La novela está dedicada a la memoria de Alonso Alcalde, "con la esperanza de que estas páginas recompensen la amistad que tantas veces el me obsequió en abundancia". Después de cincuenta años, Rodrigo Atria (Santiago, 1952) cumple con la tarea que le encomendó el periodista, poeta, narrador y guionista Alfonso Alcalde (1921-1992) como director de la colección "Nosotros los chilenos", de editorial Quimantú: investigar la actividad ballenera en el sur de Chile, sus protagonistas, su realidad y antecedentes.
Pero No reina el mal en el corazón de la ballena (Zuramérica) va mucho más allá de ese mandato e incorpora la trayectoria vital de Ismael Duffort, un joven e inexperto periodista que al cabo de cuarenta años, y radicado en Madrid, se ha convertido en un arriesgado corresponsal de guerra. El orden no es lineal y la mayor parte de la novela está centrada en los años de formación de Ismael: en el periodismo, en el amor, con un país sumido en las turbulencias políticas y una enamorada, Pola, que opta por la acción. Él, en cambio, se apasiona con el terna que le han encargado investigar, lo que incluye la lectura de Moby Dick, de Melville, y su antecedente inmediato, el relato "Mocha Dick", de J. N. Reynolds, cuya búsqueda en la Biblioteca Nacional lo pone en contacto con Jonás Linderos, un enigmático personaje que se convertirá en una fijación, algo así como el "hombre de Meung" para D'Artagnan. Misterioso, evasivo, Ismael cree verlo o adivinar su presencia en situaciones límite, cuando el mal parece reinar.
Periodista y politólogo, Rodrigo Atria obtuvo el 29° Premio Revista de Libros con la novela Clara en la noche, Muriel en la aurora (Ediciones El Mercurio). A su nuevo título se suma en estos días la reedición, en dos volúmenes, de Chile. La memoria prohibida (Planeta), una exhaustiva investigación sobre las violaciones a los derechos humanos ocurridas entre 1973 y 1983, a cargo de un equipo de profesionales liderados por Augusto Góngora y que a él le correspondió escribir.
Cultura y política
—Su novela reúne varios géneros y niveles de lectura. ¿La definiría en primer lugar como una novela de formación?
—Es cierto que buena parte trata de la evolución de un joven periodista hacia su adultez vital y profesional, pero, como bien señalas, creo que alcanza un registro mucho más amplio. Es una novela misteriosa, sin ser una novela de misterio; proclama la protección de la naturaleza, sin ser una novela ecológica; refresca episodios históricos recientes sin ser una novela histórica.
—En ella recoge la tradición del relato de aventuras. ¿Qué importancia tuvo para usted ese género?
—Hasta mi generación, porque las generaciones que siguen a la mía han tenido otras fuentes, la puerta de ingreso a la lectura fueron los escritores de esa tradición: Verne, Salgari, London. En otro escalón, no superior sino distinto, se situa, para mí, Joseph Conrad. Su exploración del alrna humana fue un influjo importante. Cualquiera de sus novelas, pero en particular una obra maravillosa, aunque menos conocida que Lord Jim: La locura de Almayer, También jugaron un papel importante autores de historietas como Harol Foster, con su Príncipe Valiente, o Finger y Kane, con Batman. Todo este mundo que nos llegaba en revistas, junto con el de aquellos autores, fue para mí un ingreso fascinante a la lectura.
La novela muestra un país convulsionado, en el que un proyecto cultural como Quimantú, que buscaba aumentar los niveles de lectura con libros a muy bajo precio, convive con la polarización entre los chilenos. Sobre esa dicotomía entre cultura y política, señala: "Eso tiene varias caras. Una de ellas es la
del rescate de mundos invisibilizados, marginales y marginados en la sociedad chilena de entonces, y, en este sentido, el trabajo de Alfonso Alcalde en Quimantú, con colecciones como 'Nosotros los chilenos' o 'Así trabajo yo', fue muy expresivo de este propósito. Otra cara es el impulso por popularizar la literatura, buena literatura, en ediciones muy masivas y a muy bajo precio. Quizás nunca se leyó tanto en Chile como en los años 1971, 1972 y 1973. Y, en fin, una tercera cara fue la de la "reelaboración" de relatos típicos de cierta tradición cuentista clásica: una Caperucita Roja donde el lobo no era el malo o la reinterpretación del Pato Donald. Pero, ojo, esta reinterpretación no estuvo inspirada por la 'corrección' que impera hoy y que lleva, lisa y llanamente, a cambiar los textos originales, a la cancelación. Me parece que las dos primeras perspectivas siguen siendo interesantes, mientras que la última, esa cierta instrumentalización de la cultura con fines políticos, es muy cuestionable''.
—¿Promovería hoy una colección como "Nosotros los chilenos"? ¿Qué le corregiría?
—Por cierto que la promovería. El rescate de oficios y personajes que, lamentablemente, se extinguen es una necesidad patrimonial. Hay, además, nuevos oficios y nuevos personajes. Pero más que corregir el sentido de esa colección, tal vez no la reduciría a las puras expresiones populares, sino que trataría de ampliar su sentido para incorporar entre sus títulos materias que nos explicaran, a los chilenos, cómo somos y lo que somos en un amplio espectro. Un ejemplo, nuestro lenguaje. No sé,
haría un volumen sobre las virtudes y los vicios de nuestro castellano. Otro ejemplo, nuestros jóvenes, todos los jóvenes, las distintos jóvenes, sus gustos, su música, sus opciones, qué los define.
—¿Cuánto hay de usted en la experiencia del joven lsmael con los balleneros?
—Es improbable que una novela sea totalmente ficticia. Por lo tanto, hay mucho Ismael que se alimenta de mi experiencia. La misión encargada por Alfonso es verídica, el viaje al sur en tren existió, la visita a la ballenera de los Macaya en Chome ocurrió, el almuerzo con el viejo patriarca ballenero es pura verdad y la invitación a salir a cazar ballenas fue cierta. Pero todo está muy transformado, bastante inventado, ficcionalizado. Trabajo con mis recuerdos, y para hacer literatura., no mis memorias. En esos días, octubre de 1972, había un mundo por descubrir en Chile, las ballenas, los balleneros, pero también había un mundo por hacer. Y mi opción fue la de participar en el mundo por hacer.
—¿Entonces hay parte de usted también en Pola, que como estudiante asume la lucha política en el Pedagógico?
—Claro que sí. Hay tanto de mí en Ismael como en Pola. Con una diferencia, quizás. Pola tiene una característica que era escasa, aunque muchos estudiantes pretendíamos tenerla: el carisma, ese atributo que permite atraer a otros, influir en otros, conducir a otros. A veces se confunde con el entusiasmo, pero es otra cosa. Esa fue una época intensa, pletórica, la vida se nos presentaba a raudales, turbulenta, fecunda y briosa como una estampida de corceles. Pero también idealizada, y quizás esta idealización era necesaria para sostener el entusiasmo.
—¿Qué representó para usted Alfonso Alcalde en esos años?
—En mi etapa de formación, tuve la suerte de contar con varios escritores que me ayudaron a encauzar mi vocación. Alfonso fue uno de ellos. Era un hombre fuera de lo común, por su vida, por su creatividad ligada a lo popular, por su generosidad hacia tipos inexpertos y expectantes como yo. Cuando lo conocí yo tenía veinte años y el no puso barreras entre ambos. Era un ser humano entrañable.
—En la novela también aparecen Luis Domínguez y Alfonso Calderón. ¿Es un homenaje a sus maestros?
—Sin duda, Ellos fueron parte de la pléyade de escritores a la sombra de los cuales me formé como escultor. De Alfonso Calderón fui ayudante en el ramo de Redacción, y de Patricio Ríos, poeta, fui ayudante en el ramo de Lingüística. Mi descubrimiento del lenguaje, de su belleza, así como de la potencia de la palabra, ocurrió en el Liceo Alemán, mi colegio. Pero personas como Domínguez y Calderón, Guillermo Blanco o Ríos, y otros, fueron claves para amar un idioma tan rico y hermoso como el español.
—Los nombres no parecen elegidos al azar. ¿En qué momento surgen?, ¿aparecen con los personajes?
—Lo que pasa con los nombres es extraordinario. Proust dice que, por ejemplo, al designar un nombre a un lugar real, se produce una simbiosis identitaria hasta el punto de que ya no es posible encontrar el alma de una ciudad si no es en su nombre. Cada lugar, y yo diría cada persona, tiene su "hada", es la palabra de Proust, escondida en el fondo de su nombre. A veces bautizo a un personaje y, antes o después, el nombre no pega con el personaje. Obviamente, no puedo cambiar el personaje, así que tengo que cambiarle el nombre hasta dar con el que realmente contenga su alma o su 'hada".
—Ya desde el título aparece el concepto del mal. ¿Quiso decir que este reina o se aloja en el corazón del hombre, no de la ballena, o de algo fuera de él?
—Eso es exactamente lo que propongo: el mal no está fuera del ser humano, sino que es parte de él. El mal está inscrito en su naturaleza, al igual que el bien. El ser humano es, por naturaleza, ambivalente. No es necesario explicar su maldad buscando provocadores sobrenaturales y externos. Ni siquiera digo que estos no existan, lo que digo es que no es necesario recurrir a ellos para explicar la maldad humana. Es lo que dice la experiencia, los años de profundo dolor que ha vivido nuestro país. Y es lo que dicen los escritos de muchas víctimas del mal humano. Desde Tejas Verdes: diario de un campo de concentración en Chile, de Hernán Valdés, hasta los Relatos de Kolymá, de Shalámov, o Archipiélago Gulag, de Solzhenitsyn, pasando por Si esto es un hombre, de Primo Levi, y toda la extensa literatura sobre el Holocausto.
—La novela insinúa un elemento fantástico a través del personaje de Jonás Linderos y su ubicuidad. ¿Refleja la posibilidad del mal en cualquier tiempo y lugar?
—Absolutamente. Por eso no es que yo niegue la existencia de provocadores externos al ser humano, sino que basta, para que surja la maldad de los hombres, dejarlos a su libre albedrío. El mal, como el bien, es algo que nace desde lo más profundo de nuestra naturaleza. Así somos, sin necesidad de buscar otras explicaciones que, más bien, sirven para exculparnos.
Memoria recobrada
—En la novela anticipa lo que vendrá después del golpe de Estado y se acaba de publicar la reedición de "Chile. La memoria prohibida", ¿Cuál es hoy su mirada sobre lo que ocurrió en el país?
—Mi mirada es muy crítica de los actores políticos. De la derecha, sin duda; la DC, por cierto. Pero también de la izquierda, aunque las responsabilidades no pesen igual. En estos días, algunos han hecho recaer la responsabilidad del quiebre institucional de 1973, casi unilateralmente, en la UP y en Allende. ¿Fueron responsables del clima agitado de la época? Incuestionablemente, puesto que fueron actores, como otros, en la crisis que sacudía al país y de la cual no supieron, no pudieron o no quisieron encontrar la salida política. Pero no hay que olvidar que la antesala del gobierno de Allende fue el asesinato del entonces comandante en jefe del Ejército. Con este hecho empezó la tragedia. El libro Chile: la memoria prohibida, reeditado ahora por Planeta, parte en junio de 1973, con el "Tanquetazo", y termina, en su segundo volumen, en mayo de 1983: es decir, recoge parte de ella. En el libro no inventamos nada, tal como lo demuestra el contenido de una reciente carta escrita en Punta Penco. Lo que me gustaría observar, entonces, es cómo los demócratas, que reconocen filas en distintas corrientes políticas, son capaces, a partir de las verdades de la memoria, de avanzar hacia un consenso para que no vuelva a ocurrir lo que nos ocurrió. Porque el proceso de sanación en Chile, lento, imperfecto e inconcluso, ha producido verdades irrefutables: por ejemplo, la existencia de detenidos hechos desaparecer por agentes del Estado. Esta es una verdad establecida por La Comisión Rettig, y reconocida y aceptada por las Fuerzas Armadas y de Orden en la Mesa de Diálogo. Sobre otros delitos de lesa humanidad también se acopian antecedentes suficientes para constituirse en hechos innegables. Son estas verdades de la memoria. Las que yo esperaría que muevan a los demócratas hacia el consenso del nunca más.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Escritor, periodista, politólogo Rodrigo Atria:
"El mal no está fuera del ser humano, es parte de él"
Por María Teresa Cárdenas Maturana
Publicado en Artes y Letras de El Mercurio, 17 de septiembre 2023