TRES
UN PASEO POR LA LITERATURA
Roberto Bolaño
para Rodrigo Pinto y Andrés
Neuman
1. Soñé que Georges Perec tenía
tres años y visitaba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía
que era un niño precioso.
2. A medio hacer quedamos, padre, ni cocidos ni crudos,
perdidos en la grandeza de este basural interminable,errando y equivocándonos,
matando y pidiendo perdón, maniacos depresivos en tu sueño,
padre, tu sueño que no tenía límites y que hemos
desentrañado mil veces y luego mil veces más, como detectives
latinoamericanos perdidos en un laberinto de cristal y barro, viajando
bajo la lluvia, viendo películas donde aparecían viejos
que gritaban ¡tornado! ¡tornado!, mirando las cosas
por última vez, pero sin verlas, como espectros, como ranas
en el fondo de un pozo, padre, perdidos en la miseria de tu sueño
utópico, perdidos en la variedad de tus voces y de tus abismos,
maniacos depresivos en la inabarcable sala del Infierno donde se cocina
tu Humor.
3. A medio hacer, ni crudos ni cocidos, bipolares capaces
de cabalgar el huracán.
4. En estas desolaciones, padre, donde de tu risa sólo
quedaban restos arqueológicos.
5. Nosotros, los nec spes nec metus.
6. Y alguien dijo:
Hermana de nuestra memoria feroz,
sobre el valor es mejor no hablar.
Quien pudo vencer el miedo
se hizo valiente para siempre.
Bailemos, pues, mientras pasa la noche
como una gigantesca caja de zapatos
por encima del acantilado y la terraza,
en un pliegue de la realidad, de lo posible,
en donde la amabilidad no es una excepción.
Bailemos en el reflejo incierto
de los detectives latinoamericanos,
un charco de lluvia donde se reflejan nuestros rostros
cada diez años.
Después llegó el sueño.
7. Soñé entonces que visitaba la mansión
de Alonso de Ercilla. Yo tenía sesenta años y estaba
despedazado por la enfermedad (literalmente me caía a pedazos).
Ercilla tenía unos noventa y agonizaba en una enorme cama con
dosel. El viejo me miraba desdeñoso y después me pedía
un vaso de aguardiente. Yo buscaba y rebuscaba el aguardiente pero
sólo encontraba aperos de montar.
8. Soñé que iba caminando por el Paseo
Marítimo de NuevaYork y veía a lo lejos la figura de
Manuel Puig. Llevaba una camisa celeste y unos pantalones de lona
ligera azul claro o azul oscuro, depende.
9. Soñé que Macedonio Fernández
aparecía en el cielo de Nueva York en forma de nube: una nube
sin nariz ni orejas, pero con ojos y boca.
10. Soñé que estaba en un camino de África
que de pronto se transformaba en un camino de México. Sentado
en un farellón, Efraín Huerta jugaba a los dados con
los poetas mendicantes del DF.
11. Soñé que en un cementerio olvidado
de África encontraba la tumba de un amigo cuyo rostro ya no
podía recordar.
12. Soñé que una tarde golpeaban la puerta
de mi casa. Estaba nevando. Yo no tenía estufa ni dinero. Creo
que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién estaba al
otro lado de la puerta? Enrique Lihn con una botella de vino, un paquete
de comida y un cheque de la Universidad Desconocida.
13. Soñé que leía a Stendhal en
la Estación Nuclear de Civitavecchia: una sombra se deslizaba
por la cerámica de los reactores. Es el fantasma de Stendhal
decía un joven con botas y desnudo de cintura para arriba.
¿Y tú quién eres?, le pregunté. Soy el
yonqui de la cerámica, el húsar de la cerámica
y de la mierda, dijo.
14. Soñé que estaba soñando, habíamos
perdido la revolución antes de hacerla y decidía volver
a casa. Al intentar meterme en la cama encontraba a De Quincey durmiendo.
Despierte, don Tomás, le decía, ya va a amanecer, tiene
que irse. (Como si De Quincey fuera un vampiro.) Pero nadie me escuchaba
y volvía a salir a las calles oscuras de México DF.
15. Soñé que veía nacer y morir
a Aloysius Bertrand el mismo día, casi sin intervalo de tiempo,
como si los dos viviéramos dentro de un calendario de piedra
perdido en el espacio.
16. Soñé que era un detective viejo y
enfermo. Tan enfermo que literalmente me caía a pedazos.Iba
tras las huellas de Gui Rosey. Caminaba por los barrios de un puerto
que podía ser Marsella o no. Un viejo chino afable me conducía
finalmente a un sótano. Esto es lo que queda de Rosey, decía.
Un pequeño montón de cenizas. Tal como está,
podría ser Li Po, le contestaba.
17. Soñé que era un detective viejo y
enfermo y que buscaba gente perdida hace tiempo. A veces me miraba
casualmente en un espejo y reconocía a Roberto Bolaño.
18. Soñé que Archibald McLeish lloraba
-apenas tres lágrimas- en la terraza de un restaurante de Cape
Code. Era más de medianoche y pese a que yo no sabía
cómo volver terminábamos bebiendo y brindando por el
Indómito Nuevo Mundo.
19. Soñé con los Fiambres y las Playas
Olvidadas.
20. Soñé que el cadáver volvía
a la Tierra Prometida montado en una Legión de Toros Mecánicos.
21. Soñé que tenía catorce años
y que era el último ser humano del Hemisferio Sur que leía
a los hermanos Goncourt.
22. Soñé que encontraba a Gabriela Mistral
en una aldea africana. Había adelgazado un poco y adquirido
la costumbre de dormir sentada en el suelo con la cabeza sobre las
rodillas. Hasta los mosquitos parecían conocerla.
23. Soñé que volvía de África
en un autobús lleno de animales muertos. En una frontera cualquiera
aparecía un veterinario sin rostro. Su cara era como un gas,
pero yo sabía quién era.
24. Soñé que Philip K. Dick paseaba por
la Estación Nuclear de Civitavecchia.
25. Soñé que Arquíloco atravesaba
un desierto de huesos humanos. Se daba ánimos a sí mismo:
"Vamos, Arquíloco, no desfallezcas, adelante, adelante."
26. Soñé que tenía quince años
y que iba a la casa de Nicanor Parra a despedirme. Lo encontraba de
pie, apoyado en una pared negra. ¿Adónde vas, Bolaño?,
decía. Lejos del Hemisferio Sur, le contestaba.
27. Soñé que tenía quince años
y que, en efecto, me marchaba del Hemisferio Sur. Al meter en mi mochila
el único libro que tenía (Trilce, de Vallejo),
éste se quemaba. Eran las siete de la tarde y yo arrojaba mi
mochila chamuscada por la ventana.
28. Soñé que tenía dieciseís
y que Martín Adán me daba clases de piano. Los dedos
del viejo, largos como los del Fantástico Hombre de Goma, se
hundían en el suelo y tecleaban sobre una cadena de volcanes
subterráneos.
29. Soñé que traducía a Virgilio
con una piedra. Yo estaba desnudo sobre una gran losa de basalto y
el sol, como decían los pilotos de caza, flotaba peligrosamente
a las 5.
30. Soñé que estaba muriéndome
en un patio africano y que un poeta llamado Paulin Joachim me hablaba
en francés (sólo entendía fragmentos como "el
consuelo", "el tiempo", "los años
que vendrán") mientras un mono ahorcado se balanceaba
de la rama de un árbol.
31. Soñé que la tierra se acababa. Y que
el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka.
En el cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde un asiento de hierro
forjado del parque de Nueva York veía arder el mundo.
32. Soñé que estaba soñando y que
volvía a mi casa demasiado tarde. En mi cama encontraba a Mario
de Sá-Carneiro durmiendo con mi primer amor. Al destaparlos
descubría que estaban muertos y mordiéndome los labios
hasta hacerme sangre volvía a los caminos vecinales.
33. Soñé que Anacreonte construía
su castillo en la cima de una colina pelada y luego lo destruía.
34. Soñé que era un detective latinoamericano
muy viejo. Vivía en NuevaYork y Mark Twain me contrataba para
salvarle la vida a alguien que no tenía rostro. Va a ser un
caso condenadamente difícil, señor Twain, le decía.
35. Soñé que me enamoraba de Alice Sheldon.
Ella no me quería. Así que intentaba hacerme matar en
tres continentes. Pasaban los años. Por fin, cuando ya era
muy viejo, ella aparecía por el otro extremo del Paseo Marítimo
de Nueva York y mediante señas (como las que hacían
en los portaaviones para que los pilotos aterrizaran) me decía
que siempre me había querido.
36. Soñé que hacía un 69 con Anaïs
Nin sobre una enorme losa de basalto.
37. Soñé que follaba con Carson McCullers
en una habitación en penumbras en la primavera de 1981. Y los
dos nos sentíamos irracionalmente felices.
38. Soñé que volvía a mi viejo
Liceo y que Alphonse Daudet era mi profesor de francés. Algo
imperceptible nos indicaba que estábamos soñando. Daudet
miraba a cada rato por la ventana y fumaba la pipa de Tartarín.
39. Soñé que me quedaba dormido mientras
mis compañeros de Liceo intentaban liberar a Robert Desnos
del campo de concentración de Terezin. Cuando despertaba una
voz me ordenaba que me pusiera en movimiento. Rápido, Bolaño,
rápido, no hay tiempo que perder. Al llegar sólo encontraba
a un vieoj detective escarbando en las ruinas humeantes del asalto.
40. Soñé que una tormenta de números
fantasmales era lo único que quedaba de los seres humanos tres
mil millones de años después de que la Tierra hubiera
dejado de existir.
41. Soñé que estaba soñando y que
en los túneles de los sueños encontraba el sueño
de Roque Dalton: el sueño de los valientes que murieron por
una quimera de mierda.
42. Soñé que tenía dieciocho años
y que veía a mi mejor amigo de entonces, que también
tenía dieciocho, haciendo el amor con Walt Whitman. Lo hacían
en un sillón, contemplando el atardecer borrascoso de Civitavecchia.
43. Soñé que estaba preso y que Boecio
era mi compañero de celda. Mira, Bolaño, decía
extendiendo la mano y la pluma en la semioscuridad: ¡no tiemblan!,
¡no tiemblan! (Después de un rato, añadía
con voz tranquila: pero tamblarán cuando reconozcan al cabrón
de Teodorico.)
44. Soñé que traducía al Marqués
de Sade a golpes de hacha. Me había vuelto loco y vivía
en un bosque.
45. Soñé que Pascal hablaba del miedo
con palabras cristalinas en una taberna de Civitavecchia: "Los
milagros no sirven para convertir, sino para condenar", decía.
46. Soñé que era un viejo detective latinoamericano
y que una Fundación misteriosa me encargaba encontrar las actas
de defunción de los Sudacas Voladores. Viajaba por todo el
mundo: hospitales, campos de batalla, pulquerías, escuelas
abandonadas.
47. Soñé que Baudelaire hacía el
amor con una sombra en una habitación donde se había
cometido un crimen. Pero a Baudelaire no le importaba. Siempre es
lo mismo, decía.
48. Soñé que una adolescente de dieciséis
años entraba en el túnel de los sueños y nos
despertaba con dos tipos de vara. La niña vivía en un
manicomio y poco a poco se iba volviendo más loca.
49. Soñé que en las diligencias que entraban
y salían de Civitavecchia veía el rostro de Marcel Schwob.
La visión era fugaz. Un rostro casi translúcido, con
los ojos cansados, apretado de felicidad y de dolor.
50. Soñé que después de la tormenta
un escritor ruso y también sus amigos franceses optaban por
la felicidad. Sin preguntar ni pedir nada. Como quien se derrumba
sin sentido sobre su alfombra favorita.
51. Soñé que los soñadores habían
ido a la guerra florida. Nadie había regresado. En los tablones
de cuarteles olvidados en las montañas alcancé a leer
algunos nombres. Desde un lugar remoto una voz transmitía una
y otra vez las consignas por las que ellos se habían condenado.
52. Soñé que el viento movía el
letrero gastado de una taberna. En el interior James Mathew Barrie
jugaba a los dados con cinco caballeros amenazantes.
53. Soñé que volvía a los caminos,
pero esta vez ya no tenía quince años sino más
de cuarenta. Sólo poseía un libro, que llevaba en mi
pequeña mochila. De pronto, mientras iba caminando, el libro
comenzaba a arder. Amanecía y casi no pasaban coches. Mientras
arrojaba la mochila chamuscada en una acequia sentí que la
espalda me escocía como si tuviera alas.
54. Soñé que los caminos de África
estaban llenos de gambusinos, bandeirantes, sumulistas.
55. Soñé que nadie muere la víspera.
56. Soñé que un hombre volvía la
vista atrás, sobre el paisaje anamórfico de los sueños
y que su mirada era dura como el acero pero igual se fragmentaba en
múltiples miradas cada vez más inocentes, cada vez más
desvalidas.
57. Soñé que Georges Perec tenía
tres años y lloraba desconsoladamente. Yo intentaba calmarlo.
Lo tomaba en brazos, le compraba golosinas, libros para pintar. Luego
nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras
él jugaba en el tobogán yo me decía a mí
mismo: no sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie
te hará daño, nadie intentará matarte. Después
se ponía a llover y volvíamos tranquilamente a casa.
¿Pero dónde estaba nuestra casa?
BLANES, 1994........................
TRES
Roberto Bolaño
ColecciónEl Acantilado - 38
diciembre - 2000