo y tocante texto es imposible, al menos para mí, no coincidir de todo corazón (“con usura la línea se hace tosca / con usura no hay límites claros / y nadie encuentra sitio para su morada”), Pound, que, al parecer, había llegado a una visión peculiarmente favorable con respecto a las ideas fascistas, insiste en emitir, desde la Radio Roma de Mussolini, entre 1941 y 1943, cuando su propio país estaba directamente involucrado en la segunda guerra mundial para acabar con la siniestra pesadilla nazi, una serie de alocuciones radiofónicas (reproducidas en 1976 por la editorial catalana El Laberinto), donde resulta dolorosamente inadmisible que, de aquellas atinadas y hasta bienintencionadas precisiones económicas, se llegue a irracionales arengas racistas y reaccionarias, tan letales que no me animo a citarlas.

De todos modos, no es casual que el mismo Pound mencione, allí, varias veces, a Céline, en cierta medida un caso similar al suyo, que se agrega, así, a una lista resonante, donde se incluye, entre otros, desde Leni Riefenstahl hasta Heidegger y que, siempre, nos hará angustiarnos ante las relaciones entre belleza y moral. Claro que fue su condición de gran poeta, y de gran poeta capaz de elaborar un hondo y agudo pensamiento crítico, en tantos sentidos iluminador, lo que volvió trágicas las previsibles consecuencias de su estentórea actitud política. Arrestado por los aliados después de la Liberación, fue internado en un campo de prisioneros cerca de Pisa, al parecer en inicuas condiciones, que su prestigio e, inclusive, la dignidad que reflejó siempre su rostro hicieron, particularmente, penosas. Repatriado, fue juzgado por alta traición y sólo se salvó de la pena capital merced a una pericia psiquiátrica que, al declararlo privado de razón, permitió recluirlo en un manicomio criminal cerca de Washington, donde, pese a todo, tuvo oportunidad de continuar escribiendo, como lo había hecho siempre mientras estuvo preso. En 1949, no sin escándalo, un jurado relevante le concede el Premio Bollingen. Y, en 1958, Pound es finalmente liberado y vuelve a su amada Italia, donde iba a morir en Venecia durante 1972.

Las versiones al castellano de su poesía (¿cómo no recordar aquella lograda antología que, en 1963, nos brindó nuestro compatriota Carlos Viola Soto?) nos devuelven, precisamente, a uno de los puntos centrales de esta poética: la posibilidad misma de una traducción. Que, como suele ocurrir por lo general con lenguas no romances, al optar, entre nosotros, por el sentido sin poder apropiarse del sonido, no ha dejado de continuar acarreando algunas negativas consecuencias sobre ciertas poéticas contemporáneas, aparentemente dominantes, que empobrecen, sin duda, a una presencia como ésta. Y, con respecto a la cual, en cambio, si no bastan sus razones y sus originales, sería suficiente citar a su viejo amigo Eliot: “La originalidad de Pound consiste en haber insistido en que la poesía es un arte, un arte que exige la aplicación y el estudio más arduos; y en haber observado que en nuestra época debe ser un arte consciente en el máximo grado”. Que es lo que hubiéramos querido demostrar.

 

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