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        Borges se copia
        Por Rodolfo  Alonso*
Página/12, viernes 7 de noviembre 2014
        
        
        
         
        
        
        
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        Primero  me pareció de no creer, casi imposible sólo atreverme a imaginarlo, y cerré y  guardé el libro de inmediato, avergonzado de mí mismo. Pero fui y busqué el  otro. Lo abrí. Era evidente. No podía creerlo.
         Después, tan intrigado como para volver a cerciorarme,  los fui a buscar de nuevo, juntos. Los hojeé. Y allí estaba, imposible negarlo.  La frase, las palabras y los signos exactos que componían esa frase están allí,  prácticamente idénticos. En ambos.
         Me quedé confundido. En semejante autor eso no podía ser  un ardid, ni una minucia, ni mucho menos un simplísimo error. Eso a cualquiera  iba a pasarle, pero no a Él.
         Presa  de cierto pánico, me arrojé desconfiado pero ansioso a las aguas insondables de  la memoria digital, para indagar en esos archivos confusos e infinitos alguna  prueba, algún testimonio, algún otro. Algún otro que también se  hubiera dado cuenta. Pero no, no había nada. Y tuve que aceptar lo ya  evidente: una y otra frase son  exactamente iguales.
         Se me ocurrió buscar en la primera edición de sus obras  completas, que conservo con su firma insegura, de ciego. Si había sido un  desliz, allí podría haberlo subsanado. No fue así. Todo seguía igual. Y el  hecho resultaba, pues, flagrante. Tan flagrante como impenetrable, en su  enceguecedora nitidez.
         Porque se trataba de Borges, ese escritor que ejerce el  adjetivo como el torero su estocada final. Un escritor en cuya entera obra casi  no se repite una palabra. Una obra que congenia exquisita modestia con la  exigencia más altiva.
         Pero aquí están las pruebas. Y tenía que ser en el  justamente memorable cuento El Sur, que cierra a toda orquesta ese  libro, “Ficciones”, donde empezó a consolidar su nombre. En la segunda  parte que subtituló (precisamente) “Artificios” y fechó en 1944, puede  leerse lo siguiente: “Los muchos años lo habían reducido y pulido como las  aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia.”
         Es bello, es preciso, es justo, es tocante. Pero veamos.
         No mucho tiempo después, nada menos que en “El aleph”,  libro que como es sabido apareció originalmente en 1949, pero en uno de los  cuatro cuentos que le agregó según su Posdata de 1952, puede leerse en el  relato El hombre en el umbral, esta otra frase que su personaje Pierre  Ménard (¡quien crea el Quijote como  por primera vez!) bien pudiera haber reclamado como suya, pero que mi flaca memoria  insiste en reiterar del todo semejante a la primera: “Los muchos años lo habían  reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres  a una sentencia.”
         ¿Qué hacer frente a eso, frente a una cosa así? ¿Yo,  descubrirlo en eso, a Él? Y peor aún:  ¿quién iba a creer que Borges se había copiado literalmente a sí mismo, que  había repetido en dos cuentos de temas y asuntos diferentes, casi letra por  letra, signo por signo, la misma frase similar? ¿Quién podía imaginar que Él,  nada menos que Borges, no había hecho de esa repetición una trampa para  incautos sino que, directamente, o se le había escapado o tanto le gustó que  fue a sabiendas?
         Por si fuera poco, además de ese auto citarse,  ¡repetirse!, en ambos cuentos también son similares, aunque no ya tan  idénticas, las frases precedentes. Donde se cambia de situación y de contexto,  pero el protagonista sigue siendo básicamente el mismo. Y hasta con idéntica, o  casi idéntica función.
         Dice en El Sur: “En el suelo, apoyado en el  mostrador, se acurrucaba inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo.” Y dice en El hombre en el umbral: “A mis pies, inmóvil como una cosa, se  acurrucaba en el umbral un hombre muy viejo.” Sólo que aquí intercala, antes de  la frase que vimos reiterada en ambos casos, esto acaso imprescindible: “Diré  cómo era, porque es parte esencial de la historia.” Lo cual agrava el hecho. O  insisto, me parece, puede ser: también lo embebe de ironía.
         Nunca  sabremos con exactitud, del todo, a ciencia cierta,  qué lo movió a Él a esa jugada. Nunca sabremos si no se dio cuenta (cosa  impensable, aterradora) o, como todo pareciera indicar,  lo hizo adrede, a propósito. ¿Y entonces, Borges, estoy diciendo  Borges, no tuvo otro remedio que recurrir a la reiteración porque sintió que  era el momento justo para hacerlo, que precisamente esas palabras debían estar  de nuevo allí?
         ¿O acaso fue el justo momento el que le demandó, a Él,  que era eso lo que debía insertarse en ese punto? ¿Lo que correspondía, ahí? ¿Se  le puede haber escapado, a Él, algo como eso? ¿Lo hizo ex profeso? ¿Quiso  demostrarnos que lo de Pierre Ménard seguía siendo, como siempre lo fue, nunca  una burla ni una zancadilla sino una demostración, una evidencia?
         ¡Maten a Borges!, dicen que les gritó Gombrowicz a sus  escasos seguidores locales, cuando logró  escapar, después de décadas, de su empantanamiento en Buenos Aires, proa a la Europa que iba  también a consagrarlo.
         ¿Maten a Borges?. Probablemente una metáfora, una  alusión, un símbolo. De cualquier modo, estoy seguro, ni soy yo ni esta leve  digresión quien va a lograrlo.
         Pero se lee en El Sur: “En el suelo, apoyado en el mostrador, se  acurrucaba inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo  habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los  hombres a una sentencia.”
         Y al leer El hombre en el umbral ineludiblemente  Él también dice: “A mis pies, inmóvil como una cosa, se acurrucaba en el umbral  un hombre muy viejo. Diré cómo era, porque es parte esencial de la historia.  Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las  generaciones de los hombres a una sentencia.”
         El mismo caso de que ambos libros sean  de escritura consecutiva en pocos años, de 1944 a 1952, primero  uno, después el otro, no resuelve el asunto. Es más, lo agrava. Si la  reiteración se hizo a propósito, el mismo hecho de ubicarla en su obra  inmediata ostenta la honestidad de ofrecernos una pista, demostraría la  inocencia con que lo hizo.
         Pero también nos deja, al hacerlo, lo  nunca imaginado: que Él no llegó a darse cuenta. Que no lo percibió, cosa  inaudita. ¿Y no se dio cuenta, si así fue, a lo largo de toda su vida? ¿Y en  cada reedición de dichos libros? ¿Y en sus obras completas? ¿Reeditadas una y  otra vez? No, si lo hizo, lo hizo a sabiendas. Y si no se dio cuenta, peor aún.
        ¿Matar a Borges? Díganle a Pierre Ménard
         
        * Poeta, traductor y  ensayista argentino.