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Leer de frente y de perfil, como platillo volador[1]
Mi correspondencia con Roberto Bolaño


Por Soledad Bianchi

Publicado en Revista de la Biblioteca Nacional. Afinidades. 16, 167-183, 2019.




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Roberto Bolaño dedica a Soledad Bianchi
su libro "Fragmentos de la Universidad desconocida" (1992)

Fines de 1975 (yo había llegado a Francia el 31 de julio). Desde Bobigny, un suburbio al noreste de París, mis cartas partían a Chile, por supuesto, y a muy variadas geografías (no obstante, me parece creer que ninguna fue a África). Partían volando o navegaban (de acuerdo al costo y el bolsillo) y hasta podían ir en tren. Más que timbradas, regresaban, por lo general, con estampillas coloridas que, junto a recados (¡qué palabra mistraliana!), hacían imaginar vidas y entornos, sabores, olores, temperaturas, naturalezas... más verdes o más grises, idiomas –arduos o contiguos–, más o menos cantarines; y el tiempo pasaba y los niños nacían y crecían; se formaban parejas y continuaban juntas o se separaban; y las personas morían, a cualquier edad morían, fuera de Chile, nuestro país.

Los chilenos estábamos lejos unos de otros: conocidos y desconocidos, amigos, parientes, estábamos desperdigados: entre el “interior” y el exilio. Se decía que estábamos dispersos en más de 50 países, y la desbandada tenía fecha precisa: el 11 de septiembre de 1973: ese martes del Golpe de Estado Cívico-Militar y del suicidio-asesinato de Salvador Allende, el presidente constitucional, en La Moneda, la casa de gobierno bombardeada. Ese día comenzaron a llenarse los estadios con presos políticos, y las embajadas, con refugiados solicitando asilo; y hubo filas interminables en los aeropuertos y en los pasos fronterizos. Ese día comenzó a ampliarse el vocabulario con palabras relacionadas con violencia, represión, brutalidad, injusticia, arbitrariedad que, antes, estando en el diccionario, casi no se usaban, casi no se necesitaban.

Mis padres y hermanos y muchos amigos se habían quedado en Chile y confieso que hoy, a 44 años de distancia y a 32 de mi regreso, aún me cuesta o no soy capaz de volver a leer sus mensajes ni, menos, oír las casetes que también me llegaban, incluso las de aquellos que todavía veo, que todavía encuentro, que todavía están. ¡Ni decir de las escrituras detenidas porque la mano que las pergeñaba se detuvo para siempre! ¡Ni decir del silencio irremediable y definitivo de las voces que solo siguen vivas por la ayuda de la tecnología!

Y las cartas para paliar lejanías, silencios, ausencias, destierros, falsedades, murmullos, temores. Las cartas aproximando: conversaciones y diálogos a la distancia, comunicaciones confiables, noticias esperadas con ansias y, en ocasiones, tristezas, imposibles de compartir unidos.

Desde el departamento donde residía en Bobigny, cuyas altas ventanas daban a la avenida Salvador Allende, cercana a la Sala Pablo Neruda, también traspasaban fronteras, iban y venían, y compartía mensajes con poetas y narradores y dramaturgos y ensayistas, publicados e inéditos; jóvenes y mayores; con mucha obra o novatos; de nombres prestigiosos o secretos; que escribían en clandestinidad, públicamente o con seudónimo; y preguntas y respuestas venían desde Chile y desde las múltiples esquinas de nuestra diáspora “ladino”-americana, de personas de rostros familiares o imaginados, para conocerse y conocer, asimismo, qué y cómo y desde dónde estaban escribiendo (más allá de literales geografías). Estos trayectos se enlazaban con una revista reciente que, como un fantasma, recorría el mundo, es decir: todos los lugares donde había chilenos. ¿Qué mejor que una revista como espacio de unión y reunión?

Araucaria de Chile fue una revista cultural del Partido Comunista, que comenzó en 1978, puntualmente, cada trimestre, y cuyo Consejo de Redacción integré por unos años. Como sesionábamos en París, su director vivía en Moscú y se editaba en Madrid, yo la percibo como una metáfora de la expatriación. En ella podían encontrarse artículos sobre economía, música, derecho o análisis sobre la institución universitaria, reflexiones sobre los documentos de Gramsci o crítica literaria o entrevistas. En Araucaria había algunas secciones estables y, sin querer, queriendo, me fui “apropiando” (es un decir) de “Textos” que acogían literatura de ficción, poemas, obras de teatro, testimonios. Por esta razón, mi correspondencia con autores que enviaban sus escritos o con otros, leídos en distintos medios, que me importaba que colaboraran con nosotros porque, a pesar de ser una publicación de un partido, Araucaria no era una revista clausurada solo a los militantes. Ni deslindaba solo con el borde del exilio, a pesar de aparecer allí.

Tampoco en “Textos” queríamos obras panfletarias ni saturadas de estereotipos, y fueron llegando manuscritos con modos de decir y perspectivas novedosas para expresarse y para expresar, incluso la contingencia política. Ahí están los inéditos o poco publicados: Mauricio Redolés, quien como Ricardo Hueñi firmó “Decreto con fuerza de exilio” o poemas de Jorge Montealegre (firmados como Alberto Vega Suárez) o de Rosalía Fuentes (seudónimo de María Eugenia Rojas) o de Gonzalo Santelices o de Alicia Gamboa (Bárbara Délano) o de Bruno Montané o de Roberto Bolaño. Y si, como dije, me escribí con muchos fue, seguramente, con Bolaño y, a pesar de que, en toda esa época, nunca nos vimos, con quien mantuve un contacto más intenso y personal (nos encontramos recién en 1998, en Santiago de Chile, con posterioridad al término de nuestros correos).

Bolaño-Bianchi / Bobigny-Barcelona-Gerona-Boësses-Blanes / 1979-1985:

Mi primera carta a Roberto Bolaño es del 17 agosto de 1979. Yo le solicitaba poemas para la revista Araucaria. “([...] [o si escribes prosa, también] [...]”, le digo y, hoy, esa frase me hace sonreír y sonrojarme, si bien, en esa época, él enfatizaba mucho más su calidad de poeta). Mi convocatoria era más concreta pues, debido a que los dos números siguientes de la publicación, dedicarían parte de sus secciones al exilio, le aclaraba que, en lo posible, sus textos fueran “en torno a este tema... Por supuesto –agrego–, que no tiene por qué ser una referencia explícita, pero sí que aparezca el extrañamiento, la ajenidad, etc.”. Por supuesto, además, le doy la posibilidad de enviar lo que desee para ser publicado después. A la par, le pedía ser intermediario y contacto hacia otros eventuales participantes.

La respuesta de Bolaño está fechada el 3 de septiembre, en Barcelona. Puntilloso como, entonces, yo no sabía que lo era (¡sin imaginar, siquiera, al intransigente escritor que fue en sus últimos tiempos!), a poco de comenzar, cuestiona: “De alguna manera no termino de entender lo que puede ser concretamente un poema del exilio, sobre todo en dónde, geográficamente hablando, debe o se supone que debe estar el poeta”. Yo podría discutir que no se pedía “un poema del exilio” (como él lo califica) sino “un poema de exilio”, pero interesa más, creo, su intento de correr límites y ampliar esa noción incorporando, asimismo, a quienes residen en Chile, en el “exilio interior” (voz que Bolaño no utiliza) a causa de la dictadura y, sobre todo, con una perspectiva menos acostumbrada, por considerarlos marginados y marginales, mira, también, como exiliados a “Violeta Parra y Pablo de Rokha, ‘dos almas errantes’ de quienes poco sabemos, aparte del tinglado folklórico y anecdótico montado encima de sus cadáveres”. Y continúa, incorporándose: “Bueno, no sé. De alguna manera todos estamos exiliados en esta época, aunque muchos se den cuenta solo a ratitos”. Y continúa, proyectándose: “[estamos exiliados] de algo que todavía no es [sic], llámalo sueño o revolución o [sic] orgasmos sin fin. Y en fin, no me hagas caso”. Separándose del presente y sin mencionar la palabra “utopía”, Bolaño refiere, me parece, a la distancia, al desarraigo, al exilio respecto a una utopía (a esta aludirá “con todas sus letras” en otras ocasiones). Es curiosa, además, la fórmula con que finaliza el párrafo que tampoco será la única vez que aparece, y la estimo sorprendente porque me da la idea que, después de esas disquisiciones, el remitente pareciera asustarse de su seriedad y quisiera restarle peso a lo que ha señalado.

A Bolaño que, entonces, tenía 26 años, yo lo había leído en la revista Casa de las Américas, de Cuba, donde, por haber intervenido en el Concurso Casa de las Américas de 1975, en Poesía, le habían publicado: “John Reed”, “Carta” y “En el pueblo”, firmados junto con Bruno Montané –su gran amigo y compañero de tantas iniciativas y copartícipe de siempre, y no solo desde la ulterior fama–. Ambos habían compuesto a dúo (más que dos manos anotando, yo imagino dos cabezas que piensan y dos voces discutiendo) un poemario de nombre algo fluctuante, que yo conocí con el título de: Gorriones cogiendo altura, del que Bolaño me explica en su tercera carta, respuesta a una mía del 18 de septiembre de 1979:

Los Gorriones [sic = sin subrayar], gracias a Dios, no se publicó ni se publicará nunca, al menos si de Bruno y yo depende. Lo consideramos un libro cuya principal virtud consiste en hacernos enrojecer. Eso sí, recordamos con nostalgia las tardes del D.F. en que lo pasamos a máquina y las noches en que, contentos y desconsiderados, nos íbamos al café La Habana a leer nuestros engendros, beber cerveza y sostener largas conversaciones sobre antipsiquiatría con nuestras pololas mexicanas, las muchachas más lindas del mundo.

Lejos de formalidades y fórmulas, una invitación particular a co-laborar en una revista, no lleva, generalmente, a un largo intercambio. El epistolario con Bolaño pudo ser muy breve: dos o tres cartas –precisas, concisas, casi burocráticas–, pero fue una correspondencia que se prolongó por casi medio centenar de envíos y por casi dos décadas, si bien la frecuencia de ida-y-vuelta se fue espaciando con los años. (Ahora, sabemos que fue un inagotable charlador, oralmente y por escrito, que sus destinatarios fueron cientos y que, a través de sus narrativos mensajes, entabló y practicó la amistad: “También me llevo [...], un tocho de cartas procedentes de los 4 puntos cardinales”, me cuenta –el 25 de septiembre de 1980–, como parte de la enumeración (esa forma de la acumulación que tanto le acomoda en su narrativa y poesía) de los objetos transportados cuando se muda a Gerona, desde Barcelona. Sabemos que las misivas pudieron servirle, a la par, de “laboratorio de prueba” para dar a conocer y “calibrar” sus composiciones. Sabemos, igualmente, y es casi seguro, que ellas pudieron atenuar su soledad:

Estoy en Rosas, Roses en catalán, de tendero y horriblemente solo. Para colmo, las ventas hasta el verano, apenas me dejan para comer. Pero lo peor es la soledad: un pueblo exclusivamente para turistas, sin turistas, con esa hermosura clásica de lo vacío, el círculo perfecto...

*

[Con frecuencia, Bolaño dibuja una estrella para separar párrafos.]

Tardes tristísimas y solitarias. Ayer cumplí 29 años. Me di cuenta de eso pasado mediodía. Cerré la tienda y me fui por allí, a comprar un par de yogurts. Me aburre leer: ¡he llegado a odiar a Simenon!... Con Bruno tenemos el proyecto de hacer un comic. De terror, por supuesto. Yo escribiré el guion... (Rosas, 29 abril 1982).

Para Bolaño no parece ser una sorpresa que le solicitaran colaboraciones, y no demuestra extrañeza ninguna, tal vez porque, a pesar de ser un joven artista, ya tenía un volumen publicado: Reinventar el amor,[2] y textos suyos habían aparecido en varios países, incluso traducidos (sin quitarle méritos, es necesario aclarar que la presencia de chilenos en tantos lugares y la amplísima solidaridad con Chile facilitó la acogida y difusión de muchas expresiones artísticas). Rápidamente, me lo hace saber, y a mi solicitud de algunos pocos “datos básicos: fecha de nacimiento, qué haces, libros publicados, etc.”, replica con una página completa, llena de antecedentes –“mi ridiculum vitae”, califica con un humor que no por habitual (en las cartas es frecuente) es menos inesperado– y por su contestación se hace innegable su deseo ferviente de dar a conocer –ahora y más adelante– lo que ha producido y está produciendo, sin cesar e incansablemente.

Estas dos primeras misivas podrían percibirse, de cierto modo, como “marco” (fluctuante, nada estático ni rígido), puntos de partida, atmósfera, desde los que se dio el carteo; convenientes, también, para advertir ciertos rasgos de nosotros, los firmantes, ciertas maneras de ser y de entendernos que se mantuvieron o variaron con los años. No seguiré, evidentemente, el orden consecutivo de las cartas, no siempre fechadas, por lo demás: para organizarlas siguiendo cierta cronología, he encontrado indicios que me guían: las alusiones a alguna anterior y detalles sobre el clima han sido, casi con seguridad, los que más me han ayudado. Tampoco me ocuparé de todas y abarcaré solo el período más activo de nuestro intercambio: de 1979 a 1985.

Y así como me detuve en el exilio (y podría insistir sobre él con opiniones de otras cartas), revisando y releyendo los mensajes de Bolaño, distingo múltiples asuntos, temas o enfoques que podría elegir. No obstante, por ser una presencia continua, casi una obsesión, de hoja en hoja, y por parecerme más novedoso y sugerente, intentaré acompañar el trayecto de este joven literato que se prepara y desarrolla, se impacienta, pero continúa proyectándose, y su empeño, sus veredictos y reflexiones evidencian su certeza absoluta que llegará a ser escritor, cueste lo que cueste: “Dejaré España la primavera del 81 [...] // Bueno.// Mientras tanto, escribo.// Tercamente. Amorosamente.// No sé qué utilidad pueda tener esto, pero sigo haciéndolo.// Te juro que a veces cuesta” (25 septiembre 1980).

Como dije, pienso que no hay correo de Roberto Bolaño donde no remita a leer y escribir (“Escribo, leo, trabajo. Ya te mandaré alguna cosa reciente” (¿1980?), sea porque reflexiona sobre su propio proceso creativo (yo diría que para estos pensamientos y juicios le sirven mucho, como punto de partida, las críticas o referencias que hace a otros artistas y/o sus obras: “Para comprar pan y mantequilla escribo reseñas de libros para una revista de medicina. (A un amigo le dije: me firmo Dr. Feelgood.[3])” (30 enero 1981); sea porque nombra y da títulos y, en ocasiones, explica, aún, sus propias obras (manifiestos, antologías, narraciones, entrevistas, poemas, ensayos, revistas), las que está escribiendo o piensa hacer o las ya escritas e, incluso, las ya publicadas; sea por todos los enlaces, menciones y nexos que realiza y que podemos observar como elementos de su formación.

Bolaño es un omnívoro (si pudiéramos decirlo así) porque sus intereses son ilimitados en disciplinas, épocas, géneros, espacios, geografías; devora historia, biografías, artes visuales, novelas, pintura, jazz y diferentes ritmos y formas musicales, política, ciencia-ficción, poesía, ensayos, filosofías, cine, era un buen jugador de wargames y hasta fue alumno de escultura en la Escuela de Bellas Artes de Gerona (durante 1980-1981, por lo menos). Tal vez por saberse conocedor en tantos campos, una vez me aseguró, convencidísimo, que su única ventaja frente a los narradores españoles era que él tenía qué contar, mientras ellos redactaban bien, pero no sabían qué relatar.

Retrocedamos: a poco de mis cartas iniciales con Bolaño, a pesar de que desapareció la razón puntual que originó el intercambio primero porque él ya había decidido enviar textos a Araucaria, continuamos escribiéndonos: en parte, porque le solicité material para una antología de poesía chilena joven que me habían encargado las Juventudes Comunistas chilenas, de Francia, y que yo preparaba, ya en 1979 (a ella aludo en mi carta del 18 de septiembre de ese año). Ese fue el motivo particular para continuar los correos, que se fueron sucediendo, sin necesidad de limitarse a sus colaboraciones, y se volvieron una amistad epistolar y una alternancia de opiniones sobre muy variados aspectos: entre los principales, como he indicado, su afán, sus desvelos y ahínco literarios (“Y ahora ‘trabaja con ahínco en su primera novela’”: testimonia en su ya referido “ridiculum vitae”).

Terminé la selección de autores y textos en 1980 (de hecho, el “Prólogo” es de ese marzo), pero como ya no había dinero para la edición, Entre la lluvia y el arcoíris[4] apareció, recién, tres años después. Las ofertas que Roberto me hizo, en el intertanto, para ayudarme a publicar fueron tan innumerables como generosas sus palabras para calificarla. Habló, asimismo, con numerosos conocidos suyos para que yo colaborara en publicaciones a las que estaban ligados: efectivamente, buena parte de mi “Prólogo” se mostró en Le Prosa, revista mexicana, dirigida por su amigo, Orlando Guillén, y donde Bolaño aparece entre los “Enlaces de Redacción”.[5] En ese mismo volumen se encuentra una traducción suya con Antoní García Porta, desde el catalán, de un poema de este, el mismo amigo con quien escribiría la novela Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, con la que ganaron el Premio Ámbito Literario de Narrativa 1984 (en carta del 16 mayo 1982, me señala que la novela ya está terminada, que la está corrigiendo y la adjetiva de “serie negra”).[6] Y en la sección “Reseña de libros inéditos”, una alude a Montón de estrellas fracasadas, poemas, de Roberto Bolaño (“200 cuartillas capaces de atemorizar a cualquier escritor”, ironiza en su “ridiculum vitae”).

Hay que considerar que, para él, las revistas eran esenciales y no solo para participar en ellas –como colaborador o en un consejo de redacción–, sino, en especial, para fundarlas. Tres crearon con Bruno Montané, quien las tilda de “frágiles y precarias”, escritas a máquina y fotocopiadas: Rimbaud, vuelve a casa (¿1978?), Regreso a la Antártida (febrero 1983) y Berthe Trépat, la única que trascendió el número inicial y tuvo tres entregas (julio 1983; noviembre 1983, y febrero 1985). Para esta con nombre de una malograda pianista (¡de nuevo el fracaso! Por lo demás, este vocablo y su eco vital no están nada ausentes de las preocupaciones de Bolaño), patético personaje del capítulo 23 de Rayuela (1963), la novela de su admirado Julio Cortázar:[7]

Espero que pronto, en estos días, comencemos a armar el primer número de Berthe Trépat [sic], nuestra revista, y me gustaría que nos enviaras algo, ¿tal vez una especie de introducción?, ¿unas cuantas líneas sobre lo que tú crees que es la poesía chilena actual?, ¿un resumen crítico del encuentro de Rotterdam [el Primer Encuentro de Poesía Chilena en Rotterdam se efectuó el 1, 2 y 3 de abril de 1983]? (14 abril 1983).

Fue así como en “Divagación prescindible sobre Berthe Trépat” intenté contestar qué podía impulsar a hacer una revista:

Por placer, como un juego: la rayuela, p. ej. Por necesidad de romper jaulas o acuarios que aíslan/permiten mirar(nos). Por necesidad de oponerse a la monotonía. Por combatir la rutina del Orden del Día con cierto desorden y eclecticismo. Sin cazarse/casarse con nada ni con nadie que imponga esquemas fijos o dicotomías absolutas que (nos) rigidicen impidiendo contradicciones (el que no se contradice es reaccionario: cito a Don Gabo de memoria). Porque no sería malo tender puentes...[8]

 

“Joyce, Bolaño, García Porta y Jim Morrison posan para la prensa” dice al dorso de este collage en alusión a Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, novela escrita a cuatro manos con su amigo español, por la que recibieron en 1984 el Premio Ámbito Literario

 

 

Entrevista en ocasión del premio por Consejos de un discípulo de... Bolaño interviene el recorte de prensa para declarar desde el globito de comic: “A mí me gusta Zurita y Soledad Bianchi, ¿sabe?”

 

Y me extendía, con Cortázar en el horizonte, por unas dos páginas y media. Y antes de que apareciera el tercer número de Berthe Trépat, Bolaño ya estaba planeando terminarla y sacar otra “que se llamará 3 Rublos, 70 Kopecs, o 5 Rublos y 29 Kopecs, o Lee Harvey Oswald, ya lo hablaremos” (24 junio 1985). Y, así, años y años más tarde, reitera y reitera la idea de inventarlas.

Retomo mi antología, Entre la lluvia y el arcoíris: es evidente, claro, que Roberto Bolaño está entre los 16 autores seleccionados, individualmente, con varios textos. Además, junto a Bruno Montané, aparecen con “La cantera de las manos”, un poema, aún inédito, de 1977, elaborado a dúo (el examen metaliterario de Bolaño es notable y aporta mucho a la comprensión de su pensamiento literario y escritural [otoño 1979]). A pedido mío, como presentación personal, cada autor redactó una poética, con entera libertad respecto a una pauta-guía que proporcioné: todas son muy interesantes y originales. “Rasgar el tambor, la placenta” es la de la dupla, y “Acerca de mi (sagrada) familia”, de noviembre de 1979, la de Bolaño, fundamental.

Sé que, aparte y después, Bolaño me envió poemas y cuentos para que yo los leyera y criticara, y así lo consigna en sus cartas. Nunca he encontrado esos relatos. Imagino que, como entonces las fotocopias no eran baratas, se los debo haber devuelto, con anotaciones y sugerencias y subrayados para debatir posteriormente.

Yo le había comentado algunos de sus textos –“Las revelaciones de Monsieur Pain” y otro– en un largo párrafo de mi carta del 29 de marzo de 1982. Junto a ciertos llamados de atención, complementaba: “se ve en tus narraciones que tienes una calidad neta para crear atmósferas e integrar al lector a ellas”. Le consultaba, también, sobre su “cultivo” de la poesía (antes, privilegiada) frente a la prosa, le instaba a publicar un libro de cuentos, y me alegraba por: “[...] nuestras comunicaciones y la seriedad de tu trabajo. Además –añadía–, nos hace tanta falta en Chile un equipo de buenos narradores: alguna vez me hablaste de una novela que se estaba gestando, ¿cómo va? Sigue mandándome tus escritos, me interesan verdaderamente”.

Abandonando un anterior tono festivo, me respondió: “Por supuesto, espero tus críticas, firme como alabardero inglés antes de los primeros cañonazos, es decir con terror” (fines 1981). Un Bolaño de una extrema modestia asume una seriedad poco menos que dramática, matiz no tan desacostumbrado en su epistolario, en particular cuando observaba las dificultades que debía superar para cumplir sus propósitos autoriales.

[...] A propósito de las correcciones: [sic], estoy de acuerdo, completamente de acuerdo contigo en que hay durezas y torpezas en los dos cuentos que te he mandado. Pero qué puedo hacer: han sido leídos y releídos, corregidos y corregidos hasta el (mi) colmo. La única explicación es que soy un aprendiz. Pero ya irán saliendo mejores (25 de abril de 1982).

No obstante, ese Bolaño-aprendiz confía en su proyecto y advierte, certero, que estudio y trabajo literario son la vía para dejar de ser principiante, y él está convencido de lo que quiere y cómo lo quiere.

En una carta tardía, del 24 de junio de 1985, en Blanes, da una clave (una de varias) que me parece esencial para comprender su poética y, a la vez, comprender lo que escribir era para él. Como yo estaba pensando regresar a Chile, lo que se concretó en 1987, al “amenazarme” con su visita, frustrada, como una infinidad de veces, afirma: “...no puedo permitir que te vayas a Chile sin antes verte. ¡7 años de amistad epistolar! [...] Hacía mucho que no sentía el deseo [sic] de viajar”. Y como para ponerme en contexto y, quizá, convencerme de que, en esta ocasión, sí cumplirá su palabra, con la facilidad que tiene para narrar (y que prueba una y otra vez en su correspondencia donde, incluso, a mi modo de ver, hay esbozos o gérmenes de cuentos o novelas), construye un relato, entretenido como, casi siempre, es su narrativa, y una de las variadas razones o motivos, creo, de su éxito editorial. Y esa capacidad de transformar todo en narración –característica, bastante frecuente, también, en su poesía– me hace recordar al Rey Midas. (Esta imagen me llega a través de una antiquísima lectura, nunca olvidada, donde Emir Rodríguez Monegal percibió al Neruda, de Residencia en la Tierra,como un “Rey Midas al revés” porque en esa poesía, en lugar de transmutarse en oro, toda materia se desintegraba).

“[...] La última vez que salí de España fue hace tres años...”, me cuenta Bolaño y, a renglón seguido, entra en detalles: que fue con su abuela a Marruecos, que él no quería, pero tuvo que seguirla en sus aventuras, y agrega una frase que me parece primordial: “Tal vez yo no sentía ganas de viajar porque escribía mucho y eso ya era suficiente vértigo [soy yo la que destaco]...”, y cuando lo declara, yo concibo su acción de escribir como una totalidad que integra tanto el acto intelectual como el acto material del gesto de la mano que se mueve, incorporando a todo el cuerpo.

 

Fragmentos de cartas de Roberto Bolaño a Soledad Bianchi (1981-1982).

 


“Tras asistir al entierro de Jim Morrison, los autores con Sylvia Beach y Joyce en Shakespeare & Co.”.
Collage enviado por Bolaño a su amiga S. B.

 

Meticuloso y analítico, pareciera que Bolaño no dejara pasar nada y no dejara nada sin pensar y, claro, al “vértigo” que experimenta cuando escribe, añade otros rasgos que él considera básicos para definir la escritura, la que a él le interesa, la que él intenta hacer.

[...] [Erick] Pohlammer [sic], el Bruno [Montané] y [Raúl] Zurita me parecen los mejores, sobre todo estos dos últimos, en quienes puedo leer el riesgo (el riesgo como expresión de talento) tanto en sus construcciones como en “lo que tienen que decir” [sic]. No sé, al menos yo apuesto por ellos dos (15 abril 1982).

Clarifica, enfatizando el alcance que le concede al “riesgo” en los trabajos de algunos poetas que yo le sugiero para una antología que él me había propuesto hacer juntos y que, finalmente, no resultó.

Y al continuar repasando los mensajes de Roberto Bolaño, encuentro, dispersas, nuevas reflexiones suyas que pueden llevarnos a “armar” su concepción de la literatura y de su literatura, pero las va entregando, de a poco, como en una suerte de crucigrama o de rompecabezas sin terminar, con un espacio en blanco, en una nunca acabada construcción, no cerrada, a completar... con un pensamiento (positivo o negativo) a descubrir en un correo siguiente:

[...] ¡Qué cosa con G[onzalo]. R[ojas]! Siempre me gustó tánto, pero ahora, en la vejez, se destapa con una prodigalidad que hunde sus contados poemas excelentes, escritos a lo largo de su vida y que para mí bastan como obra, como desafío [soy yo la que destaca], como lo que sea. Parece que los buenos poetas se ponen nerviosos al llegar a viejos. (El caso de Ner[uda]. y de Rokha es espantoso al respecto) (s.f., primavera ¿1982?).

Esa carta manuscrita, de dos páginas, del 15 de abril de 1982, con párrafos separados por estrellas al centro de la hoja, es enjundiosísima y no solo por esas opiniones o por nuevas relacionadas con el medio literario o por apuntar a la Guerra de las Malvinas o por las alusiones a su cotidianidad (“tengo una tienda pequeñita, con dos socias, en Rosas, al lado de Cadaqués”) sino, también, por todas las referencias a su quehacer literario: “Pese a todo [el esfuerzo del negocio], escribo (no tanto como quisiera) y leo (ahora estoy metidísimo con la súper antología “Los Trovadores”, de Martín de Riquer) [...] Por lo pronto es harto novedoso el oficio de comerciante. Me recuerda ‘Las mil y una noches’”. Y, con posterioridad, refiere a algunas reseñas que ha publicado y dedica todo el último párrafo a “Títulos de cuentos por ordenar. corregir. reescribir —>...” [sic = puntuación], y menciona nueve, con sus calificativos genéricos o semigenéricos: “(ciencia ficción: “cada vez me tira más la ciencia-ficción”, me había prevenido el 30 de enero de 1981)”, “(cuento terrorífico)”, (“terror”), etcétera.

Luego, el 29 abril 1982, y a propósito del argentino Manuel Puig, uno de los narradores que, invariablemente, lo asombra, añade:

Leí, por fin, la última novela de Puig [debe ser: Sangre de amor correspondido]. ¡Qué bueno es! [...] En algunos momentos llegué a pensar que había sido escrita de prisa, tal vez con urgencias monetarias: ...pero el riesgo y la ternura siguen con él y así el texto, menor, sin duda, tiene la virtud de ser algo cierto y lo que cuenta tiene también la virtud de la honestidad, de la solidaridad [todos los énfasis son míos], lugares comunes que a muy pocos escritores se les pueden aplicar. Quiero decir: la novela me ha encantado, era justamente esa la que tenía que escribir después de “Maldición Eterna... [a quien lea estas páginas]”, tal vez a manera de puente experimental hacia otras escrituras.

Para Bolaño, el vértigo, el desafío, el riesgo, la ternura, la honestidad, la solidaridad, son atributos que reconoce –y casi exige– en la literatura que le atrae y valora, y se unen a la vocación, al deseo. Y la fiesta, el azar, el viaje, el juego (“exploro, experimento, juego. Sobre todo, juego” [¿mayo 1980?]), se suman como elementos de la escritura “dentro del camino totalmente zigzagueante que el poema va trazando. (s.f., ¿otoño 1979?). Y la autocrítica, siempre. Y el conjunto de todos estos rasgos son trazos, son formas del compromiso personal que, para Bolaño, significa dedicarse a la literatura y ser escritor.

escribí más de mil páginas en condiciones económicas horrorosas. Y mi poesía no es fácil. Ha exigido no sólo inspiración sino trabajo, dedicación, meditación, experimentación. Y todos esos requisitos han sido cumplidos y han sido cumplidos en condiciones económicas que retrospectivamente me espantan (¿octubre 1980?).

 

 

 

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Notas

[1] En Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego. Once jóvenes poetas latinoamericanos. Antologados por Roberto Bolaño, él –como seleccionador–, bajo la dedicatoria: “A las muchachas desnudas bajo el arcoíris de fuego”, coloca una “Advertencia”: “Este libro debe leerse / de frente y de perfil / que los lectores parezcan / platillos voladores” (México D.F., Editorial Extemporáneos, 1979). El título, de este artículo, cambia un poco esa frase, que Bolaño usó varias veces y, siempre, de modo diferente.

[2] Reinventar el amor. México, Taller Martín Pescador, 1976.

[3] Dr. Feelgood es un grupo [musical] originario del Reino Unido, formado en 1971 y que alcanzó su mayor popularidad a mediados de la década de 1970. Con un repertorio basado en rhythm and blues, encabezaron en Londres el género del pub rock, reacción al auge del rock progresivo y del glam rock, y que el punk reconoce como una de sus fuentes de inspiración. Concebido como cuarteto –cantante, guitarra, bajo y batería–, por la formación han pasado más de una docena de músicos diferentes y ninguno de sus componentes actuales pertenece a la original. // El nombre de la banda deriva del término usado en la jerga británica para referirse, indistintamente, a la heroína o al médico poco escrupuloso recetando fármacos. También hace referencia a la canción “Dr. Feel-Good” (1962), blues grabado por el pianista y cantante estadounidenseWillie Perryman bajo el seudónimo Dr. Feelgood & The Interns, y versionada por varios grupos de beat británicos en la década de 1960. (Wikipedia).

[4] Soledad Bianchi (ed.): Entre la lluvia y el arcoíris (Antología de jóvenes poetas chilenos). Barcelona-Rotterdam, Ediciones del Instituto para el Nuevo Chile, 1983.

[5] Soledad Bianchi: “Voces de arcoíris. La joven poesía chilena”, en: Le Prosa, revista de escritura literaria 2 (México, septiembre-noviembre 1980), 48-60

[6] Roberto Bolaño-Antoní García Porta: Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. Barcelona, Anthropos, 1984, Ámbitos Literarios/ Narrativa N.° 17.

[7] Julio Cortázar: Rayuela. 13.a ed., Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1972. [1.a ed. 1963].

[8] Soledad Bianchi: “Divagación prescindible sobre Berthe Trépat”, en: Berthe Trépat 1 ([Barcelona, Rimbaud, vuelve a casa, Press], julio 1983), p. 3.

 

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Soledad Bianchi (Antofagasta, Chile). Profesora de Castellano por la Universidad de Chile, Doctora en Literatura por la Universidad de París, hizo un postdoctorado en la Universidad de Maryland. Ha enseñado Literatura Hispanoamericana y Chilena en la Universidad de Chile y en otras universidades de Chile, Francia, Estados Unidos, Brasil y Puerto Rico. Publicó siete libros: entre ellos, dos antologías de poesía chilena. Los últimos fueron: Lemebel (Edit. Montacerdos), y Pliegues. Chile: cultura y memoria (1990-2013) (Cuneta), además, de numerosos artículos sobre cultura y literatura.



 

 

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Leer de frente y de perfil, como platillo volador
Mi correspondencia con Roberto Bolaño
Por Soledad Bianchi
Publicado en Revista de la Biblioteca Nacional. Afinidades. 16, 167-183, 2019.