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Acerca de Roberto
Bolaño y su aporte a la narrativa chilena actual
Carlos Almonte
Licenciado en Lingüística
y Literatura Hispánica. Universidad de Chile
Hablar de la obra de Bolaño intentando darle un peso extra,
parece ser una idea sin destino. Sin embargo, no está de más
decir que la obra de Bolaño, para quien esté mínimamente
enterado de este tipo de cuestiones, representa acaso, la voz narrativa
más
importante que jamás haya tenido Chile. Y desde José
Donoso, sin ninguna duda.
Y al decir esto, no me olvido de la antigua tradición narrativa
chilena, que ha tenido en sus puntos más altos, en mi opinión,
a Manuel Rojas y a José Donoso, antes que a Bolaño (el
"antes" es exclusivamente cronológico). Es cierto
que Rojas representa fielmente la temática de lo chileno. También
es cierto que a Donoso costaba sacarlo de las costumbres locales (quizás
por esto resulte tan fresca su novela "El jardín de
al lado", seguramente su mejor novela). Y es cierto también
que Bolaño muchas veces abordó, desde la referencia
directa o indirecta, temáticas relacionadas con Chile.
Así mismo, ningunear la narrativa existente entre
los puntos mencionados (Rojas-Donoso-Bolaño), es ciertamente
una exageración. Es decir, y para no dilatarlo más:
Existe una buena narrativa entre los puntos mencionados, pero es evidente
que no tiene el peso (literario, narrativo, estético, original,
propositivo) de los tres escritores referidos en el mini canon propuesto
antes.
Es así. El ejercicio narrativo en Chile se ha basado, históricamente,
en un contar historias -más o menos interesantes, o
nada interesantes-, en donde el hilo conductor es muy claro, todo
lo demás está muy ordenado, y el lector puede recorrer
las páginas desde la siete hasta la trescientos cincuenta y
seis sin sufrir mayores sobresaltos. (La señora Allende y la
señora Serrano, son los más fieles ejemplos de la escritura
que refiero). Es decir, hemos estado rodeados de una literatura amable
quizás-demasiado-amable (en cuanto a estructura y a
técnica escritural, incluso en cuanto a una temática,
casi siempre costumbrista, en la que "todos nos vemos reflejados
permanentemente"), y que no sólo no dificulta o simboliza,
sino que simplifica la lectura hasta un nivel que raya en lo telesérico.
Con esto no estoy diciendo que la narrativa de Bolaño sea
especialmente compleja, o que su estructura sea demasiado original
(la de Los detectives salvajes, por ejemplo), o que su escritura
sea de una pulcritud incontrarrestable. Aunque si se la compara con
un corpus representativo de la narrativa chilena de los últimos
veinte o treinta años, seguramente destacará también
en estos ámbitos. Digámoslo de frente: Bolaño
muestra una variedad de recursos, y un talento en la mixtura, difícil
de reconocer en otros escritores, incluso en el concierto hispanoamericano.
Desde la aparente simpleza argumental de La pista de hielo,
hasta la expresiva monumentalidad de 2666, se puede encontrar
brevedad, extensión descomunal, una gran diversidad de géneros
expuestos, un sinnúmero de personajes, naciones, variaciones
de lenguaje, modismos, hibridez epocal y estilística -ese airecillo
a Poe que se respira en Monsieur Pain-, el desplazamiento permanente
-el fantástico periplo del rockero Pancho Misterio y los Neochilenos,
por citar un solo ejemplo entre muchos-, la fijeza obligada de Auxilio
Lacouture en Amuleto, la obcecación y ambigüedad
de los cuerpos y la prostitución en Una novelita lumpen,
la indexación de personajes -por carácter, país,
fecha- en La literatura nazi en América, los rusos,
la bomba atómica, una revolución en Liberia, enfermedad,
muerte, soledad, océano, desierto, poesía, literatura,
distintos niveles de ficción, incrustaciones de identidad,
y un larguísimo etcétera que, si bien hace pensar en
desorden, en exceso o en pretensión descabellada, no se siente
nunca de ese modo, no al menos en el sentido desagradable de aquellos
términos.
Al contrario, el sentimiento que se experimenta al leer a Bolaño
es más bien cercano al de una amistad y un cariño muy
profundos.
No es mi intención apologizar a Bolaño; su obra lo
hace por sí misma, con justicia y con largueza. Sólo
represento la visión de un lector obsesionado, bastante impresionado
y sumamente agradecido, por lo que representa el aporte de Bolaño
al decurso de nuestra narrativa histórica -chilena, y también
latinoamericana-. En este sentido, resulta innecesario, y hasta gratuito,
decir que la narrativa chilena actual es generalmente aburrida (hecha
la excepción, en este punto, del investigador Heredia), que
trata los mismos temas de hace cien o más años, que
no ha sabido revitalizarse en cuanto a los recursos, que siempre cuenta
historias demasiado claras, de principio a fin, que sigue un orden
pre-establecido, que nunca desorienta, que jamás se arriesga
en su estructura o que no permite un vuelo más allá
de sostener un texto y acumular páginas al lado izquierdo.
Decir todo esto es bastante innecesario, es verdad, y hasta poco
exacto en algún sentido, o graduación, pero es mi visión,
enardecida y fanática, y mi forma de mostrarle mis respetos,
agradecimiento y homenaje al gran maestro Roberto Bolaño que,
para suerte nuestra, nos representa de esta forma y otras, más
allá de ésta, la última frontera.