El  19 de Octubre Vinicius de Moraes (1913-1980) cumpliría cien años. ¿No parece  increíble? Porque si hay alguien que estuvo vivo y joven, intensa y apasionadamente  vivo, fue él. Tanto, que de su propia vida hizo leyenda. Y una leyenda que,  teniendo fundamentos, también sirvió para opacar su veta más honda y más  fecunda: su íntegra, completa, decidida, devota, fervorosa entrega de fondo a  la poesía.
         Como Rimbaud, su guía, su gurú, su  maestro, quiso “cambiar la vida”. Y lo logró, no sólo con su propia existencia,  sino también con las múltiples resonancias que hizo crecer en muchos otros.  Patriarca inveterado de la noche bohemia, sereno en el exceso, convicto del  alcohol y de la música, de la poesía y del amor, su sensacional asunción de una  figura nueva (brasileñísima) de hombre público, lo llevó con naturalidad, sin  proponérselo, con clase, a enfervorizar primero a su país, luego a América toda  y finalmente al mundo.
        ¿Quién iba a sospecharlo cuando se inició  como 
          el  alumno más fiel de los jesuitas, ceñido por límites, culpas y ensueños  metafísicos? ¿Quién iba a imaginarlo cuando muy joven alcanzó el ansiado rol de  diplomático, y de ejercerlo en las más bellas ciudades del mundo? Pero en su  interior bullían como jugos nutricios los mil rostros complejos de su Brasil. Y  el primer cambio fue tan revelador como insólito, dejó Itamaraty para recluirse  en la ciudad más hondamente espiritual de su país: Bahía, “la Roma negra” que tan bien  bautizó Jorge Amado.
         Desde allí su vida parece un  torbellino, pero un torbellino envidiable, y los poemas y los libros se unen  naturalmente con la música y los ritmos de la bossa nova, un sutil y contagioso movimiento musical que, como  ocurre en Brasil, fue tan auténticamente nacional como ineludiblemente  universal. Se dijo que había abandonado la poesía por la música, por la bohemia,  por el espectáculo. Pero en realidad no fue así: Vinicius se mantuvo siempre  leal a la poesía, y esas canciones y esa música eran la mismísima, la mejor  poesía. Reunió la secular tradición de los trovadores, que siempre cantaron sus  poemas, con el prodigioso manantial de la música popular. Vinicius demostró y  alcanzó a devolver a la poesía, a la verdadera poesía, que nunca estuvo  totalmente encerrada en los libros, todo el fuego y el calor de la música hecha  voz: la poesía misma.
         Y fue otro gran poeta brasileño, nada  menos que Carlos Drummond de Andrade, funcionario público, de vida silenciosa y  retirada, que nunca dejó su departamento de Ipanema, que nunca aceptó subir a  un avión y conocer el mundo, quien lo pudo expresar mejor que nadie, con su  austera precisión de mineiro, de  nacido en Minas Geraes: “Vinicius es el único poeta brasileño que osó vivir  bajo el signo de la pasión. Es decir, de la poesía en estado natural”. Y no  sólo eso, sino también que: “Fue el único de nosotros que tuvo vida de poeta.”  Y por si fuera poco, confesó Drummond: “Yo hubiera querido ser Vinicius de  Moraes.”
         Es una lástima que aún no haya sido  traducida la mejor biografía que conozco, la más intensa y viva, la más  reveladora, de Vinicius de Moraes. Se titula “El poeta de la pasión”, y le llevó dos años a  mi amigo José Castello, que en 1995 me dedicó  en Curitiba un ejemplar de la segunda edición, magníficamente ilustrada con fotos  y editada por Companhia das Letras (São Paulo, 454 pgs., 1994). Allí se advierten  ejes que vertebran la vida y obra de Vinicius: el amor, que le dio nueve  casamientos, siempre con mujeres de misteriosa belleza; y el activo círculo de  sus amigos: de formación, compañeros de bohemia, artistas, poetas y músicos. Y  embebiendo todo eso, poemas y canciones que le fueron naciendo. Y que nunca dejaron  de estar ligadas con hechos concretos de su vida.
        “La poesía es tan vital para mí que  ella llega a ser el retrato de mi vida”, afirmó él mismo. Y añadió, dejándonos  sin más que decir: “Por lo tanto, juzgar mi poesía sería juzgar mi vida. Y yo  me considero un ser tan imperfecto…”
        
          ELEGÍA  CASI UNA ODA
          Sueño  mío, yo te perdí; me hice hombre.
            El  verso que se hunde en el fondo de mi alma
            Es  simple y fatal, pero no trae caricia.
            Me  hace acordar de ti, poesía niña, de ti
            Que  te colgabas del poema como de un seno en el espacio.
            Llevabas  en cada palabra el ansia
            De  todo el sufrimiento vivido.
          Quería  decir cosas simples, bien simples
            Que  no hiriesen tus oídos, madre mía.
            Quería  hablar de Dios, hablar dulcemente de Dios
            Para  arrullar tu esperanza, abuela mía.
            Quería  volverme mendigo, ser miserable
            Para  participar de tu belleza, hermano mío.
            Quería,  mis amigos… quería, mis enemigos…
            Quería…
            ¡Quería  tan exaltadamente, amiga mía!
            Pero  tú, Poesía
            Tú  desgraciadamente Poesía
            Tú  que me ahogaste en mi desesperación y me salvaste
            Y  me ahogaste de nuevo y de nuevo me salvaste y me trajiste
            Al  borde de abismos irreales en que me lanzaste y que después eran 
            . . . . . . . . . . . /abismos verdaderos
            Donde  vivía la infancia corrompida por gusanos, la locura preñada por 
            . . . . . . . . . . . /el Espíritu Santo, e ideas e ideales en lágrimas, y  castigos 
            . . . . . . . . . . . /y redenciones momificados en semen crudo
            ¡Tú!
            Iluminaste,  joven danzarina, la lámpara más triste de la memoria…
          Pobre  de mí, me hice hombre.
            De  repente, como el árbol pequeño
            Que  en la estación de las lluvias bebe la savia en el humus pleno
            Estira  el tallo y duerme para despertar adulto
            Así,  poeta, te hiciste para siempre.
          Mientras  tanto, era más bello el tiempo en que soñabas.
          ¿Qué  sueño es mi vida?
            ¡Te  diré que eres tú, María Aparecida!
            A  ustedes, en el pudor de hablar ante vuestra grandeza
            Les  diré que es olvidar todos los sueños, mis amigos.
            Al  mundo, que ama la leyenda del destino
            Le  diré que es mi camino de poeta.
            Y  para mí, lo llamaré inocencia, amor, alegría, sufrimiento, muerte, 
            . . . . . . . . . . . /serenidad
            Lo  llamaré así porque soy débil y cambiante
            Y  porque es preciso que no mienta nunca para poder dormir.
            Ah
            No  debería nunca atender los llamados de lo íntimo.
          Tus  brazos largos, fulgurantes; tus cabellos de oleoso color; tus manos
            musicalísimas; tus pies que llevan prisionera la danza; tu cuerpo grave 
            de  gracia instantánea; el modo con que miras la sustancia de la vida;
            tu paz,  angustia paciente; tu deseo irrevelado; ¡el grande, el infinito
            inútil poético!  todo eso sería un sueño a soñar en tu seno que es pequeño…
          ¡Oh,  quién me diera no soñar ya nunca
            No  tener ni tristezas ni nostalgias
            Ser  apenas Moraes sin ser Vinicius!
            ¡Ah,  si pudiese por siempre, al levantarme
            Espiar  la ventana sin paisaje
            Sin  tiempo el cielo y el tiempo sin memoria!
            ¡Qué  he de hacer de mí que sufro todo
            Demonio  y ángel, angustias y alegrías
            Que  peco contra mí y contra Dios!
            A  veces me parece que mirándome
            Él  dirá, desde su lar celeste:
            Fui  demasiado cruel con ese chico…
            En  tanto, ¿qué otra mirada de piedad
            Curará  en este mundo a mis llagas?
            Soy  fuerte y débil, venzo la vida: pronto
            Lo  pierdo todo; pronto, no puedo más…
            ¡Oh,  naturaleza humana, qué desgracia!
            ¡Si  supieses qué fuerza, qué locura
            Son  todos tus gestos de pureza
            Contra  una carne tan alucinada!
            ¡Si  supieses el impulso que te impele
            En  estas cuatro paredes de mi alma
            Ni  sé lo que sería de este pobre
            Que  te arrastra sin dar ningún gemido!
            Es  muy triste sufrirse tan joven
            Sabiendo  que no hay ningún remedio
            Y  teniéndose que ver a cada instante
            Que  la cosa es así, que pasa luego
            Que  sonreír es cuestión de paciencia
            Y  quien manda la vida es la aventura.
            ¡Oh  ideal misérrimo, te quiero:
            Sentirme  apenas hombre y no poeta!
          Y  escucho… ¡Poeta! ¡triste Poeta!
            No,  seguramente fue el viento de la mañana en las araucarias
            Fue  el viento… tranquilízate, corazón mío; a veces el viento parece 
            . . . . . . . . . . . /hablar…
          Y  escucho… ¡Poeta! ¡pobre Poeta!
            Cálmate,  tranquilidad mía… es un pájaro, sólo puede ser un pájaro
            Nada  me importa… y si no fuera un pájaro, hay tantos lamentos en 
            . . . . . . . . . . . /esta tierra…
            Y  escucho… ¡Poeta! ¡sórdido Poeta!
            ¡Oh  angustia! esta vez… ¿no fue la voz de la montaña? ¿No fue el eco 
            . . . . . . . . . . . /distante
            De  mi propia voz inocente?
          Lloro.
            Lloro  atrozmente, como lloran los hombres.
            Las  lágrimas corren millones de leguas por mi rostro que el llanto hace 
            . . . . . . . . . . . /gigantesco.
            Oh  lágrimas, sois como mariposas doloridas
            Revoloteáis  desde mis ojos hacia los caminos olvidados.
            ¡Padre  mío, madre mía, socórranme!
            ¡Poetas,  socórranme!
            Pienso  que de aquí a un minuto estaré sufriendo
            Estaré  puro, renovado, niño, haciendo dibujos perdidos en el aire…
            Vengan  a decirme lo que es la vida, lo que es el conocimiento, lo que 
            . . . . . . . . . . . /quiere decir la memoria
            Escritores  rusos, alemanes, franceses, ingleses, noruegos
            ¡Vengan  a aconsejarme, filósofos, pensadores
            Vengan  a darme ideas como antiguamente, sentimientos como 
            . . . . . . . . . . . /antiguamente
            Vengan  a hacerme sentir sabio como antiguamente!
            ¡Hoy  me siento despojado de todo lo que no sea música
            Podría  silbar la idea de la muerte, hacer una sonata de toda la tristeza 
            . . . . . . . . . . . /humana
            Podría  agarrar todo el pensamiento de la vida y ahorcarlo en la punta 
            . . . . . . . . . . . /de una clave de Fa!
          ¡Nuestra  Señora mía, dame paciencia
            San  Antonio mío, dame mucha paciencia
            San  Francisco de Asís mío, dame muchísima paciencia!
            Si  vuelvo los ojos tengo vértigos
            Siento  extraños deseos de mujer grávida
            Quiero  el pedazo de cielo que vi hace tres años, detrás de una colina 
            . . . . . . . . . . . /que sólo yo sé.
            Quiero  el perfume que sentí no me acuerdo cuándo, y que era entre 
            . . . . . . . . . . . /sándalo y carne de seno.
            Tanto  pasado me alucina
            Tanta  nostalgia me aniquila
            En  las tardes, en las mañanas, en las noches de la sierra.
            ¡Dios  mío, qué pecho grande el que yo tengo
            Qué  brazos fuertes que yo tengo, qué vientre esbelto el que yo tengo!
            ¿Para  qué un pecho tan grande
            Para  qué unos brazos tan fuertes
            Para  qué un vientre tan esbelto
            Si  todo mi ser sufre de la soledad que tengo
            En  la necesidad que tengo de mil caricias constantes de la amiga?
            ¿Por  qué yo caminando
            Yo  pensando, yo multiplicándome, yo viviendo
            Por  qué yo en los sentimientos ajenos
            Y  yo en mis propios sentimientos
            Por  qué yo animal libre pastando en los campos
            Y  príncipe tocando mi laúd entre las damas del señor rey mi padre
            Por  qué yo truhán en mis tragedias
            Y  Amadís de Gaula en las tragedias de otros?
            ¡Basta!
            ¡Basta,  o dame paciencia!
            He  tenido mucha delicadeza inútil
            Me  he sacrificado muy por demás, un mundo de mujeres en exceso 
            . . . . . . . . . . . /me ha vendido
          Quiero  un lugar de abrigo
            Me  siento repelente, impido a los inocentes que me toquen
            Vivo  entre las aguas torvas de mi imaginación
            Ángeles,  tañid campanas
            El  anacoreta quiere a su amada
            Quiere  a su amada vestida de novia
            Quiere  llevarla a la neblina de mi amor
            Mendelssohn,  toca tu marchita inocente
            Sonrían,  pajes, obreras curiosas
            El  poeta va a pasar soberbio
            De  su brazo una criatura fantástica derrama los santos óleos de las 
            . . . . . . . . . . . /últimas lágrimas
            ¡Ah,  no me ahoguen en flores, poemas míos vuelvan a los libros
            No  quiero glorias, pompas, adiós!
            Solness,  vuela hacia la montaña, mi amigo
            Comienza  a construir una torre bien alta, bien alta…
           
           
           
          POEMA  DE NAVIDAD
          Para  eso fuimos hechos
            Para  recordar y ser recordados
            Para  llorar y hacer llorar
            Para  enterrar a nuestros muertos
            Por  eso tenemos brazos largos para los adioses
            Manos  para tomar lo que fue dado
            Dedos  para cavar la tierra.
          Así  será nuestra vida:
            Una  tarde siempre por olvidar
            Una  estrella apagándose en la sombra
            Un  camino entre dos sepulcros –
            Por  eso necesitamos velar
            Hablar  bajo, pisar suave, ver
            A  la noche dormir en silencio.
          No  hay mucho que decir:
            Una  canción sobre una cuna
            Un  verso, tal vez, de amor
            Una  oración por quien se va
            Pero  que esa hora no olvide
            Y  por ella nuestros corazones
            Se  dejen, graves y simples.
          Pues  para eso fuimos hechos
            Para  confiar en el milagro
            Para  participar de la poesía
            Para  ver el rostro de la muerte –
            De  repente nunca más esperaremos
            Hoy  la noche es joven; de la muerte, apenas
            Nacemos,  inmensamente.
           
           
           
          MENSAJE  A LA POESÍA
          No  puedo
            No  es posible
            Digan  que es totalmente imposible
            Ahora  no puede ser
            Es  imposible
            No  puedo.
          Díganle  que estoy tristísimo, pero no puedo ir esta noche a su 
              . . . . . . . . . . . /encuentro.
            Cuéntenle  que hay millones de cuerpos para enterrar
            Muchas  ciudades por reconstruir, mucha pobreza en el mundo
            Y  las mujeres están volviéndose locas, y hay legiones de ellas 
            . . . . . . . . . . . /carpiendo
            La  nostalgia de sus hombres; cuéntenle que hay un vacío
            En  los ojos de los parias, y su desnudez es extrema, cuéntenle
            Que  la vergüenza, la deshonra, el suicidio rondan los hogares, y es 
            . . . . . . . . . . . /preciso reconquistar la vida.
            Háganle  ver que es preciso que yo esté alerta, vuelto hacia todos los 
            . . . . . . . . . . . /caminos
            Pronto  a socorrer, a amar, a mentir, a morir si fuera necesario
            Explíquenle,  con cuidado –no la lastimen…-- que si no voy
            No  es porque no quiera: ella sabe; es porque hay un héroe en una 
            . . . . . . . . . . . /cárcel
            Hay  un labrador que fue agredido, hay un charco de sangre en una 
            . . . . . . . . . . . /plaza.
            Cuéntenle,  bien en secreto: que yo debo estar listo, que mis
            Hombros  no se deben curvar, que mis ojos no se deben
            Dejar  intimidar, que yo llevo a la espalda la desgracia de los hombres
            Y  no es el momento ahora de parar; díganle, mientras tanto
            Que  sufro mucho, pero no puedo mostrar mi sufrimiento
            A  los hombres perplejos; díganle que me fue dada
            La  terrible participación, y que posiblemente
            Deberé  engañar, fingir, hablar con palabras ajenas
            Porque  sé que hay, lejana, la claridad de una aurora.
          Si  ella no comprendiese, ah procuren convencerla
            De  ese invencible deber que es el mío; pero díganle
            Que,  en el fondo, todo lo que estoy dando es de ella y que
            Me  duele tener que despojarla así, en este poema; que por otro lado
            No  debo usarla en su misterio: es hora de esclarecimiento
            Ni  inclinarme sobre mí cuando a mi lado
            Hay  hambre y mentira; y un llanto de niño solitario, en una calle
            Junto  a un cadáver de madre, díganle que hay
            Un  náufrago en medio del océano, un tirano en el poder, un hombre
            Arrepentido;  díganle que hay una casa vacía
            Con  un reloj dando las horas; díganle que hay un gran
            Aumento  de abismos en la tierra, hay súplicas, hay vociferaciones
            Hay  fantasmas que me visitan de noche
            Y  que me toca recibir; cuéntenle de mi confianza
            En  el mañana
            Que  siento una sonrisa en el rostro invisible de la noche
            Vivo  en tensión ante la expectativa del milagro; por eso
            Pídanle  que tenga paciencia, que no me llame ahora
            Con  su voz de sombra; que no me haga sentir cobarde
            Al  tener que abandonarla en este instante, en su inconmensurable
            Soledad;  pídanle, oh pídanle que se calle
            Por  un momento, que no me llame
            Porque  no puedo ir
            No  puedo ir
            No  puedo.
          Mas  no la traicioné. En mi corazón
            Vive  su imagen pertinente, y nada diré que pueda
            Avergonzarla.  Mi ausencia
            Es  también un sortilegio
            De  su amor por mí. Vivo por el deseo de volver a verla
            En  su mundo en paz. Mi pasión de hombre
            Queda  conmigo; mi soledad queda conmigo; mi
            Locura  queda conmigo. Tal vez yo deba
            Morir  sin verla más, sin sentir más
            El  gusto de sus lágrimas, verla correr
            Libre  y desnuda en las playas y en los cielos
            Y  en las calles de mi insomnio. Díganle que es ese
            Mi  martirio; que a veces
            Pesa  sobre mi cabeza la tapa de la eternidad y las poderosas
            Fuerzas  de la tragedia se abaten sobre mí, y me empujan hacia la 
            . . . . . . . . . . . /sombra
            Pero  que debo resistir, que es necesario
            Pero  que la amo con toda la pureza de mi pasada adolescencia
            Con  toda la violencia de las antiguas horas de contemplación extática
            En  un amor lleno de renuncia. Oh, pídanle a ella
            Que  me perdone, a su triste e inconstante amigo
            A  quien le fue dado perderse por amor a su semejante
            A  quien le fue dado perderse por amor a una pequeña casa
            Por  un jardín al frente, por una criatura de rojo
            A  quien le fue dado perderse por amor al derecho
            De  todos a tener una pequeña casa, un jardín al frente
            Y  una criatura de rojo; y perdiéndose
            Sería  dulce perderse
            Por  eso convénzanla a ella, explíquenle que es terrible
            Pídanle  de rodillas que no me olvide, que me ame
            Que  me espere, porque soy yo, apenas yo; pero que ahora
            Es  más fuerte que yo, no puedo ir
            No  es posible
            Me  es totalmente imposible
            No  puede ser no
            Es  imposible
            No  puedo.
           
           
           
          RECETA  DE MUJER
          Las  muy feas que me perdonen
            Pero  belleza es fundamental. Es necesario
            Que  haya algo de flor en todo eso
            Algo  de danza, algo de haute couture
            En  todo eso (o entonces
            Que  la mujer se socialice elegantemente en azul, como en la 
            . . . . . . . . . . . /República Popular China.)
            No  hay término medio posible. Es necesario
            Que  todo eso sea bello. Es necesario que súbito
            Se  tenga la impresión de ver una garza apenas posada y que un rostro
            Adquiera  de vez en cuando ese color sólo posible en el tercer minuto 
            . . . . . . . . . . . /de la aurora.
            Es  necesario que todo eso sea sin ser, pero que se refleje y 
            . . . . . . . . . . . /desprenda
            En  la mirada de los hombres. Es necesario, es absolutamente 
            . . . . . . . . . . . /necesario
            Que  sea todo bello e inesperado. Es necesario que unos párpados 
            . . . . . . . . . . . /cerrados
            Recuerden  un verso de Éluard y que se acaricie en unos brazos
            Algo  más que carne: que se los toque
            Como  el ámbar de una tarde. Ah, déjenme decirles
            Que  la mujer que allí está como la corola ante el pájaro
            Sea  bella o tenga por lo menos un rostro que recuerde un templo y
            Sea  leve como un resto de nube: pero que sea una nube
            Con  ojos y nalgas. Las nalgas son importantísimas. Ojos, de eso
            Ni  se habla, que miren con cierta maldad inocente. Una boca
            Fresca  (¡nunca húmeda!) es también de extrema pertinencia
            Es  necesario que las extremidades sean delgadas; que unos huesos
            Despunten,  sobre todo la rótula al cruzar las piernas, y las puntas 
            . . . . . . . . . . . /pélvicas
            Al  abrazar una cintura semoviente
            Gravísimo  es no obstante el problema de las jaboneras: una mujer sin 
            . . . . . . . . . . . /jaboneras
            Es  como un río sin puentes. Indispensable
            Que  haya una hipótesis de barriguita, y en seguida
            La  mujer se alce en cáliz, y que sus senos
            Sean  una expresión grecorromana, más que gótica o barroca
            Y  puedan iluminar lo oscuro con una capacidad mínima de 5 velas.
            Sobremanera  pertinaz es que la calavera y la columna vertebral
            Se  muestren levemente; ¡y que exista un gran latifundio dorsal!
            Los  miembros que terminen como astas, pero bien haya un cierto 
            . . . . . . . . . . . /volumen de muslos
            Y  que sean lisos, lisos como el pétalo y cubiertos de suavísima pelusa
            Entre  tanto sensible a la caricia en sentido contrario
            Es  aconsejable en la axila una dulce hierba con perfume propio
            Apenas  sensible (¡un mínimo de productos farmacéuticos!)
            Preferibles  sin duda los cuellos largos
            De  forma que la cabeza dé a veces la impresión
            De  no tener nada que ver con el cuerpo, y la mujer no recuerde
            Flores  sin misterio. Pies y manos deben contener elementos
            Discretos.  La piel debe ser fresca en las manos, en los brazos, en la 
            . . . . . . . . . . . /espalda y en la cara
            Pero  que las concavidades y convexidades tengan una temperatura 
            . . . . . . . . . . . /nunca inferior
            A  37º centígrados, pudiendo eventualmente provocar quemaduras
            Del  1er grado. Los ojos que sean de preferencia grandes
            Y  de rotación por lo menos tan lenta como la de la tierra; y
            Que  se coloquen siempre más allá de un invisible muro de pasión
            Que  es necesario sobrepasar. Que la mujer sea en principio alta
            O,  si es baja, que tenga la actitud mental de las altas cumbres.
            Ah,  que la mujer dé siempre la impresión de que, si se cerraran los 
            . . . . . . . . . . . /ojos
            Al  abrirlos ella ya no estará presente
            Con  su sonrisa y sus tramas. Que ella surja, no venga; parta, no vaya
            Y  que posea una cierta capacidad de enmudecer súbitamente y 
            . . . . . . . . . . . /hacernos beber
            La  hiel de la duda. Oh, sobre todo
            Que  ella no pierda nunca, no importa en qué mundo
            No  importa en qué circunstancias, su infinita volubilidad
            De  pájaro; y que acariciada en el fondo de sí misma
            Se  transforme en fiera sin perder su gracia de ave; y que exhale 
            . . . . . . . . . . . /siempre
            El  imposible perfume; y destile siempre
            La  embriagadora miel; y cante siempre el inaudible canto
            De  su combustión; y no deje de ser nunca la eterna danzarina
            De  lo efímero; y que en su incalculable imperfección
            Constituya  la cosa más bella y más perfecta de toda la creación 
            . . . . . . . . . . . /innumerable.