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Rodolfo Alonso, junto a Jorge Monteleone durante la presentación de "Lengua Viva"
en la Librería Universitaria Argentina, 9 de Abril de 2015.

 

 

Rodolfo Alonso
Epifanías de un poeta verdadero

Por Silvina Friera
Página/12. Jueves, 9 de abril de 2015


 


 


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El llamado de la poesía irrumpe con una vibración arrolladora. Cómo impedir, por cualquier medio, que la más mínima parcela de realidad no se infiltre por alguna hendidura. Hay un joven de 13 o 14 años –la escena del recuerdo es nítida pero imprecisa en la cronología– que hacia fines de la década del ’40, un día de lluvia escribe, en pocas líneas, el principio de su itinerario poético: “Largos cuchillos de acero/ rasgan un paño ceniza.// Lejos, el horizonte agoniza...” Mucha agua ha corrido y corre por el río de la vida del poeta y traductor Rodolfo Alonso, “un poeta verdadero” –en palabras de Juan Gelman– que “ve la palabra ajena y la alberga, la transforma, la calcina para devolverla limpia al otro”. Muchos versos de sus poemas orbitan en el planeta diverso y único que despliega Alonso: “Yo canto/ lo que se me canta// Lo que canta/ se canta...” “Una tormenta limpia el cielo/ de la noche// Una tormenta/ limpia mi corazón...” “Yo no hablo/ para nadie// En el vacío/ es imposible respirar.” Cuántas epifanías concentradas que se quedan en las pupilas de la memoria: “De espaldas/ con la muerte/ no hay vida/ que no sea/ inaudita”. La bellísima edición de Lengua viva –su poesía reunida 1968-1993, publicada por la editorial cordobesa Eduvim– se presenta hoy a las 18 en la Librería Universitaria (Lavalle 1601) con el escritor y crítico Jorge Monteleone.

“Decir que Rodolfo Alonso es el mago de los poetas argentinos –y uno está tentado de decirlo cuando lee sus versos– es una afirmación peligrosa”, plantea Jorge Santiago Perednik (1952-2011) en el prólogo de Lengua viva, que reúne cuatro libros: Señora Vida (1979), Sol o sombra (1981), Jazmín del país (1988) y Música concreta (1994). “Llamarlo mago (...) quiere decir otra cosa: que todo lo que sus sentidos alcanzan, todo lo que su mente idea, se vuelca en el papel transformado en poesía. No saca conejos, no usa galera, pero tiene una varita mágica que alcanza las cosas y genera sobre ellas un efecto de reconversión poética.” Perednik –también poeta y creador de la revista Xul que murió tempranamente– subraya que la realidad política “tampoco escapa a la magia del poeta”. Y cita como ejemplo el poema “El rey está desnudo”, de 1979, escrito en plena dictadura militar: “Hay sombras allá afuera/ Algo horrible sucede/ Tuvimos hambre y frío/ También tuvimos miedo/ Nos agarró un temblor/ Nos agarró la noche/ La noche es muy oscura/ Las cosas están claras”. Al final de este elogioso texto, el prologuista afirma que Alonso “juega a ser todos los poetas; su estilo, a ser todos los estilos”.

El poeta más joven de la revista de vanguardia Poesía Buenos Aires editó su primer libro Salud o nada en 1954. Desde entonces se ha deslizado por la triple vertiente de la escritura poética, el ensayo y la traducción de poetas y narradores fundamentales como Fernando Pessoa, Cesare Pavese, Giuseppe Ungaretti, Paul Eluard, Marguerite Duras, Antonin Artaud, Eugenio Montale, Carlos Drummond de Andrade, Jacques Prévert, Pier Paolo Pasolini, André Breton, Charles Baudelaire y Manuel Bandeira, entre otros. “Diáfana, la poesía de Alonso, de más de cincuenta años de producción, muestra una rara coherencia, una unidad de registro tal que la datación pierde sentido, no se siente más fuerza o menos fuerza en los poemas según cuando se escribieron, si en la postadolescencia –Alonso comenzó casi niño a escribir– o en la reposada madurez, ya en la plena lucha por el lenguaje poético en un Buenos Aires sobresaltado por la realidad y por la poesía –analiza Noé Jitrik–. De un poema a otro reaparecen en toda su hondura los temas permanentes, como ilustrando la vieja teoría pascoliana acerca de que en el poeta el niño que fue permanece alojado, invulnerable al desgaste, en el corazón de su imaginario, con toda su pena, con toda su extrañeza. Correlativamente, el tono permanece, ha sido hallado y sigue alentando nuevas imágenes que las primitivas recuperan y cuya fuerza sigue alentando y haciendo surgir otros poemas.”

“Supongo que para los editores es más fácil publicar mi poesía por partes que hacer un bloque tan grande con todos mis libros juntos –comenta Alonso a Página/12–. A mí no me convence la idea de poesía completa o reunida porque se termina armando un libro tan grande que ni podés llevarlo a la cama.” El poeta advierte que los poemas políticos que señala Perednik en el prólogo “tienen legitimidad cuando nacen de una experiencia, no de un propósito o una intención”, porque nunca hubo ni habrá programa o plan, más allá de los treinta títulos que publicó –Entre dientes, El arte de callar y Poemas pendientes, por consignar apenas algunos libros de una larga lista– y los reconocimientos que recibió, como el segundo Premio Nacional de Poesía (1997) o el Premio Rosa de Cobre, que le otorgó la Biblioteca Nacional el año pasado. Extrañamente, o en realidad honradamente, continúa sintiendo que a los 80 años es el mismo poeta que al comienzo, aquel que trazó las primeras huellas de una pasión inextinguible un día de lluvia. “De repente, al recordar a Juan (Gelman), me di cuenta de que Lengua viva es el primer libro que no puedo enviarle”, dice el poeta con la emoción a flor de labios.

Hay dos libros incluidos en su Poesía reunida que fueron escritos y publicados durante los años más oscuros del país. ¿Cómo fue escribir poesía durante la última dictadura?
–Uno escribe en secreto, escribe como para uno, pero al mismo tiempo la poesía circula de maneras muy misteriosas... Yo no pienso mucho, como siempre digo, la poesía me ocurre y se ve que tenía una sensación muy viva de dolor, de angustia, una especie de “asfixia moral”, como dijo Eugenio María de Hostos cuando se suicidó en otro país y en otro momento histórico. Las fechas de los poemas abarcan desde la dictadura de (Juan Carlos) Onganía y llegan hasta los comienzos del proceso. Uno de los primeros poemas es “Pobre país”. Lengua viva me atrae como título. La poesía es la lengua viva, no sólo en el sentido de que no es una lengua muerta o congelada, que no se habla, sino que es una lengua que está encarnada con la vida y la vida está encarnada en esa lengua. En el castellano usamos la misma palabra para designar el idioma –la lengua– y también el órgano con el cual se habla esa lengua. Entonces Lengua viva para mí tiene muchas resonancias. La poesía es lengua viva en el sentido de que es una lengua que está en circulación y al mismo tiempo es una lengua viviente que está enraizada en la vida y su esencia es estar en la vida y defender la vida.

–¿Por qué aparece tanto la lluvia en su poesía?
–La primera vez que escribí fue a los 13 o 14 años y fueron tres líneas muy cortas sobre la lluvia que entonces me rodeaba. La lluvia me toca hondo. Las flores y las hojas después de la lluvia me conmueven y eso aparece mucho en mis poemas. Un poeta gallego me dijo que en Galicia llueve cien días al año, así que puede ser que la cuestión de la lluvia venga de mis ancestros. Todos mis antepasados son labradores gallegos, según descubrimos con un primo. No siempre llueve en mis poemas porque también hay mucho sol, mucha mañana y mediodía también. Rilke dijo que la patria del hombre es su infancia; la primera vez que vi llover, para mí –primer hijo de una familia de inmigrantes que nací acá– Buenos Aires era como Babel, un lugar donde se hablaba todas las lenguas del mundo. Yo tuve que descubrir la ciudad de niño. Al principio la sentí levemente agresiva, diría que hostil. La lluvia, sin embargo, me devolvía un clima de confraternidad, como un aura. Juan L. Ortiz le puso a su obra completa En el aura del sauce, lo mío podría ser “En el aura de la lluvia”. La lluvia me permitía sentir que había una relación de fraternidad con los otros.

 

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Tormenta de Qumrán

Y tuvo que llegar del desierto
la evidencia salvaje, el aliento
sagrado del viento sin mesura,
del simún, avaro y codicioso,
fehaciente, veloz, que resucita
el polvo adormilado del archivo,
ese orden púdicamente congelado
por el ávido ojo del poder.

Y tuvo que ser lengua, todavía,
el verbo nuevamente hecho carne,
esa palabra al viento, errante,
empecinada, grave, clamorosa,
atravesando encima de las muertes
las frígidas murallas del silencio.

¡Alegría del habla que se habla
cuando ya nadie habla, patética,
extremada alegría, que estremece
la alfombra del concilio y abre
de un solo golpe, con su feroz
abrazo de aire fresco, las ventanas
del sigilo, el recaudo y la clausura!

Del viento del desierto, saludable,
incómodo, inmortal, sólo podía
esperarse algo santo: el espesor
ácidamente vivo de la verdad,
desnuda.

* Poema incluido en Lengua viva (Eduvim).



 



 

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Epifanías de un poeta verdadero
Por Silvina Friera
Página/12. Jueves, 9 de abril de 2015