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        «Hotel Sitges» de Rodrigo Arriagada-Zubieta (El oscuro oficio de la poesía)
            Buenos Aires: Buenos Aires Poetry. 2018. 64 páginas.
        
          Por Juan Arabia
          Publicado en http://www.latinamericanliteraturetoday.org Febrero de 2019 
          
          
          
        
          
            
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Hotel  Sitges (Buenos Aires Poetry,  2018) es un poemario crítico, hermético, profético. Y  cumple con dos ideales que el género habría dejado de lado en los últimos años,  de forma gradual y paulatina; esto es, un compromiso ideológico y estético.
         Además de estos matices, que  juntos empujan sobre el proyecto y formación misma del autor, existe otro  componente que enriquece al género. Se trata de la relación dialógica que  Arriagada-Zubieta establece con otros poetas y artistas (Rimbaud, Lihn,  Baudelaire, Hopper...).
         Consciente de ser un poeta  sudamericano, y viviendo una temporada en España, el malditismo experiencial se  ejerce entonces desde dos vertientes: una oficial y pantanosa, que pertenece  más bien a la tradición; y otra más localizada y específica, que resulta por  tanto más personal y dolorosa:
        
           De los otros es la vida
            y lo demás que está fuera
            nuestra gran ansiedad:
            árboles que existen sin otoño
            creciendo en medio de la paz en extinción.
        
          Estos son los primeros versos  del poemario, que dan inicio a la coyuntura central del libro, y que no es otra  que el proyecto que intenta transformar vida en poesía, o bien distinguir la  imagen o figura del poeta de la “de los otros”.
Estos son los primeros versos  del poemario, que dan inicio a la coyuntura central del libro, y que no es otra  que el proyecto que intenta transformar vida en poesía, o bien distinguir la  imagen o figura del poeta de la “de los otros”. 
         Así  las cosas, y lo que en principio parece que será una estadía en el Hotel  Lautréamont (me refiero al cerrado y oscuro texto de John Ashbery, que  nunca sale de sí mismo y de su propio juego metaliterario), en el trayecto del  libro todas estas capas y proyecciones se irán desplazando una detrás de la  otra. 
         De acuerdo con el orden de  los poemas, es posible hablar de tres momentos —distinguidos arbitrariamente—  bien notables y sucesivos.
         Al principio encontramos el  proyecto, la definición de lo que es o hace un poeta. Lo que podríamos entender  como una declaración de principios, o tal vez la apertura de su mazo de  cartas. 
         El desplazamiento se realiza  a nivel propiamente experiencial, dando grandes impulsos desde el punto de  vista estético sobre el oscuro arte y oficio de la poesía (“el poeta vive desde  ya en el olvido / bajo un cielo muerto de palomas”; “Prefirió, en cambio,  desaparecer en una cámara oscura (…) / y envejecer inviernos adentro / al  margen de su tiempo”); y dando saltos más incómodos, proféticos, muy próximos a  los de Rimbaud (“Hermosos son los siglos que vendrán. / Todo se expande  arrastrado por un barco ebrio”; “Se avecina una nueva estación”). 
         Una segunda capa, o  desplazamiento, se realiza desde la propia formación del autor. Ahí encontramos  a Mallarmé, o la creación de un poema a partir de un cuadro de Hopper (Soir  Bleu, 1914). O más representativa resulta la máscara que utiliza, a modo de  monólogo dramático y autorreferencial, de Charles Baudelaire en “Baudelaire,  1845: Homo Duplex”:
        
           Poeta-persona, mi doble  naturaleza:
            una espada de los ciervos en el bosque,
            animales salvajes que se ejercitan en la esgrima
            solitariamente acorralados.
        
         Una tercera capa, y que interrelaciona tanto el proyecto como  la  formación del autor, se da desde el mismo acorralamiento que el poeta recibe no  sólo desde su existencia “no poética”, sino de la experiencia que resulta de  vivir en otro país, precisamente en España.
         El poeta existe al mismo tiempo en dos lugares, más allá de su  Poeta-persona, y ya no recuerda si estaba “atrasado” en Santiago de Chile, o si  era ella la ciudad que iba delante de su falsa claridad memoriosa (“Carnaval de  Sitges”). 
         De forma definitiva, y habiendo dado claras muestras rítmicas y  estéticas, Arriagada-Zubieta se arriesga a jugar con el fuego más profundo de  todos, y que aún representa el único residuo gradual y efectivo de la  colonización:
        
           Nada se arriesga aquí en  decir lo mismo en otras lenguas
            a Europa le queda poco de Madre,
            apenas un líquido amniótico
            al que dirigirse a oscuras.
        
         Sin  entrar en más detalles, y permitiendo dar al lector la libertad de lectura que  ofrece un libro como Hotel Sitges, me gustaría recordar el apéndice  escrito en Literatura Argentina y Política de David Viñas,  crítico argentino, respecto al horizonte de escritura de una “posible”  literatura socialista.
         Allí el autor materializaba  una forma concreta de dar a conocer una literatura distinta a la “burguesa”,  sin héroes ni parcelas, sin propiedad individual.
         Para  David Viñas, así como para Arriagada-Zubieta, el libro idealmente “socialista”  establecerá una comunicación sin redactor amo, ni lector inerte y sometido. En  “Epílogo al siglo XX” de Hotel Sitges, y puede que con esto se  avecine una nueva estación, leemos: 
        
          Estuvimos a punto de ganarnos  el espacio, poetas,
            no era asunto de la letra
            sí de geometría.
            Había que medir la tierra,
            ocupar uno a una, a presión, su lugar
            como cuerpos arrinconados en fosas comunes
            y no dar nunca nombre
            a lápidas distintas,
            existir como los muertos riéndose del polvo
            y conservar el paso ganado para oír
            la voz del futuro.