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Roberto Bescós, poeta
“San Antonio es una ciudad dolida”

por Felipe Montalva
Con algunas enmiendas, esta entrevista fue publicada por revista Punto Final, N° 835, agosto de 2015



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Invierno en San Antonio. Por el Paseo Bellamar menudean los turistas, flanqueados por numerosos comercios eventuales: Estatuas humanas, titiriteros, artesanos ambulantes y hombres vestidos de Mickey y Minnie Mouse que piden una moneda por acompañar en una fotografía. El itinerario también puede transitar por el costado de las ruinas del Sindicato de Estibadores y Desestibadores, donde un monolito recuerda a los obreros asesinados en 1973 y el párrafo inscrito allí que reitera: “A Chile le hace falta la justicia; a Chile le hace falta...”. Un hombre vende películas en DVD y VHS instalado sobre esos restos. A metros de allí, algunas familias levantan sus celulares y se registran, usando como telón de fondo, el cardumen de lanchas de los pescadores artesanales de Puertecito y los gigantescos barcos mercantes. Si se continúa caminando hacia el norte, aparecen los módulos de los artesanos, instalados hace décadas en este terreno, propiedad de la Empresa Portuaria de San Antonio (EPSA). Tras estos, el mall, el hotel y el casino, que taparon la vista al mar. O que también funcionan como escenografía de una ciudad abigarrada, disonante.

San Antonio es el lugar desde donde escribe Roberto Bescós. Poeta que, pese a haber nacido en Santiago hace 65 años, se ha avecindado hace décadas en el proclamado primer puerto de Chile por su movimiento de carga. San Antonio: La tierra de La Negra Ester, el Chupete Suazo, Chinoy, Pato Patín y, claro, de Roberto Bescós. (Re)animador cultural de la ciudad en tiempos en que la cultura requería cuidados intensivos, allá por los años 80, donde este hombre fundaba las revistas Trapysonda y Caballomar. Referente para nuevas generaciones de poetas, como lo fue el grupo Buceo Táctico y Florencia Smiths. Relevado en su valía por el también escritor y polemista Marcelo Mellado, durante su período sanantonino. Tras varios títulos, entre estos la notable antología Cilantro (Economías de Guerra, 2007), Bescós acaba de publicar La ciudad que no es (RiL editores, 2015), que en 74 páginas realiza el ejercicio de hablar de su ciudad-puerto; de lo que es y de lo que no es; de sus mitos y de las demandas de su gente; también de los recuerdos. Como si se tratara de la voz de un fantasma que atraviesa los intersticios del sitio, como señala el autor. Hojeamos, fragmentamos y pasamos el destacador: Puerto del viento (...) camiones cargados con sombras (...) caldo de cultivo de delitos de la memoria (...)  trenes (...) terremotos (...) barrios atorados en dunas encementadas. Piezas del San Antonio descrito por Roberto Bescós.  

Nos sentamos un rato con el poeta en el paseo Bellamar. “Créame usted que quisiera estar lejos del litoral de los poetas/lejos de los poetas i del departamento de medio ambiente/sin embargo por decisión unánime de la asamblea de mi club aquí me tiene frente al océano pacífico i a almacenes parís”, puede leerse en el capítulo final de La ciudad que no es.  Estamos a un costado de los módulos de los artesanos, donde se extiende la línea del tren, “el del ácido sulfúrico, que pasa piolita por aquí”, como señala, sobre uno de los elementos abordados en su libro. Los artesanos que trabajan en el paseo llevan 30 años en este lugar y a Bescós le preocupa que una posible ampliación del puerto los obligue a trasladarse. “La mirada que da la autoridad sobre el Paseo es que es una ventana al Pacífico, una ventana a San Antonio, pero nosotros lo vemos desde nuestro punto de vista, como es la permanencia que hemos tenido, que representa otra cosa en la ciudad: El trabajo sociocultural de la gente y su identidad”.

Bescós señala que la palabra habitual desde EPSA es “mitigación”. Pone por ejemplo la playa de Llolleo, donde vivió durante años, cerca de las lagunas llamadas Ojos de Agua, hoy convertida en patio de contenedores. “Como mitigación EPSA le daría a la ciudadanía el sector norte. Dicen que habrá hoteles, restaurantes, juegos infantiles y artesanos; es decir, la ciudadanía recupera lo que perdió en la zona sur de la ciudad”, comenta. En 2010, fue un decreto supremo del gobierno de Sebastián Piñera el que permitió la ampliación del puerto desde Llolleo hasta la ribera norte del río Maipo. Dicho decreto es también una pieza de su libro: “Aquí en ascuas/abajo el decreto supremo/ devuelvan el horizonte/ alí babá es tu cielo a azulado i la corriente marina del clan matte/plebiscito para cambiar la placa de nazca i la canción nacional”, se lee al inicio del capítulo 9.

“El puerto es una franja poderosa. Desde la baranda a la ciudad es otra la historia. En los cerros, por ejemplo. La mirada del ciudadano y que uno aprecia claramente. Si hasta hace poco figurábamos entre las ciudades más pobres de Chile, en ingreso per cápita. El San Antonio profundo está lleno de carencias. Entonces, hay una contradicción muy evidente entre lo que representa y sugiere el desarrollo portuario, sus números, y lo que es la ciudad. Esta es una ciudad dolida. Las contradicciones son abismales, entonces, para mi, las mitigaciones son un charchazo”, señala el autor.

El fatídico 2010 marca el inicio de la escritura de los textos que formarían La ciudad que no es. Roberto Bescós indica ciertos estímulos del momento: “Hubo un pintor de la zona que hizo un video, llamado “San Antonio querido. La ciudad traicionada” (Milko Fernández Covich, 2011), que a mí me gustó mucho. Pero estaba además, la mirada de alguien de fuera. Me refiero  a una columna de Antonio Gil (en Las Últimas Noticias, “Bienvenidos a Flaitelandia”, 2009) que pasó un día por esta ciudad y fue muy crítico y luego la gente acá pedía la cabeza del columnista. La pregunta que uno se hacía es por qué tanto revuelo si lo que dijo era verdad. Pero además, estaban las luchas de la gente: Por la playa; contra los trenes de ácido sulfúrico; la polémica sobre el mall; la situación de los artesanos. Entonces había un pretexto importante. La respuesta era armar un texto que fuera lo más cercano a registrar la atmósfera. Es un tema de intuiciones; de pasar por los intersticios de la ciudad, como un fantasma o un ánima en pena (se ríe brevemente). Mi concepción es que el libro es topografía. Es una construcción topográfica de San Antonio”.

La memoria está muy presente en el libro y llevas 60 años viviendo aquí ¿San Antonio siempre fue así, con estas carencias, con estas contradicciones?
— “De lo que tengo memoria, en 1961, San Antonio era un pueblo abandonado. Los viejos luchadores sindicales entendían así la realidad. Como si fuera una nave escorada siempre hemos estado luchando a brazo partido para poder avanzar. Veo los viejos que tienen su sucucho, su almacén, luchando... Tal como los trabajadores municipales. ¿Cuál es el tejido social de San Antonio? En los años 40 se vino mucha gente del campo. De Rapel, de Matanzas, de Melipilla, por ejemplo. La mayoría entró a trabajar al puerto, otros se transformaron en pescadores y otros en municipales, recolectores de basura. El sector pudiente lo representaban los comerciantes, muchos de ellos, turcos. Entonces, siempre ha habido una pobreza. Algunos hablan de una época de oro que, en verdad, fue inexistente. Si podemos hablar de alguna, bueno, hubo años en que llegaban buenas naves, como el trasatlántico Donizetti, que traían turistas que se iban para el barrio rojo. Entonces, la mejor memoria que hay de un San Antonio de oro es en el puterío. Si lees La Negra Ester representa ese cuento. Otra época de oro es la de las luchas, en los años 50-60, la que dieron los compañeros anarcos, como Julio Reyes o algunos socialistas, en el mismo puerto”.

Para Bescós, San Antonio siempre ha querido pertenecer a algo pero se mantiene al margen. “Durante mucho tiempo fue departamento de la provincia de Santiago. Pero se luchaba por autonomía, por generar una provincia con Melipilla o Rancagua. Luego fue parte de Valparaíso, y quería desanexarse. Al final siempre ha estado con la brújula loca”. Bescós no deja de mencionar otro aspecto ominoso de la ciudad: El regimiento Tejas Verdes y la impronta sangrienta del coronel Manuel Contreras y los albores de la DINA. “...Que le introduce a este puerto otro tema. Algo pendiente. Que a varios nos provoca que tengamos un prestigio bastante penca. Que tengamos la escuela del horror es una contradicción macabra”, comenta.



LA POESÍA ES FUNA

Escribes en un momento: “acuérdate carlitos caluje de las finadas ranas del arroyo que ayer cantaron con nosotros el rock del mundial/acuérdate que por las noches cuando la luna se aposaba en las aguas lentas las ranas que en paz descansen calabánse en nuestros sueños/ya no se oyen croar las ranas mientras  dormimos/que vuelvan a croar las ranas/peligro a metros/peligro de estarse aquí/ i no estar” ¿La ciudad que no es es la ciudad de la memoria?
— “Aquí hubo institutos binacionales, en los años 60. Uno chileno-chino, otro chileno-soviético, otro chileno-hispano. La gente pregunta en qué época estuvieron y por qué ya no queda ninguno. O por qué estuvieron; quiénes lo conformaban. Pueden ser bolsones simpáticos en la memoria porque finalmente pasaron sin pena ni gloria. Uno mira muy fragmentariamente. Lo que hay finalmente es lo que tenemos. O no tenemos. Da para hacer un juego: Lo que es y lo que no es. Los que estábamos y no estábamos.  Alguien dijo que estábamos refundando la ciudad recién. Felizmente. Estamos reconstruyendo la ciudad con elementos subjetivos, de la memoria. Tal vez esa es la finalidad, claro que cuando uno estaba armando el texto no pensaba en esto”.

En la parte final del libro, en el capítulo denominado “Documentario” hay fotografías de los textos originales de La ciudad que no es. Notable detalle porque Roberto Bescós es un escritor que no renuncia al manuscrito. Al lápiz y al papel. Es uno de sus rasgos.

“A mí de cabro chico, me gustaba mucho dibujar. Mi padre tenía una pequeña tienda, entonces, yo sacaba unos cuadernos y dibujaba historietas. Recuerdo que mis primeros escritos, intrascendentes, sólo tirando lápiz, tienen que ver con el dibujo. Cuando uno va dando la curva en cada elemento gráfico, que son las palabras, es un goce estético que tiene el dibujante o el pintor, más aún, al ejercitarlo diariamente durante años. Hoy, en esta época digital, puede ser extemporáneo pero en cada texto que escribo debo tener cierto tipo de lápiz, de papel o cuaderno. Quizás es una maña de viejo pero es así. Este texto lo tengo con un tipo de papel, blanco, porque tenía que ser así.  Frente al computador tengo una tranca troglodística”.

El texto posee la silueta de frases que pueden componerse de pocas palabras. A veces, sólo de una. Algunas funcionan como lemas. “Mi anhelo es recuperar el agua”, “Devuelvan el horizonte”.
— “Son las cuñas. En el fondo, hay un alegato que es ciudadano que hay que incorporarlo. Nos metimos en eso. Hacemos que el lenguaje, que es creación poética, incorpore estos eslóganes que están puestos para molestar. Estuve remirando la ciudad para construir un texto donde se la vea. También metí galleta, es decir, deseché texto porque no quería redundar. Este es un trabajo individual pero también de hablar con la gente, con amigos, qué debe ir, qué sacar”.

En un momento anotas: “estoi contando una historia que se resbala/la historia discreta de la ciudad desaparecida/extraviada en algún paseo de curso/perdida/maltratada/me mojo el poto/poesía es funa.
— “Creo que ahí hay una especie de arte poética. La poesía tiene que visibilizar situaciones; cooperar para que se clarifiquen; funar elementos negativos dentro de la sociedad. Tiene que provocar, romper mitos, revelar cuestiones. Destruir, ser un terremoto. Funar a gente. En qué intensidad; eso es otro cuento”.




 


 

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