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        Poeta Arriagada-Zubieta: 
          “El  interés por la poesía chilena en el mundo es menor del que pensamos»
              
  
                Por Francisco  Marín–Naritelli
                Publicado en Cine y Literatura, 25 de agosto 2020
                
                
        
        
             
            
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                    Difícil  es encontrar en estos días a un escritor nacional que asuma el riesgo de  especular y de pensar en torno a la disciplina literaria —y de las claves de su  cultivo, desde luego— sin complejos y con absoluta libertad y prescindencia  hacia un vulgar compromiso político, dicho esto en el sentido estético (y  plástico) del término. Pues bien, eso hicimos en esta entrevista con el autor  viñamarino hoy afincado en la medieval y bella Toledo, mientras prepara su  tesis doctoral inspirada en el semidiós inmortal, Enrique Lihn Carrasco. 
          
        
         “En la  memoria todo es un cuarto oscuro que retiene el aire frío de lo ausente”.
          Rodrigo  Arriagada-Zubieta
        
            Rodrigo Arriagada- Zubieta (Viña del Mar, 1982) es poeta,  crítico y traductor. Sus poemas han sido publicados en Argentina, Perú, México,  Estados Unidos, España e Italia, entre otros países. 
         Actualmente  se encuentra en la medieval ciudad ibérica de Toledo, cursando sus estudios doctorales  en la Universidad Complutense de Madrid, y trabajando en una tesis inspirada en  la obra del poeta Enrique Lihn con el fin de graduarse. 
         En esta  entrevista el autor nacional dialogó con el Diario Cine y Literatura en  torno a su trilogía versicular conformada por los volúmenes de Extrañeza (2017), Hotel Sitges (2018) y Zubieta (2019), publicados por la revista y  editorial trasandina Buenos Aires Poetry, de la cual forma parte, asimismo,  como director responsable de la aclamada colección Pippa Passes. 
         Conversamos  con Arriagada–Zubieta, además, acerca de su quehacer poético, de las  topografías mentales, sobre el concepto de chilenidad en su condición de  viñamarino cosmopolita —pero hincha fanático del Santiago Wanderers de  Valparaíso—, de su pasión por El Greco, de las novedades que se aproximan en su  bibliografía y por supuesto que de la pandémica contingencia tanto europea como  local. 
        
            «Neruda  comparaba Toledo con Valparaíso»
        —¿Crees  que la poesía es una defensa (del sujeto) o más bien una ofensiva (arte  poética)? 
          —Creo en  una poesía que se afirma en la imagen, pero en una imagen que ya no tiene el  valor de símbolo de otra cosa y que existe a la ofensiva, esto es, una imagen  que se resiste a ser inteligible y que no tiene necesariamente valor de realidad.  No hay nada más aborrecido por la sociedad burguesa que no poder comprender y  yo comienzo mi proyecto con la premisa de que todo es suplantación. Realizo,  por tanto, una poesía que se resiste al consumo inmediato. 
         En  cierto sentido, mi poesía es una investigación sobre la irrealidad de la  realidad, pero no en el modo de la ironía o la clausura de los grandes  metarelatos, como ya la practicaron Parra, Beckett, Lihn, Borges o la  deconstrucción filosófica. Se trata de una creación esmerada en hacer perder al  lector evidencias cognoscitivas a través de disonancias que obligan a la  relectura de los poemas. 
         Una  poesía poética —me perdonarás la tautología— que rechaza el reconocimiento  fácil, especular, o que niega hacerse eco de consignas políticas o de situarse  en la comodidad de la reproducción de los lenguajes de la calle o los tribales.  Pienso que el interés que pueda suscitar mi obra en cierto público se enmarca  en esa diferencia radical, en la práctica de una poesía que es hermética, pero  que produce una comunicación por la vía de la perplejidad ante el objeto  (“real”) que se ausenta, mediante las dislocaciones que busco producir en el  lenguaje y en la mente de un potencial lector. 
          
          —¿Qué  relación hay entre tu poesía y los territorios donde habitas? Santiago Centro,  Plaza Yungay, San Telmo, parece evidente. También hay un poema sobre Toledo,  inédito perteneciente a El Greco y publicado en Buenos Aires Poetry, pero no desde la  mirada del observador–distante–pasajero, sino desde, quizás, un genealogista o  un nuevo fabulador que inspecciona críticamente la ciudad como un espacio  orgánico. 
          —La  relación se da a través de la imagen. Pienso el arte como un campo de batalla y  un experimento antropológico, donde se libera un combate por las  representaciones del mundo. Mirar ciudades es esencial en ese sentido, porque  permite problematizar la inmediatez de lo aparente e introducir una diferencia  que es la poesía en sí misma, una diferencia que vuelve al mundo parcialmente  opaco. Este es un gesto político, por cierto, y crítico. Pero no en el sentido  de explícita tematización propagandística, como ocurre en cierta poesía. En la  Trilogía la relación es cambiante, va desde una ciudad que no se nombra hasta  hacer explícito Santiago en Zubieta. 
                Yo volví  a irme de Chile el 15 de octubre de 2019, tres días antes del estallido social.  Fue una decisión. Mi relación con la ciudad nunca se dio de manera natural y  sucumbí de algún modo a su exceso. Ahora resido en Toledo, que es una ciudad  medieval, y vivo a orillas del Río Tajo. Acá he podido vivir de modo mucho más  orgánico con el entorno y he vuelto a relacionarme con la naturaleza, cosa que  no hacía desde pequeño, cuando vivía cerca de la laguna Sausalito, en Viña. Lo  importante es que la relación con la ciudad puede perfectamente exteriorizarse  en la escritura. Santiago me costó mucho aprehenderla. 
         Algunos  que han escrito sobre Zubieta notan que hay un flâneur imposible que  mira desde arriba, que se relaciona de modo indirecto con el espacio público.  Esa aprehensión dificultosa permite que los poemas sean largos, torrenciales,  como si no se acabara de poder decir lo que se ve. Quizás eso que se identifica  con “Chile, país de poetas”, tenga que ver con una serie de significaciones que  deban cubrirse con un tejido de imágenes de una realidad insoportable, porque  hay un espacio arbitrario e impostado que no acabamos de entender. 
         En mi  libro escrito en Toledo, que finalicé hace un par de meses, el verso tiende a  hacerse algo más conciso en algunos poemas. Esta ciudad tiene una gran historia  y se puede comprender parte de ella a través de la figura de El Greco. Estuve  varios meses investigando materiales de la Biblioteca de Castila- La Mancha  antes de escribir. La relación de escritores con Toledo se ha dado  históricamente mejor desde la crónica que desde la poesía como género. También  sirvió de inspiración para los surrealistas. Buñuel fundó la Orden de Toledo  junto a Lorca, Dalí y Alberti. Pero la idea programática de ellos era venir de  noche y dejarse sorprender borrachos por la imaginería gótica. Neruda también  solía venir con algunos de ellos y  comparaba Toledo con Valparaíso.
comparaba Toledo con Valparaíso.
         A mí me  interesó repensar el paisaje que vio El Greco. Algunos atribuyen su arte a un  desequilibrio mental. Es un pintor de espectros, de borrones y creo que en eso  encontré un punto de vista compartido que pudiese funcionar con mi modo de  escribir. Haya sido un loco o no —que es irrelevante— lo cierto es que El Greco  fue un genio caprichoso; pintó como quiso y se adelantó a todas las tendencias  del siglo XX. De hecho, recién fue apreciado en el siglo XIX gracias a los  franceses, los españoles no lo comprendieron. Además de su figura, el libro  tematiza la locura, y las representaciones medievales de la primavera, a través  de reescrituras de algunos Carmina Burana. 
         Lo  importante de estar acá es que el paisaje mismo me permitió nombrar de modo más  conciso algunas realidades, captar el movimiento de las nubes, mirar los  cuadros de El Greco directamente, ver la imaginería cristiana en la  arquitectura, conocer algunas flores. Pero sobre todo me permitió entender que  cuando tienes una tradición a mano puedes trabajar con mayor facilidad, con  significados que están a la mano y que puedes redefinirlos desde una  perspectiva simbólica y crítica para la actualidad.
        
            «Chile  es una posibilidad visionaria»
        —Pienso  en este verso: “Yo soy el reflujo donde comienza a envenenarse el mar” del  poema «Señales  de vida» de Zubieta o bien en este: “Somos  desapasionados fantasmas de viejas destrucciones, / el coito de las sombras  penetrándose a distancia” del poema «Love Is Colder Than Death» del  libro Extrañeza. Hay cierto ímpetu luctuoso, trágico y simbólico,  ¿algo del Neruda de las Residencias? 
          —Neruda  de las Residencias es un punto obligado de la tradición latinoamericana.  Es un libro que releo cada cierto tiempo. Lo que me interesa es cómo ahí la  poesía brota en una incesante destrucción, con una vocación de caos. Un espacio  donde se desgastan los seres y las cosas, una agonía que ocurre en el tiempo y  no en la Historia. Luego, ya sabemos, Neruda descubre que la Historia también  puede ser apocalíptica, si se corresponde con un orden natural y cósmico, y ahí  comienza esa tendencia enumerativa que Borges parodia en el cuento «El Aleph».  Ese afán de inventario no me interesa. Pero sí las Residencias. 
         Puede  que mi relación con Neruda esté filtrada por Rimbaud y Baudelaire, y que se  represente a través de cierta plasticidad que nace de la oscuridad de  asociaciones disonantes. En lengua española nadie hizo eso mejor que Neruda.  Pero es un recurso expresivo desde Las flores del mal. Me atrae cierto  tipo de poema al que concurre la complicación de lo expresado con cierta  rotundidad y que intenta destruir el orden y la coherencia. 
          
           —Pienso  en este verso: “Mugre en la bandera chilena /izada en blanco y negro /en los  paseos peatonales”, ¿la chilenidad es un asunto problemático a propósito de tu  poesía?
—Pienso  en este verso: “Mugre en la bandera chilena /izada en blanco y negro /en los  paseos peatonales”, ¿la chilenidad es un asunto problemático a propósito de tu  poesía? 
          —Al  igual que Raúl Ruiz pienso que Chile, al volverse tan neoliberal, se volvió un  país abstracto y, por lo tanto, creo legítimo dudar de su existencia. Chile  está incorporado así en mi obra, con cierta difusión ontológica, Santiago es un  collage surrealista en Zubieta. Nicanor decía que Chile era apenas un  paisaje. Yo digo que Chile es una posibilidad visionaria. 
          
          —El poema «Trovar» dice: “Cuando  aparezca mi tropa / de trovadores / construiremos una fortaleza”, ¿dónde los  hallaremos? ¿Dónde están? ¿O solo hay narcisos con espejos engañosos? 
          —El  poema está dedicado a mi amigo, el poeta argentino Juan Arabia. Es uno de los  grandes poetas de la actualidad, de quien puedo decir es Il miglior fabbro, como dijo Eliot sobre Pound, invocando a Dante. Creo que ahí está mi tropa. Y  por ahora basta. 
        
            «Las  editoriales independientes están siendo muy elogiosas con sus propios autores»
        —El  dicho reza que nadie es profeta en su tierra. ¿Qué ocurre con tu obra en  nuestro país?
  —No  pienso mucho en eso, la verdad. En lo que respecta a la poesía y quizás en  relación a todo, los chilenos tenemos el defecto ominoso de que sólo sabemos  hablar de Chile. Es algo que he podido notar viviendo en el extranjero. Ocurre,  entonces, que yo no vivo en Chile, pero tampoco creo que ningún poeta de mi  generación tenga muy claro qué pasa con la recepción de sus libros. En nuestro  país el público lector parecen ser los mismos poetas. La academia, por su  parte, está muy lejos, mientras que las editoriales independientes están siendo  muy elogiosas con sus propios autores.
         El  interés por la poesía chilena en el mundo es menor del que pensamos. La gente  lee las novelas de Bolaño y conoce a Neruda, a la Mistral, a Parra, un poco a  Teillier y a Lihn. Pero también hay que entender que la gente lee poetas  cubanos, mexicanos, colombianos y argentinos en la misma proporción que a los  poetas de Chile. Es algo que pude comprobar estadísticamente, trabajando en  Buenos Aires Poetry, que tiene más de 70 mil lectores. De todos modos, y  volviendo al inicio, yo recién publiqué el primer libro de la Trilogía en 2017,  y lo hice desde fuera, desde Argentina. En estos tres o cuatro años, apenas  viví en Chile diez meses y no hice gestos de autopromoción. 
         Yo creo  que el proceso de lectura de mis poemas será paulatino y acorde al interés que  pueda generar  ese tipo de escritura. Hay que considerar también que recién este  año fui publicado por primera vez en Chile. Se trata de una antología de mi  trabajo que salió por la Editorial Santiago Inédito, y que tiene por título Una  temporada en la cabeza. Entiendo que debiera salir otra en 2020, por  Editorial Plaza de Letras. Quizás después de eso pueda responder mejor a esta  pregunta.
 ese tipo de escritura. Hay que considerar también que recién este  año fui publicado por primera vez en Chile. Se trata de una antología de mi  trabajo que salió por la Editorial Santiago Inédito, y que tiene por título Una  temporada en la cabeza. Entiendo que debiera salir otra en 2020, por  Editorial Plaza de Letras. Quizás después de eso pueda responder mejor a esta  pregunta. 
         De todos  modos, mis tres libros han circulado bien por varios países, y ahora también un  adelanto del cuarto. Me pone muy contento el hecho de que me escriba gente de  México, Cuba, España, Italia, Colombia, Argentina y de Chile también, por  cierto, para simplemente decirme que me han leído y les ha gustado. Es  preferible ser profeta en tierra de nadie, pero de todos, la verdad. 
          
          —¿Qué  rol tiene el poeta o la poesía en un mundo tan complejo, pandémico y casi  apocalíptico como el de hoy? 
          —La  poesía interviene en el mundo sólo en la medida en que nos hace visible la  misma posibilidad de decir. En ese sentido la poesía y el lenguaje —desde  Baudelaire y luego con Rimbaud— deben enfrentarse a lo desconocido.  Lo anterior quiere decir adentrarse al fondo  para arrebatar a cada época su luz: eso significaba ser absolutamente moderno.  La palabra debe ir delante de la acción, dijo Rimbaud, y en cierto modo creo  que ese mandato llegó a su máxima plenitud con Mallarmé para cancelarse  —fatalmente— con el error de Breton de confundirlo con el imperativo de  “cambiar el mundo”. 
         La  poesía cedió, de ese modo, terreno a la política. Se puede hacer poesía  política de maneras mucho más sutiles, conservando el estatuto de arte de la  poesía en primer plano. Pienso similar a Gottfried Ben en esta materia, cuando  señala en una entrevista que subsumir la función de la poesía a la de cambiar  el mundo implicaría escribir sobre el parlamento, interesarse en los asuntos  municipales o en la venta de terrenos, por ejemplo. 
         La  poesía puede enseñarle a la humanidad —parafraseando a Benn— lo siguiente: tú  eres así y no serás jamás otra; así vives, así has vivido, así vivirás siempre.  Se trata, en definitiva, de asumir una derrota que se ubica en ese momento  donde la palabra queda a solas con su propia lucidez: una especie de suspensión  del tiempo, esa es la última posibilidad de la palabra y, por lo mismo, la  causa de su intrascendencia. Pero atestiguar esa derrota es el rol del poeta.