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El pasado
infrarrealista de Bolaño
Por Matías Sánchez
A mediados de los 70, en México
DF, una pandilla de amigos se propone “volarle la tapa de los sesos
a la cultura oficial”. El grupo lo conforman no más de treinta
“alegres muchachos proletarios”. Y sus líderes: Roberto Bolaño
y Mario Santiago –la dupla maldita de la literatura latinoamericana
contemporánea- tienen apenas 23 años. Hoy ambos están
muertos, pero sus indivisibles vidas-obras viven para contar el “sueño
de los valientes que murieron por una quimera de mierda”.
Roberto Bolaño llegó a México
cuando tenía 15 años. Dos años después,
en 1970, cambió el colegio por las calles y se afanó
por convertirse en escritor. Sus padres, León Bolaño
y Victoria Ávalos, simpatizaban con el gobierno de la Unidad
Popular. Entonces el gobierno de Allende entusiasmaba a los intelectuales
de izquierda en todo el mundo y México no era la excepción.
Bolaño viajó a Chile a comienzos del 73 convencido de
que quizás por primera vez la vida estaba en su país
natal. La idea era combatir en la resistencia, hacer la revolución.
Viajó por tierra y mar al estilo del Che Guevara pero de Norte
a Sur. Cuando llegó, un par de meses antes del golpe, se encontró
con que la resistencia no era tal. Al menos no con pistola en mano.
Entonces vino el golpe militar y fue tomado detenido. Su aspecto revolucionario
y su acento mexicano conspiraron en su contra. Este periodo, los meses
anteriores y posteriores a su detención, lo cuenta en su novela
Estrella Distante (Anagrama, 1996). Ocho días después
fue puesto en libertad, tras lo cual volvió a México
masticando frustración.
Pero la frustración no era franquicia del chileno. Por ese
entonces la influencia de Octavio Paz en la cultura mexicana era incontrarrestable.
Y peor, detrás de él surgió una tropa de poetas
e intelectuales que recogían sus sobras. Los poetas más
jóvenes los llamaban peyorativamente los “poetas estatales”,
pues se rumoreaba que cobraban del PRI todos los meses a cambio de
callar sus denuncias.
Esta chatura cultural se reflejaba en todo. Prensa, fundaciones y
talleres. Un grupo de jóvenes poetas asistían dos veces
por semana al taller de poesía de la UNAM, a cargo de Juan
Buñuelos.
Los alumnos leían sus poemas y Buñuelos los criticaba
invariablemente. Sesión tras sesión, los jóvenes
sentían que no aprendían nada. “Vamos a leer a los clásicos,
Juan”, eran las peticiones recurrentes. “Estudiemos el Siglo de Oro
español, Juan”. Pero Buñuelos como si no escuchara.
Así ocurrió hasta una tarde de 1974, cuando Mario Santiago,
la otra mitad del Infrarrealismo, se presentó al taller con
la renuncia del coordinador en la mano.
-Juan leyó el texto, y mientras la mayoría de los talleristas
suscribíamos la hoja su rostro cambiaba de color y él,
con contenida cólera, nos decía: “¡Qué
buena broma, muchachos! ¡Qué buena broma!” Quienes lo
enfrentaron con más decisión fueron Mario Santiago y
Héctor Apolinar: “No es broma, Juan, no te queremos. No sirves
tú para estas cosas” –cuenta Ramón Méndez Estrada,
uno de los infrarrealistas.
Estos son los antecedentes del movimiento. Sólo faltaba que
Bolaño y Santiago se conocieran. El encuentro se produjo en
1975 en el Café La Habana, que luego se convertiría
uno de los centros de reunión de la pandilla. Esa noche Mario
Santiago le entregó a Bolaño un fajo de poemas que el
chileno leyó durante la madrugada. Ambos eran flacos, ariscos,
solitarios y jóvenes. Fue la génesis de la amistad y
del movimiento.
“Roberto y Mario se encuentran, beben, tan jóvenes, tan pobres,
café. Se miden. Se olfatean. Lanzan dudas que no quedan sin
respuesta. Ambos descubren el par tan buscado, el par duro e intolerante,
el par voraz de lecturas, pendencias y curiosidad. Los detectives
salvajes acuerdan su primera misión, denostar a Octavio Paz,
el gran enemigo”, escribe el crítico mexicano Arturo Mendoza.
Poco después, entre fines del 75 y principios del 76, en casa
del poeta chileno Bruno Montané, surge el Movimiento Infrarrealista.
Este era un nuevo modo de pensar y hacer poesía. Y Su motivación
no era otra que “volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial”.
En palabras de Bolaño, “partirle su madre a Octavio Paz”.
Los infrarrealistas se volvieron contra el fundador de la revista
Plural porque representaba todo aquello que odiaban, una intelectualidad
a la que le daba lo mismo servir o no de conciencia a la clase dominante.
A partir de entonces los infrarrealistas irrumpieron en los recitales
poéticos de Paz y sus secuaces.
“Se iban a los recitales de Octavio Paz y de otros que detestaban.
Y los callaban con poemas infrarrealistas, declamados a grito pelado
para acallar a un poeta inerme, sorprendido o quizás aterrado
por esa turba violenta que no buscaba sobresalir ni tener reconocimientos
literarios”, explica Mendoza.
Esto era fundamental. Los Infrarrealistas eran marginales y se enorgullecían
de serlo. Su principal valor era estar fuera de la maquinaria cultural,
como soles oscuros perdidos en el espacio.
Las irrupciones infras contribuyeron a la formación de una
leyenda negra en torno al grupo. Los “poetas estatales” los calumniaron
y los marginaron de los diarios. El resultado: los infrarrealistas
no existían para la oficialidad más que como una leyenda
de revoltosos.
Vida y Revolución
Pero el trabajo del grupo no se limitó a sus románticas
irrupciones. Estaban convencidos de que todo lo que hicieran entonces
sería la llave del tiempo. Así como en Estados Unidos
existían los Beatniks, en México habían surgido
los infrarrealistas.
Una noche del 76, en la Librería Gandhi del DF, se realizó
la lectura pública de “Déjenlo todo nuevamente, primer
manifiesto infrarrealista”. En la actualidad el manifiesto, redactado
íntegramente por Roberto Bolaño, es objeto de estudio
en numerosas facultades. En él se sientan las bases del movimiento
que postulaba la auto marginación de las grandes editoriales
y la concordancia entre vida y obra del poeta. Pues para los infrarrealistas
no bastaba con ser poeta, también había que arriesgarse
a vivir como un verdadero poeta. De esta forma, marginalidad, degradación
y errancia se volvieron los principales mandamientos.
-“El riesgo siempre está en otra parte” –dice el manifiesto-,
“el verdadero poeta es el que siempre está abandonándose.
Nunca demasiado tiempo en un mismo lugar, como
los guerrilleros, como los ovnis, como los ojos blancos de los prisioneros
a cadena perpetua”.
El manifiesto comienza con una cita del cuento “La Infra del Dragón”
del ruso Georgij Gurevich. Éste traza la imagen de los “infrasoles”
o “soles negros”. Se trata de planetas oscuros en cuyo interior generan
vida propia, independientes de un exterior que los ignora. Bolaño
compara estos cuerpos con los poetas infrarrealistas dentro de la
constelación cultural mexicana. Y su fin ulterior era impulsar
la revolución. Para Bolaño, una suerte de revancha de
lo ocurrido en Chile después del golpe de estado.
De ahí que el manifiesto también ataque con vehemencia
las brechas sociales:
-“Son tiempos duros para la poesía, dicen algunos, tomando
té, escuchando música en sus departamentos, hablando
(escuchando) a los viejos maestros. Son tiempos duros para el hombre,
decimos nosotros, volviendo a las barricadas después de una
jornada llena de mierda y gases lacrimógenos”.
El infrarrealismo se propuso como la punta de lanza de la fallida
revolución latinoamericana de los 70, siguiendo el ejemplo
del movimiento peruano Hora Zero y “las mil vanguardias descuartizadas
en los sesenta”, explica el manifiesto.
Los infras postularon la necesidad de una nueva ética, consecuente
con el momento histórico que vivían: “Nuestra ética
es la Revolución, nuestra estética la Vida: una-sola-cosa”.
Definidos sus fundamentos, el grupo empezó a publicar revistas
y antologías de baja circulación. Entre ellas A Zarazo
0, Pájaro de calor, Correspondencia Infra y Muchachos
desnudos bajo el arcoiris de fuego.
El texto finaliza con un verso de Arthur Rimbaud: “Déjenlo
todo, nuevamente, láncense a los caminos”. Y el mandato se
cumplió.
Detectives Salvajes
Roberto Bolaño dejó México en 1977. Antes lo
habían hecho Mario Santiago, Bruno Montané y Juan Harrington,
quien habría inspirado a Juan García Madero, protagonista
de Los Detectives Salvajes.
Los infrarrealistas se tomaron en serio el asunto de dejarlo todo
y lanzarse a los caminos y el paradero de cada uno se volvió
difuso. Santiago partió a Israel, Bolaño anduvo por
África, Francia y finalmente recaló en Cataluña.
Otros tantos permanecieron en México, pero todos, salvo Bolaño,
volvieron alguna vez. Repartidos cada cual a su suerte desempeñaron
todo tipo de oficios. Bolaño trabajó de vigilante de
camping, lavaplatos, camarero, descargador de barcos, basurero y recepcionista.
Las cartas, como era de esperar, se volvieron vitales.
-Querido Juan, de Mario sin noticias últimas. Bruno estuvo
viviendo con él hace cosa de un mes. Yo viví con él
hace dos meses. Conoce París como si fuera la Colonia Portales.
Es amigo de los poetas jóvenes de París. Según
Bruno, Mario asola los mercados Potin. Iba a sacar una revista con
gente chilena y peruana y francesa. La revista sería bilingüe.
No sé qué habrá pasado" –le escribió
Bolaño desde Barcelona a Juan Pascoe en 1977, editor y fundador
del Taller Martín Pescador, sello donde el autor de 2666
publicó Reinventar el Amor.
Inevitablemente los amigos se perdían el rastro por periodos,
pero procuraban mantenerse al tanto de sus actividades. Los infrarrealistas
describen la amistad de Bolaño con Santiago como la piedra
angular del grupo.
"La dedicación de Roberto por Mario era notoria, y duró
toda su vida, y duró más que la vida de Mario. Recuerdo
que cuando llegué a quejarme de Mario en una de las cartas
que le envié a Barcelona, Roberto me respondió: 'Sé
buena y comprensiva con Mario, aunque te llame a las tres de la mañana
y te interrumpa un polvo. Cuélgale el teléfono, pero
quiérelo. El día que Mario se muera se van a ir literalmente
a la chingada un montón de cosas que harán mucho más
pobres a los que viven en México y a los que hemos vivido en
México'", explica Carla Rippey, artista norteamericana
que los conoció a ambos durante la génesis de movimiento.
Mario Santiago murió atropellado por un camión en el
DF el 15 de julio de 1998. Antes de su muerte, Bolaño le anunció
que sería Ulises Lima en una novela que entonces estaba terminando
de escribir.
-“Estoy con las ventanas abiertas, afuera llueve, una tormenta de
verano, rayos, truenos, esas cosas que excitan o que impelen a la
melancolía. ¿Cómo está México?
¿Cómo están las calles de México, mi fantasma,
los amigos invisibles? ¿Sigue en pie Al Este del Paraíso
o ya entró en el sueño de los justos? Cuando mejore
mi economía apareceré por tu casa una noche cualquiera.
Y si no, es igual. El trecho que recorrimos juntos de alguna manera
es historia y permanece. Quiero decir: sospecho, intuyo que aún
está vivo, en medio de la oscuridad, pero vivo y todavía,
quién lo iba a decir, desafiante. Bueno, no nos pongamos estupendos.
Estoy escribiendo una novela donde tú te llamas Ulises Lima.
La novela se llama Los Detectives Salvajes. Un fuerte abrazo.
R.”
Homenaje o traición
“Latinoamérica está sembrada con los huesos de estos
jóvenes olvidados”, dijo Bolaño en 1999 al recibir el
Premio Rómulo Gallegos por Los Detectives Salvajes.
“Desde sus primeros poemas de los 70 hasta sus novelas y cuentos de
los 90, Bolaño plasma el fracaso de una generación quebrada
por la violencia de Estado, pero marcada también, por la valentía
y la generosidad de quienes pensaron la vida y la literatura como
instrumentos posibles al servicio de un quimérico sueño
destinado a la derrota”, escribe la académica de la Universidad
de Buenos Aires Andrea Cobas.
Con su libro el escritor chileno rindió un justo homenaje a
sus amigos. Muchos de ellos aparecen en el libro. Pero este hecho
rompió con uno de los principios del grupo: la automarginación
de la industria editorial, lo que hasta hoy desata veladas críticas
de quienes siguen considerando la marginalidad como un valor.
-Yo nunca voy a ser novelista, decía. Mira qué nalgas
se necesitan para escribir tantas cuartillas. ¡Viva la poesía!.
Pero la sorpresa es que sí se volvió novelista. Cuentista
ya lo era. Siempre he dicho que prefiero la poesía de Roberto
a su prosa –escribió José Peguero, en una crítica
a El Gaucho Insufrible aparecida en la revista Lateral.
-Mario Santiago, Bruno, Piel Divina y José, en cambio, fueron
más consecuentes con su vocación por la marginalidad,
por romper con los círculos literarios, por hacer de su vida
un poema maldito. Sólo Roberto le apostó al reconocimiento
–declara Guadalupe Ochoa, Xóchitl García en Los Detectives
Salvajes.
A pesar de esta ironía, el sentimiento que parece primar en
el recuerdo de los infrarrealistas es de afecto para con Bolaño.
-Siento que lo que aglutinó todo fue, por un lado, la coherencia
del discurso de Bolaño con la vehemencia del discurso estético
vital de Mario Santiago. En pocas palabras: Roberto retrataba un corazón
sangrante; Mario lo traía en la mano", explica Juan Esteban
Harrington.
El mismo José Peguero termina su artículo diciendo:
-Finalmente el detective es quien nos salvará de la ignominia,
por él se sabrá que los compañeros cayeron en
el cumplimiento del deber. Bruno Montané tiene toda la razón:
Roberto es el hombre-obra. Sus historias no paran en el libro, cuando
dice punto final uno vuelve a empezar a leerlo, como si fuera una
revista de la sala de espera de un dentista. Su literatura no termina
nunca, ¿por qué?”
Antes de su muerte en 2003, a causa de una crisis hepática,
Bolaño declaró que el Infrarrealismo se acabó
cuando Mario y él dejaron México. Básicamente
“porque el movimiento era la locura de Mario y mía”, dijo.
En la actualidad los infrarrealistas siguen trabajando de manera silenciosa.
Celebran recitales poéticos y se autoeditan sus revistas y
libros. ¿Cómo se puede interpretar el ninguneo de Bolaño
de esta última declaración? ¿Realmente el Infrarrealismo
se extinguió en 1977 o es éste un gesto de devolución
de anonimato? Sólo Bolaño sabe la respuesta. Y se la
llevó a la tumba.