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UN MAL SIN NOMBRE ES UN NÚMERO


Por Carlos Labbé
Sobrelibros.cl y Revista Ciertopez


En esto consiste la sabiduría: el que tenga entendimiento, calcule el número de la bestia, pues es número de un ser humano: seiscientos sesenta y seis.

(Libro del Apocalipsis 13, 18)

Cómo podría eludir la cifra que Roberto Bolaño escogió para su opera magna, cómo leer diferenciadamente uno de los dígitos de 2666 sin perder, a cambio, la maciza sensación de posteridad que emite su título. Cómo asustarme ante sus mil páginas, cómo declarar que de sus cinco partes recuerdo la de Fate, porque su relato es indómito, verborrágico, inesperado, taciturno, y no equilibrado, leve, empático y aséptico como la parte de los académicos europeos, personajes con los que paradójicamente me identifico. Para qué fingir que uno es el lector ideal (en varias ocasiones durante la lectura –digamos en la página 97, en la 314, en la 738 y en la 882- experimenté tal fastidio de la divagación bolañiana, que estuve tentado de imitar al condescendiente crítico que recomienda saltarse tal o cual parte y por ningún motivo perderse aquella otra); Bolaño mismo y su círculo editorial fueron víctimas de la impaciencia cuando discutían si era mejor publicar este novelón en cinco novelitas autónomas. Por sobre el problema de escribir y leer un libro de mil páginas en un mundo donde espantables comerciales televisivos de cincuenta segundos valen quince millones de pesos, cabe preguntarse por qué muchos intentan ser el lector ideal de 2666. Olvidemos los homenajes al difunto, su herencia y sus testaferros, porque ahí está la cifra, siempre la cifra. ¿Qué significa 2666?

Al cerrar la última página de esta novela, inevitablemente siento la pulsión de releerla, de iniciar una seria exégesis que arme el rompecabezas. ¿Entonces Archimboldi sacó de la carcel a Klaus y contrató a Lalo Cura para desbaratar el Cartel de Juárez, y de paso arrebatar a Rosa Amalfitano y a la novia de Espinoza de las garras de la muerte? ¿O bien Archimboldi era el jefe narco que desde Alemania coordinaba con Klaus los sacrificios de mujeres, por medio de transmisores telepáticos, como los que usaron con Amalfitano y los críticos europeos? Las novelas de Bolaño se basan en la pesquisa policial, por no decir detectivesca; se trata de buscar la pieza faltante del rompecabezas, no sólo en términos de la historia (los personajes Ramírez Hoffmann, Belano, Lima, Cesárea Tinajero y Archimboldi), sino también en el significado narrativo del hecho que nunca se exponga la identidad del narrador-personaje de La literatura nazi en América, Los detectives salvajes y 2666. Ciertamente ninguna de las tres obras magnas de Bolaño resuelve su enigma en el relato; acaso lo hagan en la estructura novelística, en su complejidad estética. Desde este punto de vista, 2666 compendia tanto La literatura nazi en América como Los detectives salvajes en las dos estrategias con que logra expresar su ambición sin recurrir a explicaciones, incluso dar un significado trascendente a su escritura, a su lectura: la denominación y la cita.

La denominación, es decir la capacidad narrativa de otorgar a un conjunto de fragmentos heterogéneos una unidad antes insospechada a través de un título o una calificación, cobra relevancia en 2666. Ya no se trata sólo del hallazgo conceptual que Bolaño toma de Borges -y Borges de Schwob, Bloy y De Quincey- para aglutinar aquella colección de biografías literarias ficticias bajo el rótulo de “literatura nazi americana”, y así volverla la novela de un debate –literatura y poder- o, con Montaigne, un ensayo sobre el rol de la creatividad en las ciencias políticas. Cuando en 2666 el narrador comenta que el personaje de Quincy Williams es más conocido como Oscar Fate, anuncia que éste tendrá que viajar al infierno de Santa Teresa; cuando Hans Reiter decide firmar su primera novela como Benno Von Archimboldi, ha comprado un pasaje al infierno de Santa Teresa. En su novela póstuma, Bolaño expone una teoría trágica de los nombres que podría refutar la ley de arbitrariedad del signo de Saussure; una teoría lingüística más cercana a la concepción griega del hado que al positivismo materialista, más cercana a Las metamorfosis de Ovidio que a Zola, y que, por lo tanto, lejos de funcionar según una lógica discreta –“el significante remite a su significado”-, se comporta de maneras inesperadas, aunque siempre buscando expandirse y prevalecer. Es así como en la quinta parte, la que finalmente explora al personaje enigma de la novela, presenciamos la génesis y proliferación de las otras cuatro partes; cuando Hans Reiter adopta el seudónimo de Benno von Archimboldi, está marcando prospectivamente –y según un capricho denominativo- la historia y los modos de narración que desencadenarán sus acciones: quiere llamarse Benno porque su mujer, la noche en que se conocieron, le habló de su admiración por los aztecas y por Benito Juárez, el estadista mexicano, prefigurando así no sólo el nombre de su propio destino, Santa Teresa -alias de Ciudad Juárez-, sino también el de las otras cuatro historias de 2666. Seguidamente, Reiter quiere que su apellido sea von Archimboldi, un apellido raro que señala, mediante un doble genitivo –germánico y latino-, su pertenencia a la casta de Archimboldo, el pintor renacentista que componía retratos de personas por medio de frutas, hojas y objetos; como el pintor que por medio de fragmentos obtenía totalidades -“el fin de las apariencias” (página 917)-, Archimboldi marca con su apellido la manera, los modos narrativos con que será contada la historia que él mismo desencadenará en Ciudad Juárez: una novela en cinco partes, cada una de las cuales esconde decenas de otras partes, como una imagen aproximada del infinito, de la inmensidad que Bolaño acostumbra llamar el abismo.

Un abismo, por supuesto, es una inmensidad que se dirige hacia abajo. Una caída, una colisión y la muerte. Allá abajo ya sabemos lo que hay, se habla una y otra vez del infierno de Santa Teresa para describir el lugar donde Archimboldi decide llevar a sus criaturas. Formalmente, 2666 es también una inmensidad; en su nota a la primera edición, Ignacio Echevarría, editor a cargo, confidente y estudioso del autor, se pregunta -igual que yo, en medio de mi lectura- cuál es el peligro de leer sin cesar las historias que la imaginación febril de Archimboldi teje al infinito. Echevarría transcribe un pasaje de otra novela de Bolaño, Amuleto, donde los personajes de Belano y Lima se pierden en “un cementerio de 2666, [en] las acuciosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo”.

Fiel al correlato autobiográfico con que definió tenazmente a sus personajes Belano y Lima, en su última novela Bolaño decide acompañarlos por los cementerios de 2666. Sin embargo, Bolaño es astuto. A diferencia de ellos, casi no se pierde en acuciosidades desapasionadas, por el contrario. Detalla uno por uno los cientos de asesinatos de mujeres jóvenes de Ciudad Juárez para que al recordar cada asesinato de pronto los recordemos todos; no sólo las violaciones que a diario sufren las mujeres de todo el mundo, también los millares de alemanes, rumanos, rusos y polacos muertos en el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial, como también los del frente occidental, y los judíos polacos y alemanes y rusos en los campos de exterminio; y los latinoamericanos que no alcanzaron a asilarse y a exiliarse en cada golpe de Estado; y los negros de los guetos estadounidenses todos los días; y los esquizofrénicos en los manicomios; y los árboles de los bosques; y los árboles de las ciudades.

Imaginemos al apóstol Juan muy anciano, el año mil y tantos después de la venida de Cristo, sentado en su mesa de la isla griega de Patmos, en el momento en que lo visita el ángel de Dios y le muestra las visiones del Apocalipsis. Ahora consideremos por última vez la erudición de un escritor como Bolaño, en cómo 2666 es la cita más arriesgada que hizo nunca en sus textos, qué ganas de leer las notas al margen de su Biblia. Como en el libro del apóstol Juan, el número refiere a la bestia, que es el Mal, que es el nombre que Bolaño da a aquella inmensidad que abarca su libro.

 

 


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Un mal sin nombre es un número.
2666 de Roberto Bolaño.
Por Carlos Labbé.
Sobrelibros.cl y Revista Ciertopez.
25 de Abril de 2005.