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El fin del enigma y los límites de La ficción.
2666
como lectura del presente


Por Edgardo Dieleke
Publicado en Grumo7,
23 de diciembre 2008


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1. Roberto Bolaño tiene una obra que atraviesa varios espacios de Latinoamérica, desde Chile, Argentina, México, hasta el habla y la vida de los exiliados políticos y literarios en Europa. Por su obra, así como por su lenguaje y el de sus personajes, Bolaño puede ser leído como el escritor latinoamericano paradigmático de los últimos años, para pensar desde su obra la relación entre literatura, producción cultural, y el campo de la política. Bolaño podría ser leído, en realidad, como el último escritor estrictamente “latinoamericano”.

2. 2666 es una novela que condensa una serie de ejes para comprender el presente: una renovada forma de representar la violencia en la escritura, un nuevo tipo de violencia que ingresa en la ficción y finalmente, las tensiones en la forma de la novela en momentos en los que se anuncia el fin de la autonomía de la literatura y la globalización de la historia literaria e intelectual (cfr. Ludmer, 2007 y Franco, 2006).

3. Operación Masacre de Rodolfo Walsh es una obra que prefigura y da cuenta en sus operaciones formales de la relación entre estado de excepción en la política y en la literatura. Los hechos que narra Walsh en esa investigación, y que inauguran un género, precisamente se originan a partir de la instauración del estado de sitio en la Argentina de esos años. Así, estado de sitio o estado de excepción, pueden ser vistos como la prefiguración de una excepción en la forma. De la ficción pura al límite de los géneros, y finalmente, en el estado de excepción constante, o en la dictadura, la imposibilidad de la ficción.

4. 2666 reformula la relación entre literatura y política a partir de la difícil representación de los violentos asesinatos de mujeres de Ciudad Juárez, que desde 1993, revelan el funcionamiento de un estado de excepción casi continuo dentro de las democracias actuales. La forma y la ficción se tensan en 2666, configurando una especie de estado de excepción en la novela, y de la forma en el presente.

5. 2666 ya no propone horizontes políticos posibles, o incluso, una tarea intelectual que permita desentrañar las violentas tramas del presente. En este sentido 2666 es paradigmática para comprender el modo en que la literatura parece ser derrotada por la barbarie. Las pesquisas se clausuran y parece imposible la tarea de comprender la violencia. La forma de la novela sin embargo, a pesar de no proponer desentrañar el caos, lo hace visible y problematiza su representación.

6. Estas notas sólo funcionan como apunte de debates más generales, para ingresar a esta lectura cercana al texto, sobre los modos en que tiene lugar en la novela el fin de una tradición, o acaso una renovación y ciertas operaciones del presente. En cierto sentido, me pregunto cómo se hace visible la caótica violencia del presente.

Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento; un campamento de refugiados; la barbarie extrema; toda la orfandad del mundo; una sociedad por fuera de la sociedad; un retrato del mundo industrial en el Tercer Mundo; una mujer destazada; la irrealidad absoluta; un homenaje a todas las cosas del mundo, incluso a las que aún no han sucedido; el secreto del mundo; un gran basurero incomprensible; algo que queda fuera de la acción y la verbalización; un naufragio interminable; un grupo de islas fantasmales; un cráter enorme; el infierno; nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos; el Horror; una mierda.

Esta serie de atributos son citas textuales de 2666, y describen la ciudad imaginaria en la que tiene lugar gran parte de la novela: Santa Teresa. Esta ciudad encarna una condición paradójica: en Santa Teresa reside el secreto del mundo, que es, al mismo tiempo, el horror extremo imposible de verbalizar. Parece un espacio construido casi como un aleph de la violencia extrema. Allí se cometen los crímenes más crueles, se condensa la irrealidad absoluta –o su reverso– y su representación parece imposible.

Santa Teresa sin embargo es localizable de manera muy cercana a lo real. Está situada en el norte de México, donde desde 1993 se cometieron centenares de asesinatos, violaciones y desapariciones de mujeres, sin explicaciones convincentes. Santa Teresa es el oasis del horror y clave del mundo, y refiere, a través de diversos desplazamientos ficcionales, a Ciudad Juárez. Santa Teresa es un espacio que se parece demasiado a Ciudad Juárez porque también en la novela los asesinatos quedan sin resolver, y donde diversos detectives de todo tipo son devorados por la violencia del lugar.

De todos modos, 2666 no es exclusivamente una novela sobre los asesinatos de mujeres de Ciudad Juárez. Dividida en cinco partes a primera vista inconexas y conformando un volumen de más de 1000 páginas, la novela inconclusa de Bolaño interpela al lector de múltiples maneras, ya que en ella se suceden un caótico grupo de personajes y de historias, abarcando varios continentes y problemáticas que la desvían por momentos de Ciudad Juárez. La primera parte de la novela –la “parte de los críticos– está centrada en las vidas de cuatro críticos literarios europeos, que dedican inútilmente su vida a la búsqueda de un secreto escritor europeo, Benno von Archimboldi. Estos cuatro personajes son los especialistas en el escritor y entablan entre ellos una estrecha relación que finalmente los reúne, luego de coincidir en varios congresos literarios, en Santa Teresa, donde misteriosamente habría aparecido Archimboldi. Como en toda su vida, los críticos no consiguen encontrarle tampoco en México, pero en su paso por Santa Teresa conocen los atroces crímenes que allí suceden.

La segunda parte de la novela también está anclada en la figura de un intelectual, acaso más consciente del fracaso de su tarea. Amalfitano, un profesor de filosofía chileno exiliado en México y perdido en el desierto de Sonora junto a su hija, es descrito como alguien que ya ha aceptado el triunfo de la barbarie sobre la razón. Afincado en Santa Teresa, deambula perdido en un escenario en el que los crímenes de mujeres acechan la vida de su hija.

En la tercera parte Bolaño ejercita otro tipo de novela, que se distancia de la indagación literaria y filosófica o incluso del tema del exilio, como en la parte de Amalfitano. La tercera parte de la novela, “la parte de Fate”, se acerca más al policial negro o a la crónica. Esta sección está centrada en el personaje de Oscar Fate, un escritor de crónicas afroamericano, quien tras escribir algunos reportajes sobre figuras de la contracultura afroamericana, debe viajar a Santa Teresa para cubrir una pelea de boxeo. Una vez allí, tras interesarse por los crímenes, le propone al editor de su revista escribir una crónica sobre el tema: “Un retrato del mundo industrial del Tercer Mundo –dijo Fate–, un aide-mémoire de la situación actual de México, una panorámica de la frontera, un relato policial de primera magnitud, joder” (Bolaño, 2004b, 373). El desplazamiento de recurrir a un periodista extranjero, en este caso, sitúa el problema de los crímenes dentro de una realidad global y posibilita además una lectura productiva: este espacio no sería un oasis de horror aislado, sino donde se encuentran todos los demás personajes de la novela, un especie de centro múltiple que puede ser leído como un laboratorio del futuro[1].

Hay aquí en la tercera parte un acercamiento mayor a los casos reales, pero también al modo en que se concibe esta ciudad desde la novela, como un no-lugar, o mejor dicho, como una exacerbación de lo real, como una deformación del orden de lo real, un lugar que está fuera de lo sociedad, y al mismo tiempo, cifra a toda la sociedad. De ahí que sea interesante la imagen del oasis del horror. Es un espacio aislado, pero en el que al mismo tiempo puede ingresar todo el resto.

La quinta parte de la novela establece una nueva ruptura con las partes que la anteceden. Aquí el personaje central es el escritor Archimboldi, de quien se cuenta su vida y su formación de escritor, con lo cual la novela se distancia en gran parte de los crímenes de Santa Teresa y de Juárez. No obstante, hacia el final de la novela se resuelve el enigma que explica las motivaciones por las cuales el escritor viaja al norte de México. Su sobrino es un alemán que en la novela ha sido encarcelado por ser el principal sospechoso de los crímenes. Por esta razón, Archimboldi decide ir a México.

Al ingresar en la cuarta parte de la novela los crímenes de Juárez resultan centrales. Denominada la “parte de los crímenes”, la narración se concentra a primera vista en una larga enumeración de los casos de mujeres que han aparecido muertas y violadas en distintos lugares de Santa Teresa, entre 1993 y 1997. Asimismo allí aparecen los detectives locales, así como una serie de personajes vinculados a los casos reales de Juárez, entre ellos Sergio González Rodríguez, el autor de Huesos en el desierto, la mejor crónica sobre los hechos. Las operaciones desplegadas por Bolaño en esta parte de la novela interesan particularmente puesto que allí se revelan los modos en que la violencia extrema ingresa en la ficción, y a través de ciertos desplazamientos con los casos reales, la literatura propone, de acuerdo a nuestra hipótesis, una nueva matriz para entender las relaciones entre violencia y literatura en el presente. Asimismo, es en esta parte de la novela en la que la forma se tensa, y la no ficción aparece como la estrategia privilegiada para representar el horror.


La parte de los crímenes y los límites de la ficción

“La parte de los crímenes” es la más extensa y comienza al promediar la mitad de la novela. Sin embargo, Santa Teresa y sus crímenes aparecen antes, en primer lugar de manera fantasmática en la parte de los críticos. Allí tres de los cuatro críticos acuden en la inútil búsqueda de Archimboldi. Su paso por Santa Teresa es breve, pero sirve como una especie de choque entre Europa y lo más profundo de México. Los personajes se mueven allí como drogados, en una sensación de irrealidad y de total incomprensión hacia lo que los rodea. Su impresión, al entrar en la ciudad, revela asimismo el carácter abismal del lugar: “Entraron por el sur de Santa Teresa y la ciudad les pareció un enorme campamento de gitanos o de refugiados dispuestos a ponerse en marcha a la más mínima señal” (149). En este sentido, los crímenes son presentados desde la perspectiva algo irreal que mantienen los personajes. En la segunda parte la presencia de los crímenes se acrecienta, pero aún funcionando como una estrategia ficcional más, donde se mueven principalmente Amalfitano y su hija. Allí el peligro del secuestro y asesinato de jóvenes mujeres acecha al propio Amalfitano, quien teme por su hija, y acaba casi enloqueciendo al escuchar la voz de una mujer que lo interpela sobre su vida y sobre los crímenes de la ciudad.

Ya en la parte de los crímenes se establece una ruptura estilística con el tono precedente de la novela. Desde las primeras páginas se suceden, hasta el final, descripciones detalladas, en la forma casi de un informe forense, de más de cien víctimas ficcionales, narrando con un estilo limpio y seco, las circunstancias en que desaparecieron las mujeres. La lectura de esta parte de la novela comienza a hacerse hasta cierto punto insoportable, cuando es interrumpida por un grupo de personajes vinculados con los casos. Entre ellos figuran varios detectives, la mayoría corruptos y machistas. Asimismo, es aquí donde aparece la figura de Sergio González, un periodista del DF, del diario La Razón, que remite al diario Reforma, donde ejercía Sergio González Rodríguez, autor de Huesos en el desierto.

No obstante, este leve desplazamiento ficcional no es el único en la parte de los crímenes. De hecho, a través de un fichaje detallado de los casos reales y de los presentados por el narrador en 2666, llega a verse que la operación de Bolaño deliberadamente acerca los casos ficcionales a los reales. De esta manera, el desplazamiento ficcional consiste en el cambio del nombre de las víctimas en general, pero se mantienen casi con exactitud no sólo las condiciones en las que los cuerpos fueron hallados, sino incluso hasta la misma cronología de los crímenes de Juárez.

Las similitudes con la realidad no se detienen allí. Los grupos de sospechosos también son levemente modificados respecto de los reales: la banda de Los Toltecas, es entonces denominada en la novela como Los Caciques. El principal sospechoso, el alemán Klaus Haas, se convierte en la novela en el chivo expiatorio, así como en la realidad sucedió con el egipcio Latif Sharif, otro extranjero, que como el alemán, tenía antecedentes de abuso sexual en Estados Unidos. Una serie de correspondencias adicionales, casi interminables para mencionar aquí, vinculan a la novela con los casos reales de Juárez, y hasta con las teorías que circulan para resolver el enigma de Juárez. De todas maneras, más allá de constatar y enumerar en exactitud cuáles son estas correspondencias con lo real, es necesario interrogarse el sentido de estas operaciones.


Las formas del detective y la búsqueda imposible

A lo largo de la novela se desarrollan varias figuras relacionadas con la labor del detective, considerando esto de manera amplia, incluyendo no sólo a policías, judiciales y detectives privados, sino también a figuras del periodismo y a observadores externos que intentan en el interior de la novela comprender los crímenes y hallar a los responsables. Sus búsquedas e intuiciones, así como la imposibilidad de acceder a una solución de los crímenes, pueden servirnos para enmarcar estas operaciones en una tradición mayor. Lo que me interesa postular, a través del análisis de las formas del detective y su imposibilidad de acceder a lo real, es que la novela puede ser leída asimismo como una obra en la que la violencia y las formas en las que se manifiesta, exceden las posibilidades intelectuales de quienes proponen resolverlas. En cierto sentido, 2666 contiene una lectura del presente que obtura toda resolución racional, y hasta cualquier agenda intelectual, puesto que la realidad de la ficción (como la de Ciudad Juárez), acaba devorando y haciendo ininteligible la tarea intelectual. Podría afirmarse que el enigma ficcional de los crímenes, así como el carácter simbólico que adquiere Santa Teresa como espacio que esconde el secreto del mundo, parece inaccesible. Por tanto, configura un cierre a la tradición no sólo del policial, sino a la tradición latinoamericana de la novela que, con ligeros desplazamientos ficcionales, propone una lectura del presente de la escritura, e intenta postular allí una agenda o un repertorio de operaciones que permiten acceder a su comprensión. Así, 2666 puede ser leída como una novela paradigmática, que instaura un quiebre en la función de la novela y en su relación con lo social[2].

Una de las formas del detective en 2666, acaso la más mordaz por parte del narrador, es la de los críticos literarios. En 2666 la figura del intelectual, tanto la de los críticos europeos, como los intelectuales mexicanos, es especialmente negativa. Así, los tres europeos, al llegar a Santa Teresa, a pesar de su interés inicial por intentar comprender qué sucede allí, acaban por sentirse perdidos en el lugar, y hacia el final de la tercera parte, no hacen más que quedarse en el hotel, bebiendo al borde de la piscina y aceptando su derrota, al no encontrar al escritor. A diferencia de lo que sucede por ejemplo con la figura del cronista Fate, estos críticos son retratados como figuras casi sin vida, perdidos en un espacio al que ni siquiera intentan comprender, acaso por saberse imposibilitados de hacerlo:

Antes de volver al hotel dieron una vuelta por la ciudad. Les pareció tan caótica que se pusieron a reír… Durante el regreso al hotel desapareció la sensación de estar en un medio hostil, aunque hostil no era la palabra, un medio cuyo lenguaje se negaban a reconocer, un medio que transcurría paralelo a ellos y en el cual sólo podían imponerse, ser sujetos únicamente levantando la voz, discutiendo, algo que no tenían intención de hacer (Bolaño, 2004b, 150, énfasis mío).

Sin embargo, la crítica a la figura del intelectual, y a su falta de conexión con lo real es más pesimista cuando aparece Amalfitano y conoce a los críticos. Amalfitano, el profesor chileno exiliado, que aún está sorprendido ante el funcionamiento de la clase intelectual en México, explica para los europeos la relación entre los intelectuales y el Estado, en un país que aún no acaba de comprender. En este sentido les refiere a los críticos visitantes una consecuencia nefasta de esta relación tan fluida con el estado, que los convierte en figuras aún más alejadas de la realidad. Así postula: “Por su parte, los intelectuales sin sombra están siempre de espaldas y por lo tanto, a menos que tuvieran ojos en la nuca, les es imposible ver nada. Ellos sólo escuchan los ruidos que salen del fondo de la mina. Y los traducen o reinterpretan o recrean. Su trabajo, cae por su peso decirlo, es pobrísimo” (Bolaño, 2004b, 163). En esta línea, la novela postula a la figura del intelectual en el ámbito de Santa Teresa, y de México, con todas las contradicciones y terribles sucesos, como una especie de batalla ya perdida, donde nada puede hacerse. Esta postura es acaso extrema en el caso de la descripción de la universidad de Santa Teresa, un espacio rodeado por la barbarie extrema, y que no puede sino salir derrotado. De esta manera, 2666 acompaña en parte en este sentido la perspectiva de Amalfitano, quien pasa sus tardes colgando libros de poesía y testamentos geométricos junto a la ropa tendida al sol, siguiendo a Duchamp, en un terreno en el que las tareas intelectuales poco pueden importar. Su visión, al llegar un día a su lugar de trabajo, acaba de configurar esta visión cínica: “La Universidad de Santa Teresa parecía un cementerio que de improviso se hubiera puesto vanamente a reflexionar. También parecía una discoteca vacía”. (Bolaño, 2004b, 239).

La apuesta de la novela en este sentido sirve asimismo para sostener una de mis hipótesis para leer la intervención de 2666. Dentro de una larga tradición, y si la consideramos una de las novelas más importantes del presente, 2666 puede asimismo ser interpretada como una especie de ruptura con la tradición novelística e intelectual latinoamericana previa. Ya no puede postularse al intelectual o al crítico como una forma del detective, en parte por su desconexión con lo real, y en definitiva, porque ya no puede descifrar nada, o acaso, porque el horror se ha vuelto imposible de representar.

Ahora bien, más allá del intelectual, 2666 contiene varias figuras más tradicionales del detective, como los policías de Santa Teresa, los judiciales y el especialista del FBI, Robert Kessler, basado en un especialista real, convocado sin resultados por el gobierno de Juárez. En boca de él hay un largo diálogo, en el que se desarrolla una interesante hipótesis para entender el mal y la violencia en las sociedades occidentales:

En el siglo XVII, por ejemplo, en cada viaje de un barco negrero moría por lo menos un veinte por ciento de la mercadería, es decir, de la gente de color que era transportada para ser vendida, digamos, en Virginia. Y eso ni conmovía a nadie ni salía en grandes titulares en el periódico de Virginia ni nadie pedía que colgaran al capitán del barco que los había transportado. Si, por el contrario, un hacendado sufría una crisis de locura y mataba a su vecino y luego volvía galopando…mataba a su mujer…la leyenda del asesino a caballo podía perdurar durante generaciones enteras. Los franceses, por ejemplo. Durante la Comuna de 1871 murieron asesinadas miles de personas y nadie derramó una lágrima por ellas… Respuesta: los muertos de la Comuna no pertenecían a la sociedad, la gente de color muerta en el barco no pertenecía a la sociedad, mientras que la mujer muerta en una capital de provincia francesa y el asesino a caballo de Virginia sí pertenecían, es decir, lo que a ellos les sucediera era escribible, era legible. Aún así, las palabras solían ejercitarse más en el arte de esconder que en el arte de develar. O tal vez develaban algo. ¿Qué? Le confieso que yo lo ignoro (Bolaño, 2004b, 337-9).

Estas hipótesis sobre la representación de la violencia y el rol del mal en las sociedades occidentales, resultan a mi juicio reveladoras para comenzar a entender en parte la operación de 2666 sobre los casos de Ciudad Juárez. En algún sentido habría que ir un poco más allá en el interrogante final postulado por el investigador. Si las muertas de Juárez no pertenecen a la sociedad por no constituir crímenes legibles, la novela interviene, en principio, de dos maneras. En primer lugar hay un intento por colocar precisamente en Santa Teresa, que aparentemente está fuera de la sociedad, la clave del mundo actual. Por otro lado, para poder hacer legibles los crímenes, hay que recurrir a la crónica forense, que es la operación básica de la parte de los crímenes. Se establece entonces un listado acaso excesivo, de más de cien crímenes, en los que realmente el lector consigue ingresar a la atmósfera que se vive en Santa Teresa. Sin embargo, la inclusión de otros detectives, así como su inútil accionar, permiten profundizar en las operaciones de 2666 y su intervención ficcional sobre los crímenes de Juárez.

Las figuras mexicanas del detective, son también acaso muy apegadas a lo real, y en este sentido, se revelan del mismo modo ineficaces a la hora de llegar a algún tipo de pista sobre los casos. De hecho, la novela sigue la cronología real de las investigaciones por parte de las autoridades. Así como en Ciudad Juárez, las autoridades policiales y gubernamentales de la novela en primer lugar niegan la gravedad de los crímenes, y luego deciden colocar a un par de chivos expiatorios para pagar las culpas. Pero a diferencia de los casos reales, y en particular de las crónicas como Huesos en el desierto, la novela revela una postura mucho más apocalíptica. Podría decirse que construir a Santa Teresa como un lugar del mal extremo, irresoluble, resulta en cierta forma más efectiva que la tarea del cronista real, quien acaba devorado, y acosado violentamente, como Sergio González Rodríguez, por la barbarie. De hecho, en la novela, al aparecer Sergio González como un periodista del DF escribiendo un reportaje sobre los crímenes, es interpelado por las autoridades a cargo de las investigaciones. Allí, uno de los judiciales investigando los casos le dice: “Cuando abandonaron el vestuario, el judicial [José Márquez] le dijo [a Sergio González] que no intentara buscarles una explicación lógica a los crímenes. Esto es una mierda, ésa es la única explicación, dijo Márquez” (Bolaño, 2004b, 701).

Frente a estas formas inútiles del detective y sus búsquedas, en 2666 el peso de lo real llega a hacerse insoportable, y ya no es posible hacer legibles los crímenes de otra manera, acaso, que con la enumeración, casi quirúrgica o mejor dicho forense, y con la apuesta de que, en realidad, ya no hay nada que pueda resolverse.

Quisiera finalizar postulando brevemente un interrogante, que reúne algunos de los ejes trabajados de manera cercana al texto de Bolaño, para pensar en el estado de la ficción, la tensión con la no ficción a partir de la representación de la violencia extrema, así como los crímenes de Juárez, y la situación actual de la política. El epígrafe elegido pertenece al cronista Sergio González Rodríguez, quien concluye, tras investigar los crímenes de Juárez, que la ficción en México está en el Estado mismo. Cuando esto sucede, como en muchas democracias en la actualidad, o acaso como señala Agamben, en la misma fundación del estado de derecho, el estado de excepción se convierte en regla. En sus notas sobre el estado de excepción, Agamben señala:

El estado de excepción no es una dictadura…, sino un espacio vacío de derecho, una zona de anomia en que todas las determinaciones jurídicas – , sobre todo, la distinción misma entre lo público y lo privado – son desactivadas. Son pues falsas todas las doctrinas que tratan de anexionar inmediatamente el estado de excepción al derecho… (Agamben, 2004, 75).

Si volvemos a la serie de atributos que constituyen a Santa Teresa como una especie de aleph, donde puede hallarse el secreto del mundo actual (marcado por el estado de excepción constante) y donde el horror es imposible de verbalizar, entonces acaso podamos preguntarnos sobre el espacio en que también la ficción, entra en estado de excepción. Es en aquellas zonas de la violencia extrema, en la descripción puntual y casi forense de los casos, donde tal vez se desdibujen, como en la política, los límites entre lo público y lo privado, o en su reverso, entre la no ficción y la literatura. Hacer visible ese aleph del horror, aunque ya no sea para intentar una resolución como en otras apuestas literarias previas, coloca a 2666 como un texto crucial para leer los cruces entre literatura y política en el presente latinoamericano.

 

 

 

NOTAS:

[1] En libro de Charles Bowden, Juarez: the laboratory of future, con textos de Chomsky y Galeano, se plantea la hipótesis de interpretar Ciudad Juárez como una ciudad que encierra las claves del capitalismo neo-liberal, donde coinciden la industria pujante y el pleno empleo con el la falta de infraestructura de los países del Tercer Mundo. Asimismo, la hipótesis más interesante del libro es que postula que los límites de Ciudad Juárez exceden su frontera geográfica: “Juárez is in your home when you turn on the microwave, watch television, take in an old film on the VCR, slide into a new pair of blue jeans, listen to the radio, make toast in the kitchen, enjoy your kid playing with that new truck” (Bowden, 1998, 77).
[2] Este tipo de análisis entraría en discusión con los recientes trabajos de Josefina Ludmer, sobre el fin de la autonomía, o lo que ha denominado “literaturas post-autónomas” y también con el texto de Jean Franco, “Globalisation and Literary History”, donde precisamente se plantea cómo establecer una renovación crítica a la hora de pensar la historia intelectual y literaria latinoamericana, en momentos en los que se plantean discusiones post-nacionales.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

-Bolaño, Roberto. Entre paréntesis: ensayos, artículos y discursos (1998-2003). Barcelona: Anagrama, 2004a
_____. 2666. Barcelona: Anagrama, 2004b.
-Bowden, Charles. Juarez: the laboratory of future. Prefacio de Noam Chomsky y epílogo de Eduardo Galeano. New York: Aperture, 1998.
-Franco, Jean. “Globalisation and Literary History”. In: Bulletin of Latin American Research, Vol. 25, No. 4, pp. 441–452, 2006
-González Rodríguez, Sergio. Huesos en el desierto. Barcelona: Anagrama, 2002.
-González Rodríguez, Sergio y Cansino, Rafael (coords.). Las muertas de Juárez. México DF: Centro de Estudios de Política Comparada: Editorial Jus, 2003.
-Ludmer, Josefina. “Literaturas postautónomas”. In: CiberLetras, Revista de crítica literaria y de cultura - Journal of literary criticism and culture . Número 17, julio 2007. Disponible online en http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v17/ludmer.htm
-Washington, Diana. Cosecha de mujeres: Safari en el desierto mexicano (El Dedo En La Llaga). México: Océano, 2005.

 

 

RESUMEN:

La última novela de Roberto Bolaño, 2666, conforma una especie de novela total, trabajando varios subgéneros, como el policial, la crónica, la novela filosófica y la novela centrada en la figura del escritor. Sin embargo, en todas las variantes que incluye, 2666 guarda una especial relación con lo real, ya que su espacio ficcional es muy cercano al de Ciudad Juarez, donde desde 1993, se cometieron más de 400 crímenes y violaciones a jóvenes mujeres. En la novela, esa ciudad ficcional con crímenes reales es postulada por el narrador y por diversos personajes, como el centro del mal, una especie de lugar donde pueden darse todas las formas de violencia del ser humano y donde la realidad parece tensar al límite la representación, imposibilitando además cualquier investigación sobre el enigma de los crímenes. Este artículo indaga sobre estos límites que impulsa la novela, para leer en 2666 las formas en que la literatura actual ofrece un laboratorio no sólo sobre las formas de representación de la violencia del presente, sino también sobre la relación entre política y literatura en tiempos en que se discute la post-autonomía de la literatura.

PALABRAS CLAVE: Roberto Bolaño, 2666, violencia y representación, límites de la novela, crímenes de Ciudad Juárez.


ABSTRACT:

The posthumous novel by Roberto Bolaño, 2666, deals with different literary genres such as the crime genre, the chronicle, the philosophical novel, and the fiction centred in the writer figure. However, among all this approaches to the novel, 2666 keeps a special relationship to the Real, given the fact that its imaginary space is extremely similar to Ciudad Juarez, where since 1993, a terrible series of murders to young women has been taking place there. In the novel, that fictitious city with real crimes is proposed by the narrator and by several characters as the centre of all the evil. A kind of place where all forms of violence is possible and where the reality seems to push to its boundaries the representation. This article questions the boundaries of this novel, to read 2666 as a contemporary and key text to analyze the laboratory of fiction as a space to represent violence and the differences to the previous tradition in the relationships between politics and literature.

KEYWORDS: Roberto Bolaño, 2666, violence and representation, boundaries of the novel, Ciudad Juárez’s crimes.

 



 



 

 

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