Quince años después de su muerte, la literatura de Roberto Bolaño (1953- 2003) sigue creciendo, sufriendo inquietantes metamorfosis, mostrando nuevas geografías. La publicación de sus Cuentos completos (Alfaguara) supone el inesperado —o no tanto— descubrimiento de que su narrativa contemplada de forma póstuma se ha convertido en una obra en marcha. Los relatos reunidos ahora ya aparecieron en los libros editados en vida Llamadas telefónicas, Putas asesinas y El gaucho insufrible, además de El secreto del mal, que se rescató tras su muerte.
Aparentemente no hay nada nuevo. Una circunstancia que, unida a la fea polémica entre herederos y albaceas, puede hacer sospechar al lector que ingenuamente espera inéditos de un escritor desaparecido hace más de una década. ¿Es posible que aún queden en cajones y gavetas historias bolañescas? Pues sí, porque lo que deslumbra de estos cuentos completos es que se descubre a un nuevo y portentoso Bolaño. Y de nuevo la duda: ¿No será una trampa de marketing editorial? ¿Un deseo de seguir exprimiendo leche a la vaca? Una vaca gigante con pico de pato como la criatura que aparece en el relato “El contorno del ojo”, el primero que publicó Bolaño y que ganó en 1983 uno de esos concursos que él llamaba premios búfalo. Un cuento que se ha incluido oportunamente en esta recopilación espléndida. En efecto, nada parece repetido porque al releer los cuentos surge una nueva y luminosa obra.
Estos Cuentos completos confirman lo que ya se intuía: la arquitectura que esconde la obra de Bolaño. Al leer todos sus relatos se tiene la sensación de pasear por un grandioso y perturbador edificio narrativo. Hay relatos que son un eco de otras novelas, argumentos descartados que en estos textos adquieren inesperadas dimensiones, personajes que aparecen como narradores y que recordamos por haber sido narrados en otro lugar. Asistimos a un delicioso milagro libresco: la geografía literaria de Bolaño es un espacio infinito lleno de pasajes que conectan historias, de sótanos que terminan en inmensos salones que al lector flâneur le evocan a su vez otros salones bolañescos por los que ya transitó alguna vez. Los cuentos de Bolaño se leen con la sensación de que a cada página asaltan reflejos especulares, simulacros y trampantojos narrativos.
Lo apunta la escritora chilena Lina Meruane en su hermoso prólogocuento a-la-B., es decir, a la manera de Bolaño: “El grueso de la obra respondía a un plan bosquejado de antemano”. Y sugiere que el paisaje completo de todos los relatos descubre hilos tendidos entre textos y la constancia de que su literatura es “un campo minado” en el que Bolaño siembra pistas autobiográficas —reales o apócrifas— para convertir a sus lectores en detectives salvajes. A fin de cuentas, fue él quien dijo: “Mi propuesta literaria es mi vida”.
Otro aspecto estremecedor que subraya Meruane es la repetición de una frase obsesiva: “Nunca más lo volvió a ver”, “Ya no nos volvimos a ver”, “Nunca más se volverán a ver”. En un autor con tantos recursos estilísticos asombra al menos esta reiteración que sale a la luz al unirse en un solo volumen toda su narrativa breve. La enfermedad y la muerte aparecen en todos los pasajes de unos cuentos con “crisis de futuridad”.
Así que bienvenida sea esta desconcertante y novísima entrega de la obra en marcha del autor de Los detectives salvajes, Amuleto o la monumental 2666. Una recopilación en la que por fin descubrimos lo que siempre habíamos sospechado: Bolaño es un misterio que habita dentro de su propia literatura
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Bolaño, paisaje infinito
Cuentos completos, Roberto Bolaño, Alfaguara, 2018, 624 págs.
Por Eva Díaz Pérez
Publicado en Mercurio, España. Diciembre de 2018