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Ay, padre mío
Por Juan Manuel Vial
La Tercera Cultura, sábado 12 de enero de 2008
La ganadora del último Premio Jaén de Novela —Bosque Quemado, de Roberto Brodsky— puede leerse como la
crónica profunda y bien estructurada de una disgregación familiar ocurrida a partir de dos hechos
casi simultáneos:
el adulterio que comete la madre del narrador y el exilio que
emprende el padre del mismo tras el golpe militar de 1973.
La cuarta novela de Roberto Brodsky —obra que a más de algún vivaracho le parecerá de corte indudablemente autobiográfico— está basada en la relación del narrador con su padre, Moisés, un destacado cardiólogo judío que "en los años 70 se había comprometido con el Partido Comunista como parte de una generación de profesionales que veía en la salud pública la verdadera misión de la medicina". A raíz de ello, el médico debió abandonar el país luego del golpe de Estado de 1973 y, de ahí en adelante, casi siempre acompañado del menor de sus hijos -el mismo que narra-, fijó breves residencias en Buenos Aires y Caracas, hasta asentarse definitivamente en Lechería ("la vida entera se le había ido en Lechería"), un lugar perdido en la costa tropical de Venezuela en el que permaneció por casi una década antes de regresar a Chile para siempre.
Bosque Quemado es la crónica de una disgregación familiar sentenciada a partir de dos hechos casi simultáneos: una traición sentimental (el adulterio que comete la madre del narrador) y una derrota política de insospechadas consecuencias (la asonada militar). En palabras más
precisas, esta novela es la novela que el protagonista, un fotógrafo que retoma en la adultez una juvenil afición por la escritura, escribe para cumplir con el ritual de dejar ir a los muertos en paz, pero no intocados: "Dar cuenta de mi padre, hacer fe de él, equivalía, sin embargo, al mayor de los abusos que podían cometerse. Al revés de aquellos clásicos progenitores que no dejan crecer a sus hijos, aquí era el hijo quien no dejaba morir a los padres".
El título de este libro alude al mal de Alzheimer, la enfermedad que aquejó a Moisés durante el último período de su vida: "Es un bosque quemado", dijo el doctor Pichard, y en seguida agregó: "Imaginen que su cerebro fue víctima de un incendio que arrasó con recuerdos, referencias, memoria, todo. El único consuelo que puedo dar es que él no lo sabe". La evanescencia de la memoria del progenitor queda perfectamente anulada con el relato del padre que emprende el hijo, recreación nervuda que, evidentemente, está muy ligada a sus propias circunstancias: "Por lo demás, aquí era yo quien había intentado engañar al padre, silenciando los amores adúlteros de la madre y el tendencioso caos guardado bajo el espejismo
familiar".
Además de algunas menciones explícitas a Kafka, Freud, Joseph Roth y Shakespeare, todas entrelazadas de una u otra forma a la figura paterna del narrador, es muy posible que los seguidores de Philip Roth distingan más de alguna conexión entre Bosque Quemado y Patrimonio, aquella novela que el escritor estadounidense de origen judío destinó a rescatar la memoria de su padre cuando éste se vio enfrentado a una grave operación quirúrgica.
Moisés, un guerrero a quien le tocó perder en esta vida, "había cumplido, se había incorporado; era chileno. El conflicto quedaba aplacado. Había relegado su judaismo a un lugar secundario tal como lo exigía la sociedad de la época al recibir a los inmigrantes hebreos que pasaban del otro lado de la cordillera a comienzos del otro siglo, cuando aún no cumplía 15 años, y sin lamentarlo había amarrado luego su suerte a la ideología del partido de los pobres. ¿Podía culpársele de no haber calculado bien? Al contrario: de entre los partidos burgueses, el comunista chileno era de los más confiables".
Dejando de lado algunos párrafos en los que el autor pretende
condensar un alarde demasiado cacofónico de recursos narrativos, obviando dos o tres raptos de retórica inútil, y pasando por altos un par de frases similares a "y en la voracidad del joven grafómano remedo hasta la saciedad los modos y las formas que extenúan mis posibilidades de aplazamiento" —falencias notoriamente distinguibles en la primera de las cuatro partes del libro—, da gusto, mucho gusto, leer una novela cuya estructura está montada sobre roca sólida, especialmente cuando en la narrativa chilena actual no abunda este sistema de anclaje en lo perdurable.
Bosque Quemado
Roberto Brodsky
Mondadori, 2007. 226 págs.