Proyecto Patrimonio - 2015 | index | Rodolfo Alonso   | Autores |
         
         
         
         
        
        
         
        
        
         
        ¡Don Quijote no se toca!
        Por Rodolfo Alonso *
            En Página12,  Jueves, 22 de enero de 2015
        
         
        
        
        
        
          
        
         .. .. .. .. .. . 
      
        De veras, es el colmo. El  colmo de la insensatez y del doble sentido. Y es también, al mismo tiempo, una  clarísima evidencia. Una evidencia flagrante.
         Que la autoerigida Real Academia de la   Lengua, a quien nunca votó nadie, y que osó acuñar para su lema  aquello de “limpia, fija y da esplendor”, haya decidido encomendar a uno de sus  miembros, novelista de aventuras, una poda ortopédica de la obra magna del  idioma, nada menos que el Quijote, con  el supuesto objetivo de conseguir que los reacios educandos y los escasos  lectores, atosigados por la suprema banalidad de las pantallas, se animen así a  abrir sus páginas, no tiene desperdicio.
        ¡Qué sátira sutilmente despiadada no arrancaría esta noticia  al más que agudo madrileño Larra! ¡Qué nueva veta para el Ubú de Alfred Jarry, gema del humor negro! ¡Qué aguafuerte  vitriólico no despertaría en nuestro nada complaciente Roberto Arlt!
         Cada escritor galardonado con el Premio Cervantes se veía,  hasta hoy, sutilmente obligado a intentar una enésima canonización del  paradigma de la lengua: Don Quijote de la Mancha. ¿Cómo podrán encarar  desafío semejante a partir de ahora? Es decir, ¿cómo intentarlo sin sentir que  la cara se les afloja de vergüenza?
          Porque lo que viene a reconocer paladinamente, a sabiendas o  no, semejante desatino, lo que viene a poner de manifiesto no es que el texto  del Quijote haya cambiado, sino que  lo que ha cambiado es el contexto en que nos ha hundido hasta el fondo la  sociedad globalizada de consumo, la tecnolátrica sociedad del espectáculo,  única responsable de que resulte arduo, yermo, dificultoso el acceso a las  alegres y luminosas páginas de un libro, ejemplar si los hay, que no consiguió  sus primeras glorias ni en academias ni en salones, sino entre sus dignos contemporáneos  iletrados del pueblo llano que, formando un círculo expectante en ventas y  mesones de La Mancha, se deleitaban una y otra  vez oyéndolo leer en alta voz a un parroquiano letrado.
         (No olvidemos, al pasar, que algo muy semejante ocurrió  entre nosotros, los argentinos, con las ya celebradas ediciones iniciales del Martín Fierro, hoy esquivo al parecer  para nuestros estudiantes pero que, recién nacido, desde lejanas pulperías de  la pampa reunió en coro subyugado a tantos paisanos no alfabetos, que lo bebían  con placer oyéndolo, una y otra vez, de los labios de algún gaucho lector.)
        ¡Y pensar que, en mi temprana adolescencia, nos sonreíamos  irónicamente de aquellas Selecciones del  Reader´s Digest, por otro lado exitosa versión local de ese engendro  primario de la cultura de masas norteamericana, con material tan predigerido  que cada número culminaba con la versión, fieramente abreviada, de un best-seller! ¡Y con tal repercusiòn que  llegó a procrear, entonces, una similar aunque antónima Selecciones Soviéticas!
         Pues “hoy la censura es el mercado”, como dijo hace ya  tiempo George Steiner, uno de los últimos grandes humanistas europeos. Y por si  no fuera suficiente, en una entrevista de Le  Nouvel Observateur poco antes de morir, en 1998, reiteró el mexicano Octavio  Paz: “Tocqueville vio eso bien. Habla de una vulgarización de la vida  democrática y hasta de una incompatibilidad entre la poesía y la democracia  moderna. La cuestión subsiste. Se habló del desastre del autoritarismo, sería  preciso hablar del desastre del capitalismo liberal y democrático, en el  dominio del pensamiento como en el de la vida cotidiana; la idolatría del  dinero, el mercado transformado en valor único que expulsa a todos los otros.”
         Realmente, no hay palabras. ¿Quién saldrá a respaldar,  ahora, al ingenuo, infinito, sensato y único Don Quijote? Pues ningún otro que él mismo. Porque en  el memorable capítulo sexto donde se trata del meticuloso escrutinio que, de la  biblioteca del protagonista, hacen dos amigos de su aldea, sin duda un  maravilloso ejemplo de la más acerada e ingeniosa crítica literaria, Cervantes  pone en boca del cura entre inquisidor y adicto estas agudas conclusiones: “y  lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra  lengua: que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás  llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento”.
         Tras de lo cual sólo me restaría agregar, no sin  satisfacción y acaso en el aire de Sancho: ¿si al mismísimo Cervantes le  resultaba imposible imaginar que se pudiera traducir siquiera un gran poema de  una lengua a otra, cómo podría atreverse hoy Academia alguna a desmentirlo, no  ya traduciendo sino tronchando, en la carne palpitante de su texto, a su inmortal  creación?
         Porque una gran obra literaria, un verdadero libro, cuando  se logra es un ser soberano y autónomo de lenguaje vivo, orgánico, con su  estructura, aliento, respiración, densidad, tono, timbre, ritmo. Y, por lo  tanto, intocable, inalterable. Sagrado. Como toda vida.
         
        * Poeta, traductor  y ensayista argentino.