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La novela sin apellidos: ¿caducó Bolaño?

Por Carlos Labbé
http://www.libros.lecturasciudadanas.cl/

 


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La seducción del relato lírico en singular con que los libros de Roberto Bolaño intervinieron entre nosotros, lectores ávidos de una tradición renacentista, romántica, vanguardista y capitalista, caducó 656 a ños antes de lo que este autorprofetizaría elusivamente en su póstuma e incompleta opera magna. Desde 2011 la primavera árabe, los indignados, los Occupy, los movimientos estudiantiles, las marchas en Grecia y Brasil, ahora mismo las protestas antibélicas en Ucrania y Venezuela, también las masivas manifestaciones electrónicas contra la discriminación sexual en Uganda, Rusia y Chile, sobre todo Chile, cambiaron por completo el lenguaje de la derrota con que los ámbitos de la cultura se arrodillaron ante la economía por décadas. Recién estamos ante los balbuceos de una nueva estética para la acción política directa y cotidiana; aun si la explosión social de 2011 fue administrativamente ineficaz, no fracasó al sacudir las retóricas y reclamar, también en literatura – sobre todo para en literatura–  la construcción de una voz que no sea excluyentemente masculina, europeizante, singular, nostálgica, elegíaca, al fin cristiana sin cristianismo: si ya no es descabellado, sino necesario, describir maneras de desmontar la pirámide social y de que el capitalista ceda ante quienes le hacen el trabajo, ¿no deberíamos combatir esa figura jerárquica donde en el papel el autor genio impone su estética literaria, su discurso de la derrota, su cita con autores genios similares y la circulación editorial de todos ellos? Sobre todo ahora la construcción novelística del autor genio, el narrador omnisciente que trasciende los márgenes de su libro pero no su individualidad, es el problema literario. ¿Dónde queda ahora la autonomía de la novela cuando el narrador que hasta hace poco manejaba a su antojo una multiplicidad de voces, de imágenes y referencias extraídas de todas las tradiciones puestas a su disposición por el mercado literario global, así como de todos los hallazgos retóricos para distanciarse y atraer magnéticamente al lector, dónde queda la fina figura bajtiniana del narrador suprapolifónico cuando es obligado por la urgencia de un grueso discurso colectivo a bajar del Olimpo? ¿Qué va a pasar con una obra que era central para la continuación de cierto sistema – pensemos inmediatamente en la bancarrota de la cultura europea en España, así como del discurso progresista en Latinoamérica–, de un sistema que la ha dejado ideológica, económica, retóricamente en el vacío, en un campo intermedio que es donde yo quisiera que empiece la batalla entre la literatura neoliberal y otro tipo de literatura?

Escuchemos parcialmente la voz del personaje Auxilio Lacouture, en la última página de la novela corta de Bolaño Amuleto:

Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer.
           Y ese canto es nuestro amuleto.

Dejaré para otra vez la discusión de si la narradora de este libro se acerca más al Bolaño ensayista pero travestido que al convincente ventriloquismo del personaje García Madero en la segunda parte de Los detectives salvajes – interesa, de todas maneras, imaginarse si con el tiempo, antes de llegar al decisivo año 2011 que la hubiera obligado a tomar partido, la narrativa de Bolaño se habría recuperado del agotamiento simbólico de 2666 a través de una relectura de Puig, de Copi, de Sarduy, con una consecuente diversificación salvaje de sus opciones sexuales, como sugiere la salida del clóset de su alter ego Óscar Amalfitano en la también póstuma novela Los sinsabores del verdadero policía, o como sugiere la homosocialidad con que el prosista Bolaño enumera amigos y amigos y más amigos, una verdadera logia de caballeros escritores, periodistas y editores hoy a cargo de su legado. Ahora importa, molesta, canoniza, excluye el ubicuo poder de esa logia, pero en diez años no va a importar nada; sí, en cambio, valdrán la pena las implicancias de preguntarse si las novelas de Bolaño son homosociales – sus prosas ensayísticas lo son–  y, más ampliamente, si aceptamos la relevancia de este concepto de  Eve Kosofsky Sedgwick, cuál sería la pulsión intrínsicamente excluyente de cualquier narrativa que erige a un personaje, narrador y autor genio, descuajándolo de su hábitat para convertirlo en un big bang, y así llevarlo desde la base a la punta de la pirámide.

Sin embargo también parece evidente que en el núcleo de la obra narrativa de Bolaño está la compasión por quienes cayeron pensando en otro sistema de sobrevivencia existencial, económico, literario. Lo que queda en sordina es la causalidad invariable del relato bolañiano: si cayeron es porque se quedaron solos. La literatura nazi en América es un catálogo casi, casi borgeano de víctimas ingenuas que lucharon por imponerse como escritores solitarios; La pista de hielo es un ejercicio rashomónico en torno a una mujer, víctima inocente que posibilita la prosperidad catalana; Amuleto es el manifiesto; Cesárea Tinajero, fundadora irreconocible de la vanguardia mexicana, muere sola por culpa de quienes la encuentran en  Los detectives salvajes; son cientos las mujeres y sólo algunos los jóvenes asesinados al enfrentarse de a uno contra la institución narcorregional en 2666, y al final de la novela el tan buscado Beno von Archimboldi no se pierde ni muere, sino que viaja a enrolarse en el ejército del narco norteño en México. En otra ocasión revisemos por qué las víctimas de los libros de Bolaño son siempre mujeres; mi querida Mónica Ríos, en un ensayo suyo, amplía la discusión al constatar que en  Estrella distante  hasta al poeta torturador se le da una lucha final cuerpo a cuerpo, en cambio todas las mujeres que por entonces escribían juntas en el taller de poesía en Concepción mueren fácilmente ante los grupos policiales de la dictadura chilena. La tragedia del Infrarrealismo es la que infunde amor a todas las páginas de Los detectives salvajes – el canto elegiaco a esa pareja que formaban Mario Santiago y Roberto Bolaño– , y en cada una de las mil y una historias se repite el mismo ciclo narrativo, la hipótesis para entender cómo Bolaño se pensó poeta aunque su oficio era el relato: un escritor solo, como toda persona que trabaja imposibilitada de una asociación, no podrá sobrevivir a la estructura explotadora que la utiliza en beneficio de un grupo tan organizado de capitales. En el núcleo de la narrativa de Bolaño, y por eso sus libros se sostienen firmemente en ese territorio por una vez vacío donde yo quiero que ocurra la batalla entre la literatura neoliberal y esta otra literatura, habita una pulsión salvaje de sobrevivir como sea en el mundo ochentero de los extremos económicos, ahí donde el trabajador del arte, el escritor – no sé si la escritora- tiene que saber cínicamente conquistar su independencia forjando un capital cultural suficientemente caudaloso y traducible como para que al cabo de unos años esos jóvenes lectores, escritores, periodistas y editores trabajen incansablemente en agrandar esa riqueza pensando que están labrando su propio capital cultural. Y así al infinito. Permítanme, tomando en cuenta que he sido joven, lector y editor, e incluso estudiante, uno que obtuvo su posgrado con una tesis estructuralista de Los detectives salvajes, intentar una figura bolañiana para explicarlo de otra manera: el centro de su narrativa es un vacío que se expande y se expande, un vacío en cuyo centro luchan encarnizadamente un compasivo contra un cínico, un darwinista contra un solidario; pero ninguno de ellos va a ganar en la retórica de Bolaño. ¿Y qué tienen en común esas figuras que luchan en ese centro literario vacío que se expande por el descampado? Que son figuras planteadas desde la individualidad, desde la noción moderna – occidental, ilustrada, económica–  de un sujeto que da por hecho que todas las categorías de su existencia, su cuerpo, su espacio, su tiempo, su memoria y su movimiento– esta serie de categorías es de Julieta Paredes, ya volveré a ella como merece–  son propiedad de alguien más, externas e intercambiables, y que median en su relación con otros a través de operaciones de intercambio, de compra o venta, de afinidad o rechazo, de amor u odio. Se trata del mismo binarismo que conforma el núcleo, el corazón tenebroso, el secreto del mal en la obra de Bolaño, y que al leerlo impide pensar en otra literatura posible, en una distinta ficción plural, porque para su voz ensayística, pensante, reflexiva, que pocas veces pierde el control del relato en sus libros, la política es meramente un asunto de partidos. Escuchémoslo en una de sus prosas compiladas en Entre paréntesis:

Un apunte político: Parra ha conseguido sobrevivir. No es gran cosa, pero algo es. No han podido con él ni la izquierda chilena de convicciones profundamente derechistas ni la derecha chilena neonazi y ahora desmemoriada. No han podido con él la izquierda latinoamericana neoestalinista ni la derecha latinoamericana ahora globalizada y hasta hace poco cómplice silenciosa de la represión y el genocidio.

Dejo para otra vez preguntarnos si la derecha globalizada y la izquierda latinoamericana neoestalinista pudieron con Bolaño; un avance de respuesta:  Los detectives salvajes  ganó el premio Herralde, el del Consejo del Libro de Chile y también el premio Rómulo Gallegos. Y todavía estaba vivo durante esa hazaña parriana.

Mi propuesta, mi apunte político, sin embargo, es menos contingente: leamos los de Bolaño como textos ejemplares, elaboraciones narrativas donde entre narradores, imágenes, personajes, elipsis y diálogos brillan las micropolíticas de comunidades que por un momento fueron vibrantes. En  Amberes, su mejor libro, Bolaño es Enrique Lihn es Vila-Matas es Perlongher es Mario Santiago es Diamela Eltit es Suicide es Arguedas; aunque entre ellos ya no sea posible, podemos sentarnos en esas páginas a conversar con ellos. Invitemos también a Julieta Paredes, feminista y activista aymara, que no ha muerto y que sigue publicando colectivamente su manifiesto Hilando fino:

Nos hemos propuesto superar la visión neoliberal de sólo trabajar con indicadores que además fueron indicadores reduccionistas, aislados unos de otros, clasistas y racistas.

Y dos páginas después:

Para descolonizar el concepto y el sentimiento del cuerpo hay que descolonizarnos de esa concepción escindida y esquizofrénica del alma por un lado y cuerpo por otro. [...] Nuestros cuerpos que quieren comer bien, estar sanos, que gustan de las caricias y les duelen los golpes, nuestros cuerpos que quieren tener tiempo para conocer y hacer teorías. Queremos desde nosotras nombrar las cosas con el sonido de nuestra propia voz.

No sé si Paredes ha leído algún libro de Bolaño. No podría decirlo. Prefiero pensar en escribir una novela donde se visitan una vez, lee cada uno el libro del otro y luego mantienen una larga correspondencia, justamente porque nunca en este mundo concreto podrá haber sucedido eso. Y entonces ella le habría hecho una serie de preguntas sobre su fama: ¿por qué no has logrado que se interprete  Nocturno de Chile  como una purga, emprendida desde dentro de la oligarquía chilena, de las complicidades y deudas que el periodismo del duopolio, la Nueva Narrativa, la escena artística del Supermercart, la música neofolclórica – la cultura concertacionista, en suma–  sostienen hasta hoy con las ensangrentadas instituciones nacionales de los ideólogos de Pinochet? ¿Por qué no leer  Los detectives salvajes  como un relato sobre el caudillismo y la sumisión de la sociabilidad priísta de los últimos cincuenta años mexicanos, y repensar el vínculo feroz que hay entre el largo coro de la segunda parte de esa novela con  La noche de Tlatelolco  de Elena Poniatowska? ¿Cómo nadie previó en 2666  la acelerada decadencia de la Europa del Euro, esa enorme economía que esconde a como dé lugar que el bienestar de los naturales de los burgos – antiguamente llamados burgueses–  se basa en la esclavitud de los bárbaros, mediante la trata de blancas, la guerra y el narcotráfico?

La propuesta que acá expongo es simple: dejémonos comentar y de reescribir las novelas Bolaño con melancolía, sentimentalismo y fragmentariedad para reclamar luego que sí luchamos, aunque nos dé lo mismo si desde la compasión o el cinismo. No da lo mismo. Tampoco es necesario elegir. Como Julieta Paredes expone en su manifiesto, cada cual tiene raíces, aun si cada día se las borronean a punta de propaganda; cada cual pertenece y es incluido, cada cual es capaz de leer y de actuar según experiencias plurales del cuerpo, del espacio, del tiempo, de la memoria y del movimiento. Ustedes saben lo que es la descolonización. De eso se trata el acto íntimo de la literatura.




 

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