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Reedición de LA LITERATURA NAZI EN AMÉRICA, de Roberto Bolaño. Anagrama, 2010. 244 págs.

Galería de freaks

Por Mercedes Estramil
El País, Montevideo. Uruguay


Nadie sabía que en 1940 había nacido en Montevideo Carlos Hevia, que había muerto en 2006, y que era el "autor de una monumental y a menudo mixtificadora biografía sobre San Martín donde, entre otras cosas, se dice que éste era uruguayo". El dato aparece en el alucinante ensayo La literatura nazi en América (1996) del chileno Roberto Bolaño (1953-2003) y es, como la mayoría de los que ahí figuran, un dato revelador pero absolutamente apócrifo. No existió el uruguayo Hevia, ni la poetisa mexicana Irma Carrasco golpeada por su marido, ni el homófobo, antisemita y racista Jim O`Bannon, ni el cubano Pérez Masón, especialista en acrósticos. Sin embargo, a ningún lector atento le quedarán dudas de que en el planeta literario gente como ésta existió, existe y existirá siempre, y de que hasta hemos leído sus libros aunque paradójicamente "no existan".

Las bibliografías ilusorias que arma Roberto Bolaño con su humor de intelectual que juega a creérsela pero no se la cree, remiten a otros "ensayos" anteriores. Más que nada a Vidas imaginarias (1896) de Marcel Schwob, a Retratos reales e imaginarios (1920) del mexicano Alfonso Reyes y a Historia universal de la infamia (1935) de Borges, libros que en distinta medida también jugaban el juego de hacer pasar por cierto lo apócrifo, o de contextualizar datos verdaderos con invenciones hasta lograr una textura homogénea que pusiera en tela de juicio, precisamente, la existencia de una frontera creíble entre realidad y ficción.

LA BARBARIE CULTA

En tren de destruir creencias, la primera embestida de Bolaño es crear un canon políticamente bien incorrecto, deconstruyendo esa idea de la literatura como un olimpo de humanidad y grandes valores, algo que cualquiera sabe que no es así. Entre los integrantes de este diccionario falso de autores americanos figuran hombres y mujeres nazis, racistas, xenófobos, homofóbicos, torturadores y asesinos, además de mediocres. Todos, sin embargo y como es lógico, pretendiendo investirse de la grandeza de escribir, sensibles a un verso, parricidas literarios, creyentes en la posteridad.

El espíritu paródico con que Bolaño reelabora el estilo ampuloso, sentencioso y acumulativo de las historias de la literatura es el sostén del libro. Por supuesto, hay pautas de verosimilitud que se siguen a rajatabla: subdivisiones con títulos que van de lo pretencioso al clisé ("Los héroes móviles o la fragilidad de los espejos", "Los poetas malditos"). Hay pocas mujeres (cuatro en una treintena de autores) y además inscritas o en una tradición familiar o en un gueto genérico; y abundante presencia de plagiarios, malditos, suicidas, heterónimos, cofradías y rivalidades, espacios en los que Bolaño inserta a autores "reales" como modelos comparativos para sus antihéroes de papel.

Está el inefable argentino de abolengo que arremete contra todo el Parnaso compatriota (Borges, Cortázar, Bioy Casares, Sábato, Marechal, etc.), o el que odia a Alfonso Reyes, o el cubano que reta a duelo a un Lezama Lima que no responde, o el brasileño que se siente continuador de un Rubem Fonseca que no le da ni la hora. No falta el poeta haitiano que se escuda en heterónimos para plagiar a diestra y siniestra y es visto desde París como "el Pessoa bizarro del Caribe". Si en un punto esta galería de freaks intelectuales da pena, es justamente (y aplicando el mismo criterio histórico con el que muchos definieron la barbarie nazi) porque no son monstruos, y porque cambiando (o no) un par de detalles o circunstancias, las biografías que aquí leemos podrían ser las de cualquier consagrado "serio" de los que leemos en las historias "serias" de la literatura.

Bolaño es serio también debajo de su juego. Puede tener entradas como la del brasileño Luiz Fontaine da Souza: "Autor de una temprana Refutación de Voltaire (1921) que le valió elogios en los círculos literarios católicos del Brasil y la admiración del mundo universitario dada la vastedad de la obra, 640 páginas, el aparato crítico y bibliográfico y la manifiesta juventud del autor. En 1925, como para confirmar las expectativas creadas por su primer libro, aparece la Refutación de Diderot (530 páginas) y dos años después la Refutación de D`Alembert (590 páginas), obras que lo colocan a la cabeza de los filósofos católicos del país.

En 1930 se publica la Refutación de Montesquieu (620 páginas) y en 1932, Refutación de Rousseau (605 páginas).

En 1935 pasa cuatro meses internado en una clínica para enfermos mentales de Petrópolis".

Pero también puede cerrar su antología con un relato agobiante como "Ramírez Hoffman, el infame", metiéndose de cabeza en la atmósfera de la dictadura chilena que él mismo sufrió. De hecho es en este relato que aparece Bolaño como personaje y narrador, y es esta misma historia el meollo de su posterior novela Estrella distante (1996).

FARSA Y VANIDAD

Es ese último relato, extrañamente denso y misterioso (el que menos parece una biografía de un diccionario de autores) el que agrisa en cierto modo los colores de esta delirante "literatura nazi en América", otorgándole el cable a tierra que faltaba, la dimensión histórica real, incontrastable. Es la declaración de que no es sólo parodia divertida, de que el arte no siempre salva, y de que hay una algo real, sangrante, debajo de los jugueteos ficcionales. Mucho antes de que sus novelas maestras (Los detectives salvajes y 2666) mostraran cómo se funden la abyección humana y la sublimidad del arte, este ejercicio en solfa preparaba el camino.

Ramírez Hoffman (en Estrella distante conocido como Alberto Ruiz Tagle o Carlos Wieder) es el militar que gana la confianza de sus víctimas para luego torturarlas y matarlas, hace exposiciones fotográficas de esos crímenes para exhibirlas entre amigos y sobrevuela el cielo chileno escribiendo poemas de humo con consignas como "La muerte es limpieza" (se insinuó en su momento que el personaje era un guiño al poeta Raúl Zurita, que también sobrevolaba Chile haciendo escribir poemas, con la salvedad de que Zurita podía ser mesiánico pero no era ni aviador ni torturador). Un buen día Ramírez Hoffman desaparece y su aura criminal y poética se convierte en leyenda. El también poeta Bolaño y un detective lo encuentran en una localidad barcelonesa (donde vivió Bolaño) y su destino final se insinúa zanjado por una sumaria ejecución.

Como compilador-demiurgo, Roberto Bolaño se situó convenientemente en una posteridad a la que él mismo jamás llegaría. Algunos de sus biografiados imaginarios vivían hasta el 2017, 2019 o 2029, una sencilla expresión de que el estado de cosas no va a cambiar.

No cabe duda de que Bolaño se entretuvo y en grande al escribir este libro, riéndose tanto de tirios como de troyanos, llenándolo de alusiones y guiños personales, valiéndose de un conocimiento intuitivo e informativo sobre la realidad literaria en América que le permite verosimilitud en medio de la farsa, y dejar constancia de que la literatura también es una farsa y un instrumento inigualable de la vanidad humana. Aunque se olviden al instante, las biografías evanescentes de sus personajes mostraron y muestran que en su creador además de un tipo divertido había un crítico indomable, imposible de encandilar con las luces del canon, los premios, los elogios y la posteridad, lugares todos a los que llegó, sin embargo.


 

 

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