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        130 años de Victor Hugo
        Por Rodolfo Alonso
Página/12. Lunes 25 de mayo 2015 
        
        
         
        
          
        
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        El 22 de mayo  se cumplieron ciento treinta años de su fallecimiento. Quizá por eso nos hemos  habituado a considerar a Victor Hugo (1802-1885) como un fantasma de tiempos  idos, cuando no como un poeta sin duda prolífico pero muy probablemente  superado. Abrumada por su fama estruendosa, asediada por la grandilocuencia de  su persona y de su época, esa misma obra, no obstante tan fecunda, tan vasta,  tan activa en su tiempo —y mucho más allá, piénsese solamente en Los miserables—  como   la  propia   vida   social  y  política del autor,  conserva   todavía (aquejada y fecundada a la vez por su turbulenta carrera de  hombre público, (de eficaz hombre público, impensable para un poeta actual)  muchas sorpresas para el que sea capaz no sólo de adentrarse en su  monumentalidad sino también de percibirlas. 
         Aunque su  gloria o, mejor, su glorificación, llegó a ser en sus últimos momentos  apoteótica, también es verdad que ya por entonces cosechaba desaires. La  refinada reticencia de un crítico  tan  influyente como Sainte-Beuve (1804-1869), se encrespa con él hasta adjudicar a  Hugo “un alma grosera de bárbaro enérgico y astuto”.
         Y el mismo Charles  Baudelaire (1821-1867), que tampoco se hacía ilusiones al respecto (“hace la  corte a todos y trata de poeta al último o al primer llegado”, había dicho  tajante), estaba justamente orgulloso de que Victor Hugo le hubiera adjudicado,  en una frase que iba a volverse célebre, nada menos que “un frisson nouveau”, es decir un nuevo  estremecimiento, una nueva sensibilidad.
         Que alguien  tan lúcido y exigente como  el gran poeta  René Char (1907-1988), haya puesto los puntos sobre las íes sin desdeñar a Hugo  (aunque “sabe proyectar sobre el oficio perdido del verso, cuando ese oficio es  inspirado, sucesivamente la luz más armoniosa y la más carmesí”, también “es  literalmente despedazado por el obús baudeleriano”), no ha de sorprender quizá  menos al lector inocente que uno de sus poemas donde, a través de Jesucristo,  se desnuda poco piadosamente a la moral burguesa.
         
        
          
            Burgueses hablando de Jesucristo
            — Su  moral no era mala. Murió a los treinta años.
                  — Cambiaba  en vino el agua. Se decía en su tiempo.
                  — Natural  de Judea. Tenía doce apóstoles.
                  — Gente  grosera. Nadie. Celosos unos de otros.
                  — Les  lavaba los pies. ¡Es extraño, el pozo
                   ....De  la samaritana, y el demonio, y también
                  ....El  asunto del ciego, y el del paralítico!
                  — ¿Lo  sacó realmente de su tumba a Lázaro?
                  — Era  un sabio. Un loco. Su sistema es muy bueno.
                  — Veraz  en teoría pero falso en la práctica.
                  — Su  proceso es real. Y Judas es legítimo.
                  ....¡El  honrado al patíbulo y absuelven al ladrón!
                  — Se  ve claro que andaban los curas ahí debajo.
                  — Todo  cambia; hoy tiene los curas de su lado.
                  — De  padre un carpintero, y reyes por ancestros,
                  ....¡Es  raro! ¡Para nada! Una rama desciende,
                  ....Luego  vuelve a subir, siempre la misma sangre;
                  ....No  resulta curioso en genealogía.
                  — Sabía  que buscaban acusarlo de magia
                  ....Y  que de su tormento hacían preparativos.
                  — Su  Magdalena fue una cualquiera. O casi.
                  — Eso  no impide ser santo. Por el contrario.
                  ....Cuanto  dicen de él prueba a un hombre muy dulce.
                  — Era  tan bello. Pálido, judío. Pelirrojo.
                  — Lo  cierto es que hizo el bien aquí sobre la tierra.
                  — Mucho  bien. Era bueno, austero, fraternal;
                  ....Él  demostró que todo, excepto el alma, es vano;
                  ....Sin  duda no era Dios, pero sí era divino.
                  ....Él  hizo al hombre nuevo mejor que el hombre antiguo.
                  — ¡Qué  desgracia que se haya mezclado en política!
            
            
              Victor Hugo
                (Traducción  de Rodolfo Alonso)