Enrique Lihn fue, sin duda, el mejor poeta de su generación, la llamada generación del cincuenta, y uno de los tres o cuatro mejores poetas latinoamericanos nacidos entre 1925 y 1935. O tal vez uno de los dos mejores. O tal vez fue el mejor. Pero esto, en los primeros años del siglo veintiuno, significa bien poco.
En mi adolescencia era lugar común hablar de Lihn y de Teillier como de dos opciones enfrentadas. Los muchachos sensibles, los que no querían envejecer (o los que querían envejecer de inmediato), preferían a Teillier. Los que estaban dispuestos a discutir la cuestión preferían a Lihn. No era esta la única de sus virtudes. Frecuentar su poesía es enfrentarse con una voz que lo cuestiona todo. Esa voz, sin embargo, no sale del infierno, ni de las profecías milenaristas, ni siquiera de un ego profético, sino que es la voz del ciudadano ilustrado, un ciudadano que espera llegar a la modernidad o que es resignadamente moderno. Un ciudadano que ha aprendido la lección de Parra, su maestro y compañero de travesuras, y que en ocasiones nos
ofrece una visión latinoamericana refulgente y original. Todo el fulgor, sin embargo, en Lihn está tamizado por un ejercicio constante de la inteligencia.
Esa lucidez, en los años setenta, le costará el estigma y el anatema de la izquierda dogmática y neostalinista que incluso llegará a acusarlo de connivencia con el pinochetismo. Esos mismos que entonces no levantaron la voz para defender a Reinaldo Arenas y que hoy se acomodan como putines* en la nueva situación, intentaron borrarlo del mapa, deslegitimar una voz que por lo demás siempre se consideró a si misma como voz bastarda, hija del imperioso azar y de la necesidad, que tiene cara de perro.
¿Merecimos los chilenos tener a Lihn? Esta es una pregunta inútil que él jamás se hubiera permitido. Yo creo que lo merecimos. No mucho, no tanto, pero lo merecimos, aunque sólo sea por las almas puras, por los príncipes idiotas y por los alegres analfabetos que el país produjo con extraña generosidad y que aún hoy, según cuentan los viajeros, sigue produciendo, aunque en cantidades más limitadas. Bajo cierta luz, Lihn también podría ser un príncipe idiota y un alegre analfabeto.
En el ejercicio de la poesía, a la que siempre le fue fiel, sólo hay un poeta en lengua española que se le pueda comparar, Jaime Gil de Biedma, aunque el abanico de registros de Lihn es mucho más amplio. En el ejercicio del ensayo, de la reseña, del manifiesto e incluso del libelo, no hubo en Chile escritor más certero ni más libre. En la narrativa no alcanzó las cotas de Donoso o de Edwards, aunque siempre quedará la sospecha de que en el fondo, como por los demás todos los grandes poetas de ese pais, juzgaba el arte de crear ficciones como algo innecesario, algo que no le iba a salvar la vida. Sus cuentos, sin embargo, siguen vivos, como sigue viva "La orquesta de cristal", libro mítico por inencontrable y al cual no me atrevo a llamar novela, aun pese a saber que si hay que llamarlo de alguna manera es la palabra novela la que más se acerca a ese libro misterioso. De hecho, hay dos prosistas en la generación del cincuenta que están por descubrir: Lihn y Giaconi.
Es extraño pensar en Lihn ahora, en Giaconi, en Parra, en Teillier, en Rodrigo Lira, en Gonzalo Rojas, en poetas como Maquieira y Bertoni, en narradores como Contreras y Collyer, resulta extraño pensar en ellos y en tantos más. Te queda la extraña sensación de que la literatura ha estado a la altura de la realidad. La famosa rea, la rea, la rea, la rea-li-dad.
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*Ay, mi hipócrita, no es argot mexicano, es Vladimir Putin.
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Unas pocas palabras para Roberto Bolaño
Enrique Lihn Contratapa de "Fragmentos de la Universidad Desconocida", 1993
...Lo que tiene de fantasmal este poeta es no tanto el hecho de no vivir aquí, condición que no lo diferencia de casi toda la población del planeta. La mitad de su vida se la ha pasado afuera, en México y en España, pero su poesía no tiene el acento de esos parajes. Hace pensar en un país ilusorio llamado Chile, que en lugar de quitar nacionalidades produjera negativos de chilenos, ausencias de chilenos. Esto no es más que una ilusión, por supuesto. Para mí la poesía y el exilio son las dos caras de una misma moneda y esa moneda es el Zahir de Borges, tiene algo fatal. El auctor Bolaño, el personaje que actúa en sus versos y quizá sea él, es un adolescente un poco malandra, medio desaforado, obsceno, perplejo, y como se dice aquí, con su media voladura. Esos versos que parecen cuando quieren emisiones de luz estroboscópica, recortan fragmentos de la experiencia y del lenguaje que remiten al rock, al sexo y a los alucinógenos. El que habla dice enfrentarse a un pandillero y eso parece un acto sexual. ¿Quién es el que escribe desde la intemperie circunstanciado por todas las circunstancias que se le identifican con la poesía? Sí, una especie de Alice Cooper que va a proyectar la imagen del poseído en el escenario, pero que detrás de esa imagen es un virtuoso de la voz y la guitarra eléctrica y todo lo tiene bajo control. Y entre aullido y aullido arranca de su doble instrumento el canto histérico de los ángeles.
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dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Unas pocas palabras para Enrique Lihn.
Por
Roberto Bolaño.
Publicado en Las Últimas Noticias, 30 de septiembre de 2002.
Unas pocas palabras para Roberto Bolaño.
Por
Enrique Lihn.
Contratapa de "Fragmentos de la Universidad Desconocida", 1993.