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Excursión y extrañamiento en Rodrigo Arriagada-Zubieta
        Extrañeza (2017, Buenos Aires Poetry)
        Por Sebastián Diez Casares
          
          
        
        
          
            
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          Escribe Viktor Shklovski, el célebre formalista ruso, al comienzo de  su Teoría de la Prosa (1925), «la  vida desaparece, se transforma en nada. La automatización engulle los objetos,  los vestidos, los muebles, la mujer y el miedo a la guerra. Si toda la compleja  vida de tantas personas se desarrollase inconscientemente, es como si esas  vidas no hubiesen tenido lugar». 
         Hay textos que dan  la impresión de no existir, precisamente por la levedad de su contenido, o por  lo enigmático de su forma. ¿Es posible  pensar esto?, me pregunto cuando leo un poema de Paul Celan, por ejemplo, ¿o será que todo ocurre en una dimensión  paralela, donde la reflexión, y la flexión de la reflexión, se lleva a cabo en  estos términos tan apáticos, sin lirismo alguno? Quiero decir, se escribe  en soledad, eso al menos todo lo sabemos; pero hay textos que dan la impresión  de haber sido escritos en la soledad misma. Acaban ellos con la noción de  remitente, son cartas escritas ni para sí mismo, sino para nadie, a nada,  reproducen la sensación del desarraigo, de no tener pies ni tierra. Poemas  repoblados de preguntas, que se formulan de hecho para no ser respondidas; sino  para perpetuar la duda. Para destacarla, para inyectarles un espíritu que las  echará a andar como fantasmas por la casa, y que de noche nos penarán. Celan  sería este poeta del no decir, el que bordea la palabra; el poeta de la afasia,  digamos.
         Sin embargo,  Shklovski sostiene que el arte sería aquella máquina que le devolvería el peso  a la palabra, y no como reconocimiento (al uso de los textos de kindergarten:  una imagen y la palabra que lo designa) sino como visión. La imagen es  fundamental a la hora de resignificar los objetos, en un “procedimiento que  consiste en oscurecer la forma para aumentar la dificultad y la duración de la  percepción”, dice Shklovski. ¿Para qué dificultar la percepción? Porque es  fundamental para el  percatarse, para  tomar consciencia del objeto en tanto tal, y no como parte de un devenir  inconsciente de la vida doméstica. Es fácil mirar un objeto, lo difícil es  verlo. He allí la distinción entre reconocer y ver. 
         Diría que estas son  las líneas fundamentales de lo que Shklovski denominará extrañamiento, que en Teoría  de la Prosa ―nunca traducido de manera íntegra― apenas se nombra pero que  está presente sin duda. Y si lo que en un comienzo parecía no tener asidero, es  decir que era mero ―merísimo― inconsciente, el arte, según el formalista ruso,  involucraría el método de hacer consciente esta inconciencia mediante la  opacidad o la exaltación de la percepción; en otras palabras, empaparla de  rareza para que se note y se vea.
         Pienso todo esto a  propósito de  un libro que leo: Extrañeza (2017, Buenos Aires Poetry) de  Rodrigo Arriagada-Zubieta, que desde su portada prefigura un imaginario  concreto. Una adaptación de una obra de Edward Hopper, titulada Excursion into Philosophy (Excursión a  la Filosofía) de 1959, que exhibe una escena cotidiana sencilla: duermen la  siesta, ella recostada hacia la pared lleva las nalgas descubiertas, él está  sentado al borde de la cama, vestido, con un libro abierto a su costado. Suele  pasar con Hopper que es el título del cuadro el que ayuda a desentrañar la  historia que cuenta. ¿Será aquel libro abierto a su lado uno de filosofía? ¿Por  qué ella va desnuda, han hecho el amor? Y de ser así, ¿por qué deja el placer  de la carne por la reflexión cotidiana a orillas de su cama? El temple del  hombre pensativo me recuerda a esas reflexiones profundas que tiene uno por la  mañana o antes de dormir, con los ojos cerrados incluso, pero consciente; o con  la mirada perdida también, y que son en cierta medida esos lapsus en los que  uno desaparece, en que la vida desaparece, se transforma en nada, parafraseando  a Shklovski. El cuadro es mental. Hopper se limita a escenificar una situación  en la que se piensa algo, y que como tal, el que mira el cuadro no lo ve, sino  que su deber como espectador es deducirlo. ¿No es acaso esta la sensación que  nos acompaña, insistente, en la lectura de estos poemas?
         En efecto, dije que  la portada se trataba de una adaptación de este cuadro de Hopper, y es porque  no aparece más que el menaje de la habitación; ni la mujer ni el hombre están,  sino el reflejo de una evocación. Y si no nos desconcertamos lo suficiente y  continuamos y abrimos el libro y leemos el primer poema ―homónimo, por cierto―  encontramos esto: «porque la nada que está en todo/ igual que los siglos en los  siglos». No hay pena, hay dictamen. El extrañamiento no se padece, sino que se  ocupa como atalaya. Se escribe desde esa extrañeza y esto se logra (de manera  muy sopesada, ordenada, pulcra) bajo el ala tutelar del poeta chileno Enrique  Lihn. Pienso en Lihn precisamente como el acompañante idóneo para entender esta  extrañeza de la cotidianidad, como el Virgilio que acompaña a Dante en el  infierno. Entonces, está Lihn y hay mucho de este cuadro en los textos que  vienen a continuación, y no quiero deducir que es un efecto buscado, sino mera  coincidencia. 
         El amor pensado está, como también la  soledad y la pregunta por el ser, que  para cualquier individuo es más o menos básica: ¿para qué hacer esto? ¿cuál es  su sentido? (ya parece disco rayado, pero sí, es el porque escribí lihneano); todos aspectos expresados también por  Hopper, pero en otra época y en otras condiciones. Arriagada-Zubieta es  chileno, como Lihn, pero Chile no se nombra. Aquí quiero volver a la idea de  dimensión paralela. Tenemos a Hopper, tenemos a Lihn. Basta atarlos y ver lo  que resulta.
         Ya hablé de Hopper.  Ahora, ¿de qué habla Arriagada-Zubieta en sus poemas? 
         Pues habla de lo que  se habla y de lo que podría hablarse en sus poemas. El autor se desdobla, y lee  mientras escribe y escribe mientras se lee. Para ejemplificar este fenómeno,  podemos releer un verso de Lihn, que con Arriagada-Zubieta comentamos en  nuestro primer encuentro, y que parece resumir esta cuestión; es del poema “A  Franci” de su libro La musiquilla de las  pobres esferas, publicada por Editorial Universitaria en 1969, que dice:  «Te quiero, qué comienzo». Podemos observar que el lector de la primera frase  se regocija de lo dicho, y lo comenta. El autor se desdobla, está atento a sus  propios movimientos. El poema no ocurre en un solo plano, sino que es  multívoco, y se posiciona en varios escenarios a la vez. 
         Hablé de la compañía  de Lihn en estos poemas, y podemos corroborar que su presencia en la sintaxis es  más que evidente. A momentos se confunde quién es el que habla. El mecanismo  que leemos en el poema “A Franci”, por ejemplo, se utiliza como dínamos de los  poemas en al menos otras cuatro formas sintácticas afines que Arriagada-Zubieta  reinterpreta: el adverbio terminado en mente antes de un verbo en pretérito  perfecto (tardíamente sorprendido, infinitamente bañados, trágicamente  adherida, etcétera), el uso del “a fuerza de”, el uso del “para siempre” antes  de un adjetivo y el “no tuvieron por sí mismos…” («actores cuyas imágenes no  tuvieron por sí mismas un final», en El  cine y la vida). El imaginario lihneano también es un huerto del que  Arriagada-Zubieta recoge frutos: la poesía de paso, la zona muda, Ariadna como  arquetipo o el Narciso del primer Lihn. Pues bien, a lo que voy es a la utilización  de una sintaxis que permite esta reflexión profunda y grave; y esto es el  resultado exclusivo de una lectura atenta y devota del poeta chileno; cosa no  menor, si tomamos en cuenta la vuelta insistente a su obra en los últimos diez  años de los treinta que lleva de muerto. Las múltiples reediciones de sus  libros y la edición de algunos inéditos han coloreado su figura para  posicionarlo en la escena latinoamericana. En lo que a mí respecta, la imagen  de Enrique Lihn es como la de nuestro abuelo muerto a temprana edad. El poeta  quizás más leído por niños y adolescentes, sin correspondencia aparente y  paradójico, pues el tema de Lihn, al menos desde La pieza oscura (1963) en adelante, es la supervivencia del adulto  promedio, son poemas de la edad provecta: el pago del arriendo, la falta de  plata, los temores del desempleado, la paternidad, el matrimonio, el fracaso  del matrimonio, los intentos de obtener un poco de trascendencia a cambio del  arte específico que se ejecuta (en el caso de Lihn no sólo la escritura, sino  la pintura, el teatro, la performance y el acto político) y, por sobre todo, el  viaje. 
         Pero me gustaría  volver a Shklovski y redondear esta experiencia de lectura: no sé por qué en  ese extraño vocablo ruso остранение ―el extrañamiento― siempre leí la palabra  "ostracismo", y por más que lo pienso, ¿por qué no? El extrañamiento  como desarraigo, como destierro, pero hacia un territorio mega ultra explorado,  hacia adentro, y que aun así permanece extraño. Los poemas de Arriagada-Zubieta  podrían situarse en cualquier parte del mundo, no hay referencias a lugares  concreto, y no obstante todo eso, denotan una angustia doméstica: el desengaño  amoroso vivido en una cocina, o aquel poema donde el hablante y ella vienen de  ver una película italiana en el cine para luego, ya en su habitación,  consumirse en el silencio pues ya no tienen ninguna vida ajena en frente de la  que hablar: «nos hemos dormido en nuestra función interminable/ y ya no basta  cerrar la puerta con llaves», del poema Cinema.  O la muchacha estudiante de teatro que lleva a cabo su mejor escena «con la  ciudad de telón de fondo», en el poema Cenicienta,  actriz favorita. En casi todos nos la vemos no con el padecer sino con la  lente que rastrea la belleza fuera de ella misma, de una lengua desleída, de  una borradura, de lo que no sería pero a pesar de todo es. Las paradojas de una  entelequia, de una nostalgia fabricada, y de una duda a prueba de toda  certidumbre, insistente. Del extrañamiento, son dos las vertientes que se  desglosan: una es clínica, a decirse, la psicosis, que no vienen al caso; y la  otra desde el arte y su capacidad de desenfocar para ver o de ensuciar para  notar; de mantener la vista pura, de no cesar al encandilamiento; creo que a  esta última estrategia adhieren los poemas de Extrañeza y su ritmo replegado y hondo.
         
        
          
            Extrañeza
            Eternidad de los lugares
              para siempre vacíos como la noche  misma
              espacios hechos de nada
              que varían en proporción directa a  tu melancolía
              Imposible permanecer a solas en esa  habitación
              en que envejeces como en una mala  película
              a fuerza de no romper en pedazos lo  que de ti permanece despierto
              y el exceso de vitalidad cae como  gotas de todos los cielos
              hasta ahogarse en el vacío que  realmente eres en el fondo
              o frente al espejo ciegamente  penetrante
              de la imagen frustrada de querer  vivirte
              Cae una sombra de tiempo
              en los horrorosos  bellos instantes
              donde ilusoriamente estás de paso
              como en un cuadro de  Francis Bacon,
              abismando recuerdos de un pasado  desaparecido
              porque la nada que está en todo
              igual que los siglos en los siglos
              se ocultaba incluso en aquellos  encuentros en los que nunca estuviste 
              y en los que sí habrías estado
              . . . . . . . . . . . . . . .. . . . si  las cosas fueran reales
              si no desaparecieras  a cada momento
              preso de aquello que hay entre la  noche y el tiempo: 
              gran desierto de  tu oscura inexistencia.
             
             
            Love is colder  than death
            No seremos  los  últimos en venir a morir el amor
              en esta habitación horrible como un sueño
              Todo ha devenido
              este silencio funeral que nos embiste
              infinitamente bañados por el mismo río nocturno
              en el que ahora nos dispersamos
              como restos de un distinto naufragio
              Dirás que no ha sido lo correcto consagrarnos, una vez más,
              a la infracción de los cuerpos por rito necesario
              robar su belleza a las horas
              ensayando algunas últimas formas de lo perverso
              y convertirnos en esta ausencia en que nos hemos disuelto
              sonámbulos de beber en la boca del otro un licor añoso
              la  desazón de cada  cual hasta el fondo de la náusea
              Dirás y mudamente asentiré
              indiferente a tu sensual abandono
              que Füssli bien hubiera podido retratar
              los párpados a punto de la ensoñación
              y un gesto casi teatral capaz de grabarse 
              como un recuerdo trágicamente difuso
              que retornará una y otra vez
              bajo la falsa apariencia del deseo.
            En todo momento la memoria vuelve a lo impenetrable
              a lo inasiblemente incompleto
              ahí donde las cosas agonizan
              como una dócil danza en la oscuridad
              larga y apaciblemente desiertas
              Evitamos – por vicio recordatorio- 
              . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . el contacto
              Somos desapasionados fantasmas de viejas destrucciones,
              el coito de las sombras penetrándose a  distancia
              la tardía peripecia de una magia
              . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .religiosamente desaparecida.
             
             
            El cine y  la vida
             Las  películas no son como la vida:
              estas  emociones pueden diferir del tiempo de los hechos
              deslumbrar  sí a media luz, pero desalojadas unos momentos 
              de la  letanía del reloj
              . . apenas montadas en la ilusoria cercanía  del espectáculo de uno mismo
              En la  memoria todo es un cuarto oscuro
              que retiene  el aire frío de lo ausente,
              actores  cuyas imágenes no tuvieron por sí mismas un final
              y  dejaron de envejecer
              conservando  una feble transparencia 
              . . . . . capaz de romper la quietud de  noches tan silentes que irritan
              En ellas  sólo basta con cerrar los ojos para mirarme en ti
              dejarme  atar a estas impresiones inestables
              que desnuda  ostentas como única eternidad  aparente
              belleza que  duele entre un desplazamiento y otro
              de Isabella  Rosellini a través de la pantalla
              fatalidad  de mujer 
              . . . . . . . . trágicamente adherida por  la memoria  a tus gestos
              Lo que me  ata a ti son estos no lugares
              donde para  siempre ocurre un desencuentro o una espera
              de la  pareja en otro tiempo ideal
              . . . . . . . . . . . . . .. . . . . el desconsuelo sin imagen
              de un final feliz, en nuestro caso, imposible
              . . . . . que me priva decir más
              . . . . . . . . . . . . . .. .-  corten-.
             
             
            Cenicienta, Actriz Favorita 
            Aquella joven estudiante de teatro 
              no aspirará a un éxito más sencillo 
              que el de un anonimato inagotable
              Será la estrella intermitente de una película inconclusa 
              montada sobre la memoria 
              como inútil escenario desolado
              Hizo su mejor personificación en una noche de incierto  realismo
              con la ciudad como telón de fondo
              infligiendo el viento de una atmósfera imposible 
              Fue una sirena de mar espuma de la nada  
              o  una musa de Monet  montada sobre un escenario imaginario
              más bien, una impresión reverberante
              deshecha en residuos crepusculares
              Representó el amor en su liquidez indecible
              sin más previo ensayo 
              que el de un rencor madurado por los años, sabiamente
              y desapareció en el preciso instante de su estrellato
              en medio de la luz cegadora con que se vela un recuerdo.
            Volveremos a encontrarnos 
              en la memoria colmada de calles sin fin ni principio
              y de los dos sólo yo podré ,al menos, contemplarte
              Serás ahí lejana en el mismo lugar de nunca y para siempre
              un rostro sin maquillar en medio de una nada
              hecha de tiempo inacabado
              Perfección de Cenicienta al no agotar jamás su encanto 
              en una película de cine mudo 
              que veré a través de una pantalla rota
              proyectada en negro y negro.
          
        
         
         
        
          
            EXCURSIÓN A LA FILOSOFÍA
            El desnudo femenino cubre hasta las sombras
              con la claridad del sexo ya consumado
              La mujer yace con las nalgas relucientes
              ajena al día que descolorido se extingue
              por el sol a punto de desintegrarse
              sobre el rostro del hombre que a ella da la espalda
              fríamente ensimismado en el final de sus días
              por la pavorosa idea – como sugieren los libros-
              de encontrar más belleza en el resto de las cosas
              El resplandor sin vigor de unos ojos
              tardíamente sorprendidos sin vida
              dice la soledad congelada tras un mismo desencuentro 
              repetido hasta el cansancio
              En leer no hay engaño- dijeron-
              y aquello sería cierto
              si tan sólo te hubieses preparado 
              para el rayo cegador
              de ese único instante de verdad.
          
        
         
         
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        RESEÑA DEL AUTOR 
        Sebastian Diez-Casares (1988) Sociólogo de la  Universidad de Valparaíso y librero en Editorial Universitaria. Ha publicado  ensayos, poemas y traducciones en la antología Entrada en materia (ediciones  Altazor, 2014), en la revista colombiana Cronopio (2018) y en los sitios Latin  American Literature Today, 49 Escalones, Un libro al día, Saposcat y Jámpster