Proyecto
Patrimonio - 2007 | index | Roberto
Bolaño | Autores |
Horror
vacui
Crítica a El secreto
del mal por Contreras
En
Lanzallamas.com
El
secreto del mal
Roberto Bolaño
Anagrama, Barcelona, 2007.
184
pp.
1. La casa quedaba a tres cuadras o quizás a más,
desde donde quedaba su casa familiar. La casa donde vivía con su mujer,
o la que había sido su mujer legal hasta entonces, sus dos hijos, con quienes
esperaba llegar al menos hasta el 2005. Año en que se imaginaba las revueltas,
o lo que se empezaba a reconocerse como las “jornadas del caos” que sembrarían
justamente eso: caos a lo largo de Europa. Y verían extraviarse a su hijo
en Berlín, a su esposa y a él, recordándole que a sus quince
años participaba de ese mismo éxodo al salir de Chile, llegar a
México y luego perderse en España. Aunque eso no era lo importante,
o no más que la enfermedad, ni mucho más que su muerte anunciada
desde el ‘93. La calle se llamaba del Loro y ahí estaba su ordenador. O
lo que en Chile llamamos su escritorio con el computador, según sus propias
palabras: un viejo procesador con Windows ‘98 donde fue pergeñando hasta
sus últimos días sus escritos.
Hasta ahí llegó
su editor, único albacea de su obra, convencido con su viuda de que lo
mejor sería hacer lo que hicieron: Word/Archivo/Abrir: ver la biblioteca
de Alejandría en llamas, ardiendo ante sus ojos.
Tal vez sin preguntarse
como antes se cuestionara él mismo en comparación a Kafka, lo hicieron.
Sin discutir si es que eso estaba acordado desde antes con Max Brod o Dora. No.
“Kafka, que es el mejor escritor de este siglo, tenía razón cuando
pidió a su amigo que quemara toda su obra. El encargo se lo hizo a Max
Brod, por un lado, y también se lo hizo a Dora, su amiga. Brod era escritor
y no cumplió la promesa dada a Kafka. Dora era más bien iletrada,
y posiblemente quería a Kafka más que Brod, y se supone que realizó
al pie de la letra el pedido de su amante. Todos los escritores, sobre todo en
ese día-llanura que es el día después de escribir, tenemos
en nuestro interior dos demonios o querubines llamados Brod y Dora. En mi caso
no. Dora es bastante más grande que Brod y Dora consigue que olvide lo
que he escrito para que me dedique a escribir algo nuevo, sin retorcijones de
vergüenza o arrepentimiento”.
Todo eso pienso ahora que he acabado
de leer El secreto del mal.
O algo muy parecido a buscar una explicación
para el estado febril que me permita abordar cuál es la forma del espanto,
al reconocer el “horror vacui” de este trance y no por eso sentirlo una tragedia.
Quiero tratar de entender cómo fue ese instante preciso cuando encuentran
la gaveta abierta. Pero no como se halla el cajón de un escritorio, sino
más bien la puerta descorrida de un ropero o de la cómoda o el cajón
de la ropa interior. Y van hurgando entre los pliegues de los tejidos, se diría,
de las telas de un corazón de pulsiones agotadas, ya frío, detenido
y congelado en el tiempo, aunque curiosamente vivo. En esa indeterminación
de la identidad diminuta y secreta que no sé cómo ni por qué
debemos reconocer como el mal, para describir este último libro de Bolaño.
Tan raro, sombrío, imperfecto, como memorable. Un volumen secreto que viene
a espantar la muerte, y que nos resulta efectivo porque se anima a descorrer el
velo que lo ha cubierto, mostrando todo, dejando a la vista y sin pudores lo que
no queremos mirar.
(¿Porque escribí estoy vivo?, Bolaño
podría estar recriminando a Lihn en este instante.)
2. El
secreto del mal visto como un modelo para armar.
He querido dividir
en tres secciones el volumen, para abordar el puzzle de escritura en la dispersión
que se nos presenta:
- Un primer apartado estaría dado por formas
breves. Pequeños fragmentos, arranques narrativos con que comienzan (o
podrían comenzar) ciertas historias que amenazan con ser mayores, pero
que acaban a poco de haber empezado. Momentos dentro de un momento, piezas de
microliteratura o los esqueletos de futuras novelas. “Músculos”, como muestra,
que es el fermento o un capítulo de Una novelita lumpen. Otros ejemplos
son “Daniela”, “Bronceado”, “La habitación de al lado” y “Crímenes”,
al que volveré más adelante. Narraciones que conforman destinos
imprecisos, más allá de una configuración definida, representando
lo que Echevarría reconoce en la nota aclaratoria que abre el libro, como:
“La obra entera de Roberto Bolaño aparece suspendida sobre los abismos
a los que no teme asomarse (…) Regida por una poética de de la inconclusión.
En ella, la irrupción del horror determina, se diría la irrupción
del relato; o tal vez ocurre al contrario: es la interrupción del relato
la que sugiere al lector la inminencia del horror”.
No se crea en todo
caso que estamos ante raptos del siniestro clásico a lo Poe o Lovecraft.
Sino más bien a esbozos de lo que Freud reconoce como lo “ominoso” (unheimlich)
en el arte moderno, aquello que terminó siendo la forma de calificar un
miedo cercano, algo espantoso, pero familiar. Un concepto del espanto que aplicado
a estos cuentos – tomados como una generalidad – sería una forma de terror
cotidiano. Configuración a su vez que, vista dentro de esa categoría
freudiana, se hermanaría con las narraciones brevísimas de Kafka,
cierto Cortázar de su mejor momento cuentístico, tanto como con
algunos relatos magistrales de Chéjov. Retomo ahora “Crímenes”:
El recuento de una noticia de la crónica roja, donde una chica que se acostaba
con dos tipos, nos remite a ese otro desierto criminal, pero ya no Santa Teresa
trasunto de Ciudad Juárez de 2666, sino que en pleno salar en la
ciudad de Calama, donde el narrador pareciera ir quedando atrapado en otro anuncio
de homicidio, que es a la vez una declaración de lo que también
podría llegar a sucedernos como lectores. Imposible no recordar la tensión
y atmósfera de los excelentes relatos: “Llamadas telefónicas”, “William
Burns” o “Vida de Anne Moore”.
- Luego, en una segunda parte vuelve a aparecer
Belano y la biografía de R.B., haciendo la (re)construcción del
personaje, con historias que se abren o desprenden de otras – “La muerte de Ulises”,
“La colonia Lindavista”, “El viejo en la montaña”, “No sé leer”
– todas apuntando al juego de metaficción en que Bolaño ha montado
su obra: “Soné con mi hijo rodeado por ese paisaje que había sido
mi paisaje, el paisaje atroz de mis veinte años, y algo de su actitud se
me hizo comprensible. Si a mí me hubieran matado en Chile, a finales de
1973 o a principios de 1974, él no habría nacido, me dije, y orinar
desde el borde de la piscina, como si estuviera dormido o como si de pronto se
hubiera puesto a soñar, era como reconocer gestualmente el hecho y su sombra:
haber nacido y la posibilidad de no haber nacido, estar en el mundo y la posibilidad
de no estar.”
- Y, por último, un tercer segmento, identificado
con dos de sus conferencias, escritas y pensadas para intervenir como verdaderos
coche-bomba en el corazón de la literatura en habla hispana: “Derivas de
la pesada” y “Sevilla me mata”. Ronchas antes, risas nerviosas en su relectura.
Un aplauso cerrado es lo que resuena.
Lugar destacable, dentro de los 19
textos que componen el libro, lo ocupan “Playa”, “El provocador” y el último
– acaso una muestra de la mejor aproximación bolañesca– “Las jornadas
del Caos”. Cuentos estos últimos que revisan ciertas marcas de la contingencia,
a partir de la revelación, la inseguridad y la enajenación posmoderna.
Miradas agudas y heridas a la globalización, desde la globalifobia.
Con “Playa”, en cambio, tengo mi propia tesis sobre un guiño a nuestro
poeta suicida Rodrigo Lira.
3. Un libro saludable, aunque poco recomendado
para iniciados. Es fácil pensar que resultará más atractivo
para el lector asiduo de Bolaño, que como un libro de entrada a primerizos.
Pues el acierto de esta muestra no es el libro como obra acabada, sino el permitirnos
ver las costuras narrativas de sus ficciones, es un work in progress de
la mejor literatura criminal a la que nos tiene (tenía) acostumbrados,
aunque éstas tal vez sean las últimas líneas que le leemos.
Pero
diseccionemos algunas presas para los salvajes:
- Bolaño hablando
de Belano.
- Memorias de su infancia mexicana, o los primeros pasos del niño
poeta.
- Fotos movidas – acaso nuevas tomas del álbum de escritores
franceses de Putas asesinas – mostrando de reojo, acaso un paseo por el
museo de cera con intelectuales como la Kristeva, Sollers, Guyotat, Goux, los
Devade et all.
- Palos para Borges. Besos para Borges. Empatías con
Arlt. Una justa pero tardía defensa de su obra aguafuertista. Arlt como
el primer inventor del siglo. Un personaje de ciencia ficción. Un escritor
del futuro.
- La sodomía como práctica y costumbre argentina.
-
Chile visto como una estrella distante.
- V.S. Naipaul perdido en 1972 por
las calles de Buenos Aires.
- La escritura como derrota absoluta.
- Pornografía/
Persecuciones/ Pasarelas/ Política/ Exilio/ Bibliotecas.
- Dedicatorias
a Alexandra y a Lautaro, a.k.a Jerónimo en un relato bello y sencillo.
Los devaneos de una aventura fabulosa de la paternidad: “Escribiendo con mi hijo
en las rodillas”.
- Tributos al rock progresivo, porque Sid Barret “is not
dead” y hay que entrevistarlo.
- Suicidas ejemplares colgando de poesía
enferma.
- Sueños que devienen pesadilla. Pesadillas que salvan sueños
profundos.
- Los gritos de una generación perdida en las cloacas latinoamericanas.
-
¿Cómo ser escritor después del boom?
- Una cita
escalofriante: “Cuando digo inmovilizado por el horror no lo digo en un
sentido peyorativo sino literal. Pienso en los niños que se quedan inmóviles
ante un asalto del horror imprevisto, incapaces hasta de cerrar los ojos. Pienso
en las niñas a las que les da un ataque al corazón y mueren antes
de que el violador termine su tarea. Algunos artistas de la escritura son como
esos niños y niñas”.
4. Revisando las reseñas
y críticas aparecidas hasta ahora, abunda la cita de la contratapa, extraída
del relato que da nombre al libro: “Este cuento es muy simple aunque hubiera podido
ser muy complicado. También: es un cuento inconcluso, porque este tipo
de historias no tienen un final”. Comparto que es una brillante frase. Una necesaria
aclaración para iniciar la entrada a estas habitaciones completamente a
oscuras que es la casa de Bolaño. El lugar sitiado donde aún se
respira – aunque cueste creerlo – aparte de buena literatura, muchísima
esperanza. Confirmando que mejor que haya sido Brod y no Dora el encargado de
encender la hoguera. ¿Quedarán más escritos para inflamarse?
Dejemos que las llamas pidan.
Roberto
Contreras