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La dignidad, el cuerpo y el afuera: la distancia
Sobre, Chile 2019 | 2020. Entre la revuelta y la pandemia.
Varios autores. Compilador: Javier Agüero


Por Rodrigo Arroyo




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Una de las acepciones del término revuelta, que viene del latín revolutus, significa enfrentamiento. El libro que tengo entre las manos es, en cierta medida, un enfrentamiento entre dos mundos, el académico y el que transcurre fuera de aulas, oficinas y bibliotecas, me refiero al cotidiano que experimentamos diariamente en este país. Diríamos, sin temor a equivocarnos, que en verdad no son sino un solo mundo, al menos discursivamente, pero la praxis cotidiana nos enseña la distancia que existe entre ambos.

“Chile 2019| 2020. Entre la revuelta y la pandemia” reúne diez textos y una entrevista (curiosamente, dos de esos diez corresponden a trabajos de autoría compartida) cuyo afán –suponemos podría ser el intento editorial– es minimizar esa brecha, esa distancia, aunque tal vez sea una intuición motivada por el optimismo, quizá este trabajo, como toda investigación, permanezca en una primera etapa: la de la observación. Que dicho sea de paso también revela desde dónde es que se realiza, digamos, desde dónde se observa. Así, este libro logra constatar, y sí que lo hace, la distancia e inclusive la desconexión entre ambos mundos. Lo que cabría destacar es que una editorial universitaria, de provincia, tome este riesgo. 

“Debemos decir algo” señala Javier Agüero en el prólogo, dando cuenta, en su rol de compilador, del ímpetu con que el director de la editorial, José Tomás Labarthe, proponía-sugería hacer algo. Hacer que se emparenta, o en el que resuena ese “nada mejor que no ser oído” del novísimo español José María Panero. En el sentido que nos lleva a pensar ante quiénes deseamos pasar desapercibidos o ser ignorados. Podemos leer entonces esa imposición como una forma de desvincularse de esa imagen del académico, ya no encerrado en una torre, sino más bien a aquél intelectual encerrado en edificios cuya forma y disposición más bien se asemejan a la de un centro comercial. “Nada mejor que, en esa exhibición, no ser visto” amplía el poeta. En ese círculo, rectificamos nosotros. O para ser más precisos, de ese círculo quiere salir este libro. Ante lo señalado eso sí, un revés o la evidencia de un traspié, una legítima pregunta: ¿busca lectores este libro o lo que busca es, ante todo, el hecho de decir?, interrogante que surge ante la disparidad que presenta el volumen y que imposibilita una lectura más general, razón por la cual me detendré brevemente en cada texto.

En “El encuentro de vivos y muertos: muerte, transparencia y sepultura en tiempos de pandemia”, de Rodrigo Núñez y Marcelo Valenzuela, a partir de un texto de Brueghel el Viejo, profundizan en el vínculo que existe entre los vivos y los muertos, en esa “ruptura de la transparencia” que aloja la muerte en el cotidiano, llevándola a surgir abruptamente en nuestras vidas, alterando las posibilidades de sentido. Cabría entonces preguntarse si lo abrupto del estallido no fue sino la interrupción que ofreció como posibilidad otra forma de ver la muerte, digamos, para buena parte de la población. Lo que de algún modo se emparenta con la interrupción a los ritos cotidianos descrita por los autores. Ahora bien, en lo que se refiere a la pandemia, pone énfasis este escrito en las condiciones de las grandes ciudades, ante lo cual no podemos no recordar el libro El espacio basura del arquitecto holandés Rem Koolhaas, al analizar cómo el diseño de la ciudad permite una forma de vida, que incide en la posibilidad de contagio. “Estamos viviendo un tiempo abierto, una época todavía sin clausura” señalan. “Un tiempo sin desenlace” diría Sergio Rojas, donde “lo cotidiano es también una laguna que no tiene fondo”.

En “Acoger lo inintegrable: itinerancia teológica, entre el caos y la esperanza”, Benoit Mathot por su parte, a partir de una cita a François Jullien abre una reflexión que da cabida al rol de lo negativo, la distancia, en la cultura; el rendimiento que nos proporcionaría, y por otro lado, nos inmovilizaría. Resulta extraña la inclusión de este texto en el conjunto, pues apunta a generalidades que, si bien constituyen la base que la revuelta iluminó, no entrega análisis alguno sobre el movimiento, que tímidamente aborda a partir del rol de la economía. Cerrando además con una posibilidad que se emplaza fuera del lugar al que nos convocaría el volumen, la propuesta del belga sería: “que el cristianismo pueda tomar parte activa en esta nueva humanización”.

En “La promesa de la memoria: apuntes sobre un estallido en cuarentena”, Javier Agüero, compilador del libro, parte este ensayo con una nota que en verdad lo trasciende y puede aplicarse al contexto mismo que este analiza: “¿guarda, la memoria, una promesa? Si esto fuera inicialmente cierto, diríamos entonces que en toda memoria hay algo que se arrastra, que es incombustible al tiempo y al espacio y que se organiza desde cierta espectralidad, desde una zona fantasmal que la sigue manteniendo viva, aunque los contextos sean radicalmente distintos al momento específico y singular en que la memoria firmó algo a modo de promesa”.

Y es que, como el mismo autor apunta más adelante “la memoria quiere ser gestionada”. Lo que deja ver algo en común entre revuelta y pandemia, más allá de los resultados o de lo que podamos percibir, esto es: el control. Y de parte nuestra, claro está: incertidumbre. Por el rumbo que pueda tomar la revuelta o quizá por los efectos del confinamiento. Por otro lado, dicha incertidumbre enseña (o tiene que ver), podemos colegir, con esa exigencia a pensar el presente, que curiosamente aparece en el prólogo: “debemos decir algo”.

Ahora bien, ese pensamiento centrado en el presente, desde la filosofía, tiene sus matices en el libro, pues otros autores prefieren optar por la cautela antes de reflexionar o analizar los acontecimientos aún en curso. Algo curioso, eso sí, ¿para qué reconocer el prejuicio sobre Byung Chul Han si después su idea se convierte en una variante que ofrece otra dirección al ensayo? Me refiero al artículo del surcoreano donde explica cómo el virus implica un aislamiento en términos políticos, siendo los países menos perjudicados, aquellos que establecen mayores sistemas de control, lo que resume acertadamente Agüero, definiendo ello como “una crisis de orden mayor”. Un punto interesante en que repara, es cuando nos advierte sobre el desconocimiento que tenemos de la muerte. Por otro lado, es cuestionable que, como efecto de la pandemia, no cuestione la exposición y sometimiento al control que viene aparejado con las nuevas tecnologías o dispositivos, al remarcar el deseo de comunicación, el deseo por estar con el otro. Por último, creo que en general podemos encontrar en este texto, una lectura semejante a la que entregó Rodrigo Karmy en su libro“El porvenir se hereda: fragmentos de un Chile sublevado”, en el que señala: “La escritura no fue nada más que un lugar para acampar, una plaza en la que podíamos uno que otro fragmento de imaginación”, eco que en Agüero encontramos al final del texto: “sin embargo, estos fantasmas que nos exigen una respuesta ética también están vivos, ciegos quizás, pero ahí, en la batalla por la transformación radical”.

En “¿Por qué no hay una constitución sin feminismo? Reflexiones sobre feminismo, estallido social y un accidentado proceso constituyente”, quizá en apariencia un desvío al volumen, Javiera Cubillos entrega un profundo análisis, donde la reflexión aborda un aspecto que, más allá de su enfoque particular, atraviesa el período y el espíritu –creo– del libro. En lo que respecta al feminismo, destaca el rol de los medios, que han logrado que el discurso feminista traspase el ámbito de su enunciación, atravesando el tejido social en su conjunto. Desde este punto, la autora realiza un ejercicio de memoria sobre las diversas luchas que ha dado la mujer en Chile, no con un afán genealógico –aclara– sino para revisar el momento actual a partir de sus orígenes. “No hay constitución sin feminismo”, en lo específico, implica para la autora un momento de alerta, en el sentido que “hay que tener cuidado de homologar paridad a feminismo”, luego de lo cual nos enseña dos corrientes o ramificaciones del movimiento, sin agotar por ello, las posibilidades o variaciones del mismo. Vemos así un feminismo de la igualdad, caracterizado por la disputa del espacio político, espacio diseñado para un tipo de hombre en particular, ante lo cual nos advierte que las concepciones que puedan obviar aquello “serían un disfraz para validar dinámicas políticas y sociales injustas, incluso represivas”. Por otro lado, nos presenta un feminismo de la diferencia, que a diferencia del anterior ya no centra su disputa en el espacio público sino en el privado. Resulta particularmente interesante este punto: en el Renacimiento (paradigma del patriarcado, podríamos decir), la salida del cubo, desarrollada por Giotto di Bondone, se presentaba como una apertura hacia el afuera. El feminismo de la diferencia, en cambio, nos ofrece posibilidades de sentido y de vida al realizar el procedimiento inverso e ir del afuera hacia el adentro, verdadero espacio donde podría producirse un cambio efectivo.

Ahora bien, con respecto a la constitución feminista propiamente tal, parte su argumentación detallando la importancia de reconocer la violencia sexual, explicando de paso el porqué de la viralización de la performance de “Las tesis”, y aclarando un punto mencionado anteriormente: que la paridad en el órgano constituyente no asegura “la representación sustantiva del colectivo de mujeres”.

Por otro lado, si bien el texto nace y está ligado a lo ocurrido en la revuelta, su objetivo está centrado en el feminismo y el proceso constituyente. A diferencia del texto de Mathot, nos entrega una profunda reflexión que se encuentra íntimamente ligada a la revuelta, desde el momento que piensa la constitución como una herramienta que “sitúa en el centro aquella vida vivible, una vida digna de ser vivida”, lo que implica también cuestionar las tradicionales fronteras entre lo público y lo privado, aspecto que es abordado a partir del rol de la mujer al interior del hogar durante la pandemia.

En “Reflexiones sobre un proyecto ético: la voluntad ciudadana más allá de la pandemia”, Christian Almonacid, a partir de Berger y Ricoeur nos lleva a comprender la ética como ese relato, entre tantos, que nos permitirá desplegar la narrativa personal. En otras palabras, la forma de participación que adoptemos. Quizá de ahí su distancia al debate entre Byung Chul Han y Žižek sobre la pandemia, pues ella –a su juicio– ha venido a reforzar las causas que originaron la revuelta, poniendo de manifiesto “nuestra inevitable condición humana”, es decir, “pensarse y repensarse a partir de lo que sucede y no siempre se elige”. Ahora, a diferencia de otros textos del conjunto, más allá de un análisis o reflexión, el autor nos presenta una curiosa tesis: a partir de nuestro cuerpo, el virus entra en contacto con nosotros, de ahí que podamos percibirlo desde un punto de vista negativo, pero así también de las consecuencias positivas que podemos apreciar: “gracias al covid-19 el planeta parece tener una oportunidad al tomar conciencia de los efectos ecológicos positivos asociados  la disminución de la producción a gran escala; gracias al virus, las familias se han vuelto a ver durante muchas horas, reencontrándose en la actividad doméstica diaria; el virus ha suscitado la solidaridad mundial”.

En resumen, la enfermedad se nos presenta como aquello que no depende de nosotros, pero hace posible una respuesta cuya altura ética hablaría de nuestra condición humana. Ahora bien, esa voluntad libre, que se ubica por sobre la determinación del virus omite la realidad que enseñó la revuelta. Es más, esa voluntad ciudadana de la que habla, hoy nos parece algo abstracto, ajeno a lo que se vive, no solo en las calles donde habita la revuelta, sino en los territorios residuales o de sacrificio. Lo cual, por otra parte, resulta extraño, pues el mismo autor se refiere a la necesidad de un “compromiso corporal”. Es más, el hecho de proponer que “la participación de los ciudadanos en la democracia chilena actual está al debe y por lo mismo, se ha convertido en uno de los principales motivos que hizo surgir el estallido social”, o que “el gasto social”, la “equidad” y “una estructura impositiva escalonada son en parte los problemas a solucionar” revela una cierta desconexión con la realidad. Nos enseña conceptos vaciados de sentido, tanto así, que se no se opone en demasía a un discurso de alguien perteneciente a la clase política, que habla de un país distinto al que se estaría refiriendo. Pensar el estallido desde una lógica donde en vez de rabia y violencia se habla de empatía refleja una inaudita ingenuidad, o bien una marcada postura ideológica.

En “Una reflexión bioética en tiempos de crisis social y pandemia”, de Marcelo Correa, apreciamos un ingenuo merodeo que podemos resumir en una frase que el autor utiliza para hablar de tolerancia y pluralismo donde, irónicamente, es inevitable el recuerdo de Bauman. Se refiere el autor a ciertos conceptos vinculados a la condición humana en estos tiempos. Solo que aquí nos encontramos ante un “mundo líquido”, metáfora que revela un pensamiento diluido; pero que aún en su ingenuidad entrega algunas certezas respecto a la revuelta y a la pandemia.

Resulta interesante en “…habrá de gritar ‘¡destrucción!’ y dejará sueltos a los perros de la guerra: un acercamiento interdisciplinar a la violencia liberadora y coercitiva en Chile”, de Haydée Fonseca y Hernán Guerrero, como las metáforas del mundo natural permiten comprender, en una extraña genealogía, la historia reciente del país. Incluso al explicar la violencia podemos reflexionar sobre los sucesos ocurridos en octubre del 2019. Ahora, no podemos ignorar la falta de precisión que implica situar como opuestos políticos, en la praxis, al gobierno de Bachelet (a la Concertación y a la Nueva Mayoría) y al de Piñera.

Dentro de la violencia liberadora, añaden que busca la transformación social, pero ello es también un eslogan, una pancarta, pues lo atomizado o masivo de la liberación, como queda claro en los ejemplos esgrimidos, llega a un punto en el cual queda patente la falta de organización –entre otros factores– para la transformación. Hay algo en lo que podemos concordar con los autores: los tipos de violencia descritos pueden sernos de utilidad para una comprensión del fenómeno de la revuelta, incluso en lo que se refiere a las causas de su aparición; pero existen imprecisiones, o bien, una lectura más amplia, digamos, que permita dar forma al contexto.

En “La violencia como continuidad del Yo en la alteridad”, María Valdebenito, nos presenta una genealogía de la violencia, partiendo desde su origen etimológico, trasladando su análisis al campo de la sicología y, en paralelo, cimentando su tesis a partir de una mini constelación de autores con los que, aunque nos parezca lejano y sin vínculo con esa realidad sugerida (o propuesta) por el libro, logra finalmente articular una idea: “El estallido social o la pandemia del Covid-19, al transgredir la rutina, al quebrar la cotidianidad, nos ha posibilitado visibilizar nuestra construcción social”, enseñando tímidamente con ello, o de modo algo abstracto, la violencia que el Estado ejerce sobre nosotros. Responsabilizándonos también por ello, digamos, en lo que concierne a nuestra participación política o social, llamándonos cómplices. Propuesta que, si bien se justifica en un plano teórico, y al observar la historia reciente, pasa por alto la historia de la violencia en este país, y sobre quiénes ha estado dirigida.

En “Sobrar como emoción política movilizadora: preguntas macerándose desde el octubre chileno”, Sandra Vera Gajardo abre su reflexión, centrada en el estallido, a partir de una declaración de principios que sostiene su pensamiento, esto es: la fascinación por algo que genera interrogantes, más que el deseo autoritario por responderlas y hacerse cargo de lo ocurrido desde el 18 de octubre. Interrogantes sostenidas bajo un término que, así como en la vida, es en el fondo una perspectiva, la dignidad. La autora despliega su análisis por varias áreas, que van dando pistas del origen del estallido, pasando por la atención a ciertas expresiones musicales, característica de este año de manifestaciones, que dan cuenta de una sociedad residual, así también por ejemplos concretos que dan cuenta de esa dignidad perdida, que no es sino la violencia histórica resumida en casos. Siendo clave para reforzar este punto la referencia a Todorov, que centra su debate sobre la dignidad en lo acontecido en los campos de concentración nazi, así también aquellas situaciones límite donde el lugar de la moral entra en crisis. Ahora, podemos sostener que lo relevante de este trabajo, al poner la dignidad como eje, es que permite comprender la natural articulación de los diversos movimientos del último periodo en el país no sin preocupación, pues –nos indica– “¿Qué posibilidades hay de convivir como país luego de una revuelta moral, corporal y discursiva tan intensa?

En “El paso de un estallido a una pandemia: una reflexión a partir de la noción de liminalidad”, Gonzalo Núñez describe el esfuerzo de la modernidad por trazar límites ante la incertidumbre que forja al hombre de su tiempo, esfuerzo que constituye la crisis, esencia que se vale del lenguaje y la razón para ejercer dicho trazado. Describe las crisis que padece el sujeto moderno, instalado en el límite entre la razón teórico-científica y la razón práctica. Asimismo, destaca la vuelta a la democracia, y a la democracia en sí, como instancias liminares, a partir de lo cual señala que el 18 de octubre nos indica que aún nos encontramos en la transición pos dictatorial, rito que implicaría la búsqueda de una identidad cultural colectiva. Dentro de la cual pasamos de lo profano a lo sagrado, donde cada aspecto tiene una carga simbólica, un significado. El espacio público adquiere un “sentido nuevo” y por ahí transita una persona “poseedora(or) de un discurso público propio que se hace eco en una voluntad colectiva”. Lo cual implica un cambio en el tiempo, en el sentido que pasamos de su medición a la percepción de su intensidad. “El Estallido social ha colocado a la sociedad chilena entre la memoria y la esperanza” nos indica, en cierto modo resumiendo el efecto de estas movilizaciones, rescatando de paso, aquellas manifestaciones minimizadas por sicólogos o siquiatras que las catalogan como “manifestaciones pulsionales de estados inconscientes primitivos de una sociedad infantilizada”, pensándolas como “acciones de genuina racionalidad”.

Pasando a la reflexión sobre la pandemia, nos advierte que el espacio-tiempo sufre un nuevo cambio, se abandona el espacio público por el espacio privado; que es, a su vez, en muchos casos, el espacio laboral. Paralelamente, se refuerza el presente, que regresa sobre sí mismo. Crece el temor y la incertidumbre –nos indica– lo que se ve reflejado en un otro en el que podíamos reconocernos en el estallido, a otro amenazante, posible portador de la enfermedad. En resumen, la pandemia reaviva la incertidumbre propia de la modernidad, descrita al inicio del ensayo, la cual, a partir de sus triunfos, implica el “retroceso de una naturaleza enfrentada a lo humano”. Remarca que, si bien la enfermedad no es ideológica, las formas de responder ante ella sí lo son. En otras palabras, estallido y pandemia nos regresan a la “crisis como condición humana”, dejando en el aire la sensación de una “transformación radical”.

Por último, en la entrevista que cierra el libro, “A sus refugios, manadas atávicas”, Rossana Cassigoli parte analizando la revuelta, señalando que en cierta medida “tiende a perpetuar lo que pretende aniquilar” y, por otro lado, propicia la posibilidad de perpetuar el papel de víctima, o de no querer saber la verdad por algunos sectores de la sociedad.

Se aferra a la dignidad, pero a diferencia del texto de Sandra Vera, Rossana habla de la dignidad interna y no aquella que refiere a un colectivo. También analiza la imposibilidad del feminismo en la izquierda tradicional chilena, cuestionando de paso el lenguaje inclusivo, cuando lo que no se transforma es la “estructura de pensamiento”. Siguiendo con una lógica que busca tensionar aquello sobre lo que se reflexiona en términos ideológicos o bien por cercanía, define a lo social como el estallido, la barricada, porque lo social –explica– “ha sido aniquilado”, razón por la cual, añade, sería labor de una constitución restituir dicho tejido. En otras palabras, analiza y desmantela algunos aspectos de la revuelta, como los cacerolazos o las consignas o pancartas, que no son sino, a su parecer, demandas reivindicatorias; lejanas, por ejemplo, a las de la Unidad Popular, cuyo espíritu y ejemplo contrastan con las actuales.

Retomando el tema de una nueva Constitución, define su importancia poniendo énfasis en los aspectos que deberían modificarse.

En lo que concierne a la pandemia, observa cómo ha revelado nuestra realidad, “súbitamente resultaba que nuestras prefiguraciones cuánticas y científicas no habían pasado, tampoco, de ser una teogonía”, frenando de paso la revuelta, al quitarle a ella su “herramienta”, es decir: la calle. Destaca la ingobernabilidad de la memoria, al preguntársele si ella regresaría tras la pandemia, reactivando la revuelta; “nuestra mayor certeza, es la de no saber nada” articula a modo de respuesta. Finalmente, deja ver el riesgo de la biopolítica, de una “forma de vida específicamente humana”, citando a Hannah Arendt; en otras palabras, la distancia con la naturaleza de nuestro ser.  

En resumen, este libro, como la revuelta y la pandemia, enseña muchas cosas. ¿Cuál es la cercanía del espacio académico con la realidad que estudia, o cómo la universidad actual se relaciona con su entorno inmediato? Más allá del análisis, y del mero gesto de cortesía, cabría agradecer el gesto editorial de publicar un libro como este que, dadas sus particulares condiciones, no intenta alzarse como registro sobre lo acontecido en el último periodo. Incluso lo irregular que pueda resultar, por las formas de trabajo, rigurosidad o ideología de los autores, es un gesto que revela la condición de la universidad en Chile, es cosa de recordar aquello que escribió Foucault, en el Orden del discurso, “Todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican”.

Valparaíso, verano del 2021



 

 

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