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Tras
los pasos de un escritor inolvidable
Por
Augusto Rodríguez
Esto
es lo que aprendí de la literatura chilena. Nada pidas que nada se te dará.
No te enfermes que nadie te ayudará. No pidas entrar en ninguna antología
que tu nombre siempre se ocultará. No luches que siempre serás vencido.
No le des espalda al poder porque el poder lo es todo. No escatimes halagos a
los imbéciles, a los dogmáticos, a los mediocres, si no quieres
vivir una temporada en el infierno. La vida sigue, aquí, más o menos
igual. (Roberto Bolaño)
A
pesar de sus múltiples problemas físicos y mentales, de sus fracasos
y de sus logros como ser humano; Roberto Bolaño, antes de nada,
siempre se consideró un escritor. Aunque también hay quienes dicen
que Bolaño fue primero un gran poeta. A estas alturas lo único cierto
es que, Bolaño es desde hace muchos años atrás, un poeta
y escritor importantísimo y muy influyente para las nuevas generaciones
de escritores latinoamericanos de hoy.
El mismo Bolaño cuenta en
una entrevista en el año 99 para la revista chilena Paula, su salida de
Chile y más: "Salí de Chile en enero de 1974. La última
vez que tomé un avión fue en enero de 1977. No pensaba volver a
Chile nunca más en mi vida. No pensaba subirme a un avión nunca
más en mi
vida. Un día me llamó una chica de la revista Paula y me preguntó
si quería formar parte del jurado del concurso de cuentos que la revista
organiza. Dije que sí de inmediato. No sé en qué estaría
pensando".
Yo tuve la oportunidad de vivir en Chile cerca de diez
años. Y por supuesto siempre he sido un buscador infatigable de libros
raros, extraños, novedosos. Un día, por el año 94 (si mi
memoria no me falla), andaba buscando libros cerca de la calle Alameda, a la vuelta
de la Universidad de Chile, en la capital chilena. Una calle muy extensa la cruzaba,
y en ella se compraban y vendían libros a precios muy económicos.
En un estante leí un título que me llamó la atención
La pista de hielo, su autor un tal chileno radicado en México de
apellido Bolaño. Desde ese día pregunté sobre este autor
en Santiago de Chile, y casi nadie me podía dar una señal o una
idea clara sobre este autor que vivía en ese entonces en el DF, capital
de México.
"Así que volví a Chile. Me subí
a un avión. No sé cómo lo hacen para mantenerse en el aire.
Turbulencias en el Atlántico, turbulencias en el Amazonas. Turbulencias
en la Argentina y poco antes de cruzar la cordillera. Pero no hay problemas. Volamos.
Mi hijo duerme plácidamente, mi mujer, Carolina López, duerme plácidamente.
Los dos son españoles y es la primera vez que viajan a América.
Yo no duermo. Yo nací en América. Soy chileno. Estoy despierto y
sostengo mentalmente las alas del avión. Escucho hablar al resto de los
pasajeros. La mayoría están dormidos pero hablan en sueños.
Tienen pesadillas o sueños recurrentes. Son chilenos".
Con
el paso de los años, seguí investigando más sobre Bolaño,
realmente me daba mucha curiosidad saber sobre este escritor, que en Chile se
hablaba poco. Un día por esas casualidades de la vida, un amigo me presentó
a un poeta chileno de unos cincuenta o sesenta años, no recuerdo exactamente
su edad, llamado Teodoro Parabalí. Hablando con él sobre literatura
y poesía chilena, me confesó que un autor que le gustaba mucho era
su compatriota Roberto Bolaño.
"Y de golpe aparecieron
los rostros chilenos, los rostros de mi infancia y adolescencia, por todos lados,
en catarata, rodeado de chilenos, chilenos que parecían chilenos, chilenos
que parecían marcianos, chilenos que deambulaban de un lado a otro sin
nada que hacer en aquel aeropuerto que supongo no era el aeropuerto de Pudahuel
aunque por momentos lo parecía, y también chilenos que esperaban
a los viajeros y que agitaban pañuelos blancos e incluso chilenos lloraban
(algo inusual, según recordaba, los chilenos lloran mucho, a veces sin
motivo, a veces sin ganas), y también chilenos que se reían como
si el mundo se fuera a acabar y sólo ellos lo supieran".
El
poeta Parabalí me contó que un día viajando por un pueblo
pequeño cerca de Barcelona, se acercó a vender artesanía
chilena y otras cosas a una tienda también de artesanías. Lo atendió
un tipo amable, alto, delgado, de lentes, con una barba sin afeitar de tres días.
Después de venderle algunos productos, y después de darse cuenta
que era chileno, por el tono de voz y por su raro acento; él le respondió:
"Sí soy chileno, me llamo Roberto Bolaño y soy escritor".
Hablaron de muchos temas relacionados a Chile. Sobre todo de política y
de literatura.
"Los tramites de aduana fueron extremadamente fáciles.
Hacía muchísimos años que no me dejaban entrar en un país
con tanta facilidad. Mi mujer tuvo que rellenar un papel y creo que tuvo que pagar
algo. Cuando pregunté qué papeles tenía que rellenar yo,
una aduanera gordita y simpática me dijo que no tenía que rellenar
nada. Esa fue la primera bienvenida".
Posteriormente se fueron
de juerga por algunos bares del pueblo. Finalmente el poeta Teodoro Parabalí
me contó que una de las cosas que más le llamó la atención
de Bolaño fue esa necesidad que tenía de escribir. Él sentía
y sabía que un día sin escribir, era un día perdido. Hasta
se le calentaban las manos y le daba fiebre. "Escribir, escribir, escribir",
era lo único que tenía en mente, lo demás era para él,
pura banalidad.
"Un periodista del diario Las Últimas Noticias,
fue el que me dijo de verdad que ya estaba de vuelta. Conversamos un rato. Yo
tenía pocas cosas que decir. Así que lo que hice fue preguntar y
el periodista se puso a contestar todas mis preguntas. Creo que mata sus ratos
de ocio pintando. Fue el primer día, aún con jet-lag…"
Para
Bolaño, la literatura siempre fue lo más importante, su vida, su
sueño en este sueño llamado realidad. Ya con dos premios importantes
bajo el brazo (el Rómulo Gallegos y el Herralde de novela) se dedicó
a trabajar arduamente en una novela que nunca acabaría 2666.
Lo
primero que me preguntó Lemebel fue qué edad tenía cuando
me fui de Chile. Veinte años, le dije. ¿Y entonces cómo pudiste
perder el acento chileno?, dijo él. No lo sé, pero lo perdí.
Es imposible que lo perdieras, dijo él, a los veinte ya no se puede perder
nada. Se pueden perder muchas cosas, dije yo. Pero no el acento, dijo él.
Bueno, yo lo perdí, dije yo. Es imposible, dijo él. Allí
hubiera podido acabar todo: el diálogo parecía un callejón
sin salida. Pero Lemebel es el más grande poeta de mi generación
y yo admiraba, ya desde España, la estela gloriosa y provocativa de Las
Yeguas del Apocalipsis".
Personalmente me gustan mucho el libro
de cuentos Putas asesinas y la novela Los detectives salvajes; el
escritor ecuatoriano radicado en España, Leonardo Valencia, en el artículo
Vestir a los desnudos, publicado en la revista Quimera, dice lo siguiente:
"...Bolaño cierra con obra y vida, en un brillante registro de crónica,
el capítulo de la narrativa latinoamericana de la última mitad del
siglo XX, capítulo que tan mal y penosamente estaban cerrando otros autores
contra los que Bolaño gastó demasiadas municiones: Isabel Allende,
Luis Sepúlveda y un largo etcétera. Bolaño cierra con la
receta de la que uno pretende liberarse luego de verla repetida en él:
premio barcelonés, novela total, testimonio, oralidad latinoamericana y
desprecio olímpico e ingenuo por la literatura española. Bolaño,
con Los detectives salvajes, cierra magistralmente, pero no abre: escribió
lo que esperábamos y necesitábamos leer -lo que a punto estuvieron
de completar La guerra de Galio y Santo Oficio de la Memoria". Yo estoy de
acuerdo con esta afirmación.
"Esto es lo que aprendí
de la literatura chilena. Nada pidas que nada se te dará. No te enfermes
que nadie te ayudará. No pidas entrar en ninguna antología que tu
nombre siempre se ocultará. No luches que siempre serás vencido.
No le des espalda al poder porque el poder lo es todo. No escatimes halagos a
los imbéciles, a los dogmáticos, a los mediocres, si no quieres
vivir una temporada en el infierno. La vida sigue, aquí, más o menos
igual".
En cambio, el escritor ecuatoriano radicado en EE.UU.,
Fernando Itúrburu, me dijo: "Algo raro ocurre con Bolaño, después
de lo que lo lees te queda el recuerdo y dan ganas de leerlo otra vez, como para
asegurarse o encontrar algo perdido". Es una bella reflexión, que
yo también estoy de acuerdo.
"Santiago sigue igual. Las
ciudades no cambian en veinticinco años. Aún se comen empanadas
en Chile. Las empanadas de Chile aún se llaman empanadas chilenas. Las
calles de Santiago siguen siendo las mismas que hace noventa y ochos años.
Santiago está igual que cuando caminaban por sus calles Teófilo
Cid o Carlos de Rokha. Todavía vivimos en la época de la Revolución
Francesa. Los ciclos son mucho más extensos y más densos y veinticinco
años no son nada".
Realmente sentí una pena enorme,
cuando me enteré sobre la muerte de Bolaño, el 14 de julio de 2003,
con apenas 50 años, mientras esperaba un trasplante de hígado; sin
duda ya era un autor consagrado y para muchos el mejor de las últimas décadas
entre los escritores latinoamericanos. Apenas supe su muerte, por un e mail proveniente
desde Argentina, de un joven escritor amigo mío llamado Miguel Antonio
Chávez, escribí esa noche un poema que se titula: Roberto te
callaste de pronto.
"En Chile todo el mundo escribe. Lo supe
la noche en que estaba esperando a que me hicieran una entrevista en directo en
un canal de televisión. Antes que yo iba a entrar una muchacha que había
sudo Miss chile o algo así. Tal vez sólo Miss Santiago o Miss Fundo
en Llamas. Lo cierto es que era una chica guapa, alta, que hablaba con la desenvoltura
vacía de las misses. Me la presentaron. Cuando se enteró que yo
había sido jurado del concurso de la revista Paula dijo que ella estuvo
a punto de enviar un cuento, que no había podido hacerlo y que lo haría
el año siguiente. Su desenvoltura era admirable. Espero que para la edición
del 99 tenga tiempo de mecanografiar su cuento. Le deseo la mejor de las suertes".
El
poema que menciono aparece en mi segundo poemario Mientras ella mata mosquitos
(Paradiso Editores, 2004). Cito: "Roberto te callaste de pronto/ sin decir
letra alguna/ en algún hospital de Barcelona/ el hígado que necesitabas
no llegó a tiempo/ me niego a creer que estés en el cielo o en el
infierno,/ esos lugares no son para ti/tú estarás en algún
lugar infinito/ escribiendo, sudando, haciendo el amor,/ nervioso, fumando como
loco/porque te tomabas todo tan en serio/como debe de ser, según tú./
Ya nadie te molestará ni interrumpirá/ tus sacrificios creativos,
tu escritura de fuego/ ni tu madre, ni tus enfermedades imaginarias/escribe, Roberto,
de donde estés/ escríbele a tus putas asesinas/ que no te olvidan
y escríbele/por favor, a esos detectives salvajes que te siguen/ las huellas
y no te dejan morir".
"Por momentos puede ser maravilloso
eso de que todo el mundo escriba porque uno encuentra colegas en todas partes,
y por momentos puede resultar pesado, porque cualquier gilipollas iletrado se
siente imbuido de todos los defectos y de ninguna de las virtudes de un escritor
verdadero. Nicanor Parra lo dijo: tal vez sería conveniente leer un poco
más".
Ahora, Roberto Bolaño descansa en paz. Pero
nos legó sus libros, sus visiones, sus ambiciones, sus terrores, sus miedos,
su energía creativa. Para muestra un botón: su última novela
póstuma publicada hace muy poco 2666, no cesa de ser premiada, de
ser elogiada y leída en muchos rincones del mundo. Su novela Detectives
salvajes fue elegida hace pocas semanas, por críticos y periodistas
chilenos, como la mejor novela chilena de los últimos 25 años en
Chile, todo un honor. Lo único triste, que veo en el entorno de este gran
escritor chileno radicado sus últimos años en España, es
que ahora hay una bolañomanía; dizque todo el mundo supuestamente
lo lee, lo cita, lo declama, le reza y hasta le ponen velas en sus pies. Me pregunto:
¿Si Bolaño estuviera vivo, le gustaría tanto circo a su alrededor,
que poco a poco parece estar devorándolo con sus llamas?
AUGUSTO
RODRÍGUEZ (Guayaquil, Ecuador, 1979) Ha publicado los poemarios: Ausencia
(Santiago de Chile, 1999), Mientras ella mata mosquitos (2004), Animales
salvajes (2005) y La bestia que me habita (2005). Sus textos aparecen
en varias antologías locales y del extranjero. Ha obtenido el Premio Nacional
de Poesía David Ledesma Vásquez (2005), el Premio Nacional Universitario
de Poesía Efraín Jara Idrovo (2005) y Mención de Honor en
el Concurso Nacional de Poesía César Dávila Andrade (2005).
Es el fundador del grupo cultural guayaquileño Buseta de papel.
Poemas suyos han salido en periódicos y en revistas impresas o virtuales
de Ecuador, México, Argentina, España, Colombia, Perú y Uruguay.
Editor de la revista literaria El quirófano.